Lecturas sobre feminismo y neoliberalismo (r)

Varias autoras están problematizando el neoliberalismo y su convergencia con formas autoritarias y violentas. A su vez, las formas neoliberales en regiones como América Latina implican un archivo clave sobre la violencia originaria del capitalismo. Estas cuestiones permiten animar la crítica al neoliberalismo con preocupaciones feministas sobre la dinámica moralizadora, financiera y desposesiva que arremete contra cuerpos y territorios.



Lecturas sobre feminismo y neoliberalismo

Verónica Gago

https://static.nuso.org/media/articles/downloads/2.TC_Gago_290.pdf

 

Varias autoras están problematizando el neoliberalismo y su conver-
gencia con formas autoritarias y violentas. A su vez, las formas neo-
liberales en regiones como América Latina implican un archivo clave
sobre la violencia originaria del capitalismo. Estas cuestiones permi-
ten animar la crítica al neoliberalismo con preocupaciones feministas
sobre la dinámica moralizadora, financiera y desposesiva que arre-
mete contra cuerpos y territorios.
Verónica Gago: es docente en la Universidad Nacional de San Martín (unsam) e investiga-
dora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (Conicet).
Es parte del Grupo de Investigación e Intervención Feminista (giif) en el Institututo
Interdisciplinario de Estudios de Género de la Universidad de Buenos Aires (iieg-uba).
Es editora y autora de La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo todo (Tinta Limón,
Buenos Aires, 2019).

Toda una serie de libros recientes pueden leerse abonando un cruce
para el diagnóstico actual: ¿qué dicen y sintetizan las movilizaciones
feministas de los últimos años en relación con la comprensión y con-
frontación del neoliberalismo? ¿Qué dejan leer los feminismos actuales
como mapa de las violencias contemporáneas? Podemos partir de una
hipótesis: la caracterización del neoliberalismo juega un rol central en
los feminismos actuales y puede entenderse como un elemento clave
de su internacionalismo. Primero, porque pone ciertas coordenadas a
los conflictos de los que se han poblado los feminismos en su devenir
masivo y, por tanto, es lo que les permite acumular fuerza en inicia-
tivas antineoliberales. Luego, porque ese anudamiento es parte de un
debate y un diagnóstico frente a la reacción conservadora que se ha
desatado contra la fuerza transnacional del ciclo reciente de luchas que
disputan cómo se gestionan los efectos de las sucesivas crisis económicas, de
2008 a hoy. Pero aún más: son los feminismos desde el sur del planeta los
que permiten también desplazar las narrativas euroatlánticas desde las que
se suele conceptualizar el neoliberalismo. Vayamos por partes.
***
¿Cómo caracterizar un neoliberalismo que se alía con fuerzas conservadoras
o directamente fascistas sin dejar de ser neoliberalismo? Esto plantea dos
problemas. Por un lado, nos obliga a revisar una y otra vez a qué llamamos
neoliberalismo, a situar sus mutaciones (un reciente libro compilado por
William Callison y Zachary Manfredi habla de «neoliberalismo mutante»1).
Por otro, podríamos desmentir la «novedad» de esta alianza entre neoli-
beralismo y autoritarismos de derecha (que algunas autoras como Zeynep
Gambetti no dudan en llamar «nuevos fascismos»)2, que es lo que se postula
desde ciertas narrativas atlántico-eurocéntricas sobre el neoliberalismo, lo
cual hace ver el momento actual como una suerte de involución o anomalía
en un neoliberalismo que se habría caracterizado siempre por su liberalismo
político y que recién ahora se vería obligado a este giro represivo.
En América Latina, el origen del neoliberalismo es indisimulablemente
violento. Son las dictaduras que vinieron a reprimir un ciclo de luchas obre-
ras, barriales y estudiantiles las que marcan su inicio. Como principio de
método y como perspectiva desde este continente, por tanto, es necesario
subrayar la emergencia del neoliberalismo como respuesta a un conjunto de
luchas. Por eso, el neoliberalismo se presenta como un régimen de existencia
de lo social y un modo del mando político instalado regionalmente con la ma-
sacre estatal y paraestatal de la insurgencia popular y armada, y consolidado
en las décadas siguientes a partir de gruesas reformas estructurales, según la
lógica de ajuste de políticas globales. Con esto quiero decir que la conjunción
de neoliberalismo y autoritarismos tiene, en América Latina, un archivo clave.
Si Chile es la vanguardia impulsada por los Chicago boys con el golpe
militar contra Salvador Allende (que inauguró un neoliberalismo con una
capacidad constitucional que recién hoy está puesta en discusión, gracias a una
revuelta social inédita), Argentina es su perfeccionamiento en términos de te-
rrorismo de Estado como plan sistemático, inescindible de simultáneas refor-
mas en las leyes financieras (aún vigentes). Las visitas a la región en aquellos
años por parte de Friedrich Hayek y Milton Friedman son un capítulo especial

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para desarrollar el componente doctrinario que el neoliberalismo tuvo en
nuestros países, donde Perú, bajo la insignia de Hernando de Soto (¿ahora
candidato?), es un bastión también ineludible. Creo que este punto permite
poner otra perspectiva a la idea de «novedad» de un neoliberalismo que ha
dejado su ropaje liberal e incluso progresista para conectar su actualidad con
la experiencia originaria en ciertas regiones (sin dudas, tercermundistas) del
planeta. Pero también marcar la importancia política
y metodológica de las revueltas regionales como im-
pugnaciones a la legitimidad política del neolibera-
lismo, que se van acumulando desde principios de
este siglo hasta el ciclo de revueltas feministas, para
pensar esta nueva escena de violencia neoliberal.
Tenemos entonces en nuestra región más de cua-
tro décadas de mutaciones neoliberales que nos per-
miten leer varias cosas. Por un lado, como enuncié,
señalar el origen mismo del neoliberalismo en tér-
minos de violencia. Por otro, comprender sus mutaciones posteriores desde
el punto de vista de las luchas que lo desafiaron y que permiten la lectura a
contrapelo de sus estrategias; es decir: postular lo que subvierten las luchas
como aquello que determina la orientación de su mutación. Hablar de su
carácter polimórfico, de la capacidad combinatoria, versátil, del neolibe-
ralismo lleva a mostrar que la gubernamentalidad neoliberal refiere a una
racionalidad política que no se reduce al aparato de gobierno y que disputa
las subjetividades como espacio estratégico de producción de gobierno.
Si el neoliberalismo necesita ahora aliarse con fuerzas conservadoras re-
trógradas –de la supremacía blanca a los fundamentalismos religiosos, del
inconsciente colonial al despojo financiero más desenfrenado, como vie-
nen documentando y teorizando Wendy Brown3, Suely Rolnik4, Keeanga
Taylor 5, Silvia Federici6 y Judith Butler7, para citar algunos libros en un
mapa de lecturas que nutren la perspectiva feminista– es porque la desesta-
bilización de las autoridades patriarcales y racistas pone en riesgo la propia
acumulación de capital en este presente.
Una vez que la fábrica y la familia heteropatriarcal (aun como imagi-
narios) no logran sostener disciplinas, y una vez que el control securitario
3. «Neoliberalism’s Frankenstein: Authoritarian Freedom in Twenty-First Century ‘Democra-
cies‘» en Critical Times vol. 1 No 1, 2018.
4. Esferas de la insurrección, Tinta Limón, Buenos Aires, 2019.
5. Race for Profit: How Banks and the Real Estate Industry Undermined Black Homeownership,
University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2019.
6. Re-Enchanting the World: Feminism and the Politics of the Commons, pm Press, Oakland, 2018.
7. The Force of Non Violence: An Ethico-Polical Bind, Verso, Londres-Nueva York, 2020.
Tenemos en nuestra
región más de
cuatro décadas
de mutaciones
neoliberales que
nos permiten leer
varias cosas

37tema central | Lecturas sobre feminismo y neoliberalismo
es desafiado por formas transfeministas y ecológicas de gestionar la inter-
dependencia en épocas de precariedad existencial –lo cual incluye dispu-
tar servicios públicos y aumento de salarios, vivienda y desendeudamiento,
¡no solo reconocer los cuidados!–, la contraofensiva se redobla. Esto supo-
ne dar el crédito a los feminismos y movimientos de disidencia sexual en
sus composiciones migrantes, faveladas, sindicales, universitarias, rurales,
indígenas, populares, etc., y a su carácter masivo, radical y transnacional,
como dinámicas claves de desestabilización del orden sexual, de géneros y, por
lo mismo, del orden político neoliberal, porque materializan la disputa por
las derivas de las crisis que desde 2008 no paran de profundizarse. En este
sentido, neoliberalismo y conservadurismo comparten objetivos estratégicos
de normalización y de gestión de la crisis de la relación de obediencia clave
para la acumulación.
Contra la oposición identidad versus clase o temática del poder versus te-
mática de la explotación con que muchas veces se intenta acorralar las luchas
actuales, las revueltas feministas expresan, movilizan y difunden un cambio
en la composición de las clases laboriosas, en lo que se entiende por trabajo,
desbordando sus clasificaciones y jerarquías. La dimensión de clase de los fe-
minismos se pone en juego cuando se habla de trabajo reproductivo, desde
la violencia que sostiene la apropiación extractivista contra ciertos cuerpos y
territorios hasta la práctica de la huelga, que pone en evidencia no un reem-
plazo y disolución de la cuestión de la explotación, sino una reformulación
de cómo esa explotación se organiza cuando los mandatos de género y los
privilegios racistas son cuestionados como parte del triángulo indisoluble
entre capital, patriarcado y colonialismo.
Varios análisis señalan una nueva articulación entre patriarcado y capita-
lismo (por ejemplo, Étienne Balibar y su debate sobre la noción de «capitalis-
mo absoluto») que se expresa como una nueva articulación entre producción
y reproducción. La pregunta sería: ¿por qué el neoliberalismo muta hacia
allí? Es clave señalar la importancia de agregar la dimensión financiera al
análisis de la reproducción social porque es un lugar concreto donde mo-
ralidad y explotación se anudan. El libro Una lectura feminista de la deuda8
nos permite identificar los flujos de endeudamiento para completar el mapa
de la explotación en sus formas más dinámicas, versátiles y aparentemente
«invisibles», sobre las que se arraiga la mutación neoliberal. En América La-
tina, el endeudamiento de las economías domésticas, de las economías no
asalariadas, de las economías consideradas históricamente no productivas,
8. Hago referencia al libro que coescribimos con Luci Cavallero: Una lectura feminista de la deuda.
¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos!, Fundación Rosa Luxemburgo, Buenos Aires, 2019,
disponible en <https://rosalux-ba.org/>.

38 Verónica Gago | nueva sociedad | 290
permite captar los dispositivos financieros como verdaderos mecanismos de
extracción de valor y de confinamiento de las vidas y asignación de tareas
según mandatos de género.
Se trata así de leer la fisonomía que toma la recomposición del clásica-
mente llamado conflicto obrero por fuera de sus coordenadas habituales
(un marco asalariado, sindical, masculino), para pensar cómo la expansión
del sistema financiero es, por un lado, una respuesta a una secuencia espe-
cífica de luchas y, por otro, una dinámica de contención que organiza una
cierta experiencia de la crisis actual. Esta perspectiva nos permite también
entender de qué modo el endeudamiento masivo de poblaciones –mayori-
tariamente no asalariadas, migrantes, feminizadas– requiere de un tipo es-
pecífico de disciplinamiento y, eventualmente, de criminalización. Es otro
modo de caracterizar la cuestión obrera desde una perspectiva feminista
en nuestros días y de comprender las formas de explotación del momento
neoliberal. Aquí, entiendo, también se juega un sentido preciso de cómo
la subjetivación de masas que están desplegando las revueltas feministas es
un componente clave de esa batalla contra el neoliberalismo por mutar al
infinito (el utópico infinito financiero).
Unos años después del debate sobre posneoliberalismo en la región,
estamos frente a un renovado embate neoliberal conservador. La profun-
dización de la crisis de reproducción social es sostenida por un incremento
brutal del trabajo feminizado, que reemplaza las in-
fraestructuras públicas y queda implicado en dinámi-
cas de superexplotación. La privatización de servicios
públicos y la restricción de su alcance se traducen en
que esas tareas (salud, cuidado, alimentación, etc.) de-
ben ser suplidas por las mujeres, lesbianas, travestis y
trans como tarea no remunerada y obligatoria, junto
con un endeudamiento generalizado en los sectores
de menos ingresos. Varias autoras han destacado el
aprovechamiento moralizador –es decir, de reafirma-
ción de mandatos familiaristas que se enjambra con esta misma crisis
reproductiva, y cómo se desprenden de allí las bases de convergencia entre
neoliberalismo y conservadurismo. Necesitamos situar la forma en que el
neoliberalismo, para justificar sus políticas de ajuste, revive la tradición
de la responsabilidad familiar privada, como señala Melinda Cooper9, y
lo hace en el idioma de… ¡la «deuda doméstica»! Endeudar a los hogares
es parte de su llamado a la responsabilización neoliberal, pero al mismo
9. M. Cooper: Family Values: Between Neoliberalism and the New Social Conservatism, Zone /
Near Futures, Nueva York, 2017, p. 23.
La profundización
de la crisis de
reproducción social
es sostenida
por un incremento
brutal del trabajo
feminizado

39tema central | Lecturas sobre feminismo y neoliberalismo
tiempo condensa el propósito conservador de plegar sobre los confines del
hogar cis-heteropatriarcal la reproducción social.
La torsión conservadora es un aspecto fundamental que intenta reforzar,
por un lado, la obligación de contraprestación de la ayuda social con exigencias
familiaristas como lógica de cuidado y responsabilidad; por otro, hace que las
iglesias sean hoy canales privilegiados para la redistribución de recursos. Vemos
consolidarse así una estructura de obediencia sobre el día a día y sobre el tiem-
po por venir que obliga a asumir de manera individual y privada los costos del
ajuste y a recibir condicionamientos morales a cambio de los recursos escasos.
Todo esto nos da, otra vez, una posibilidad más amplia y compleja de en-
tender lo que diagnosticamos de la alianza del neoliberalismo con las fuerzas
conservadoras, que se expresa como violencias que toman a los cuerpos femi-
nizados como nuevos territorios de conquista. Por eso es necesario animar la
crítica al neoliberalismo con un gesto feminista sobre la maquinaria de la deu-
da –como dispositivo generalizado de explotación financiera–, porque es tam-
bién apuntar contra la maquinaria neoliberal de la culpabilización, sostenida
por la moral heteropatriarcal y por la explotación de nuestras fuerzas vitales.
***
Quiero centrarme en dos intervenciones que me parecen importantes para
hacer este mapa de lecturas del presente: las de las estadounidenses Wendy
Brown y Nancy Fraser, porque son a la vez intervenciones filosóficas, políti-
cas y epistémicas que ponen en juego una definición del neoliberalismo y se
vinculan a problemas del feminismo. Y porque de algún modo son centrales
en la definición (euroatlántica) de neoliberalismo.
En su libro El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo10,
a partir de una lectura del curso de Michel Foucault de 1979, Wendy Brown se
propone introducir una cuña justamente en una noción de neoliberalismo que
parece contenerlo todo. Para eso, su fórmula es profundizar «la antinomia en-
tre ciudadanía y neoliberalismo» y polemizar con el modelo de la gobernanza
neoliberal entendido como proceso de «des-democratización de la democra-
cia». En su argumento, el neoliberalismo restringe los espacios democráticos
no solo a escala macroestructural sino también en el plano de la organización
de las relaciones sociales, en la medida en que la competencia deviene norma de
todo vínculo. Ella subraya este proceso como una economización de la vida
social que altera la naturaleza misma de lo que llamamos política, reforzando
el contraste entre las figuras del homo economicus y el homo politicus.
Brown destaca que en el neoliberalismo la ciudadanía no es solamente
un conjunto de derechos, sino también una suerte de activismo continuo al
10. Malpaso, Barcelona, 2016.

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que estamos obligados y obligadas para valorizarnos. La penetración de la
racionalidad neoliberal en instituciones modernas como la ciudadanía des-
dibuja la noción misma de democracia desde el punto de vista de la autora,
que reclama que en las genealogías de Foucault «no
hay ciudadanos». Si bien su crítica del neoliberalis-
mo como neutralización del conflicto es importante
y su análisis, filoso, no deja de quedar dentro de un
esquema politicista: la expansión que nos permite
pensar el neoliberalismo como gubernamentalidad
se vuelve a restringir al postular la razón neolibe-
ral como sinónimo de la desaparición de la política.
Se recrea así la distinción entre economía y políti-
ca (distinción fundante del capitalismo), de modo tal
que preserva una «autonomía de lo político» como un
campo ahora colonizado pero a defender. Desde una
perspectiva claramente arendtiana, se hace del «reino de la regla» el espacio
privilegiado para el despliegue democrático del homo politicus.
En esta línea de argumentación, la explicación del triunfo de Donald
Trump en 2016 que hace Brown refiriéndose a un «populismo apocalíp-
tico» sería la consumación de ese secuestro de la política por parte del
neoliberalismo:
Si la reprobación de la política es un hilo importante para el asalto a
la democracia del neoliberalismo, igualmente importante para generar
apoyo para el autoritarismo plutocrático es lo que llamo economización
de todo, incluyendo valores democráticos, instituciones, expectativas y
saberes. El significado y la práctica de la democracia no pueden entre-
garse a la semiótica del mercado y sobrevivir. La libertad queda reducida
a promover mercados, mantener lo que uno obtiene, por lo tanto legiti-
mar el crecimiento de la inequidad y la indiferencia a todos sus efectos
sociales. La exclusión se legitima como fortalecimiento de la competi-
tividad; el secreto, más que la transparencia o la responsabilidad, es el
buen sentido del negocio.11
Para Brown, lo que se vacía, desde el punto de vista de la economización
de la vida, es la ciudadanía como forma de «soberanía popular». También,
señala, la privatización de bienes públicos y de la educación superior con-
tribuye a debilitar la cultura democrática, y la noción de «justicia social» se
consolida como aquello que restringe las libertades privadas. En resumen:
11. W. Brown: «Democracy Lecture» en Blätter für deutsche und internationale Politik, 8/2017.
La penetración
de la racionalidad
neoliberal en
instituciones
modernas como la
ciudadanía desdibuja
la noción misma
de democracia

41tema central | Lecturas sobre feminismo y neoliberalismo
conjuntamente, el abierto desprecio neoliberal por la política; el asalto a
las instituciones democráticas, los valores e imaginarios; el ataque neo-
liberal a los bienes públicos, la vida pública, la justicia social y la ciuda-
danía educada generan una nueva formación política antidemocrática,
antiigualitaria, ultraindividualista y autoritaria.12
Esta forma economizada de la política produce, en la perspectiva de
Brown, un tipo de subjetividad que se contrapone a la estabilidad y seguridad
de la ciudadanía: «Esta formación ahora se prende con el combustible de tres
energías que consideramos antes: miedo y ansiedad, estatus socioeconómi-
co declinante y blanquitud rencorosa herida». Miedo, ansiedad, precariedad
y «blanquitud» rencorosa son las afecciones que quedan liberadas cuando los
confines de la ciudadanía no producen ni regulan la subjetividad democráti-
ca. La ecuación para Brown, entonces, queda así: se aumentan libertades en la
medida en que se reduce la política; se liberan energías perniciosas en la medida en
que no hay contención ciudadana. El resultado es una política que no es anties-
tatal en el caso de Trump, sino la gestión empresarial del Estado.
¿Desde qué punto de vista se puede criticar el politicismo de esta vi-
sión? Esta perspectiva envuelve tres problemas. Por un lado, creo que lo
que se desprende del voto de derecha considerado en sentidos muy amplios
no es un espíritu antidemocrático a secas. Quiero aclarar que pienso en
simultáneo en el llamado «giro a la derecha» en América Latina, porque
en la medida en que ha coincidido con el triunfo de Trump, ha impulsado
justamente una búsqueda de «explicaciones» sobre tal «desplazamiento» en
las preferencias electorales primero, en los apoyos a las maniobras golpistas
luego. Los gobiernos de derecha, por decirlo tomando las palabras memo-
rables de la derecha vernácula, «sinceran» por medio de un materialismo
cínico lo antidemocrático de la democracia. Con esto quiero decir que en el
argumento de Brown funciona una doble idealización de la democracia (esa
es la fuente de su politicismo). Primero, porque quedan borradas las violen-
cias que traman el neoliberalismo en sus orígenes (golpes de Estado y te-
rrorismo de Estado en América Latina, pero también las formas de racismo
que la democracia legitima) y que son violencias que las democracias posdic-
tatoriales prolongan de manera diversa pero constitutiva. Segundo, porque
la concepción de la democracia como reino de la regla y de su proyección
ciudadana nos impide ver sus violencias represivas en términos de cómo se
estructuran hoy las conflictividades sociales que justamente perciben que la
política como campo de reglas es un privilegio discursivo de las elites, ya que
experimentan en la práctica que esas reglas no funcionan de manera universal,
12. Ibíd.

42 Verónica Gago | nueva sociedad | 290
como se explicita por ejemplo en el movimiento #BlackLivesMatter y en los
asesinatos de jóvenes pobres en las metrópolis latinoamericanas.
Considero que la crítica al neoliberalismo se
debilita cuando se lo considera como no político.
Porque bajo esta idea de política quedan anulados
los momentos propiamente políticos del neolibera-
lismo y, en particular, se invisibilizan las «operacio-
nes del capital» en su eficacia inmediatamente polí-
tica, es decir, en tanto construcción de normativa y
espacialidad, así como producción de subjetividad.
En relación con esto, me parece fundamental pensar en las prácticas po-
líticas capaces de cuestionar el neoliberalismo sin considerarlo como «lo
otro» de la política. Si tiene algo de desafiante y complejo el neoliberalis-
mo es que su constitución es ya directamente política y, en tanto tal, se lo
puede entender como campo de batalla.
En su último libro, In the Ruins of Neoliberalism: The Rise of Antidemo-
cratic Politics in the West [En las ruinas del neoliberalismo. El auge de la
política antidemocrática en Occidente]13, Brown revisa los argumentos de su
libro anterior. Aquí parte del fracaso en predecir y comprender el avance
de las derechas, con una conjunción de «libertarismo, moralismo, autori-
tarismo, nacionalismo, odio al Estado, conservadurismo cristiano y racis-
mo». En este trabajo, Brown busca desplazarse de lo que llama el «sentido
común de la izquierda» y pone de relieve sobre todo la articulación del
neoliberalismo con la moral tradicional. El énfasis en el «lado moral»
del proyecto neoliberal deviene fundamento para «desmantelar la socie-
dad» (en un juego con el título foucaultiano de «defender la sociedad»)
y refiere a los modos en que la «herida del privilegio» de la blanquitud,
la masculinidad y la cristiandad encuentra las maneras de convertirse en
reacción antidemocrática. La cuestión de las subjetividades se pone en el
centro de la disputa política.
Si Brown subraya desde el inicio los rasgos apocalípticos del populismo
de Trump y su perversa continuidad con el carácter desdemocratizante del
neoliberalismo, Nancy Fraser habló del triunfo de Trump como un «mo-
tín electoral» contra la hegemonía neoliberal, más específicamente, como
«una revuelta contra las finanzas globales». En esa saga ubicaba también el
Brexit, la campaña demócrata de Bernie Sanders, la popularidad del Frente
Nacional en Francia y el rechazo a las reformas de Matteo Renzi en Italia.
Leía en esos eventos diversos una misma voluntad de rechazo al «capitalis-
mo financiarizado». A esta lectura se pliega su idea de que lo que entra en
13. Columbia up, Nueva York, 2019, de próxima publicación en español por Tinta Limón.
La crítica al
neoliberalismo
se debilita cuando
se lo considera
como no político

43tema central | Lecturas sobre feminismo y neoliberalismo
crisis es el «neoliberalismo progresista», tal y como escribió en un artículo de
coyuntura a principios de 2017:
En la forma que ha cobrado en eeuu, el neoliberalismo progresista es una
alianza de las corrientes principales de los nuevos movimientos sociales
(feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos de los lgbtq),
por un lado, y, por el otro, sectores d*e negocios de gama alta «simbólica»
y sectores de servicios (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood). En esta
alianza, las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuer-
zas del capitalismo cognitivo, especialmente la financiarización. Aunque
maldita sea la gracia, lo cierto es que las primeras prestan su carisma a
este último. Ideales como la diversidad y el «empoderamiento» que, en
principio, podrían servir a diferentes propósitos, ahora dan lustre a po-
líticas que han resultado devastadoras para la industria manufacturera y
para las vidas de lo que otrora era la clase media.14
Ahora reunido en el nuevo libro Los talleres ocultos del capital. Un mapa
para la izquierda15, este argumento ya estaba presente en su texto Contradic-
tions of Capital and Care [Contradicciones del capital y el cuidado] (2016),
donde comentaba que el imaginario igualitarista de género alimenta un
individualismo liberal en el que la privatización y la mercantilización de
la protección social logran empaparse de un «aura feminista». Esto supone
conseguir que las tareas reproductivas se presenten simplemente como un
obstáculo en la carrera individual y profesional de las mujeres; tareas de las
que por suerte el neoliberalismo nos da la chance de liberarnos en el merca-
do. La emancipación toma así un carácter reaccionario, argumenta Fraser,
operando justamente sobre la reformulación de la división reproducción-
producción, normalizando el campo donde hoy se sitúan las contradicciones
más profundas del capital. En este sentido, el «neoliberalismo progresista»
sería la contrarrevolución de los postulados feministas en la cual la eman-
cipación se produce tanto porque somos empujadas al mercado de trabajo,
instaurando el modelo del «doble ingreso por hogar» como metabolización
perversa de la crítica feminista al salario familiar, como porque esta situa-
ción se sostiene sobre una mayor jerarquización clasista y racista de la divi-
sión global del trabajo, donde las mujeres migrantes pobres del Sur llenan
la «brecha de cuidados» de las norteñas entregadas a sus carreras laborales.
Desde esta perspectiva, el «neoliberalismo progresista» es la respuesta a
una serie de luchas contra la hegemonía disciplinar del trabajo asalariado y
14. N. Fraser: «El fin del neoliberalismo progresista» en Review. Revista de Libros No 11, 3-4/2017.
15. Traficantes de Sueños, Madrid, 2020.

masculino que convergieron con movimientos sociales que politizaron las
jerarquías sexistas y racistas. La fuerza del neoliberalismo, pensado como
reacción y contrarrevolución, sería haber logrado convertir esas luchas en
una suerte de cosmética multicultural y freelance para las políticas de ajuste,
desempleo y desinversión social, al decirlas en la lengua de los derechos
de las minorías. La ya citada Melinda Cooper advierte sobre el riesgo de
la argumentación de Fraser: «En su trabajo más reciente, Fraser acusa al
feminismo de la segunda ola de haber colaborado con el neoliberalismo en
sus esfuerzos para destruir el salario familiar. ¿Fue mera coincidencia que
el feminismo de la segunda ola y el neoliberalismo prosperaran en tándem?
¿O había alguna afinidad electiva perversa, subterránea, entre ambos?»16.
La sospecha que Cooper deja planteada a las preguntas de Fraser es re-
levante para una crítica que no sea nostálgica ni restauradora de la familia
(aun en modos más igualitarios) en nombre de una seguridad perdida, ya
que son justamente las banderas sobre las que se envalentona el neolibe-
ralismo más conservador. El punto que queda como dilema es cómo esta
interesante lectura no se convierte en la introyección de una racionalidad
siempre anticipada de la derrota. Esto es, cómo evitar presuponer –en un a
priori como lógica que se ratifica en un a posteriori analítico– la capacidad
del neoliberalismo de metabolizar y neutralizar toda práctica y toda crítica,
garantizando de antemano su éxito.
Fraser es una de las autoras, junto con Cinzia Arruza y Tithi Bhatta-
charya, del Manifiesto de un feminismo para el 99% (2019), publicado en
eeuu y traducido a muchos idiomas. Esta consigna, lanzada originalmente
por el movimiento Occupy Wall Street, es muy interesante porque es recu-
perada para construir una oposición de manera directa con el feminismo
corporativo (lean-in). Sin embargo, están inscritas problemáticamente en su
interior dos líneas: una articulación populista y una interseccionalidad de
las luchas, lo que abre una discusión sobre la práctica política con relación
a cómo se produce un feminismo de mayorías que tenga como perspectiva
una crítica radical al neoliberalismo.
En plena pandemia, las revueltas feministas persisten hoy sosteniendo
redes de cuidado, de autodefensa, de abastecimiento, que disputan directa-
mente las condiciones de reproducción: de la salud a la vivienda, pasando
por las jubilaciones y las tarifas del acceso a conectividad. Aquí se juega una
concepción sobre el trabajo, sobre quiénes producen valor y sobre qué mo-
dos de vida merecen ser asistidos, cuidados y rentados, y también de dónde
saldrán los recursos para hacerlo. Las lecturas feministas para enfrentar al
neoliberalismo en su modo conservador son más estratégicas que nunca.