Argentina: Fuera del almanaque (lo que realmente pasó en la rebelión del 2001).

Allí donde la revolución no triunfa no se producen alteraciones en el almanaque. Los días 19 y 20 de diciembre de 2001 no son días feriados, no gozan de reconocimiento oficial como jornadas de duelo ni como jornadas de lucha.



Fuera del almanaque 

Diego Sztulwark

Uno mira los cuadros con la esperanza de descubrir un secreto. No es un secreto sobre el arte, sino sobre la vida. Y si lo descubre, seguirá siendo un secreto, porque, después de todo, no se puede traducir a palabras. Con las palabras lo único que se puede hacer es trazar, a mano, un tosco mapa para llegar al secreto”.

John Berger

 

 0. Almanaque. Allí donde la revolución no triunfa no se producen alteraciones en el almanaque. Los días 19 y 20 de diciembre de 2001 no son días feriados, no gozan de reconocimiento oficial como jornadas de duelo ni como jornadas de lucha. Su genealogía es más la del 29 de mayo del 69, que la del 17 de octubre del 45. Fechas que no fundan estado y que por tanto son percibidos como modalidad deficitaria de lo colectivo, que no llegan a decantar liderazgos, aunque si, quizás, a volver perceptibles nuevos modos de lo popular. Lo que se reprocha a 2001, lo que no funciona en definitiva con esa fecha y lo vuelve un episodio históricamente imperfecto es el no estar asociado a la esperanza y a la síntesis, valores sin los cuales el orden fracasa. 2001 alcanza ese rango de aceptación, permanece asociado con todo lo que es crisis sin solución, angustia y hasta la desesperación. Las luchas, la pasión y las resistencias de 2001 no son recuperables por fuera de ese fondo o tejido, a esa falta de mediaciones que solemos atribuir a la experiencia pura, sin forma -política- aceptable y duradera.

1. Cifra. Perdura todo tipo de recuerdos: imágenes, nombres de víctimas y victimarios, testimonios. Sobre esta materia de pasado vivo trabaja la precaria industria de la organización de la cultura -periodística, estatal o universitaria- que procesa esa memoria difícil en el formato del documental, la muestra, la mesa redonda o el dossier (quizás también, el libro). Esta maquinaria incesante del lenguaje interpretativo opera confiriendo el sentido múltiple del acontecimiento al sentido simple de la comunicación, por la vía de la oposición automática de orden al caso. Vale la pena prestar atención al fenómeno, porque en su modo de hacer circular el sentido se descubre -desde la cúspide hasta la base- la constitución social del funcionamiento de la información: desde los predecibles enunciados de las columnas en la prensa, hasta los pulsionales posteos en redes. 

 

2. Trauma. Otra es, sin dudas, la reacción del sistema político, para quien 2001 es su propio trauma. El peronismo de Duhalde, que actuó entonces con apoyo de Alfonsin en defensa del orden, comprometió el destino de aquel esfuerzo conservador-represivo en la Masacre de Avellaneda. Todo lo que hubo de extremo en ese atroz episodio fue leído desde el kirchnerismo como el enigma de la recomposición del mundo de los partidos y las elecciones. De allí la constitución de esta fracción en fuerza política capaz de iniciar el salvataje del sistema de partidos, con sus exitosas banderas de normalidad sin represión. Del otro lado del sistema, fue el grupo de Macri el que supo decodificar el mensaje. El funcionamiento del bipartidismo no requiere de una dinámica de alternancia, y para eso hace falta una segunda opción: el deseo de normalidad debe ser capaz de una expresión alternativa, y para eso se constituyó un partido de la empresa, cuyo horizonte discursivo sería el del esfuerzo y el mérito. Esa fue la lectura de Pro: transmutar las energías callejeras en trama empresarial moderna. Si el gobierno del ingeniero conoció un final abrupto, se debió menos al agotamiento de la vigencia de esos núcleos discursivos, que a la practica suicida de destrucción de la débil trama empresaria, que motivó la histórica apedreada del 19 de diciembre del 2017. Fecha que merece ser recordada -en la estela del 2001- como la de una nueva muestra de incapacidad de las elites de gobernar la crisis y del consecuente traspaso de funciones de gobierno hacia el FMI. Los partidos ven en 2001 la condensación de una frontera imposible de cruzar. Un límite mas allá del cual se alza un tipo de conflictividad social ingobernable. Si hay un 2001 de la política, ese es uno que funciona conjurando el fantasma del estallido. 2001 designa algo que no existe, pero subsiste, e insiste en la mente política. Un funcionamiento espectral, que no da lugar a cronologías claras ni a nombre propios consagrados. Curioso Aleph, que reúne el universo de las frustraciones de la integración y el progreso y la revolución social.

3. Consigna. El 19 de diciembre de 2001 una multitud de personas coreó una consigna recurrente: “Que se vayan todos, que no quede ni uno sólo”. Una consigna muy distinta -que duda cabe- del “vamos a volver”, vigente en las movilizaciones populares de los años 2015 y 2019. Como señaló en su momento Horacio González, las calles de aquel diciembre poblaban la plaza sin prestar atención a la Casa Rosada. A diferencia de otras multitudes del pasado, no quedaban a la espera de la palabra que bajase desde el balcón de la rosada: ni espera ni toma del palacio, sino una marea indiferente o desconectada respecto de las tradiciones más obvias, atenta sólo a su capacidad efectiva de colocar límites en la más absoluta inmediatez. Las multitudes de diciembre no traían consigo expectativas ni propuestas, y sobre todo, no traían programas o líderes que re-poner. “Qué se vayan todos” fue una consigna eminentemente destituyente, arraigada en la profundidad de una crisis social, vuelta crisis política. Ese arraigo hace toda la diferencia y contiene toda la distancia imaginable con respecto a cierto uso que hace hoy cierta juventud neoliberal, reaccionaria-libertaria, cuyo único arraigo es con el sistema de la propiedad, presuntamente amenazada por un estado que pretende cobrar impuestos para sostener lo que algunas organizaciones populares llaman la “paz social”. El funcionamiento de las consignas “arraiga” en contextos concretos: no suena igual ese cantito en boca de los desposeídos que en boca de los poseedores, aunque no dejamos de preguntarnos cómo es que las consignas pegan semejantes volteretas: ¿o alguien puede creer que esa consigna decía lo mismo en boca de movimientos piqueteros y asamblearios, contra el ministro Cavallo, que en boca de una nueva derecha que piensa como él?. La consigna “Vamos a volver”, en cambio, evitaba acercarse al límite de la crisis, y conservaba relación duradera entre pueblo y política. El “antimacrismo” fue un tipo de formato político de conservación de una memoria reciente, que tendía al regreso y hacía de él su meta próxima. A diferencia del “Que se vayan todos”, el “Vamos a volver guardaba “algo” -lidereza y programa- que reponer. Disponía de un “desde donde” reciente en el tiempo, tangible en el recuerdo. 

 

4. Volver. Por eso, hay también un “vamos a volver (mejores) con el que la derecha política tradicional intenta superar la crisis en que quedó sumergida con el fracaso del gobierno de Macri. La activación de una fracción reaccionaria-libertaria por fuera de sus filas no pretende operar un desprendimiento definitivo, sino que apunta a radicalizar al conjunto del sistema de partidos. De ahí su doble carácter de síntoma y a la vez de vanguardia impúdica, que propone una dirección extrema para su recomposición. Si la consigna “Vamos a volver” tramaba e imaginaba un tipo de actividad estatal que aspiraba a condicionar en lo posible a los mercados, la respuesta de esta vanguardia delirante de la derecha imagina un mundo de mercado sin mediaciones, un ideal que sólo puede ser alcanzado -esta su paradoja- por medio del control directo del aparato del estado para sus propios fines. 

 

5. Periodización. Apretadísimo resumen: diciembre de 2001, en tanto que grado cero o destitución, es también respuesta asesina del aparato represivo del estado. En Rosario es asesinado el Pocho Lepratti. Se cuentan por decenas lxs asesinadxs por las fuerzas policiales durante esos días. En Junio del 2002 son asesinados los militantes piqueteros Kosteky y Santillan. Los contrapuntos no abandonarán la escena. El presidente Kirchner ordena al jefe del ejército bajar el cuadro de Videla en el Colegio Militar; 18 de septiembre del 2006 es desaparecido en la ciudad de La Plata Jorge Julio López, testigo clave en causas contra el terrorismo de estado. En 2011 Cristina se encamina a superar la crisis con la patronal exportadora de granos con una elección en la que supera el 50% de los votos; fuerzas sindicales en complicidad con las policiales asesinan al militante Mariano Ferreyra en un conficto obrero contra la precarización laboral. En 2015, Macri gana la presidencia por casi tres puntos porcentuales y revalida en las elecciones parlamentarias de octubre del 17; en agosto de 2017, en plena represión de las fuerzas federales a las comunidades mapuches en lucha desaparece en Chubut Santiago Maldonado, que unos meses después aparecerá muerto, episodio que lejos de ser aislado se coloca como inicio de una seria en la que se inscribe el asesinato también en manos de fuerzas federales del militante mapuche Rafael Nahuel. En 2019 asume Alberto Fernández; en el comienzo de la pandemia, el 30 de abril del 2020, rumbo a Bahía Blanca desaparece Facundo Artudillo Castro luego de haber caído en la órbita de la policía bonaerense. 

6. Milagro. Según el empresario y ex ministro de Menem, José Luis Manzano, el paciente zurcido de mediaciones sociales y representaciones institucionales en que se sustenta el sistema de partido constituye, en la argentina actual, un “milagro de la ciencia política”. Para este artista de las fusiones, cuya mirada de la realizada se asienta en la indistinción de las funciones de dirección política y de la operación empresarial constituyen, lo más conmovedor “es la sorprendente legitimidad que demuestra el sistema político en el país del que se vayan todos y en el continente de las convulsiones recurrentes”. En efecto, según el punto de vista de este accionista en el negocio de la energía, la construcción del Frente de Todos ha logrado unificar por arriba lo que de otro modo hubiera estallado como crisis desde abajo: “si no se hubiera construido una coalición de centro izquierda que expresara las demandas de la gente, el corte hubiera sido horizontal” (como en 2001) y “se iba el sistema político para un lado y la gente para el otro”. Es la eficacia de la grieta: “pensá que en otros países la gente sale a romper vidrieras y a putear”. En cambio, aquí, el sistema político fue capaz de contener, desde fines del 2017, el colapso del macrismo: “Todo el 2019 la gente fue mordiendo el freno”, es decir, aceptando trocar calle por urnas”. Fuente: El peronismo de Cristina, Diego Genoud (SXXI, Bs-As, 2021).

 

7. Estallidos. En recientes declaraciones el DiarioAR Ernesto Sanz (UCR-Juntos por el cambio) propuso recientemente un razonamiento complementario al de Manzano: “la única manera de resolver el problema del conurbano es con una gran alianza de construcción de poder con las organizaciones sociales y las pymes. No se puede seguir estigmatizando a los Grabois, a los Pérsico y a los padres Pepe Di Paola (…) Hoy la emergencia es el empleo y hay que trabajar con las organizaciones sociales que están administrando con mucha eficacia, en cuanto a que están evitando el estallido social”. Así se presenta el mundo de abajo percibido desde arriba. Se trata de una perspectiva ilustrativa, porque nombra en voz alta los saberes con los que la política de partido concibe su propia relación con una comunidad que quizás merezca reflexionar mas a fondo sobre esa clase de proposiciones. Si Sanz valora y agradece a las organizaciones sociales, es en la exacta medida en que estasestarían “evitando el estallido”. Como si al aplazar el estallido se estuviera preservando un orden digno (algo así como un orden neoliberal vivble). Los saberes de la política actúan como saberes sobre el límite. Sin saberes de contención, que emplean la noción “estallido social” sólo como amenaza que debe ser conjurada a bajo costo. El propio Sanz ha sabido explicar en su momento la necesidad de mantener en prisión a Milagro Sala, ya que en el caso de Jujuy -bajo el gobierno de su correliginario, el “carcelero” Morales- la Tupac rozó con cuestionar a la familia Blaquier. No se busque en Sanz una contradicción fragrante, dos actitudes incompatibles frente al movimiento social. Nada de eso. Sus múltiples saberes de político profesional organizan una coherencia. Se trata de modelar al movimiento social en su función contenedora, como prolongación de la política. Nada demasiado lejano, por otra parte, a los principios que guiaron al Coronel Berni hace no tanto, durante desalojo de la ocupación de tierras en Guernica. A ambos lados de la grieta, la política de sistema lidia con el estallido como aquello que evoca y teme, puesto que sólo en conacto con este fantasma se torna posible gestionar la crisis. 

8.  Antipolítica. Cando se refiere al estallido, la política de partido busca doblar la precariedad sobre sí misma, como instrumento de contención. A la eficacia de este tipo de procedimientos que Sanz describe, se refiere Manzano cuando habla de lo “milagroso”. Se trata evocar y aplazar de modo perpetuo el estallido. De modo que el estallido real, ese que implota en tiempo real e incesante adquiera el carácter de un estado cuasi-permenente, a la vez que espectral. Sanz afirma así algo al borde de lo que admitimos saber: que la política sobrevivie gracias a la explotación de la labor de organizaciones sociales, trastocando la imagen del estallido en gobierno del estallido. Hay, por tanto, una imagen 2001 de la política. Una imagen congelada y a la vez emanzante, antigua y a la vez presente: siempre por venir. Una imagen que actua productivamente, suscitando por la vía de la amenaza una improvable ilusión de orden en medio de la implosión. Esa imagen es un recurso en el oficio de la administración de poblaciones. El 2001 actua entonces como símite en todas las direcciones a las que se mire: límites de la política. Límite sobrepasado el cual se adivina un fondo oscuro y angustioso que el político no duda en llamar “antipolítica”, pesadilla última con la que sueña la política cuando cobra conciencia efimera de su propio fracaso. 

9. Contrapoder. La contracara del 2001 como antipolítica es la política como contrapoder. La hipótesis en cuestión supone una apropiación diferente de la crisis como límite, lo que supone a su vez otra valoración de la organización popular, no como última prolongación de la política en las tareas de contención, sino como organización de lo que tiende a estallar, fuente de narrativas inversas a las del orden y capacidad para desplazar el límite, llevándolo al centro de la toma de decisiones políticas. Contrapoder, en ese sentido, remite a un largo tiempo de luchas que buscan apropiarse del poder de limitar para utilizarlo contra el poder, por medio de la constitución de un dispositivo popular antagonista, que sólo en ciertos momentos logra volverse propiamente político y causar efectos directos de poder alternativo. Hay un par de citas del escritor Ricardo Piglia sobre este contrapoder narrativo en nuestra historia. El autor de Respitación artificial comienza por decirnos que  “la historia la escriben los vencedores y la narran los vencidos”. Los relato horales que circulan por lo bajo (siendo lo bajo aquello que resultó derrotado por el estado), reúnen los elementos con que se entretejen contrapoderes narrativos. Dos ejemplos que el escritor nos recuerda. El primero: las Madres de Plaza de mayo y un tipo narración que se produce como experiencia del límite, un tipo de contra-verdad que surge en el punto extremo en que el relato se cruza con la locura de quien no puede hablar -por la represión, por el dolor-, pero menos puede callar. Segundo ejemplo: los indios raqueles organizaban la autoridad política en el desierto de un modo peculiar: privado de todo medio de imposición coactiva, el jefe ranquel ejercía un poder mas bien narrativo, a partir de un “mínimo de política”, o en todo caso, de una política que dependía casi por completo del uso de la palabra. El jefe que no manda, reúne a la tribu contando historias, sin otra garantía de obediencia. En estas sociedades, dice Piglia, “el Estado es el lenguaje”, y su uso narrativo actúa cmo único medio de que dispone el grupo para “mantener la autoridad a salvo de la violencia coercitiva”. Estos ejemplos sobre el funcionamiento de contrapoderes narrativos -como capacidad de narrar cruzando la fronteras-, constityen una valiosa orientación para narrar también 2001 como contrapoder. Fuente de las citas: Ricardo Piliga, Crítica y ficción (Delbolsillo, Bs-As, 2017).

10. Progresismo. La tesis según la cual es posible un capitalismo no neoliberal se ha demostrado débil. Sobre todo en lo que hace al diagnósitco. Como lo ha mostrado recientemente Jun Fujita Hirose en un genial libro de filosofía política –¿Cómo imponer un límite absoluto al capitalismo? (Tinta Limon Ediciones, Bs-As, 2021)-, lo neoliberal no es la causa de la crisis sino su respuesta, propiamente capitalista. Neoliberal es la reorganización violenta de las relaciones sociales y socioambientales para detener la caída de la tasa de ganancia. Razón por la cual, la tentativa progresista por paliar sus efectos acaba funcionando como tenue complemento que apenas llega a compensar algunos de sus peores efectos y resulta del todo incapaz a la hora de imaginar como imponer un “límite absoluto” al capitalismo. Fujita lee la crisis del Covid-19 como momento de “destrucción creativa” del capital, que atravieza una fase de transición y cambio de hegemonía hacia un nuevo régimen de acumulación global -de base china- presentada como transición verde e informacional, es decir, como articulación de telecapitalismo y neoextractivismo intensificado sobre tierras llamadas “raras”. Operción de pinzas como relanzamiento desesperado por parte del capital, del que provienen los aires de guerra contra la sociedad que emanan de la economía. La llamada coyuntura política nacional se deshace al desatender las urgencias planteadas por semejante panorama. De allí que Fujita considere que lo político sobre puede conservar su dignidad su vuelve a recostarse sobre máquinas de guerra, urbanas, comunitaras, rurales. Fujita evoca el 2001 para imaginar una nueva alianzas de estas máquinas de guerra: feminismos, comunidades en lucha contra la violencia neoextrativa (y patriarcal), movimientos de trabajadores urbanos no absorbidos en los actuales impulsos del capital. 

 

11. Escena. En una de sus cartas Walter Benjamin escribe lo siguiente: «nunca pude investigar ni pensar más que en un sentido, si me atrevo a llamarlo así, teológico, es decir, de conformidad con la doctrina talmúdica de los 49 grados de significación de cada pasaje de la Torah. Ahora bien, las jerarquías de sentido, la mediocridad comunista mas trillada los respeta más que actual profundidad burguesa, que sólo se atiene a uno, lo apologético». Este fragmento, recogido en un libro muy hermoso –Walter Benjamin, Centinela mesiánico (Cuenco del Plata, Bs-As, 2021)- es comentado por su autor, de Daniel Bensaid, en solo dos líneas: «el lenguaje no tiene que ofrecer una verdad, sino que debe proponer un ramillete de sentidos». Esta sola frase es ya un manifiesto de resistencia a la época en su conjunto. Como lo explica el propio Bensaid, este tipo de escritura “no constituye huida una estética” sino algo mucho mas dramático y vertiginoso: expresa “la urgencia en el corazón de la catástrofe”. De ahí, la opinión de Bensaid, según la cual existe un tipo especial de política ubicada “a la izquierda de lo posible”, desplazamiento escénico hacia zonas no neoliberales de la existencia, como las que viene ofreciendo Chile, en la calle o en la constituyente, desde octubre del 2019. A la izquierda de lo posible no remite a la imagen clásica de la revolución, ni a las formas de articulación populista, ni tampoco a la “antipolítica”. Son escenas atípica, recreadas en base a percepciones, creencias y representaciones de otro orden. “Revés de trama”, diría David Viñas, en referencia a la aparición en primer plano de sujetos explotados durante un cierto período. No es sólo Chile. Es algo más extendido e inasible, que no deja de aparecer un poco por todas partes. Es la reacción ante el ataque -de lo que solemos llamar neoliberalismo- a toda mediación popular democrática. Una inesperada vigencia de lo que Walter Benjamin llamaba “la tradición de los oprimidos”, y que encuentra entre nosotrxs, en el 2001, no la cifra de una verdad, sino un manojo de sentidos en el corazón de la catástrofe. 

 

Publicado en Pocho vive!