Colonialismo y exhibicionismo (a seis décadas de Los condenados de la tierra)

Por esos años Fanon venía acompañado, en la voz de lxs maestrxs, por otros nombres y otros libros que no volví a encontrar: Amilcar Cabral (“no mientan, no digan verdades fáciles”, creo que así comenzaba un célebre discurso suyo), Patrice Lumumba, y el Diario del Che en el Congo. Las luchas de los países llamados “subdesarrollados” de los años sesentas permitían anticipar un cambio geopolítico esencial: de la guerra fría al conflicto norte-sur. A Argelia llegábamos a través de La batalla de Argelia, de Gillo Pontecorvo (1966).



Colonialismo y exhibicionismo (a seis décadas de Los condenados de la tierra) 

Diego Sztulwark

Lobo Suelto

0. Naufragio. Casi como ritual de ingreso a la militancia recibí de regalo un ejemplar de Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon, junto a uno de Historia y conciencia de clase. Corría el año 90 y junto a estos libros, Eduardo Luis Duhalde me brindó la siguiente explicación: cuando en los años setentas nos deprimíamos, leíamos estos libros para poder seguir. Lo propio de las militancias era este tipo de gestos: hacer llegar a la costa los tesoros del naufragio. Las páginas de estos libros adquirían entonces un valor muy particular, comunicando ciclos de luchas y generaciones, intercediendo entre memoria e invención, enhebrando las perlas del discontinuo de la historia. Así los recibí y así los atesoré, tratando en lo posible de eludir el fetichismo o, en otras palabras, tratando de leerlos de un modo actual.

 

 

  1. Argelia. Por esos años Fanon venía acompañado, en la voz de lxs maestrxs, por otros nombres y otros libros que no volví a encontrar: Amilcar Cabral (“no mientan, no digan verdades fáciles”, creo que así comenzaba un célebre discurso suyo), Patrice Lumumba, y el Diario del Che en el Congo. Las luchas de los países llamados “subdesarrollados” de los años sesentas permitían anticipar un cambio geopolítico esencial: de la guerra fría al conflicto norte-sur. A Argelia llegábamos a través de La batalla de Argelia, de Gillo Pontecorvo (1966). La presencia colonial de Francia en Argelia, que la película retrata abordando el tema de la teoría y la práctica de la tortura, llegaba en simultáneo a la Argentina como escuela francesa de formación para los militares del cono sur de América. Además de la división del país en zonas y áreas, las técnicas de la crueldad como método de inteligencia para obtener información, el asesinato clandestino y la utilización de prisioneros como agentes propios, se difundió también el fundamento ideológico de esa forma de guerra, organizado en torno al concepto de “subversión”, entendido -en síntesis, que le tomamos prestada a Horacio Verbitsky- como “todo aquello que se opone al plan de Dios sobre la tierra”. Las investigaciones de Marie-Monique Robin (Escuadrones de la muerte. La escuela francesa) y de Verbitsky (en los volúmenes de la historia política de la Iglesia católica argentina) nos permitieron conocer al detalle el siniestro trayecto que comunica Dien Bien Phu con la Esma, pasando por la Escuela de las Américas.

 

 

  1. Antigone. Los condenados de la tierra -expresión procedente del himno internacional comunista- participa de la lucha de liberación. Se trata de un libro que forma parte de una praxis de descolonización, de una violencia que activa una transición de sentido inverso a aquella sanguinaria y paciente que, impuesta por la metrópoli, convertía a lxs humanxs en cosas. Ese principio anticolonial, una y otra vez perdido y buscado, aniquilado y reinventado reaparece en el film Antigone (dirigido por Sophie Deraspe, Canadá 2019), actualización de la tragedia de Sófocles a partir del drama de la migración argelina en Canadá: las tensiones vitales, los impulsos rebeldes -triunfantes sólo para volver a ser ahogados en sangre- y la postulación de criterios inconciliables sobre qué es lo justo, son presentados en el contexto de renovados dispositivos de dominación (postcolonial). Argelia es el tercer mundo en el primero, lo colonizado en la metrópoli, tal y como nos lo recuerda estos días el fascismo ilustrado de Eric Zemmour. Si a inicios de los años sesentas Argelia es uno de los nombres de la justicia, ahora es el nombre de una intensa polémica sobre cómo se determina la justicia. Argelia vuelve como nombre de todo aquello que debe ser leído, visto y pensado como tensión política en torno a la definición de lo humano.

 

  1. Martinica. Fanon nació en 1925 en la ciudad caribeña de Fort-de-France, Martinica es una isla de las Antillas Menores, perteneciente a una región de ultramar francesa. Fue herido en combate con el uniforme francés en la segunda guerra mundial y, luego de estudiar psiquiatría en la universidad de Lyon trabajó en un hospital psiquiátrico en Argelia. En resumen: piel negra, nacionalidad francesa, psiquiatra en Argelia. Durante la guerra anticolonial se convierte en militante del FLN y en el año 61 -el mismo de la crisis de los misiles en Cuba- publica Los condenados de la tierra, meses antes de morir de leucemia.

 

  1. Lyotard. La filosofía francesa recuerda a Sartre como “maestro de una generación”. Así lo llamó Gilles Deleuze, pensador nacido el mismo año que Fanon. Su prólogo de Los condenados de la tierra -en donde afirma que matar a un europeo es liquidar dos pájaros de un tiro- es tan célebre como el libro mismo. Los estudiosos de cultura anticolonial francesa aseguran, sin embargo, que para entender a la izquierda francesa frente Argelia vale más la pena leer los textos publicados en la revista Socialismo o Barbarie por Francoise Lyotard (durante los años 1957/1960), filósofo de la misma generación que Deleuze y Fanon. Según Lyotard, la valoración del movimiento de liberación argelino debe incluir, para ser plena, el modo en que esa sociedad en rebelión destruye la sociedad en la que vivía: desde el momento en que las personas “actúan colectivamente fuera de ese marco, producen conductas que ya no encuentran lugar en el seno de las relaciones tradicionales entre los individuos y los grupos”. En el seno de la familia patriarcal “las relaciones entre jóvenes y viejos, hombres y mujeres, hijos y padres, se encuentran profundamente transformadas”. Así “la autoridad que el padre ejerce sobre su hijo no soporta la actividad política de este último, su partida al monte”, y las hijas “escapan de la tutela de sus padres” participando en la actividad política y militar. Nacía, así, el análisis micropolítico del deseo que se aplicaría una década más tarde, en el 68.

 

  1. Lo colonial. En tanto que sistema de relaciones sociales que estructuran nuestra modernidad desde sus inicios, la colonialidad pervive en la economía y en la cultura, más allá de estatutos legales. Se continua por medios financieros y ya no solo militares. Más que un estatuto específico, lo colonial es un modo de configurar espacios locales, nacionales e internacionales. De consagrar la separación entre materia y al espíritu. De producir clases, razas, sexos, lenguajes, modos de pensar y patologías. De allí que no haya proyecto crítico que no sea anticolonial. Según Fanon, lo propio de la relación colonial es la constitución de los humanos según “especies” distintas: “en las colonias, la infraestructura es igualmente una superestructura. La causa es consecuencia: se es rico por que se es blanco, se es blanco porque se es rico” y en esto -agrega- Marx debe ser “ligeramente” reformulado: la clase dirigente se presenta en el sistema colonial como “especie dirigente”. Lo colonial es exhibicionismo, puesta en espectáculo -diría Debord- de los atributos de mando, desinhibición y puesta de lo colonizado como mero decorado de la vida como vida de la especie dirigente.

 

  1. Valores. Lo colonial perdura como distribución jerárquica de valores. Si el blanco es rico porque es blanco y el rico es blanco porque es rico, no se deduce de ahí que lo anticolonial sea la reivindicación de la especie dominada. Lo contrario del blanco no es el negro, sino el descubrimiento que el colonizado realiza sobre el hecho que “su vida, su respiración, los latidos de su corazón son los mismos que los del colonizador”. Basta este descubrimiento sobre el valor igualitario de todas las pieles -afirma Fanon- para que se produzca “una sacudida esencial en el mundo”.

 

 

  1. Tierra. El descubrimiento intelectual de la igualdad humana, que en Fanon es praxis real mediada por la violencia, tiene en su centro un redescubrimiento de la materia en la tierra: “Para el pueblo colonizado, el valor más esencial, por ser el más concreto, es primordialmente la tierra: la tierra que debe asegurar el pan y, por supuesto, la dignidad”. En la tierra sea anuda lo más espiritual con lo material. Este anudamiento es lo más concreto, lo que permite que la transición cosa-humana no se formule de manera abstracta.

 

  1. Intelectual. La condición del intelectual colonizado no es el acceso a la cultura de la metrópoli, sino su distancia sideral del colectivo que inicia el proceso de liberación. Fanon lo caracteriza como inepto para dialogar: “no sabe hacerse inesencial frente al objeto o la idea”. Cuando este intelectual decide retornar a su cultura de origen -agrega Fanon- suele atravesar una fase “populista”, esto eso: caer en “una especie de bendito-si-si, que asiente cada frase del pueblo, convertida en sentencia”. Pero el pueblo hambriento -es lo que no saben aún los populistas- “no pretende la verdad. No dice que él es la verdad, puesto que lo es en su ser mismo”.

 

  1. Inconsciente. El psiquiatra Fanon analiza casos, nos informa de la correlación entre violencia colonial sobre el ser y patologías específicas, afirmando una correlación inversa entre lucha revolucionaria y nueva experiencia subjetiva en lo colectivo. La colonización es inseparable de una “superestrucutra mágica” que es preciso captar dentro de la “economía de la líbido”. Se trata de sociedades, nos dice Fanon, donde “el hombre que sueña que tiene relaciones sexuales con una mujer que no es la suya debe confesar públicamente ese sueño y pagar el impuesto en especie o en jornadas de trabajo al marido o a la familia afectada”, lo que demuestra hasta qué punto “las sociedades llamadas prehistóricas dan una gran importancia al inconsciente”. El padecimiento de mitos y fantasmagorías se disipan -y la violencia se reorienta- cuando el enfrentamiento se torna real e inmediato. Las tormentas oníricas, así como las patologías infligidas por la humillación colonial se tornan praxis liberadora en el momento mismo que la psiquiatría materialista (o, lo que es lo mismo, anticolonial) logra enhebrar su posición en el proceso político revolucionario.

 

  1. Conciencia. La descolonización es presentada en Los condenados de la tierra como un proceso necesariamente nacional, de contenido social y político. De la lucha tribal al frente nacional, que urde la unidad entre ciudad y campo, debe hacerse la experiencia de la reorganización económica y cultural del país, fenómeno sólo posible si se supera la ilusión de la inexistente, imposible e inútil burguesía nacional, intermediaria, retardataria, reaccionaria, represiva.

 

  1. Epílogo. La edición mexicana De los condenados de la tierra -Fondo de Cultura, 1963 trae un epílogo crítico en el que Gérard Chaliand aclara que la independencia de Argelia resultó mistificada, que no devino revolución, sino que recayó en la tradición del Islam y que Fanon ha idealizado la movilización popular, tanto como al FLN, que jamás se comportó como un partido político unificado y coherente. Y aun así -o precisamente por esto- el libro actuó como un potente inspirador de movimientos (de las Panteras Negras al Tercermundismo) en clave de lo que considera un “voluntarismo optimista” y de un planteo en definitiva más moral que político. Los condenados fue para aquella generación un manifiesto en y para la acción (la violencia revolucionaria salva, educa, cura). Leerlo hoy es leerlo inevitablemente de otro modo. Su lucidez no depende ya sólo de la eficacia con la que convoca la acción inmediata, sino en el modo en que nos permite comprender y problematizar nuestra situación. Porque actuar, en el sentido de una acción consiente y transformadora de masas, ya no es posible sin un fino juego de conversaciones, de escucha.

 

 

  1. Libro. La eficacia actual de un libro como Los condenados, pasa entonces por una paradoja: nos permite ver las razones por las que la acción ya no se plantea igual que en aquellos años, en los que se podía contar con la existencia de masas revolucionarias. Hoy lo revolucionario no viene dado. Pero no se trata sólo de ver lo que nos separa de la acción, sino también considerar qué cosa es hoy actuar. En las condiciones actuales actuar es un momento de la comprensión, de la constitución misma de lo colectivo. Los condenados no es un libro anticipatorio ni de balances, sino un libro que participa activamente de un proceso -revolucionario, independentista, de descolonización- y sigue actuando -y nos sigue interesando- en esa medida. Es el valor de la participación lo que hace del texto mismo un momento de constitución o testimonio de la rebelión. El valor-participación de un libro es doble: valor de praxis y valor de testimonio: transmite para todos los tiempos, no la época, sino aquello que en ella se movía en el sentido de una ruptura. Pero entonces Los condenados sigue siendo un libro activo, porque sigue participando del movimiento que hacemos de la sumisión a la transformación. Ni documento historiográfico, ni estudio etnográfico de ciencias sociales ni ensayo conceptual de la filosofía, el valor Los condenados es su inmanencia radical del momento de la constitución subjetiva: conserva -da testimonio- y prolonga un sentido de ruptura más allá de las coordenadas históricas de su propia situación. Esta inmanencia hace de Los condenados de la tierra, esa clase de libros que fundan y renuevan los modos militantes de lectura.

Posdata necesaria:

Nada más reaccionario (profundo, arcaico y fascista) que asociar mapuche a terrorismo. Con solo sustituir el nombre «mapuche» por el de «palestino» alcanzaría para comprender que tipo de situación se está creando por medio de este uso del lenguaje. Momento adecuado, por tanto, para recordar que el terrorismo en la Argentina fue, es y será terrorismo de estado. Podemos presentir, entonces, lo que este modo del verbo prepara. Santiago Maldonado y Rafael Nahuel son tragedia y alarma. Por el contrario, podemos asociar «mapuche» a «plurinacionalidad», lo que nos ayudaría a revisar esa cosa roquista que bajo el nombre Estado Nación subordina la tierra de modo directo e infame al mercado global. ¿Se objeta que la lucha de ciertas comunidades mapuches es violenta? Pero ¿hasta dónde se pretende llegar con esa caricatural aprehensión pro-represiva? No es terrorista una nación en resistencia, que pelea por la tierra, y que peleando por ella crea una nueva perspectiva sobre esta tierra sobre la que nuestra vida se prolonga: no valor-capital, sino premisa material de la vida agobiada, acosada, agredida por un cierto modo civilizatorio. Una nación condenada a la traducción no hace terrorismo sino pluralidad. Una nación que renace a partir de practicas de descolonización no crea violencia sino que la desactiva. Una nación que como la mapuche encabeza hoy en Chile un movimiento democrático que busca sacudirse los restos constitucionales del pinochetismo no es terrorismo sino multiplicidad. Una nación que buscando su territorio choca con la economía concentrada, trasnacionalizada es por naturaleza antiterrorista. Se prepara una acción represiva (terrorismo legal, blanco, propietario): es preciso desarmarla por todos los medios posibles.