En qué punto del colapso estamos

Para perplejidad del zapatismo, y de quienes seguimos siendo anti-capitalistas, la mayor parte de la izquierda y de los movimientos “sigue recurriendo a los mismos métodos de lucha”. Como si nada hubiera cambiado, se sigue con marchas, elecciones, con estrategias y tácticas que, si acaso, fueron útiles en otros períodos.



 

En qué punto del colapso estamos

 

Raúl Zibechi

 
 

En varias ocasiones citamos la tormenta sistémica y el colapso civilizatorio al que está abocada la humanidad, en un futuro cercano. Ese fue uno de los núcleos del debate convocado por el EZLN en 2015, en el seminario “El pensamiento crítico frente a la Hidra Capitalista”.

En un texto de ese mismo año, “La Tormenta, el Centinela y el Síndrome del Vigía”, el subcomandante Galeano nos preguntaba: “¿qué miramos?, ¿por qué?, ¿hacia dónde?, ¿desde dónde?, ¿para qué?”. Agregaba: “A quien trabaja con el pensamiento analítico le toca el turno de guardia en el puesto del vigía”. Luego se detuvo en el llamado “síndrome del vigía”, el cansancio que lleva al centinela a creer que no hay cambios o que las continuidades son más importantes que las novedades.

El mencionado comunicado asegura que “viene una catástrofe en todos los sentidos”, pese a los muchos que aseguran que todo sigue igual o que existen apenas pequeñas variaciones. Y sigue: “Vemos que viene algo terrible, más destructivo si posible fuera”.

Para perplejidad del zapatismo, y de quienes seguimos siendo anti-capitalistas, la mayor parte de la izquierda y de los movimientos “sigue recurriendo a los mismos métodos de lucha”. Como si nada hubiera cambiado, se sigue con marchas, elecciones, con estrategias y tácticas que, si acaso, fueron útiles en otros períodos.

Este breve recorte de un comunicado que es recomendable leer (http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2015/04/01/la-tormenta-el-centinela-y-el-sindrome-del-vigia/) tiene por objetivo mirar la realidad en que vivimos, en plena pandemia, pero partiendo del acierto zapatista de siete años atrás en la previsión de una tormenta destructiva contra los pueblos.

Ese es precisamente el primer punto. Reconocer que fueron muy pocos los que acertaron qué debían mirar, cómo y desde dónde, para entender lo que se venía. La pandemia es apenas un adelanto de lo que puede venir. Miremos algo más: incendios e inundaciones, cambios dramáticos incluso en la Corriente del Golfo que se debilita y puede colapsar, llevando al planeta a una crisis muy grave, como el derretimiento del permafrost y de la banquisa estival, entre otras destrucciones en curso como la selva amazónica.

Uno de los problemas centrales planteados por el zapatismo es desde dónde mirar. Si lo hacemos desde abajo, desde los sectores populares del continente, desde la zona del no-ser que mentaba Fanon, aparecen tendencias temibles a las que debemos prestar máxima atención, porque no afectarán a toda la sociedad por igual.

Al abordar la crisis ambiental en curso, debemos comprender que las consecuencias no serán parejas. Hoy mismo, los barrios que deben ser abastecidos con agua por cisternas pagan el líquido más caro que nadie, además de la vulnerabilidad que representa esa dependencia.

El segundo problema es que no hay retorno a ninguna normalidad. Lo normal en adelante será lo que vivimos en los peores meses de la pandemia. Aquí el “síndrome del vigía” se manifiesta en considerar la pandemia como un paréntesis luego del cual todo vuelve a ser igual. Si consideramos la pandemia como una cuestión sanitaria, no vamos a entender las razones por las cuales la clase dominante impone ciertas medidas que restringen la movilidad de las y los de abajo, porque los de arriba nunca dejaron de moverse a sus anchas.

Quienes han estudiado la “guerra contra las drogas” y el paramilitarismo, estrechamente emparentados, aseguran que uno de sus objetivos centrales consiste en reducir la movilidad de los sectores populares. Durante la pandemia esa fue una de las políticas centrales de los Estados: confinar, impedir la libre movilidad, como forma de afirmar la dominación.

La célebre frase de Michel Foucault sobre el poder del soberano, que se ejerce a través del “dejar vivir” y el “hacer morir”, podría ser reescrita: dejar mover o impedir mover. Porque en ese punto radica, en buena medida, lo sucedido estos meses. Ahora se empieza a restringir también el ingreso a actividades públicas, a los que no cumplen ciertos requisitos.

El tercero es que la pandemia acelera no sólo el colapso/tormenta, sino en particular la ofensiva del 1% contra la humanidad. No es que la clase dominante haya planificado la pandemia, pero se aprovecha de ella para acelerar los procesos de dominación, despojo e inmovilización que ya venían promoviendo.

El dominio total de las finanzas y la banca sobre la vida, que llega a la eliminación del dinero físico, es apenas una de las tendencias en curso, que tiende a romper la autonomía de los tianguis y otras formas de economía popular. Todo apunta a estrangular la vida cotidiana de las y los de abajo, para que el capital colonice todos los poros de la sociedad.

En nosotras y nosotros está el impedirlo. Pero sabiendo que no hay salidas individuales y, sobre todo, que cada vez será más duro impedir el avance de los poderosos, que día a día muestran un perfil más agresivo y están dispuestos a todo para seguir estando arriba.