Marichuy Patricio, activista mexicana: “¿De qué sirve el dinero si se acaba lo que cultivamos en el campo?”
A pesar de conocida desde hace años en la lucha de los pueblos indígenas en México, María de Jesús Patricio, Marichuy (Tuxpán, México, 1963), alcanzó fama internacional en 2017 cuando apareció como la apuesta del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) para las elecciones presidenciales mexicanas. Marichuy era la vocera, la portavoz, de una iniciativa que buscaba “volver a sacudir México” como lo hizo el levantamiento zapatista en 1994.
Después de la precandidatura de Marichuy, que no consiguió los apoyos necesarios para llegar a las elecciones, pero sí tejer alianzas a lo largo y ancho de México, la nueva sacudida del zapatismo pasa por Europa. En julio desembarcó en Vigo un primer escuadrón que buscaba abrir camino a la Gira por la Vida, que ahora cuenta con 28 grupos de zapatistas recorriendo el continente para compartir experiencias con colectivos europeos. Además, la gira incluye una delegación del Congreso Nacional Indígena (CNI), de la que forma parte Marichuy.
“A pesar de que estamos en geografías diferentes, tenemos un mismo dolor, o una misma lucha, que es por la vida”, afirma Nisaguie Flores Cruz, que también forma parte de la delegación del CNI en Barcelona. “Venimos porque no es lo mismo leer o escuchar que vernos, y no podemos llegar y decir qué tienen que hacer aquí, pero podemos compartir cómo estamos luchando”, añade.
Hace ya 25 años que los zapatistas invitaron a los pueblos indígenas de México a Chiapas para crear el CNI. ¿Qué ha cambiado en estos años y qué sigue igual?
El Congreso Nacional Indígena se creó un 12 de octubre, que es una fecha en que se celebra una masacre y un despojo. Ese día la Comandanta Ramona, del EZLN, vino a decir que somos mexicanos y queremos seguir siendo de México, pero queremos que nos respeten como colectivos y comunidades que somos. Ahora ya llevamos 25 años caminando, y la situación está más difícil que cuando nos encontramos por primera vez. Ahora hay despojos en todos los territorios de los pueblos, con intereses económicos transnacionales, empresas de Europa y Estados Unidos que están llegando de manera violenta, y avaladas por el mismo gobierno de México. Y cuando las comunidades levantan la voz, lo único que reciben son amenazas, encarcelamientos, muertes y desapariciones.
Hay un interés económico y político arriba al que no le importa la vida de los demás, y por eso las comunidades han levantado la voz para decir que para nosotros los bosques, las aguas, las plantas o los animales son la vida, y vamos a organizarnos y a luchar contra todos aquellos que dan muerte a esto. Por eso digo que la situación ha empeorado, y se ha acelerado después de que ganara el gobierno de cambio [de Andrés Manuel López Obrador] que tenemos.
¿De qué manera se ha acelerado?
La situación en los pueblos ha empeorado, han asesinado, encarcelado y hecho desaparecer a más gente. La relación narco-gobierno tiene más agresividad. No vemos el cambio. Eso no quiere decir que estábamos mejor antes con los otros partidos, sino que, gobierne quien gobierne, sólo le va a dar seguimiento al interés del dinero. Muestra de todo eso son los megaproyectos que venimos denunciando, como el Proyecto Integral Morelos [de infraestructuras eléctricas], el Corredor Interoceánico o el tren mal llamado Maya, que no va a beneficiar a las comunidades, sino que es algo turístico que va a venir a modificar nuestra forma de vida y lesionar la tierra, los cultivos, los cenotes, los árboles… Los pueblos han usado la fuerza, la cuestión legal y la cuestión organizativa, y aún así parece que no hay eco de sus demandas. Y eso pasa en todo el territorio, con gasoductos, eólicas, termoeléctricas, transgénicos… Es una serie de proyectos que están lesionando la vida de las comunidades y que se han acelerado en los últimos años.
Esos procesos de desposesión han acompañado a todo el proceso de colonización. ¿Qué hace distintos estos últimos años de los siglos anteriores?
Simplemente se ha matizado la forma de despojar. Hoy se sigue despojando, pero con el acuerdo político-económico. Hay derechos que están plasmados en la Constitución, en tratados internacionales, pero que se violan constantemente. Por ejemplo, tenemos el Convenio 169 de la OIT [sobre el derecho al trabajo de los pueblos indígenas], y los pueblos han recurrido a él como herramienta jurídica para detener la amenaza de los megaproyectos. Sin embargo, el gobierno de México lo que hace es usarlo para favorecer la introducción de esos proyectos. Dicen que están usando esa herramienta y consultando a los pueblos, pero es una consulta amañada. Traen regalos y promesas para que los pueblos crean que es un gobierno bueno, pero no les están explicando todas las consecuencias que van a traer esos proyectos. Han matizado todo ese despojo de hace 500 años, y se está haciendo un despojo a través de acuerdos. Dicen que es legal lo que están haciendo, y modifican leyes y tratados con el objetivo de desplazar a las comunidades.
En México vemos como comunidades enteras son expulsadas para que otros se queden con esas aguas, esos bosques, y puedan trabajar sus megaproyectos. No hay interés por parte del gobierno de cuidar la vida de los demás. El despojo es el mismo, pero usando las herramientas que están para cuidar los derechos humanos.
Cuando las comunidades levantan la voz, lo único que reciben son amenazas, encarcelamientos, muertes y desapariciones
¿Cómo pretende hacer política el CNI en un momento así?
Como espacio de los pueblos, el CNI siempre se ha planteado que tenemos que buscar formas organizativas que no caben en las urnas. Nuestra propuesta es poder crear otra forma organizativa desde abajo, porque está claro que desde arriba no va a venir el cambio que anhelamos. Todos los programas que plantean desde arriba nuestros gobiernos, o quienes ejercen el poder, quienes tienen el dinero, buscan engañar a la gente del pueblo, o usarla para sus fines. Los problemas cada vez son más difíciles y los programas del gobierno son puramente asistencialistas. Hay un camino ya trazado, y quien llega arriba se transforma y se olvida de la gente de abajo. Nuestra apuesta es por fortalecer la autonomía de cada pueblo, porque es la única manera de salir adelante, y no vamos a esperar que nos den el cambio desde arriba. Lo tenemos que construir ya, como pueblos, como trabajadores, como mujeres, como estudiantes, porque no hay otra alternativa. Y para eso creamos el Concejo Indígena de Gobierno.
Apostamos por una organización que vaya encaminada a fortalecer nuestro propio gobierno como pueblo, y que sea un gobierno que obedezca a ese pueblo. No podemos dejar que decida el que está arriba, porque quien llega arriba decide por todos, piensa por todos, y reparte, como un padre, pensando que va a ayudar, pero no lo está haciendo. Está acabando con todo lo que da vida a un pueblo, y ante eso tenemos que pensar que hay otras formas posibles de ir ejerciendo poder. No va a venir a través de los partidos, ni de las herramientas que utilizan para aplicar la democracia, sino que hay que fortalecer las herramientas que tienen des de hace años los pueblos y los barrios. No vemos que haya otra alternativa.
En ese proyecto que no cabe en las urnas, ¿cómo se explica la precandidatura a las elecciones presidenciales de 2018?
Hicimos balance de 20 años de caminada del CNI y vimos que la situación estaba peor que cuando nos conocimos. Entonces nuestros hermanos zapatistas dijeron que había que hacer algo, algo que volviera a sacudir México y mostrara que los pueblos indígenas están y están siendo masacrados. Eso no se dice en los medios, sino que solamente se muestra al indígena que tiene su fiesta, su lengua, su vestido; se ve el folclor, lo bonito, pero no se ve la situación que se vive abajo. Por eso la asamblea decide participar en esas elecciones con dos objetivos: Uno, poder visibilizar esos problemas que viven los pueblos, y el otro, poder recorrer el país, dar una gira por México visitando a los pueblos indígenas, y también los barrios, colonias y ciudades, para poder proponer otras formas organizativas. Nuestra propuesta organizativa era el Concejo Indígena de Gobierno, que cuando iniciamos eran 70 concejales, hombres y mujeres mandatados desde sus asambleas, y cuando terminamos fueron 157.
Ese proceso implica a adaptarse a algunas dinámicas, por ejemplo, presentar una candidatura individual.
Así fue y así se vio. Decidimos usar las herramientas que nos dan para ejercer la democracia, y eso implicaba que el candidato no podía ser un grupo. La precandidata que se registró fue la vocera, pero en realidad la propuesta de gobierno era la que comentaba. Había quién se preguntaba “¿Cómo van a gobernar los pueblos, si son repoquitos? ¿Y cómo, además, una mujer?”, pero el hecho de que se presentara una mujer llevaba también un mensaje. Queríamos decir que la mujer no se tiene que quedar a un lado en esas nuevas formas organizativas. Era decir que las mujeres estamos, y tenemos problemas porque nos han abandonado, olvidado y considerado de tercera.
Finalmente no consiguieron las 900 mil firmas que necesitaban para que fuera registrada como candidata.
No logramos conseguirlas todas, solamente cerca de 300 mil, pero eso nos permitió recorrer 28 de los 32 estados de México. Logramos nuestros objetivos como CNI porque lo más importante era escuchar, hablar, ver de cerca, y plantearnos juntos la búsqueda de otras formas organizativas. Lo ideal hubiera sido figurar en la boleta electoral, porque eso hubiera permitido otro tiempo de recorrer, pero no se pudo. También nos dimos cuenta de las herramientas que tiene el poder, no es cierto que los medios para aplicar la democracia estén a disposición del pueblo. Nos dicen que ahí están, que los usemos, que mandemos nuestro candidato como pueblos indígenas, pero nos pusieron muchísimas trabas.
El hecho de que tuviéramos que firmar con un celular de alta gama lo hacía difícil para comunidades que a duras penas escriben en papel. Fue denigrante. Había comunidades donde no había señal, donde no había ni luz, y había que viajar con el celular para buscar dónde mandar las firmas y regresar otra vez. Pero a pesar de eso, hicimos un trabajo colectivo, y no solamente de los pueblos, también participaron hombres y mujeres que se agruparon en redes de apoyo al CNI. Para nosotros eso ya fue ganar, porque cuando iniciamos éramos pocos y cuando terminamos éramos bastantes. Más que ocupar una silla presidencial, que luego quien llega ahí se transforma, lo importante era el trabajo que hicimos desde abajo.
Las mujeres estamos, y tenemos problemas porque nos han abandonado, olvidado y considerado de tercera
¿Pero Marichuy hubiera cambiado, de llegar ahí?
Pues creo que como no era Marichuy, sino el Concejo Indígena de Gobierno, entonces sí que iba a ser todo colectivo. Algún medio nos preguntaba qué íbamos a hacer si ganábamos, como dudando de la capacidad de los pueblos, y yo dije que haríamos una asamblea nacional. Eso es algo que no cabe en su cabeza, porque siempre el partido propone y al llegar ahí es sólo un grupito de ellos que piensa por los demás y decide cómo van a trabajar. Nunca le preguntan a la gente que les dio el voto. Al final es una contradicción, porque nos dicen que usemos sus herramientas, pero las usamos y vemos que están solamente para el poder y para el capital, que ellos deciden cómo se hace y quien llega se transforma facilito.
¿Las herramientas democráticas son sólo una ilusión de ese derecho?
Sí, nos dicen que las usamos pero que tenemos que hacer lo que nos digan. Si hubiéramos podido recoger libremente los apoyos hubiera sido mucha más fácil, en una sola asamblea hubiéramos recogido muchísimos, porque participan representantes de comunidades con 2.000 comuneros. En cambio, sólo podíamos con la aplicación, y además hubo gente que se registró para recoger firmas y nunca le llegó la autorización. A pesar de eso, nosotros trabajamos para que cada firma que nos dieran fuera una firma consciente. Y había quien no quería firmar ni quería votar, y está bien, pero queríamos que escucharan la propuesta. Voten o no voten, pero hay que organizarse, hay que inventar, hay que soñar otro mundo posible, como dicen nuestros hermanos zapatistas. Porque el mundo que hay nos está excluyendo de todo, nos está lesionando.
Recuerdo un señor ya grande, de un pueblo de Sonora, que decía: “Hay un cochinero en la actualidad, y a los pueblos nos toca limpiar”. Cada vez se está envenenando más todo, el aire, el agua, los bosques, y a pesar de eso, después de tantos años, hay pueblos que están ahí todavía, y algunos todavía tienen sus propias formas de tomar decisiones, de curarse, de ver la vida de otra manera, donde la tierra no tiene un precio, sino que para ellos el valor es la vida misma. Saben que, si nosotros la dañamos, ella luego nos va a dañar a nosotros, y somos parte de un todo, no existimos de manera aislada.
Ahora están de gira por Europa para hablar y escuchar a los colectivos del continente. ¿Qué articulaciones pueden generar aquí en su lucha contra esos megaproyectos en los territorios de los pueblos indígenas?
Hay empresas de acá que están trabajando allá en México y en otros lugares. En los lugares por los que hemos pasado, hemos hablado con colectivos, organizaciones o cooperativas para que esos grupos de resistencia se puedan manifestar también y denunciar que lo que hacen esas empresas en México es lesionar la tierra y los bosques. Están provocando la destrucción de la vida comunitaria. Eso que llaman desarrollo no lo es, y el venir acá y recorrer estas otras geografías nos ha dejado claro que los países que se dicen desarrollados también están siendo lesionados.
¿Qué es lo que han visto?
Por ejemplo, hace unos días en Galicia nos llevaron a ver las minas a cielo abierto de Touro, y el agua ahí está corriendo y dejando una huella de color mostaza por donde pasa, que llega a la ría, y luego llega al mar. En Pescara, en Italia, hay también una resistencia muy importante contra un puerto que quieren poner, porque dicen que van a lesionar sus tierras, sus aguas, y al final no los van a dejar pasar al lugar que es suyo. Es una muestra de que acá también el desarrollo les está despojando. Tenemos una lucha en común. Este sistema, capitalista y patriarcal, está muy diseñado, y parece que ahora preparan a los jóvenes para que no digan nada, para que crean que lo importante es tener más dinero. Pero los pueblos decimos que no es el dinero lo que vamos a comer después, vamos a comer maíz, o frijol, y lo que llega a la ciudad es lo que cultivamos en el campo. Si eso se acaba, ¿de qué sirve el dinero? Hemos visto que acá también están lesionados, y si no hay esa articulación de las diferentes fuerzas que están abajo, no va a haber un cambio para erradicar este sistema de muerte, que lo están pensando los que están arriba, porque tienen el poder, las formas y los medios. ¿Y a nosotros qué nos queda? Hacer la última lucha, organizarnos, y ponernos de acuerdo para lograr parar esto antes de que esto acabe con nosotros.