Pandemia y biopolítica: los límites de la ciencia y el diálogo de saberes

Si la gestión sanitaria de la crisis se inscribe en el régimen “normal” de las sociedades modernas, resulta sin embargo sorprendente constatar que ella ha conducido a la reactivación de un modelo antiguo, el confinamiento general de la población, que revela los límites de la política basada en la ciencia.



Pandemia y biopolítica: los límites de la ciencia y el diálogo de saberes

 

ARTÍCULO del N° 4 de nuestra Revista Territorios Comunes. Descargue aquí el número completo

I. Crisis de confianza en los modelos de la ciencia

El contexto actual de estado de emergencia sanitaria y la instauración de un confinamiento generalizado brindan una ocasión de escogencias en lo que respecta al cuestionamiento de las políticas de gestión de la crisis, puestas en marcha por los gobiernos. En un clima de urgencia, luce como algo primordial el compromiso de una reflexión global, asociada a un distanciamiento de los hechos que permita ver las cosas en perspectiva, sus orígenes históricos y su tratamiento mediático.

Desde el debut de la pandemia, se habla en los medios de SARS-CoV-2, de R0[1], de pruebas de PCR, de tests serológicos, de hidroycloroquina… El coronavirus ha colocado a la ciencia en la primera plana de diarios, revistas, pantallas de televisión y portales de internet, muy por encima de las actualidades deportivas y culturales que se han visto reducidas en gran escala.

La comunicación científica alcanza un pico porque, súbitamente, ha acercado a muchas comunidades científicas y gobiernos, aconsejando y asesorando las primeras a los segundos en materia de gestión de la crisis y ensayos clínicos.

El recurso masivo a los expertos en tiempos de crisis no es ninguna novedad. Desde hace décadas, se ha intentado fundar las políticas en pruebas científicas desde campos diversos, tales como el cambio climático, la biodiversidad o los llamados “servicios ecosistémicos”, por citar algunos ejemplos que tienen que ver con maneras de abordar la crisis ecológica.

Si la gestión sanitaria de la crisis se inscribe en el régimen “normal” de las sociedades modernas, resulta sin embargo sorprendente constatar que ella ha conducido a la reactivación de un modelo antiguo, el confinamiento general de la población, que revela los límites de la política basada en la ciencia. Y dado que una crisis es un momento crucial –de probable bifurcación– es posible aprovecharse de la oportunidad para transformar las relaciones que se establecen entre ciencia y poder, cambiar las reglas de juego que no dejan casi ninguna iniciativa a las organizaciones y movimientos de ciudadanos organizados.

Si hay un aspecto de la crisis sanitaria que intriga, independientemente de los numerosos problemas ya evocados por todas partes, es la crisis de confianza en la ciencia y sus modelos, sea porque esa crisis de confianza ya existía, sea que ella la amplifica aún más. Desde el inicio de la pandemia, a pesar de los avances reales en la comprensión del virus y su dinámica, las cifras y los modelos se afrontan y a veces incluso se contradicen. Ciertos estudios científicos establecen que el uso de la mascarilla protege de la aerolización del virus y otros muestran lo contrario. Otros más afirman que la cloroquina parece ser adecuada para un buen tratamiento y otros indican lo opuesto. Determinados estudios establecen que la vacunación no está exenta de riesgos mientras que otros señalan que la vacuna es la única solución para salir de la pandemia. Esta situación es evidencia de que el consenso científico en torno al virus no es tan sólido como las políticas lo presentan para justificar las decisiones gubernamentales tomadas en diferentes latitudes. No hay un consenso general, sólo consensos frágiles y provisionales que son, dicho sea de paso, lo propio del trabajo científico. Pero en virtud de la obligación política de actuar, hemos visto cómo surge una especie de disputa y temor epistémico.

II. Biopolítica, ciencia y arcaísmos en el control de la pandemia

Dice Michel Foucault (2001, 17-18) que, desde finales de la Edad Media existía en todos los países europeos lo que hoy en día llamaríamos un “plan de urgencia”, que debería ser puesto en práctica cuando la peste o una enfermedad epidémica grave se manifestaran en una ciudad. Ese plan incluía lo siguiente: el confinamiento de las personas en sus hogares de manera que pudieran ser localizadas en un lugar único (preferiblemente cada familia en su vivienda y cada persona en su habitación, nadie debía moverse); la ciudad debía someterse a un sistema de vigilancia generalizada que dividía en sectores y controlaba la ciudad, utilizando personas (responsables de calles o barrios) especialmente designadas para ello y un sistema de información centralizado que rendía cuentas diariamente a la alcaldía; los inspectores debían de revisar cotidianamente todas las habitaciones de la ciudad; se realizaban procedimientos de desinfección, casa por casa, con perfumes e incienso.

Esas medidas, que permitieron hacer frente a epidemias de peste, se parecen mucho a las medidas tomadas en 2020 en la mayor parte de los países del mundo. Esa gestión de la crisis sanitaria convoca la noción de biopolítica introducida por Michel Foucault, para mostrar cómo la vida se ha convertido en un factor político, a través de un análisis refinado de las relaciones saber-poder.

Michel Foucault (2001) subraya el contraste entre ese modelo antiguo de la cuarentena, en el que un poder soberano autoritario rige desde un Estado central la vida de las poblaciones, y los dispositivos estratégicos de control difuso de la vida puestos en marcha en Occidente, gracias a la medicina científica. Por lo tanto, la mayor parte de esos dispositivos basados en la ciencia –medidas estadísticas de tasas de mortalidad y morbilidad, higiene, vacunación, control de los flujos migratorios– se repiten en la gestión hegemónica actual de la crisis, al lado de medidas arcaicas que se tenían por obsoletas por mucho tiempo. La única diferencia es que las medidas de cuarentena apuntan hoy en día antes que todo a la salvación del sistema hospitalario. La medicina científica, que se desarrolló y evolucionó vinculada al poder, hizo creer a muchos que las enfermedades infecciosas habían sido vencidas. No obstante, vemos ahora la emergencia de un virus que nos toma por sorpresa y nos remite al horror de imágenes espantosas del pasado con catástrofes, poblaciones diezmadas e imperios derrotados. ¿Arroja esto alguna duda sobre las relaciones establecidas entre ciencia y poder en las sociedades modernas?

III. Arenas movedizas en el mundo de los expertos

Resulta suficientemente preocupante el hecho de que un modesto virus haya logrado en pocas semanas imprimirle un frenazo a toda la maquinaria económica, industrial y comercial a escala mundial. Llegar al punto de reducir las emisiones de gas de efecto invernadero en los términos recomendados desde hace años por los expertos, sin pasar por las decisiones políticas necesarias, constituye una verdadera proeza. Cabe destacar sin embargo que, en el segundo semestre de 2020, se recuperaron algunos niveles del pasado (Tollefson, 2021).         

Un virus constituido por algunas hebras de ARN desafía el poder de grandes cerebros reunidos para tratar de hacer frente a las crisis que se encadenan: tenemos aquí una lección de humildad que nos devuelve a nuestra condición terrestre de seres vivos que compartimos el planeta con una multitud de otros habitantes y no como “amos y dueños de la Naturaleza”. Estamos lejos de programas de bionanotecnologías que prometían hace poco “moldear el mundo átomo por átomo”, de fabricar microorganismos-máquinas, esclavos dóciles que resolverían todos los problemas y harían hombres aumentados.

Ese virus levanta dudas sobre las políticas científicas que han dominado la escena de las últimas décadas. Desde la Segunda Guerra Mundial la investigación científica global mainstream ha sido mayormente piloteada por la política. En términos gruesos, la ciencia ha estado primera y generosamente financiada para servir al poderío militar en la época de la Guerra Fría y, de seguidas, puesta al servicio de la competencia económica en una carrera desenfrenada de innovaciones tecnológicas (Aronova y Turchetti, 2016; Barahona, 2019; Elzinga y Jamison, 1996). Ese régimen de investigación tecno-científica ha conformado una fuente de desconfianza en la palabra de los expertos por parte del común de la gente, alimentando el clima de escepticismo, controversia y campañas surgido en torno a las vacunaciones y sus posibles resultados (Barba, 2020; Cross, 2021; Ferrer, 2020).

La palabra científica se encuentra en proceso de pérdida de autoridad. En efecto, la autoridad del experto reposa en una visión ideal del funcionamiento de la ciencia, que desconoce las condiciones concretas de la investigación. Si el conocimiento científico trasciende las fronteras y los juegos de poder, procede sin embargo de investigaciones que no son independientes con respecto a los intereses locales, políticos, económicos, geopolíticos y religiosos (Beigel, 2018; Breihl, 2008; Fregosi, 2020). Está ahora más claro a los ojos de todos que los investigadores también defienden sus intereses y sus valores, trátese de la verdad, la utilidad, el avance de los conocimientos o sus carreras. Esos intereses son a veces difícilmente compatibles con el deber de escepticismo organizado que es uno de los grandes principios del ethos científico. Varias controversias sobre los peligros del tabaquismo, así como sobre el origen antrópico de los desórdenes climáticos, han revelado al gran público la existencia de las maniobras que pueden desviar los resultados científicos (Bernardo, 2015; Saéz, 2017; Oreskes, 2018). De allí que la dudas justifican el que los científicos refuercen sus reglas éticas con declaraciones de interés, transparencia sobre las fuentes de financiamiento, etc.

IV. Doxa y tutelaje social

Más fundamentalmente, el llamado a la experticia científica y médica comparte un aspecto en común con el modelo arcaico de gestión de las epidemias: es que el público es reducido al silencio, obligado a obedecer a las órdenes conminatorias del poder o de los expertos, por su bien, por su seguridad. Esta actitud nos hace recordar aquella que prevaleció en el siglo XX, cuando muchos filósofos y sabios no veían sino una gran brecha entre ellos y aquellos que tildaban de ignorantes, una brecha que se hacía más grande a medida que la ciencia progresaba, condenando al “profano” a vivir bajo tutela.

Ciertamente, la antigua línea divisoria entre ciencia y opinión (doxa) fundamenta una jerarquía en el orden del conocimiento: la opinión es un saber inferior que no puede producir su título a la verdad. Pero entre los antiguos griegos, eso no implicaba una jerarquía política. Se trataba más bien de una división del trabajo que se debía establecer en la ciudad: a unos les correspondía el cuidado de la verdad y a otros el de los negocios y asuntos cotidianos. Con perspicacia se reconocía a la doxa en esta división como una forma de conocimiento tierra a tierra, pragmática. Lejos de atribuir al filósofo la atención al Príncipe para aconsejarlo, Aristóteles le confería a la opinión un valor práctico, a tal punto que constituyera una virtud propia de los ciudadanos. De esta manera, la opinión es reconocida como un saber legítimo en la esfera de la acción y no como una insuficiencia que obligaría a los ciudadanos a vivir bajo la tutela de los expertos.

Por lo demás, la opinión no se deja silenciar, no se deja reducir a la pasividad. Por ejemplo, en ocasión de la epidemia de SIDA, asociaciones de enfermos llegaron a ejercer influencia en los programas de investigación de ciertos países europeos y su voz ha sido escuchada desde entonces. Después del accidente nuclear de Tchernobyl, ciudadanos franceses instauraron una instancia de contra-experticia a las medidas oficiales. De una manera general, grupos de ciudadanos han luchado para rehabilitar la figura de la opinión pública ilustrada como garante de libertad. El filósofo Jürgen Habermas lanzó la idea de crear foros de discusión que se ha concretado en conferencias de consenso, cafés-conversatorios, focus groups, etc., en distintas partes. No obstante, todavía es un movimiento que avanza poco a poco a contracorriente tratando de relegar la visión del público ignorante, irracional y manipulable, propiciando las prácticas de experticia plural no limitadas a los saberes académicos.

V. Ciencia, opinión y diálogo de saberes: necesidad de una convergencia plural en un marco de incertidumbre

En el régimen de incertidumbre en el que nos coloca la actual crisis sanitaria global, se hace muy necesario contribuir a la rehabilitación de la opinión como un saber alimentado por la experiencia del terreno, un saber alternativo al saber universal de la ciencia. Los expertos, intimados a “decir la verdad al poder”, según la función que tradicionalmente se les ha atribuido, se encuentran súbitamente desprovistos de argumentos sólidos ya que saben muy poco del COVID-19. Si bien es cierto que los métodos de secuenciación han hecho posible la rápida identificación del virus, su comportamiento, las vías de transmisión, el período de contagiosidad y la duración de la inmunidad siguen siendo algunos de los enigmas que quedan por resolver. Trasmitiéndose inexorablemente de China a Europa y al Medio Oriente, y luego a América y pronto al África, el coronavirus ha creado no sólo una crisis mundial, sino que ha transformado al mundo en un vasto laboratorio. En todos los países se busca comprender su funcionamiento, su forma de transmisión, cómo se puede inhibir y controlarlo, como inmunizarse, prevenir la infección o prepararse para la emergencia de otros virus.

La incertidumbre aumenta por la crisis climática que también ha hecho del planeta un laboratorio de experiencia. Para la investigación sobre el coronavirus, cada país, cada región, ofrece una cohorte de casos con parámetros variables (medidas de confinamiento, pruebas precoces) que pueden permitir las comparaciones con grupos testigos. En ese proceso mundial de aprendizaje de control de virus, los humanos, infectados o no, tratados o no, vivos o muertos, se convierten de hecho en objetos de experiencia, en pruebas y ensayos clínicos, en datos estadísticos. La búsqueda del saber se confunde contradictoria y lamentablemente en la dinámica global de la pandemia con el control social, el gobierno de las poblaciones por la biopolítica y la movilización del rastreo electrónico de los individuos.

No obstante, la incertidumbre no marca necesariamente la condena a muerte de las prácticas democráticas. Por el contrario, es posible inventar soluciones confrontando   los saberes expertos y los saberes prácticos de la opinión. Para vivir y actuar en un mundo incierto, los foros híbridos favorecen el diálogo entre expertos y otros actores sociales del conocimiento de campo, permitiendo co-construir contenidos intelectuales y proponer medidas eficaces y legítimas. Esos foros no favorecen necesariamente la high-tech y pueden conducir a soluciones low-tech menos costosas y más ajustables.

El reconocimiento de los saberes no científicos de campo como fuentes de invención y de soluciones, no significa promover la anti-ciencia o la tecnofobia. Mirar hacia el pasado y hacia otras culturas, para de allí tomar ideas en vez de concentrarse dogmáticamente en un culto a la innovación, no quiere decir que debemos alumbrarnos con velas sino construir un porvenir dialógicamente, democráticamente entre ciencia y sociedad.

Pero la apertura de la ciencia a esos conocimientos de campo debe ir más allá si de democracia y diálogo hablamos. La ciencia es un sistema de creencias occidental surgido y desarrollado en un contexto socio-histórico particular que, ciertamente, ha dado la posibilidad de curar personas a través de distintas prácticas, pero tiene sus límites. Cada cultura tiene su propia forma de producir conocimiento, incluyendo el conocimiento relativo a la medicina. Existen en nuestro continente (como también en otras partes del mundo) saberes milenarios que han demostrado su eficacia y que no se limitan al conocimiento de principios químicos activos sino que, formando parte de otras cosmovisiones, consideran también otras realidades relativas a los seres humanos, los flujos de energía y su relación con las plantas, los animales, el clima y el ambiente en general. En este sentido se hace necesario asumir una actitud de humildad epistémica, entendida como una virtud intelectual basada en la aceptación de que nuestros conocimientos son siempre provisionales e incompletos y que deben revisarse a la luz de nuevas evidencias y otras miradas (Agner, 2020; Lumbreras Sancho, 2020). El intercambio sin hegemonías de visiones más integrales de la salud y la enfermedad, los esfuerzos de articulación entre los sistemas tradicionales de medicina y estrategias más democráticas de acceso a medicinas, tienen una gran relevancia en los actuales momentos y hacen frente a no pocos retos.

En el campo de la salud (y en otros también), el cartesianismo occidental gana mucho abriéndose a otras epistemologías. Hace falta una nueva toma de conciencia, el lenguaje inédito surgido de las circunstancias actuales de crisis presenta conexiones evidentes con las teorías del conocimiento y las prácticas societales del Sur Global. Ilustraciones de esto pueden verse en los conceptos de Sumak kawsay o Buen Vivir (lamentablemente desvirtuado y banalizado por gobiernos del “progresismo” populista) en América del Sur, Ubuntu en África del Sur o el Sarvodaya o Gram Sabha en la India (Clark, 2013; Bobatto et al, 2020; Masso Guijarro, 2009).

Sin embargo, esa apertura debe llevarse a cabo evitando la deformación de saberes milenarios, convirtiendo procesos rituales y simbólicos en meras mercancías. El reservorio de saberes que se han conservado a lo largo de siglos y que han fortalecido la convivencia de los humanos con la Naturaleza no se pueden reducir a simples cápsulas o píldoras. La apertura debe tener en cuenta que hasta ahora se traslucen en mayor medida la validación y la traducción científica del conocimiento médico tradicional que la permeabilidad de la medicina científica a visiones “no modernas” de la salud (Agrawal, 2012). Por ello, es esencial no ignorar que un diálogo de saberes supone procesos continuos, compartidos y amplios, dispuestos a considerar seriamente y con respeto las concepciones, proyectos y preocupaciones de los otros.

VI. Referencias bibliográficas

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Agrawal, Arun (2012). El conocimiento indígena y la dimensión política de la clasificación. Revista Internacional de Ciencias Sociales (173), 6-18.

Aronova, Elena. Turchetti, Simone (eds.) (2016). Science Studies During the Cold War and Beyond: Paradigms Defected. New York: Palgrave Macmillan.

Barahona, Ana (2019). Conhecimento transnacional na guerra fria: o caso das ciências médicas e da vida. História Ciências Saúde. Maguinhos, 26(1), 211-213. Disponible en http://www.revistahcsm.coc.fiocruz.br/conhecimento-transnacional-na-guerra-fria-o-caso-das-ciencias-medicas-e-da-vida/

Barba, Juan Carlos (2020). Covid-19 y la crisis de confianza en la ciencia.  Cotizalia. Disponible en https://blogs.elconfidencial.com/economia/grafico-de-la-semana/2020-11-10/covid19-crisis-confianza-ciencia_2825323/

Beigel, Fernanda (2018). Las relaciones de poder en la ciencia mundial. Un anti-ranking para conocer la ciencia producida en la periferia. NUSO (274). Disponible en https://nuso.org/articulo/las-relaciones-de-poder-en-la-ciencia-mundial/

Bernardo, Ángela (2015). Tabaco y azúcar, dos historias paralelas de manipulación.  Hipertextual. Disponible en https://hipertextual.com/2015/08/industria-del-tabaco-azucar-manipulacion-ciencia

Bobatto, Marcel Beatriz. Marín Rosas, Sandra. Segovia, Gerardo (2020). El Buen Vivir, camino del Movimiento Mundial de Salud de los Pueblos Latinoamérica hacia otra alternativa al desarrollo. Saúde Debate, 44(1), 24-36. Disponible en https://www.scielo.br/scielo.php?pid=S0103-11042020000500024&script=sci_arttext

Breihl, Jaime   (2008). La ciencia por contrato: la relación ciencia poder. Quito: IEETM. Disponible en https://repositorio.uasb.edu.ec/bitstream/10644/3360/1/Breilh%2C%20J-CON-081-La%20ciencia%20contrato.pdf

Clark, John (2013). The common good: Sarvodaya and the Gandhian legacy, en: The Impossible Community: Realizing Communitarian Anarchism. New York: Bloomsbury Academic, pp. 217–246.

Cross, Ryan (2021). Will public trust in science survive the pandemic?  Chemical & Engineering News. Disponible en https://cen.acs.org/policy/global-health/Will-public-trust-in-science-survive-the-pandemic/99/i3

Elzinga, Aant. Jamison, Andrew (1996). El cambio de las agendas políticas en ciencia y tecnología. Zona Abierta (75/76). Disponible en http://docs.politicascti.net/documents/Teoricos/ELZINGA_JAMISON.pdf

Ferrer, Sergio (2020). El coronavirus baja a la ciencia de su pedestal, ¿habrá una crisis de confianza? SINC. Disponible en https://www.agenciasinc.es/Reportajes/El-coronavirus-baja-a-la-ciencia-de-su-pedestal-habra-una-crisis-de-confianza

Foucault, Michel (2001). La naissance de la médecine sociale, en D. Defert D., F. Ewald (eds), Dits et Ecrits II. Paris: Gallimard, pp. 207-228.

Fregosi, Renée (2020). Covid-19: enjeux de savoirs et de pouvoirs. Telos. Disponible en https://www.telos-eu.com/fr/societe/covid-19-enjeux-de-shtmlavoirs-et-de-pouvoirs

Lumbreras Sancho, Sara (2020). Objetividad, humildad epistémica y ciencia responsable. Razón y Fe, 281(1444), 207-220.

Massó Guijarro, Ester (2009). Ubuntu, satyagraha y derechos humanos. Policentrismo de fuentes en la (cultura de) paz. Iztapalapa, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, (66), 185-202. Disponible en https://www.redalyc.org/pdf/393/39348723011.pdf

Oreskes, Naomi (2018). The scientific consensus on climate change: How do we know we’re not wrong?, en: A. Lloyd E., Winsberg E. (eds). Climate Modelling. Palgrave Macmillan, Cham, 31–64. Disponible en https://doi.org/10.1007/978-3-319-65058-6_2

Sáez, Santiago (2017). Científicos de Harvard confirman que Exxon confundió al público sobre el cambio climático. La Marea. Disponible en https://www.lamarea.com/2017/08/26/cientificos-exxon-cambio-climatico/

Tollefson, Jeff (2021). COVID curbed carbon emissions in 2020 — but  not  by  much. Nature. Disponible en https://www.nature.com/articles/d41586-021-00090-3


[1] Nota del editor: R0 es ‘Número Básico de Reproducción’, un parámetro usado para describir la intensidad de una enfermedad infecciosa.