Demoler la cultura de derecha. Entrevista con Andrea Cavalletti

Enfant prodige de la mitología, la egiptología y la filosofía, Furio Jesi escribió su primer libro a los 15 años. Verdadero heredero de Walter Benjamin, utilizó su inmensa erudición para analizar las revueltas. Con motivo de la publicación en francés de Spartakus. Simbología de la revuelta, hablamos con el filósofo Andrea Cavalletti sobre la obra de Jesi, de la que es editor en Italia. Esta semana, comentamos con él Cultura de derecha, otro libro imprescindible de Furio Jesi que acaba de publicar la editorial francesa La Tempête. En él se trata de analizar las raíces del fascismo y el nazismo para comprender plenamente sus manifestaciones contemporáneas.



Demoler la cultura de derecha. Entrevista con Andrea Cavalletti

 


Esta entrevista con Andrea Cavalletti fue publicada originalmente en lundimatin, núm. 286 el 4 de mayo de 2021, tras la llegada a las librerías de la edición francesa de Cultura di destra («Cultura de derecha») de Furio Jesi (publicada en Italia en 2011 por Nottetempo). El 12 de mayo de 2021, el sitio web del Laboratorio Archeologia Filosofica publicó una edición italiana de esta entrevista, que cuenta con la traducción de las respuestas de Andrea Cavalletti hecha por él mismo (la presentación y las preguntas fueron traducidas del francés).


Enfant prodige de la mitología, la egiptología y la filosofía, Furio Jesi escribió su primer libro a los 15 años. Verdadero heredero de Walter Benjamin, utilizó su inmensa erudición para analizar las revueltas. Con motivo de la publicación en francés de Spartakus. Simbología de la revuelta, hablamos con el filósofo Andrea Cavalletti sobre la obra de Jesi, de la que es editor en Italia. Esta semana, comentamos con él Cultura de derecha, otro libro imprescindible de Furio Jesi que acaba de publicar la editorial francesa La Tempête. En él se trata de analizar las raíces del fascismo y el nazismo para comprender plenamente sus manifestaciones contemporáneas.


Cultura de derecha es el último libro publicado en vida de Jesi. Los conceptos de Jesi forjados en otros libros están presentes aquí, sobre todo el de «máquina mitológica», y funciona como un método original para entender las mitologías de la derecha. ¿Qué es esta «máquina mitológica» y cómo construyó Jesi su método?

 

Jesi se refiere a su ensayo de 1973 «La festa e la macchina mitológica», es decir, a la definición de su «modelo gnoseológico» más conocido, la «máquina mitológica». Es un dispositivo del que sólo vemos el exterior, pero que alude a la presencia, en el interior, del «mito», custodiado e inaccesible tras sus propios muros impenetrables, y del que ofrece, y hace apreciables, los relatos, los testimonios, es decir, las mitologías: «su funcionamiento remite incesantemente al cebo mítico, que sin embargo permanece inaccesible, y ofrece en su lugar el cebo mitológico». Quizás se podría comparar este modelo con el del panóptico foucaultiano, es decir, la presencia inverificable del guardián dentro de la torre. Sin embargo, las paredes del modelo jesiano están hechas de mitologías.
Ahora bien, la «cultura de derecha» es para Jesi el producto del mecanismo mitológico o lingüístico de las «ideas sin palabras». Es una circulación lingüística que «exige no-palabras», utiliza estereotipos, frases hechas y consignas, no tanto y no sólo por razones de ignorancia, sino precisamente porque la propia pobreza de vocablos y sintagmas, su evidente insuficiencia, alude a algo que sigue siendo básicamente incomunicable. La serie de lugares comunes, supersticiones y prejuicios remite a la dimensión del secreto, hay que entenderla y situarla en la perspectiva de una verdad que sólo se presume, que es tal precisamente porque no se expresa, y que permaneciendo inasible es compartida por el orador y sus oyentes. El lenguaje de no-palabras, al aludir a lo inverificable, reúne así un círculo de seguidores, y actúa en el plano de la pura veridicidad (precisamente la de los rumores): quienes creen en Los protocolos de los sabios de Sion, por ejemplo, se preocupan poco de su autenticidad, porque la conspiración no debe ser un hecho constatado, sino una posibilidad plausible (como la presencia del guardián de Foucault). Por ello, declarar la inexistencia (o falsedad) de lo que la máquina dice contener (libro, documento, noticia, hecho…) sería caer en su engaño. Declarar que su contenido no es (real) sería confirmar precisamente su esencia mítica, que actúa aquí precisamente cuando no está aquí, realmente verificable. Jesi nos enseña a no caer en esta trampa, es decir, a estudiar, averiguar y exponer el funcionamiento de la máquina mitológica. Este estudio sigue siendo, concretamente, la única manera de no poner en marcha el dispositivo, de no adherirse a la «cultura de derecha» y, en definitiva, la única manera de no ser fascistas.

 

Cultura de derecha reúne dos estudios de Furio Jesi publicados en una revista en 1975 y 1978. En primer lugar, ¿podrías decirnos qué motivó a Jesi a reunir estos textos en un libro, y lo que él llama cultura de derecha?

 

¿Qué es lo que motiva al mitólogo a estudiar precisamente la cultura de derecha? En realidad, la primera frase del libro responde a esta pregunta: «No se puede dedicar un cierto número de años al estudio de los mitos o de los materiales mitológicos sin toparse repetidamente con la cultura de derecha o sentir la necesidad de ajustar cuentas con ella». Y de hecho, desde 1964, Jesi siempre estudió en cierto modo la cultura de derecha, o más bien la cultura imperante como una forma de «tecnificación» (Kerényi) o «manipulación» de los mitos. Al mismo tiempo, reconoció en los límites de la propia ciencia mitológica (tal como la practicaban sus maestros) barreras funcionales para la conservación de la cultura burguesa. Guiada por la constatación de que todo conocimiento intelectual hereda instrumentos y materiales que no son neutros e inofensivos, sino coherentes con la naturaleza del patrimonio cultural y, por tanto, de las relaciones de poder vigentes, su investigación es, por tanto, tanto más penetrante y eficaz precisamente por una marcada tensión autocrítica.
Sin embargo, este libro pretende aclarar en particular «algunos aspectos» de la cultura de derecha, ciertamente entre los más llamativos y peligrosamente activos. En cuanto a la ciencia del mito, y de las religiones, citaría las páginas que Jesi dedica al «trivial Eliade», como lo llamaba Kerényi, un estudioso entonces en la cima de su celebridad pero que en la década de 1930 era autor de textos ferozmente antisemitas y admirador del fascista rumano Codreanu. Y ya que Jesi destaca algunas contigüidades significativas entre el estudio de los mitos y la producción de una mitología fascista, citaría entonces otras páginas, dedicadas a Julius Evola, esoterista, racista, gran erudito aún adorado por el neofascismo italiano. El aprendizaje al que tal guía y sus epígonos someten a sus seguidores está hecho de gestos gratuitos y brutales, de exaltación del sacrificio, de la muerte insensata y hermosa. Y precisamente estas «tareas inútiles concebidas por los sabios del neofascismo esotérico», explica además Jesi, «son, de hecho, utilizadas por otros por razones mucho menos metafísicas, y se convierten en auténtico terrorismo para objetivos muy concretos». Probablemente se recordará que el período comprendido entre la primavera y el verano de 1974 es el de las masacres de la Piazza della Loggia de Brescia y del tren Italicus. Unos años antes, en 1970, Jesi ya había tomado la palabra para defender a los anarquistas injustamente acusados de la masacre de Piazza Fontana en Milán.

 

Jesi sostiene que existe igualmente, y al mismo tiempo, un neofascismo con «rostro feroz» o un fascismo con «doble pecho». Si esto tiene una resonancia particular para hoy, ¿dónde ubica Jesi la génesis histórica de estas ideologías?

 

Jesi examina la diferencia entre ambos modos de comportamiento relacionándola con la diferencia entre las ideologías del neofascismo esotérico y sagrado, inspiradas por Evola, y las del neofascismo profano, con sus fetiches y su culto al lujo espiritual y material. Por lo tanto, señala que no hay ninguna homología entre la diferencia ideológica y la diferencia de comportamiento: el rostro feroz no es una prerrogativa del neofascismo sagrado y el neofascismo de doble pecho no es sólo el profano. Por lo tanto, no hay coherencia entre la ideología y el comportamiento en el fascismo. Sin embargo, aquí entran en juego algunas relaciones más interesantes: el fascismo esotérico, por ejemplo, prevé una separación jerárquica entre los sabios y los que, por falta de aptitud, no pueden acceder al misterio. Estos últimos pueden, sin embargo, actuar en el mundo, ya que el sabio, el «maestro de la Tradición», les asigna tareas que, en sí mismas, son inútiles, pero que, precisamente por ello, no son más que una serie de «pruebas», ensayos de aprendizaje, destinados al perfeccionamiento de los seguidores y, antes, incluso mediante el sacrificio de los individuos, al fortalecimiento de la raza. La hipótesis de Jesi, que me parece muy convincente, es que, al menos en parte, los actos terroristas de aquellos años fueron proyectados como tareas inútiles por los sabios-maestros para sus (ciertamente, absurdos) fines didácticos, y mientras tanto, favorecidos, instrumentalizados, explotados por otros para fines bien distintos, es decir, en el ámbito de las estrategias políticas para las que es útil que la bomba explote y que explote, sobre todo, «en el momento adecuado». Si esto es cierto, añade Jesi, también aclara el evidente e irreprimible sinsentido de ciertas acciones: es precisamente el gesto inútil el que puede escapar al control de los manipuladores; entonces esa inutilidad sigue siendo tal, por así decirlo, pura (es decir, sólo coherente con la didáctica esotérica): la bomba explota en un momento dado, y la lógica del cui prodest es en ese caso inaplicable.

 

Los Wu-Ming pudieron decir que Jesi era el hombre «más odiado por los fascistas» debido a las reacciones de los círculos de derecha a la publicación de este libro. ¿Cómo explicas estas reacciones?

 

De hecho, hay que hacer un cierto esfuerzo para explicárselas, precisamente porque eran demasiado previsibles y cualquiera habría evitado caer en la trampa, demostrando así que sus nervios siguen, desde 1979, tan expuestos e irritables. Por supuesto, se puede reconocer un reflejo condicionado. Cultura de derecha es, por otra parte, el más provocador de los libros, y Jesi —que ciertamente no temía exponerse— parece una provocación hecha en persona: un estudioso brillante e independiente, comunista, judío, y luego realmente insoportable porque maneja, investiga, da la vuelta como a los calcetines a los objetos sagrados y a los libros, a los que un tipo así nunca debería acercarse. Sin embargo, hay que tener en cuenta que estas reacciones no sólo provienen del entorno neofascista (que todavía estaba activo en aquellos años, al igual que las mismas editoriales mencionadas por Jesi), sino también de ciertos progresistas democráticos, líderes de opinión más o menos influyentes que no pueden tolerar Cultura de derecha porque les enfrenta a una verdad desagradable: que esa cultura, esa papilla homogeneizada del pasado, hecha de «ideas sin palabras» (Jesi cita a Spengler) y, por tanto, de «palabras escritas con mayúscula», es la misma de la que se han alimentado siempre y en la que se revuelcan con facilidad, precisamente ellos, que siguen repitiendo desde hace cuarenta años que la diferencia entre derecha e izquierda es vieja, inservible, debe ser superada. Cuando los fascistas atacan a Jesi y a su libro, saben que tienen un refugio seguro, que se dirigen a los demás en un diálogo afectuoso. Jesi, sin embargo, ridiculiza, hace impracticable tanto esa superación como a sus actores. Según su definición de cultura de derecha, de hecho, la diferencia entre derecha e izquierda, aunque no sea «infundada en abstracto», simplemente no existe en Italia, porque no hay cultura que no sea de derecha. La pretensión de superar una distinción que no existe, ese descarado esfuerzo por ir «más allá», toda esa aburrida retórica de la novedad, aparecen entonces como lo que son: rancias repeticiones de lo mismo de siempre. Por eso hay muchos que no pueden evitar molestarse, y así, además de muchos nervios al descubierto, salen a la luz viejas amistades y complicidades.

 

En 2016, la editorial francesa La Tempête publicó Spartakus, en el que Furio Jesi analiza, como mitólogo, la «simbología de la revuelta», especialmente a través del ejemplo del levantamiento espartaquista. Con Cultura de derecha, el trabajo de desmitologización se centra en los discursos y las teorías de los representantes de la derecha europea. ¿Ves una forma de continuidad y/o ruptura entre estas dos obras?

 

Puedo responder a esto recordando que hace más de veinte años, cuando encontré el manuscrito inédito de Spartakus, observé con cierta decepción que faltaba una página. Sin embargo, afortunadamente no se había perdido. Jesi la había sacado del sobre del libro para introducirla (preparando así uno de sus «montajes») en un cuaderno de trabajo titulado «Materiales del estudio sobre la cultura de derecha». Por lo tanto, hay que hablar de una continuidad cierta, segura, verificable en las propias intenciones del autor. Y podemos señalarlo con mayor precisión: retomando esa página muchos años después, Jesi subraya (con una marca al margen) un pasaje sobre François de Curel, sobre la concepción del «hombre de valor» capaz de «imponerse a las masas y dictarles sus movimientos» y, por tanto, sobre la idea de una masa «necesitada de un guía». El lector de Cultura de derecha no encontrará la referencia exacta, pero sin duda reconocerá el tratamiento de este tema. En Spartakus, el nombre de Curel se compara entonces con el de Barrès, «boulangista, anti-dreyfusista, defensor de la tradición nacional y religiosa». Y Jesi recuerda que el protagonista de la novela de Barrès, La Colline inspirée, es el hereje que finalmente se somete al orden de la Iglesia: es decir, el hombre de la revuelta que reconoce «no sólo su extinción, sino su cumplimiento en la experiencia de los mitos a los que se vincula el poder». Este personaje literario es, pues, un modelo político, que atestigua el tipo de «simpatía» que el poder, en el que participa Barrès, puede tener por la revuelta. Y Spartakus, en efecto, es un estudio de la revuelta como «suspensión del tiempo histórico», y por tanto también de su fracaso y de su utilización, de su cruento final como poderosa reconstitución (tras la pausa provocada e interrumpida en el momento oportuno) de las barreras del tiempo «normal», es decir, coherente con las disposiciones del poder.
Se podría observar, con razón, que el problema de la tecnificación de los mitos y de su explotación es central tanto en Spartakus como en Cultura de derecha; también se podrían reconocer analogías entre la mitología del sacrificio del revoltoso y el gesto inútil del neófito del fascismo esotérico; y, por tanto, leyendo las palabras de Cultura de derecha sobre los actos terroristas provocados en el momento oportuno, se podría recordar el pasaje sobre la lucha espartaquista que, como revuelta y no revolución, fue paradójicamente «útil al poder contra el que se lanzó». Y de nuevo: quizás no sería ilícito comparar las frases sobre la fractura entre praxis e ideología en el fascismo con las de su inseparabilidad en Rosa Luxemburgo. En definitiva, se podría detectar una serie de analogías o correspondencias opuestas y simétricas. Ciertamente, Spartakus es una obra de desmitologización o destrucción de aquellos elementos de la cultura burguesa capaces de insinuarse y actuar en la lucha de los oprimidos; Cultura de derecha, en cambio, examina esa misma construcción mitológica, un ámbito en el que sólo existen esos elementos, sólo las «ideas sin palabras», y en el que el mecanismo mitológico-lingüístico funciona a pleno rendimiento. Y luego los dos libros están precisamente divididos por la «máquina mitológica», que Jesi aún no había ideado en 1969, y que no aparece en Spartakus. Pero es cierto que por razones contingentes ese libro sólo saldría a la luz póstumamente, también es cierto que Jesi había propuesto y puesto a prueba por primera vez su modelo en un brillante ensayo sobre el Bateau ivre, publicado en 1972, que es precisamente un ensayo sobre la revuelta y su diferencia con la revolución, por lo tanto un poco una nueva y abreviada versión de Spartakus. Así que, sí, yo también diría: continuidad y discontinuidad; discontinuidad o, por eso mismo, continuidad.

 

¿Podrías explicarnos el método de trabajo y escritura de Jesi?

 

Jesi solía trabajar así: entregaba sus ensayos a las revistas con la intención de reunirlos en un volumen. Incluso el libro que salió al mismo tiempo que Cultura de derecha, a saber, Materiali mitologici («Materiales mitológicos»), recoge textos que ya habían sido publicados, entre otros, en Comunità, el periódico con el que Jesi colaboró asiduamente en la década de 1970 y en el que habían aparecido los dos estudios sobre la cultura de derecha. A este respecto, hay que hablar de una verdadera técnica de «composición»: tanto si se trata de colecciones de ensayos, como de ensayos individuales o de libros como Spartakus o como el Kierkegaard de 1972, los trabajos de Jesi son en cualquier caso, de forma más o menos evidente, obras de montaje, y el modelo de esta técnica era «el conocer por citas de Walter Benjamin».

 

La obra de Bachofen, poco leída hoy en día, parece ocupar un lugar importante en la obra de Jesi, e incluso se puede tener la impresión de que intenta «rescatar» a este autor de su recuperación por la cultura de derecha. ¿Podrías decirnos por qué Jesi podría haber considerado la interpretación de este autor como la puesta en juego de una lucha?

 

La pregunta es muy importante y merecería una respuesta mucho más larga y articulada de lo que puedo intentar aquí. De hecho, Jesi cita a Bachofen desde mediados de la década de 1960, retomando el importante concepto del «símbolo que descansa en sí mismo», que también se encuentra en Cultura de derecha. Como se sabe, la obra de Bachofen ya había sido abordada, entre otros, por autores como Alfred Bäumler (que había presentado una antología de los escritos bachofenianos en 1926), Ludwig Klages y Walter Benjamin. Sólo para dar una idea de sus respectivas posiciones, me gustaría recordar que en su famoso ensayo sobre Bachofen, escrito durante su exilio en París (en 1934-1935, para NrF, que sin embargo no publicó), Benjamin expresó una crítica explícita y cáustica a la filosofía de Klages; también en París, pudo observar a Bäumler, entre los miembros de la delegación oficial alemana al IX Congreso Internacional de Filosofía: «Bäumler es impresionante —comentó—, su actitud imita a la de Hitler en todos los detalles y su nuca larguirucha es el complemento perfecto para el cañón de un revólver». Fue en 1937. Treinta años más tarde, Jesi comenzó a trabajar en la principal obra de Bachofen, el Mutterecht, para el editor Einaudi, traduciéndolo, escribiendo la introducción (de la que se conservan dos versiones) y largas y eruditas notas de comentario. Fue un trabajo enorme, que nunca se completó y que se convertiría en una tarea persistente durante los años de redacción de Cultura de derecha. En estos años, Jesi estudió a Bachofen, posicionándose en contra del renacimiento derechista de Bachofen de las décadas de 1920 y 1930 (y de epígonos italianos como Evola y sus seguidores); la suya es una lectura dirigida, por así decirlo, a arrancar el tenor de verdad de esos libros de las manos del enemigo, por lo tanto una lectura cercana a la de Benjamin. Pero también es una lectura que se cuida mucho de situarse en relación con el Bachofen de Benjamin, es decir, de evitar el mimetismo, de no caer en una relación fácil e ingenua de empatía, precisamente porque está penetrada por la idea —sí, genuinamente benjaminiana, de las Tesis sobre el concepto de historia— de que «ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo si éste vence». Jesi, en otras palabras, sigue el intento de Benjamín, pero esto implica para él: no atenerse a la letra sino al método de Benjamin, porque junto con Bachofen es necesario ahora arrebatar también a Benjamín de las manos de un enemigo que no ha dejado de vencer. Así que volvemos al método, al conocimiento por composición, que he mencionado antes.