Acapatzingo: el otro mundo en medio de la Ciudad de México
Texto: Camila Pizaña y Erika Lozano. Fotos: Erika Lozano
Ciudad de México | Desinformémonos. Aquí no entra la policía; tampoco el coronavirus ni el narco tienen permitida la entrada a la Cooperativa de Vivienda Acapatzingo, donde, al pie del Cerro Yuhualixqui, dos inmensos muros metálicos de color negro delimitan el acceso a un pequeño mundo en el que no tienen lugar los altos índices delictivos y de contagios por Covid-19, que cifras oficiales muestran en la alcaldía Iztapalapa, donde se encuentra esta unidad habitacional en la que, según sus residentes, cotidianamente construyen la realidad en la que quieren habitar.
En Acapatzingo enfrentaron la pandemia con organización comunitaria; así, lograron que entre los aproximadamente cuatro mil habitantes, únicamente se reportaran 34 casos de Covid-19. Vecinas y vecinos apoyaron a quienes enfermaron, les llevaron comida e hicieron rifas para recaudar fondos y poder adquirir tanques de oxígeno y herramientas para equipar su Casa de Salud. También abrieron un comedor comunitario para quienes lo necesitaran, pues muchas personas se quedaron sin trabajo. “Entre todos nos apoyamos”, comenta el joven sonriente de lentes de pasta gruesa, David López.
“Nadie cuida mejor a la comunidad que nosotros mismos”, afirma Elia Silva desde uno de los cuatro sillones de la sala de reuniones. Sus tatuajes y zapatos de plataforma contrastan con el estilo más conservador de la encargada de vigilancia del momento, Josefina Popoca, quien, con un semblante serio y algunas arrugas en el rostro, porta su silbato para alertar a la comunidad en caso de emergencia y desde hace 25 años forma parte de la comisión de seguridad. La diversidad de tamaños, edades y personalidades de los habitantes se refleja en las casas que, a pesar de compartir la estructura y diseño arquitectónico, se distinguen por el color rosa, lila, verde, tangerina, azul o amarillo de su pintura exterior, así como por la diversidad de macetas con plantas y flores en los jardines delanteros.
La cooperativa se conformó el 16 de mayo de 1996 con familias que buscaban una alternativa y un cambio de vida, cuenta Popoca. Durante años, la comunidad se organizó para conseguir créditos para la construcción de sus casas, presionó al Instituto de Vivienda de la Ciudad de México y realizó marchas y plantones hasta que en 2003 lo consiguió, posteriormente se organizó en distintas comisiones que responden a las necesidades de las y los habitantes de la que el periodista, educador popular y acompañante de las luchas de los pueblos, Raúl Zibechi, llama “la mejor experiencia urbana de América Latina”.
La seguridad en el espacio expropiado por la Organización Popular Francisco Villa de Izquierda Independiente (OPFVII) se logra a partir del cuidado colectivo, tanto de las ocho hectáreas de viviendas y espacios comunes, como de las 596 familias residentes. Los habitantes se organizan en comisiones y brigadas que regulan el funcionamiento de la comunidad sin la necesidad de autoridades y bajo tres ejes que incorporan a todos sus quehaceres: ciencia, cultura y formación política.
Construir una justicia distinta
Lo primero que hicieron como comunidad fue instalar los servicios de drenaje, agua y luz. La excavación para la colocación del drenaje estuvo a cargo de vecinos y vecinas que hicieron zanjas y cargaron tubos. Entre los habitantes construyeron banquetas y guarniciones con material que exigieron a la delegación. Fue así que nació la Comisión de Mantenimiento.
Acapatzingo tiene su propio sistema de captación de lluvia, además de dos plantas potabilizadoras de agua, con las que, integrantes de la comunidad, esperan abastecer a la unidad hasta por cuatro días, en una de las alcaldías donde se sufre la mayor escasez de agua en la Ciudad de México. La cooperativa se encuentra en resistencia contra las altas tarifas de cobro de luz y tiene su propia conexión a la electricidad que generó con ayuda de integrantes del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME).
Por su parte, la comisión de vigilancia hace rondines y guardias las 24 horas del día, todos los días del año, pues, explica, “nos toca cuidar a la comunidad”. Hiena, una perrita “histórica” de Acapatzingo, solía participar en las actividades cuando era joven, ahora se limita a observar. Entre sus tareas está profundizar en estrategias de resolución de conflictos, reflexionar sobre la justicia que quieren crear y generar espacios para tomar decisiones de manera justa.
El equipo cuenta que en tiempos de pandemia y de violencia en el país, Acapatzingo se vio amenazada “por parte de un grupo criminal” que causó “terror psicológico” y que la comunidad estuviera en alerta máxima por casi tres meses, por lo que reforzó su protocolo de seguridad y fortaleció sus estrategias de defensa comunitaria. La organización denunció de manera pública estas amenazas y responsabilizó al Gobierno de cualquier ataque.
Parte de su postura política es que la policía no tiene permitida la entrada a la unidad habitacional, pues “no confiamos en las autoridades, lo hacemos nosotros mismos”. Por eso, es la comisión de vigilancia la encargada de mediar los problemas e incidentes internos que se susciten. Una vez calmados los involucrados, los invitan a dialogar e implementan las medidas de justicia de la organización, que consisten en sanciones de trabajo para retribuir a la comunidad y reparar daños, así como en un proceso de reeducación. “Queremos hacer una justicia distinta, una que sí sea justa”, resumen integrantes de la comisión.
Recuperar la relación con la tierra
Un grupo de mujeres rellenan una charola con tierra oriunda de la zona compuesta por agrolita, perlita y tezontle, y colocan semillas que germinarán y trasplantarán en el invernadero de la comunidad. Saben que esa tierra protegerá a la raíz de la humedad y no dejará que se pudra, pues lo aprendieron en talleres con otras organizaciones.
Las integrantes de la comisión de agricultura no pararon sus trabajos durante la pandemia, pues sabían que las plantas no las esperarían y tienen que cuidarlas a diario. Las 28 personas que conforman la comisión asisten al invernadero en grupos de cuatro, se turnan para regar y cuidar las plantas, los árboles frutales y la lombricomposta diariamente.
Antes de entrar al invernadero, un espacio amplio acondicionado por la comunidad con camas de sembrado, las mujeres de distintas edades pisan un poco de lodo con agua y vinagre que tienen a la entrada, y evitan así que se contamine el huerto donde hay acelga, cebolla, jitomate, apio, romero, lavanda, coliflor. También siembran plantas medicinales como la Santa María, que utilizan para hacer tinturas y curar el dolor de cabeza. Como el resto de las comisiones, buscan trabajar de manera integral y desarrollar algunos proyectos en conjunto, en este colaboran con la Comisión de Salud. Para ellas, ésta es una manera de recuperar la salud y la capacidad de sanar con plantas, así como recurrir a la naturaleza para curar distintos malestares y tener sus propios remedios a la mano.
Que cada casa de Acapatzingo tenga un cajón de cultivo o azoteas verdes, es uno de los objetivos de esta comisión. Hay vecinas y vecinos que ya han sembrado cebolla, apio y epazote en sus casas. Las mujeres que cuidan este huerto urbano narran que su intención es compartir las técnicas y conocimientos adquiridos con el resto de integrantes de las brigadas. Otro de sus propósitos es que la comunidad aprenda a valorar la tierra y cuide el medio ambiente.
La tierra donde siembran es de composta y esto ha ocasionado que nazcan plantas desconocidas y con colores brillantes. La fumigación también la realizan ellas, no utilizan pesticidas y todo es natural. Para recuperar algunos gastos y que esos ingresos circulen al interior de la comunidad, venden sus plantas a precios accesibles para las vecinas y vecinos.
Reapropiarse de los medios
Con una campaña de “embellecimiento” de la colonia por medio de murales, el gobierno “ha oprimido nuestra manera de manifestarnos”, relata el equipo de stencil de la comisión de comunicación, que hace mantas, carteles y pintas. En respuesta, la comunidad “se apropia” de los lugares al retomar bardas para hacer pintas e intervenir los murales para “decir lo que ellos no dicen, pues espacios bonitos no significan una colonia segura”.
Cinco programas conforman la estación de radio La Voz de Villa, llamada “pirata” por ser “libre y comunitaria, hecha por el pueblo y para el pueblo”. Desde la cabina recubierta de cartones de huevo pintados de rojo y negro, la música transmitida se elige de acuerdo con los gustos de la comunidad y las canciones van acompañadas de reflexiones “para criticar y analizar la música, no solamente escucharla”.
En la estación de radio, cuyo logo en forma de caracol en espiral representa “que la información se va extendiendo”, se resalta el eje científico de la organización por medio de investigación y divulgación sobre la enfermedad Covid-19; se suma el eje político con reflexiones, análisis y críticas sobre la manera en que “el gobierno engaña a la población y le infunde pánico”; y se culmina con el eje cultural al impulsar que las acciones de cuidado y medidas preventivas sanitarias “sean parte de la cultura diaria de la comunidad”.
Ante la pandemia, el equipo mantuvo su trabajo “día tras día”, ya que “ahora más que nunca es importante incorporar los tres ejes de la organización en el trabajo comunicativo”, aseguran. Por eso, informan diariamente sobre las actualizaciones y medidas de cuidado en materia de Covid-19 por medio de perifoneos a lo largo de la unidad que incorporan consignas de la organización.
Una economía solidaria
La comunidad también se organiza para resguardar sus finanzas y recientemente concretó un proyecto que funciona como una caja de ahorro llamado La Talega. Para generar el proyecto, la comisión de finanzas investigó cómo se manejan los porcentajes de intereses en los bancos y cómo funciona el control que los préstamos tienen sobre la población.
Con la intención de resolver necesidades que hay en las comunidades, donde, señalan, hace falta una cultura del ahorro y consideran que el sistema ha creado una cultura de consumo, además, para no tener que solicitar créditos, ni arriesgarse a pedir prestado o vender cosas que no tienen, formaron este proyecto económico donde actualmente ahorran alrededor de 200 personas. Decidieron llamarla así, como una bolsa donde se guarda el dinero, explican integrantes de la comisión en entrevista colectiva. Con este proyecto pretenden romper con el control monetario de los bancos y del sistema, y darle posibilidad a las personas de la comunidad de acceder a un crédito sin tantos problemas, narra Jorge Esparza.
Durante la pandemia, La Talega, que lleva cuatro años funcionando, se convirtió en una opción para muchas habitantes de Acapatzingo que se quedaron sin trabajo y tuvieron que pedir un préstamo para pagar cuentas de hospital, tanques de oxígeno o medicamento para enfrentar la Covid-19. Para la comisión de finanzas, una de las cosas más valiosas de este proyecto es poder constatar la alegría y la tranquilidad de tantas personas de la comunidad, particularmente en esta época, al no tener que endeudarse con el banco. Explican que eventualmente les gustaría fundar un banco para la organización y así tener los recursos económicos necesarios para no depender de ninguna instancia.
Redes de salud para el cuidado colectivo
En las puertas de la Casa Nuestra de Salud “Doctor Comandante Ernesto Guevara de la Sierra” hay murales informativos sobre Covid-19 y las medidas de prevención y de cuidado, así como de otras enfermedades como cáncer de mama o diabetes. Son resultado de los talleres que, ante la pandemia, la comisión de salud realizó para toda la comunidad.
Las comisionadas no son doctoras sino “promotoras de la salud” y se dedican a monitorear los signos vitales de las personas de la comunidad. Se entrenaron mutuamente y por medio de talleres brindados por organizaciones y colectivos de profesionales solidarios, como Tejiendo Organización Revolucionaria (TOR), un colectivo anticapitalista que lucha contra el despojo; y la Brigada Callejera Elisa Martínez, conformada por trabajadoras sexuales, sobrevivientes de trata de personas y mujeres migrantes especializadas en la defensa de los derechos humanos.
La comisión trabaja distintas líneas: para la medicina alternativa toman talleres de herbolaria e impulsan que zonas verdes de la comunidad “se conviertan en espacios de curación”; para la medicina preventiva se programan campañas informativas donde “colaboramos todos”; para la salud mental, especialmente durante el tiempo de “miedo y estrés” por la pandemia, realizan labores de acompañamiento y primeros auxilios psicológicos, además de trabajar junto con la comisión de deportes y con colectivos de psicólogos; es con este tipo de organizaciones y cooperativas de doctores, veterinarios o centros de salud con las que tejen redes y para colaborar y canalizar a las personas cuando se necesite.
En la Casa Nuestra se intenta desmantelar la idea de que “sólo alguien con un título puede encargarse de la salud” y en su lugar fortalecer una visión comunitaria de ella, ya que “la salud es de todos, a todos nos beneficia y nos debe importar, debemos atender los problemas de manera colectiva.” El punto, concluye el equipo, es “construir un proyecto de salud autónomo que permita una colaboración permanente”.
En respuesta a las necesidades comunitarias en materia de salud física para enfrentar problemas como diabetes o sobrepeso, así como en materia de salud mental, se creó la comisión de deportes hace tres años. Consideran estas actividades como herramientas para el bienestar, además, ven el deporte como un derecho y quieren volverlo accesible a la comunidad.
La comisión organiza caminatas y partidos de fútbol, también clases de box y de zumba. A éstas asisten por la mañana mujeres de distintas edades, niñas y niños, quienes portan cubrebocas y mantienen su distancia mientras bailan canciones para ejercitarse. La clase es impartida por una vecina que aprendió de manera autodidacta al ver videos en Youtube.
Los y las encargadas de los deportes en Acapatzingo trabajan de la mano de las demás comisiones. Hace un par de años organizaron un maratón donde participaron personas de las otras comunidades; integrantes de los equipos de vigilancia y de salud se sumaron a la planeación para trazar la ruta de la carrera y acompañar en caso de que alguien manifestara algún malestar durante el recorrido.
Narran que con la pandemia fue difícil realizar actividades, pues mucha gente tenía miedo y prefirió no salir de sus casas ni ejercitarse, aunque poco a poco están retomando las clases con las medidas sanitarias correspondientes. La intención de la comunidad es generar actividades que fortalezcan la convivencia y la salud y no fomenten la competencia.
Una Casa de Cultura distinta, con una visión crítica
Entre las actividades realizadas por la comisión de cultura y educación está el carnaval del Día de Muertos “para reivindicar a quienes murieron por defender la vida” y la conmemoración del Día de la Niñez “de una manera distinta”, con juegos y actividades informativas, críticas y propositivas. Quieren “rescatar la tradición e identidad y reconstruirlas” y formar personas críticas que “piensen, analicen y sean parte del cambio”. También imparten talleres para todas las edades de manualidades, cocina y bordado, entre otros, trabajan junto con la comisión de deportes para hacer actividades de baile, canto, poesía y teatro y gestionan el proyecto de reeducación para “aprender y reflexionar sobre nuestras acciones” en las líneas de género, despojo, explotación, adicción y desigualdad. Su propósito es romper con la cultura individualista, arraigada en el capitalismo, y crear una cultura comunitaria.
El equipo narra que al inicio de la pandemia “se cayó en el pánico, como quería el gobierno” y se dejó de analizar la realidad. Pero no dejaron que la crisis rompiera con la formación política que “se tiene que construir todo el tiempo”, por lo que la comisión buscó alternativas de actividades que se pudieran realizar al aire libre –como el cineclub- o de manera virtual –como videos o talleres por Whatsapp-, pues “tenemos tareas que no podemos dejar”. Su objetivo fue “salir de la rutina del miedo” y “concientizarnos aunque fuera en el encierro”. También se enfrentaron al problema de las clases en línea, ante el cual volvieron la Casa Nuestra de Cultura y Educación, con todo y sus exteriores multicolores, en un espacio con internet para tomar clases, realizar e imprimir tareas y resolver dudas junto con los talleres de apoyo. “No podemos pausar nuestro trabajo, aunque haya pandemia hay que seguir luchando”, reiteran.
Cuentan que la comisión nace a partir de la necesidad de crear una educación analítica y crítica, porque “la impuesta por el sistema es robotizada”. No realizan ninguna actividad cultural sin incorporar la investigación científica histórica y contextual –ya que es necesario “aprender de otro modo de lo que pasa en el exterior para poder cambiarlo”- y siempre cuidan hacer análisis críticos y reflexiones políticas que contribuyan a la transformación y resignificación de la realidad impuesta.
“Somos muchos los que queremos cambiar la realidad”
Las infancias forman una parte medular del proyecto de la organización, pues son quienes “continuarán la lucha”. Por eso, hacen reuniones con niñas y niños para compartir la historia y organización de la comunidad y transmitir las experiencias de generación en generación. Los cuidados de los niños, además, son colectivos, pues “son de todos y son la prioridad aquí”. “Me puedo ir a trabajar y dejar a mi hija sola sin preocuparme porque sé que está segura”, confirma Aurelia Reyes, madre soltera de alrededor de 40 años que trabaja dentro y fuera de la organización.
Los integrantes de la cooperativa destacan el maltrato infantil como uno de los principales problemas de la comunidad y admiten que aumentó durante la pandemia. Por ello, la buena crianza –“respetuosa y sana”- es de los temas que se trabajan en el proceso de reeducación. También se han formado comisiones infantiles y asambleas de niñas y niños organizados quienes realizan campañas de sensibilización con exposiciones, dinámicas y juegos. Es por acuerdo de asamblea que “los niños son nuestros compañeros”, clarifican los adultos.
Al igual que otras siete comunidades en Iztapalapa, Tláhuac e Iztacalco, Acapatzingo forma parte de la OPFVII, también conocida como “Los Panchos”. Todas tienen las mismas bases, estructura y línea política, se organizan por zonas y brigadas, tienen un reglamento, y su máxima autoridad es la asamblea general, donde hay un representante por familia.
Todos los proyectos representan los sueños y el esfuerzo de miles de voluntades que son parte de la organización, considera David López, pues los construyeron de manera colectiva. Cotidianamente, explican integrantes de la cooperativa de vivienda, materializan lo que creen, pues desde el inicio se dieron cuenta de que era necesario trabajar constantemente para cambiar la realidad.