El (neo)zapatismo vive: “Lo único que nos hemos propuesto es cambiar el mundo”
Hace más de siete años –el 25 de mayo de 2014– el subcomandante Marcos, una de las caras más visibles del movimiento neozapatista, anunciaba la desaparición del personaje que había encarnado durante tres décadas. Daba un paso atrás como uno de los portavoces de la mencionada corriente insurgente, que surgió en Chiapas, al sur de México, para plantar cara al neoliberalismo. Sin embargo, esta lucha sigue más vigente que nunca. De hecho, durante este 2021, una delegación zapatista realizó una gira por Europa, con el fin de llevar su palabra por el Viejo Continente.
Pero ¿en qué consiste esta tendencia política y social? “El levantamiento chiapaneco del primero de enero de 1994 desencadenó la movilización de varios sectores de la sociedad mexicana. Del repudio unánime a la guerra nació un amplio movimiento ciudadano y popular que, sin compartir los medios tácticos de la lucha armada, convergió en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en sus aspiraciones sociales y políticas: la pugna por la democracia, la justicia y la libertad”, aseguran los investigadores Xóchitl Leyva–Solano y Willibald Sonnleitner (¿Qué es el neozapatismo?, Espiral, Estudios sobre Estado y Sociedad, VI, 17, 2000).
En ese sentido, este movimiento “no es ni homogéneo ni monolítico, sino que tiene una naturaleza multifacética, polisémica y fluida”. Por ello, no es extraño que sus miembros no se conformen con una única identidad y que, al mismo tiempo, aseguren la integración de la totalidad de sus miembros. “Siendo una realidad con una fuerte composición indígena es percibido y se presenta a sí misma como una organización auténticamente democrática que garantiza la participación y el control de las bases sobre la dirección, la misma que se rige bajo el principio de mandar obedeciendo”, confirman Leyva–Solano y Willibald Sonnleitner.
En síntesis, el neozapatismo brota de “la convergencia de movimientos populares, políticos y ciudadanos”. Incluso se reconoce como heredero de la Revolución mexicana de 1910 [de la que Emiliano Zapata fue uno de sus generales más destacados], aunque con unas reclamaciones más acordes con la actualidad”, explica Marina Pages, coordinadora de Sípaz–México.
En este contexto, su organización política y administrativa se compone de “tres conjuntos de autoridades”, que ejercen sus competencias en sendos niveles, basados en la comunidad, en el municipio y en la zona, “sin que esto quiera decir que haya fronteras absolutas entre uno y otro ámbito”. Además, la forma de gobierno neozapatista “no plantea un funcionamiento profesional del mando en términos del liberalismo moderno; al contrario, quienes ocupan los cargos lo hacen de manera gratuita y sujetos al trabajo comunitario”, explica el especialista Odín Ávila Rojas (La experiencia zapatista. Análisis sobre sus prácticas democráticas, Revista de Ciencias Sociales, 42, 2018).
Por tanto, “ningún miembro de la comunidad está exento de asumir una responsabilidad política en el transcurso de su vida”. No hay que olvidar que “el asambleísmo, el consenso, la distribución equitativa de responsabilidades, la rotatividad y la alternancia de autoridades y el trabajo colectivo son los rasgos de la politización del zapatismo”. Bajo estos preceptos, “una vez elegido un compañero, el mismo tiene la tarea de obedecer las exigencias y de materializar las decisiones tomadas en las asambleas”, señalan los expertos. “Si sucede lo contrario, se le aplica la revocación de mandato y se propone una sustitución”.
De esta forma, los preceptos democráticos resultan primordiales. “Todos los asuntos fundamentales de la comunidad se discuten en una asamblea”, relata el investigador de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) Carlos Antonio Aguirre (Artes, ciencia y saberes neozapatistas. Nacer desde abajo el nuevo mundo no capitalista, Kamchatka: revista de análisis cultural, 12). Esas reuniones “no tienen una periodicidad previamente establecida”. Se convocan cada vez que se quiere debatir “un problema importante”, como decidir si se mantiene el diálogo con el gobierno mexicano, si se impulsa una marcha hasta la capital federal o si se permanece en el territorio.
Las personas de mayor edad son las que plantean los asuntos a tratar. Tras ello, todos los participantes comienzan a hablar simultáneamente. “No existe una petición del turno de intervención, como habitualmente entendemos”, explica Aguirre. “La persona A conversa con la persona B e intercambian sus pareceres durante el tiempo que sea necesario”. Una vez que terminan, B comienza a describir a C el punto de vista de A y el suyo propio. Al mismo tiempo, A relata a Z tanto su posicionamiento como el de B. Y así ocurre, sucesivamente, hasta que termina la reflexión. De esta forma, la palabra se va extendiendo, y conforme se expande, se va puliendo y depurando. A lo largo de este intercambio, la gente llega a una conclusión común”. Al final, los ancianos vuelven a intervenir y preguntan si se ha producido consenso. Y si los asistentes contestan afirmativamente, se da por finalizado el encuentro. “Gracias a este método, la acción de los zapatistas suele ser unificada y convencida”, señala Aguirre.
Democracia para todo
Esta perspectiva democrática cala en todos los postulados del neozapatismo. No en vano, “el núcleo duro de esta realidad no es tanto la lucha por la autonomía política de los pueblos indígenas, como el haber hecho del poder social comunalista la fuerza productiva de su impulso político”, explican los especialistas Ezequiel Espinosa Molina y Gabriela García (La estrategia del caracol. El Neozapatismo: Insurgencia indígena y desobediencia civil, Trabajos y comunicaciones, 37, 2011).
Así, y de acuerdo a estos postulados, “la pelea en favor de la participación del pueblo en la toma de decisiones y su relación con la autonomía se materializa a partir de la autodeterminación, la autogestión y la construcción de cooperativas que estén determinadas por formas colectivas de producción y por economías de autoconsumo colectivo”, explican Jesús Losada y David Silva.
Esta diversidad de participación ha generado distintos tipos de neozapatismo. En primer lugar, el agrarista, que surgió del “impacto del EZLN en el movimiento campesino chiapaneco”. Asimismo, se ha de mencionar el indianista–autonomista, edificado “en torno a la reivindicación de autonomía indígena y cuyo objetivo es impulsar una nueva relación entre el Estado y los pueblos indios”. También tiene importancia la vertiente revolucionaria–alternativa, fundamentada en una “militancia no ligada a los viejos paradigmas de la izquierda revolucionaria”.
Y, por último, se halla el neozapatismo internacionalista–antineoliberal. “Su lucha ha permitido que la comunidad internacional sea conocedora de sus procesos y se tomen como un referente de movimiento social. Esto ha afianzado redes transnacionales, conectando a individuos y organizaciones de los distintos continentes”, explican Jesús Losada Zambrano y David Silva Ojeda (Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Antecedentes y orígenes, Revista FAIA, 6, 29, 2017). Una tendencia en la que se ha de enmarcar la gira que una delegación zapatista realizó a Europa durante el pasado verano. “A nivel exterior, buscan establecer puentes con otros procesos que defiendan construir alternativas al capitalismo global”, explica Marina Pages, de Sípaz–México.
La evolución también ha estado presente
En cualquier caso, el neozapatismo se ha ido redefiniendo a lo largo de su existencia. Así, después de enero de 1994, el “EZLN transformó radicalmente su estrategia inicial ante el rechazo generalizado de su proyecto político–militar”, confirman Xóchitl Leyva–Solano y Willibald Sonnleitner. Desde el primer momento, “diferentes sectores de la sociedad mexicana se movilizaron, pero lejos de integrarse en el ejército rebelde, se manifestaron en contra de la violencia, aun cuando reconocían la legitimidad de las demandas”.
En este contexto, “dada la situación internacional y la creciente inquietud popular”, el que era presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, declaró un alto el fuego unilateral. Lo hizo el 12 de enero de 1994. “Solamente seis días después, el EZLN aceptó la idea de un diálogo con la mediación del obispo Samuel Ruiz García”, recuerdan los especialistas. Tanto la respuesta gubernamental como la flexibilidad de los insurgentes facilitaron diversos acercamientos entre las partes, como el acaecido durante las conversaciones de la catedral de San Cristóbal de las Casas (Chiapas, México), a finales de febrero de 1994. “Es a partir de ese momento cuando se puede hablar del nacimiento de un neozapatismo civil de alcance nacional y de naturaleza ciudadana y popular”.
Sin embargo, las raíces de este movimiento no se circunscriben a 1994. Son anteriores. Sus reclamaciones entroncan con las luchas en contra de las políticas neoliberales que se estaban implementando en México desde el mandato del presidente Miguel de la Madrid (1982–1988) y que llegaron a su clímax durante el sexenio de Salinas de Gortari (1988–1994).
Incluso Carlos Antonio Aguirre señala que se habrían adoptado elementos característicos de los movimientos de 1968. “Serán los neozapatistas mexicanos quienes encarnarán por primera vez, y de forma modélica y ejemplar, estos modos y caminos prefigurados embrionariamente en el 68”. Aquellos movimientos que “proponían una nueva estrategia revolucionaria, o más bien rebelde, que consistía en comenzar a crear –aquí y ahora– los gérmenes de los nuevos mundos no capitalistas”.
Una influencia que se habría notado en algunos de los principios y fórmulas organizativas del actual zapatismo. De hecho, se rompe con las jerarquías existentes en la sociedad. “Las bases del movimiento son también sus propios líderes”, quebrando así con “la clásica división” entre “los que deciden y los que acatan, los que supuestamente pueden ver el futuro a medio y largo plazo y los que hipotéticamente solo perciben su provenir inmediato”. En definitiva, “las decisiones importantes son siempre colectivas y de todo el mundo, pues se toman en asambleas mediante democracia directa”, asegura Carlos Antonio Aguirre. En esta perspectiva, existe un “claro predominio del nosotros sobre el yo individual”. Por ello, se deben recuperar unas palabras pronunciadas por el Subcomandante Marcos en 1995: “En realidad, lo único que nos hemos propuesto es cambiar el mundo. Lo demás lo hemos improvisado”.