¡Decidámonos!
19 de julio y distopía orteguista
Mónica Baltodano
Al acercarnos al 42 aniversario del triunfo de la Revolución Popular Sandinista, el balance del devenir de aquella epopeya no da lugar a dudas ni puede ser más funesto. Daniel Ortega traicionó la utopía de Carlos Fonseca. La transformó en su contrario para vergüenza del sandinismo.
Ortega y su cúpula desnaturalizaron el camino de honradez y dignidad nacional iniciado por Sandino y continuado por Carlos. Usando el poder estatal, embarraron de su autoritarismo, intimidación, corrupción, sangre y cárceles, las motivaciones patrióticas, democráticas y revolucionarias de varias generaciones de militantes y simpatizantes del FSLN- miles de los cuales dieron su vida por ese sueño-, dando lugar a otra odiosa dictadura en nuestra martirizada Nicaragüita.
Todo lo anterior se levanta como un pesado juicio sobre nuestra reciente historia de luchas, y ha sido motivo de dudas y reproches éticos. Si Ortega afirma que su régimen dictatorial es continuidad de la revolución del 79, pareciera que haber participado en la lucha de los años 70, en la victoria sobre la criminal dictadura somocista y en la década revolucionaria de los 80, deba ser motivo de vergüenza y frustración, no solo para los nicaragüenses sino para la gente decente y progresista del planeta que con entusiasmo la apoyaron. Pero en honor a la verdad histórica, es un grave error fundir como un todo el pasado con el presente del FSLN, o bien reducir el sandinismo al orteguismo, como hubiese sido faltar a la verdad confundir somocismo con el liberalismo, en aquellas circunstancias.
Desde la derecha, interesadamente nos quieren hacer creer que el presente autoritario, represivo y brutal de Ortega, forma parte de la naturaleza y la esencia misma del sandinismo y que, por tanto, toda expresión de éste debe ser exterminada de la vida política del país. La derecha no descansa, ni descansará, buscando en las cloacas de la historia todo aquello que se pueda emparentar con el sandinismo para tratar de avergonzarnos. En este proceso, convenientemente se olvida que el caudillismo, el uso clientelar de programas y recursos del estado, la corrupción, las guerras fratricidas y las pasadas de cuentas, son herencia que arrastramos desde el pasado de poder de criollos y caporales, y que han sido males y parte de la cultura política de timbucos y calandracas, legitimistas y democráticos, conservadores y liberales, y ahora reproducidos -hay que reconocerlo- desde las entrañas del sandinismo por el orteguismo. Todos ellos han dejado herencias de entreguismo al imperio norteamericano, despojo nacional y enriquecimiento de oligarquías, abusando de su control del estado, provocando el empobrecimiento y exclusión de las mayorías.
El orteguismo, además, trata de apropiarse la historia heroica del sandinismo para construir el interesado y desviado relato de que Ortega y Murillo son hoy los continuadores y herederos directos de Sandino y Fonseca, y que representan sus ideales, cuando son la antítesis de estos.
Nosotros, por otra parte, celebramos los 42 años de aquella victoria popular, reivindicando aquella naciente revolución realizada en uno de los países más pobres del continente. La misma que fue atacada desde sus inicios, sin piedad ni respiro por Reagan, y que movilizó a su juventud a hermosas tareas, como la alfabetización de los más desposeídos.
Trasladar el repudio que sentimos por la criminal dictadura orteguista a todo el sandinismo, es una grave confusión que solo favorece la cohesión alrededor del dictador de una parte de las bases históricas que protagonizaron aquellas luchas. Es también olvidar que el orteguismo, además de dictadura sultánica y absolutista -versión criolla del estalinismo- es neoliberal, patriarcal, entreguista y extractivista.
El desafío del estudio autocrítico de la historia de luchas de nuestro pueblo y del honroso pasado patriótico y antiimperialista, examinando sin temores ni complacencia nuestros errores, es el mejor antídoto para enfrentar las pretensiones de quienes sueñan -inútilmente- con enterrar el sandinismo y también a los movimientos sociales y a todas las formas de la organización popular que reivindican el cambio por una sociedad justa y democrática. La traición del orteguismo no debe dar lugar a la claudicación y a la renuncia a la utopía.
El estudio crítico de nuestra experiencia para aprender y desaprender de lo que hemos hecho y hemos sido es una herramienta indispensable para aportar a las luchas que protagonizan hoy las nuevas generaciones. Ello contribuirá a alumbrar la conciencia de lo más combativo de nuestro pueblo, y reorganizar e impulsar la continuidad del necesario combate, ahora sin armas, contra la dictadura orteguista.
Hoy, recordar y seguir los pasos de Carlos Fonseca y su revolución, consiste en resistir y movilizarse, apoyar y confiar en el liderazgo de lo mejor de los jóvenes, a la vez que renunciar al dogmatismo y a esclerotizados relatos ideológicos. Persistir hasta lograr la liberación de todas las presas y presos políticos, el retorno seguro de los exiliados, el establecimiento pleno de la libertad, la justicia, la equidad social y la democracia. Estas últimas banderas, mismas de la revolución de hace 42 años, alzadas desde aquel tiempo con coraje y valentía por lo mejor de todo el pueblo nicaragüense.