Guerra y lenguaje en Amador Fernández-Savater

¿Cómo dotar a la experiencia subversiva de una procesualidad inmanente ininterrumpida? ¿Cómo prolongar en el espacio y el tiempo, en el lenguaje y en todo aquello que queda del lado del “habitar”, esa elaboración crucial que hacen los cuerpos cuando se atreven a atravesar la línea prohibida de la amenaza de muerte y se descubren como fundamento de todo poder?



Guerra y lenguaje en Amador Fernández-Savater

Diego Sztulwark

Lobo Suelto

“La literatura no era el consuelo de los débiles, sino vida intensificada, vida exaltada y con sentido”

Estela Canto, sobre Borges, 1989.

 

  1. Dedicatorias. Amador Fernández-Savater publicó dos libros recientes: Habitar y gobernar, inspiraciones para una nueva concepción política, con epílogo de Rita Segato (NED, Madrid 2020) y La fuerza de los débiles, el 15M en el laberinto español. Un ensayo sobre eficacia política (Akal, Madrid, 2021). El primer libro comienza con una cita sin autor que dice así: “Los amigos -sin partido, sin instituciones, sin referencias fuerte, sin identidad- sirven para pensar la vida”. Y agrega: “A lxs amigxs, pues”. Si el agregado remite al libro de El comité invisible -llamado, precisamente, A nuestros amigos-, la frase inicial pertenece (me lo confesó Amador) al historiador argentino Ignacio Lewkowicz, autor del libro Pensar sin estado. Estas son las coordenadas iniciales. El segundo libro, el que más nos interesa ahora, está dedicado “A quienes inventaron una fidelidad”. Al movimiento de la Plaza Sol de Madrid, nacido un 15 de mayo. La apelación a la “fidelidad” es una evocación directa a la filosofía del acontecimiento de Alain Badiou. Ser fiel a una verdad, dice Amador, es prolongar ciertas intensidades experimentadas en un encuentro. La pregunta que recorre su libro podría formularse del siguiente modo: ¿Cómo se comunica una verdad puramente intensiva? ¿Qué tipo de lenguaje es capaz de expandir la “temperatura” que alcanzan los cuerpos en ciertas condiciones amorosas o políticas? Una comunicación supone algo mas que una teoría formal de los signos. Precisa de una serie de operaciones político-literarias propias. Estas son las coordenadas iniciales. Arranquemos.

01.Balance. Lo primero, piensa Amador, es decidirse a no pasar de largo ante las apuestas frustradas. El balance de un fracaso puede ocasionar un pensamiento necesario. Pero para que eso suceda, es preciso localizar puntos o causas específicas. Situado en España, Amador se pregunta: ¿Qué fracasó en el 36 (la lucha anarquista por introducir un máximo de subjetividad en la lucha militar contra el franquismo), en el 77 (la lucha autónoma para evitar que la transición discipline la lucha obrera), en el 2011 (incapacidad de dar forma política a las plazas del 15m)? Su respuesta es el libro mismo. Se trata de problematizar una reiterada incapacidad para afirmar un nuevo tipo de “eficacia” política, capaz de prolongar la fuerza de los débiles en una nueva forma colectiva. En todos los casos se acaba cediendo a la eficacia política convencional, fundada en la representación. Para explicar esta inconsecuencia, Amador desarrolla cuatro argumentos: 1. La descripción crítica del paradigma del poder disuasorio sobre el que se fundan las democracias actuales, a partir de ciertos argumentos provenientes de André Gluksmann (dice Amador “luego Gluksmann se convierte en “maestro pensador”: un adorador de las fuerzas de los fuertes”); 2. La analítica de las dinámicas propiamente semióticas que se juegan entorno a la relación entre signos e intensidades, que conducen a la codificación (representación) o bien a la prolongación de la intensidades de las fuerzas, a partir de ciertos textos de Jean-Francois Lyotard (agrega Amador que en los años ochentas el autor “se arrepiente” de estas tesis); para pensar la naturaleza del enfrentamiento entre las fuerzas de los débiles y los fuertes y la distinción de sus estrategias, acude a lecturas del filósofo argentino León Rozitchner (de quien afirma: “nunca se arrepintió de su primer impulso libertario de pensamiento, sino que lo prolongó una y otra vez con distintas formas”); Sobre las operaciones específicas de la traducción, en términos de signos autónomos, borrantes de la materialidad subjetiva, o bien de ritmos, Amador leyó algunos de los libros del poeta Henri Meschonnic. Esto por el lado de la bibliografía de La fuerza de los débiles.

 

 

02.Transcripción. El problema de las fuerzas en pugna se juega, para Amador, en la íntima relación entre guerra y lenguaje. La guerra decide por medio de la violencia una nueva relación entre vidas y palabras y el lenguaje es campo estratégico en el que se dirime la autonomía o la subsunción de la vida respecto del poder. Puesto a pensar el punto de fracaso específico del 15M, el paso dado en la dirección errada en la que ya no se incrementaban las propias fuerzas, Amador señala el pasaje a la estrategia del “asalto institucional” de Podemos. Un pasaje que despertó entusiasmos inútiles en no poco militantes profesionales sudamericanos. ¿Cómo lee ese pasaje Amador? Como un impasse. El 15M activa la fuerza de los débiles. Es interrupción, premisa y elaboración de una fuerza, encuentro transversal que pone en marcha otra sensibilidad, otra lengua y otro modo de pensar. Ocupación del espacio y apropiación del tiempo; Podemos, en cambio, ingresa en el campo del realismo político, asume -de un modo siempre minoritario- los recursos propios de la fuerza de los fuertes: estrategias publicitarias, concentración de un ámbito delimitado de toma de decisiones, diseño de un lenguaje y postulación de figuras para la identificación de un público, un electorado. Si la idea es darle política a la fuerza, el asalto institucional deja a la política sin fuerza. En la medida en que implique la renuncia a firmar aquello que hacía de lo débil una fuerza, el salto a lo político supone una castración de la diferencia fundamental. Las fuerzas que aspiran a representar a los movimientos quedan posicionadas como actores en el tablero dispuesto por los poderes que se pretende transformar.

 

  1. Literatura. En una antigua conferencia Borges se refiere a la esencia estética del lenguaje, que no se limita a duplicar la realidad diciendo lo que hay, sino que agrega siempre algo al mundo. No hay mera traducción entre cosa y palabra. Ni dirección única en la practica de la traducción entre lengua original y lengua de llegada. En su autobiografía, Borges escribe: “todos los libros que acabo de mencionar los leí en ingles. Cuando más tarde leí Don Quijote en versión original, me pareció una mala traducción”. Hay en el lenguaje algo de más, un plus o espíritu que la tradición materialista, desde la que Amador piensa las fuerzas -el “espíritu de las fuerzas”- piensa como potencia. En la medida en que los cuerpos son fuerzas no meramente son o están sino que pueden. Amador no cita a Spinoza, porque los tiene a Rozitchner y a Meschonnic. El primero enuncia que el pensamiento conoce en la medida en que los cuerpos hacen la experiencia de una composición que amplia la potencia, transponiendo los límites que el poder impone bajo la forma de amenaza de muerte. Meschonnic escribe que no se sabe nunca de antemano lo que el cuerpo puede en el lenguaje. El espíritu de las fuerzas, de los cuerpos es su potencia de hacer y pensar, expresada en una lengua propia.

 

 

  1. Dialéctica. Deleuze explica que la novedad de la filosofía de la voluntad de poder de Nietzsche atañe al pensamiento de las fuerzas y consiste en haber descubierto que débil y fuerte no designan cantidades desnudas, ni posiciones reversibles, sino más bien naturalezas diversas. Cuando lo débil vence, vence la debilidad. Cuando lo fuerte triunfa, triunfa la fortaleza. De otro modo, también Amador está leyendo la dialéctica del amo y el esclavo. Débil y fuerte son dos estrategias, dos subjetividades inconmensurables. Lo fuerte coloniza, abstrae, traduce. Impone, vacía, incluye. Ataca, formatea, objetualiza, universaliza un código para la inclusión esterilizada de toda diferencia. El débil resiste, nomadiza, escapa. Se vuelve territorio, población, fundamento de su propio poder. Defiende, se substrae el código de la traducción, desregla. Una mezcla entre la máquina de guerra descripta en Mil Mesetas, y la contra violencia elaborada por León Rozitchner a partir de su lectura de Maquiavelo, Spinoza, Marx, Clausewitz y Freud. En tanto que estrategias, las fuerzas se encuentran entre la guerra y la política. En la intersección entre enfrentamiento abierto y la dominación pacificadora Rozitchner piensa una situación particular, clave: la tregua.+

 

  1. Conocimiento. Lo que Amador se propone pensar es el cruce entre lectura y poder. ¿Quién lee a quien y cómo? Los fuertes montan un aparato de lectura específico: mapean, traducen, transcriben a su lengua toda alteridad, desposeyendo y borrando en todo otrx cualquier posibilidad de lectura autónoma. Esa es la fuerza de los fuertes. Y sobre esa fuerza Amador quiere recordar algo esencial: esa fuerza de transcripción se apoya en un aparato capaz de dar la muerte a quien se resista. Hace unos años Jorge Dotti, filósofo argentino, señaló una obvia y sin embargo inadvertida semejanza entre la lógica del dinero como equivalente general y la del significante flotante, capaz de adoptar diversos contenidos y representar las diversas demandas. La teoría de la representación y sus formalismos no constituyen posición crítica alguna. Describen lo que es sin detectar obstáculo alguno ni resistencia alguna para el funcionamiento de sus categorías. Afirman una ilusión perniciosa en el campo del conocimiento. La ilusión de los vencidos, que no hay que confundir con la fuerza de los débiles. Estos últimos son resistente, y por tanto consientes del peso que las fuerzas de conquista imponen a los conquistados al transcribir el mundo según sus categorías. Si algo distingue a los débiles de los derrotados, según Amador, es que sólo estos últimos aceptan como propio el campo liso de la representación. Se trata de una ilusión, y de un modo de leer, que Amador llama “universitario”, según el cual el texto debe ser obedecido, él impone su lógica. Leer sería un desentrañamiento meramente teórico de los problemas. Y no habría mas obstáculos que aquellos de naturaleza lógica. Ignorando completamente la carga de violencia represiva que impide que el lector se aparte de la obediencia. El terror -Rozitchner- que circula asegurando la sujeción del lector y el funcionamiento de esa lógica. Amador no cita a Lukács, porque -nuevamente- lo tiene a Rozitchner. Y Meschonnic, para quiénes no hay pensamiento o lenguaje sin guerra. Si en Historia y conciencia de clase, el filósofo húngaro sitúa la praxis como coincidencia de un sujeto-objeto, el proletario comunista, accede a un punto de vista propio sobre la totalidad a partir de asumir su lugar estratégico en la producción, Amador apunta a señalar la dificultad de lograr esa tensión en la que el sujeto asume la inmanencia entre luchar y conocer, entre guerra y lenguaje, entre experiencia y lectura.

 

06 Democracia. La tregua se sitúa en un lugar propio entre la guerra (enfrentamiento) y la paz (política). El cese de enfrentamientos prolonga cierta relación de fuerzas, y al mismo tiempo ofrece una oportunidad para alterarlas antes de activar un nuevo enfrentamiento abierto. Nuestras democracias -dice Amador- se fundan en la permanencia subterránea del terror. La amenaza de muerte limita y condiciona tanto las posibilidades de la acción de los cuerpos, como de los propios pensamientos: imposible cuestionar efectivamente la concentración de la apropiación privada de lo que se produce colectivamente. No hay fuerza de los débiles sin desbordar mediante un acto de fuerza el tablero, el campo de la representación, el aparato de la comunicación, las fuentes del terror tal y como se instituyen hoy bajo la forma de la economía. Pero ese acto no puede ser cualquiera. En palabras de Amador, el pasaje al acto sólo reencuentra su eficacia propia cuando logra recolocarse como fundamento del poder. A este acto que es a la vez política y conocimiento, fuerza y literatura Amador lo llama praxis.

 

  1. Literatura. La historia la “escriben los vencedores y la narran los vencidos”, dice Ricardo Piglia en 1998: “hay un relato que va por abajo”, que tiene que ver con la derrota, con haber sido derrotados por el estado. Ejemplo eminente: las Madres de Plaza de mayo. La narración como experiencia del límite, “reverso del silencio”. La locura se encuentra con la ficción en cierto modo de “no poder callar”, de un “decir de más”. Ese exceso es el borde con la ficción. Del lado del anverso, el estado se presenta como narrador, creador de ficción. Apunta a tomar de rehén a la literatura. Pone a los escritores a hablar en torno de su política. El escritor conminado a hablar como ministro del interior. Contra esta situación se alza el universo antagónico dela república literaria, que carece de estado. En un texto previo de 1987 -reunido junto al anterior en un libro excepcional titulado Crítica y ficción, Piglia vuelve sobre una forma no estatal, literaria de la política. Lo hace refiriéndose a los indios -tal como los ve Mancilla, o Clastres-, a su modo de organizar autoridad en el desierto. El jefe ranquel ejerce un poder narrativo: un “mínimo de política”. Privado de los modos coercitivos de imposición, sólo puede acudir a la palabra. No hay garantía alguna de obtener obediencia: “en estas sociedades el Estado es el lenguaje”. El único poder del jefe narrador consiste en contar historias. “En esas sociedades que han sabido proteger el lenguaje, el uso de la palabra más que un privilegio es un deber del jefe. El poder otorgado al uso narrativo del lenguaje debe interpretarse como un medio que tiene el grupo de mantener la autoridad a salvo de la violencia coercitiva”.

 

  1. Posdata. Al distinguir, el pensamiento pasa del uno al dos. Al pensar la fuerza, ella misma se divide: fuerza de los fuertes, fuerza de los débiles. Y salvo que ese dos sea sometido a la peor de las abstracciones, sucede quelos polos no simplifican, sino que tienden a armar un espacio poblado de matices, intersecciones, comunicaciones. De modo que ese dos no lo subsume todo, sino que, al contrario, se abre a una multiplicidad de direcciones. Al pensar la política, Amador distingue dos polos nuevos: gobernar y habitar. El modo de dividir permite avanzar por senderos nuevos: hacer preguntas, ensayar caminos. Si La fuerza de los débiles es un ensayo sobre la guerra y la lectura en la España reciente, un balance sobre la interrupción de un proceso, que se lee de un tirón, Habitar y gobernar son las notas, las ocurrencias, las conexiones que aparecen en el momento en que el pensamiento está produciendo la distinción. Es un archivo, que puede leerse fragmentariamente, ya que cada segmento profundiza en un cierto aspecto. Tonos diversos, conversaciones: fuentes y líneas que pueden ser recorridas y profundizadas con cierta independencia entre sí. Es un libro lleno de conversaciones, apuntes y entrevistas. Ahí ya están Rozitchner y Gluksmann (aun no tan distinguidos entre si), está la conversación con Rita Segato, y su conocida insistencia en descristalizar el pensamiento binario. Pero sobre todo, está la entrevista con Francoise Jullen, autor del célebre Tratado de la eficacia. Al pensar la acción, oponiendo la sabiduría china a la metafísica griega, Jullen obtiene la idea de dos eficacias contrapuestas -una procesual e inmanente, otra voluntarista, trascendente. Este pensamiento le ha servido mucho a Amador, en conexión con la distinción débil y fuerte, defensiva y ofensiva. Para Jullen, sin embargo, la eficacia procesual no tiene punto de contacto con la idea de revolución, considerada como un ruidoso e improductivo, un invento europeo dependiente de la idea del progreso. Como si la revolución fuera un objeto dócil a una “deconstrucción” sumaria (procedimiento sumario que consiste en calificarla como “occidental”; como si lo occidental fuera un bloque macizo). Pero no es tan seguro que la idea de revolución se reduzca a la racionalidad del modelo de identificación, síntesis autoritaria. Aparecen fechas y nombres que perturban esa síntesis de brocha gorda: Emiliano Zapata y Frantz Fanon, Rosa Luxemburgo el anarquismo español del 36, la comuna de París y los soviets, Walter Benjamin y Ho Chi Minh, Rodolfo Walsh y Antonio Gramsci. Nombres y fechas que desbordan por todas partes el esquema rígido, y el elemento disciplinante. Alejandro Horowicz propone otro aspecto de la revolución en su libro El huracán rojo, una crónica de la revolución europea de 1789 a 1917. Se trataría más bien de una conmoción sostenida en la que un puñado de ideas igualitaristas se inscriben en lo real por medio de la fuerza -de los débiles- emergente de unxs cuerpos humanos organizados (aspecto militar de cualquier movimiento de masas). La revolución es la dialéctica de la política, la única inmanencia crítica, históricamente verificable. Su deconstrucción no nos sitúa del lado de la democracia sino del de la liquidación de las estrategias igualitaristas. De ahí lo desastroso de asumir la revolución con “categorías de la derecha” (advertencia fundamental de Rozitchner a la izquierda). Al proponerla (o recordarla) como un régimen de obediencia, se la pierde como principio cognitivo. Y yo creo que esta es la cuestión que inquieta particularmente a Amador: ¿Cómo dotar a la experiencia subversiva de una procesualidad inmanente ininterrumpida? ¿Cómo prolongar en el espacio y el tiempo, en el lenguaje y en todo aquello que queda del lado del “habitar”, esa elaboración crucial que hacen los cuerpos cuando se atreven a atravesar la línea prohibida de la amenaza de muerte y se descubren como fundamento de todo poder?
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