Lo espontáneo y sus soportes

En lugar de “reterritorializar” en instituciones de nuevo tipo -asambleas, fábricas recuperadas, clubes de trueque-, 2001 permaneció en estado de temblor continuo, sin apagarse del todo y al mismo tiempo, condición de posibilidad de la re institucionalización del sistema político. Aún como aquello que debe ser excluído -crisis, estallido, “antipolítica”- 2001 siguió funcionando todos estos años como real a incluir, integrar o contener, por no decir directamente como reverso mismo de lo político bipartidista de la sociedad empresa o de la comunidad organizada. 2001 persiste quizás como última instancia de lucidez ante el abismo, temor y temblor que anima un tiempo paralelo que no deja de pensarnos -como el pasado nos piensa-, y al pensarnos no deja tampoco demasiado espacio para eludir la respuesta acerca de la pregunta interpelante: ¿quiénes somos hoy?



Lo espontáneo y sus soportes

Diego Sztulwark

Lobo Suelto

 A Sebas Touza.

 

  1. Miseria del aniversario. Nada en la idea de aniversario y en la del tiempo cíclico que ella supone sugiere realmente una operación crítica del balance. Ni siquiera el aniversario en números redondos. Hay una miseria en el recuerdo, en la mirada que vuelve sobre el pasado con aires compasivos -tiempos de crisis y de estallidos, tiempos pre-políticos-, desdeñando el hecho de que aquello que se pretende recordar, cuando se habla del 2001, viene negado por el uso mismo de una memoria que no acierta, que equivoca los términos de su propia operación. Porque recordar no es proyectar hacia atrás, sino volver a pasar, descubrir el tiempo en su forma de pasado como dimensión presente. En última instancia, conviene creer que el recuerdo no tiene que ver con el tiempo ido sino con conexiones actuales. Es decir, con la existencia de un tiempo simultáneo al actual, que no deja de pensarnos, en el cual la crisis y el estallido se sustraen de la pesada condena al desastre que nuestro presente inmediato le asigna, para recuperar su lucidez propia como instancias del límite y del rechazo al estado de cosas. Los balances políticos que se nos imponen son otros, y pasan más bien por el empobrecido destino de aquella voluntad política-electoral que podemos llamar “antimacrismo”, tan eficaz en las PASO del año 2019 como escuálida (en el incumplimiento de su programa mínimo consistente en garantizar salarios e ingresos de sectores mayoritarios de la población) en lo que suponemos como salida de la pandemia.

 

  1. Inversión de perspectivas. Más que un balance de la crisis hecha desde pretendidos tiempos de normalidad, quizás resulte más valioso el contacto con cierta lucidez habilitada por aquellos momentos de autoinvestigación que suponen las conmociones colectivas, para extraer de modo indirecto, por los juegos del contraste, insumos para comprender la situación. Vale la pena leer, para provocar esta inversión, lo escrito aquellos años, durante los meses calientes en los que actuar y pensar se equivalían, en particular algunos testimonios publicados en un libro salido en abril de 2002 -y que entró a imprenta por tanto en un país incendiado y en estado de asamblea- para encontrar allí enunciados que en su agitada inmediatez poseen, al contrario de lo que se podía suponer, un poder iluminador de larga duración sobre zonas inhabilitadas de nuestras reflexiones actuales. Me voy a detener en los brevísimos textos que León Rozitchner (“La ruptura de la cadena del terror”) y Horacio González (“Problemas y desafíos”) aportaron a ese libro. Son textos escritos durante el verano 2001/2002, arrancados al fragor de lo incierto, fragmentos de un pensamiento del acontecimiento, interno al acontecimiento mismo. Vuelvo sobre esos nombres, no en homenaje a maestros que ya no están, sino en tanto que designan modos de estar en el pensamiento con los que es indispensable seguir en contacto. Tomo, entonces, la palabra de Rozitchner y de González del libro 19 y 20, Apuntes para un nuevo protagonismo social, del Colectivo Situaciones.

 

  1. Acontecimiento. Con el paso del tiempo, Rozitchner tendió a leer el 2001 como un intento inmediatamente frustrado de formar un poder colectivo. En una entrevista hecha por el Colectivo Situaciones en 2009, Rozitchner decía: “cuando el pueblo no lucha, la filosofía no piensa”. Y un año después, recordaba en “Odisea 2001” -el capítulo 15 de la serie de videos León Rozitchner. Es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa (disponible en la web)- un episodio represivo ocurrido en un puente de la provincia de Corrientes. En su recuerdo, un periodista preguntaba a una mujer llorosa qué había pasado y ella respondía que le dolía la ausencia del pueblo. Pero durante el verano del 2002 Rozitchner pensaba por fin “con el 19 y 20 eso que nos mantenía separados se había roto” y se hacía visible una nueva emergencia de lo colectivo: “algo ha comenzado”, escribía. Un nuevo tiempo que se reconocía en la activación de “los poderes del propio cuerpo en la medida en que empezábamos a sentir que podíamos construir un cuerpo común más poderoso” y en “un poder de incidir sobre las fuerzas que sentíamos inexpugnables”. Por primera vez, creía Rozitchner, se producía “un corte que transforma la subjetividad sometida y comienza a reconocer su propio poder cuando está inserto en un colectivo unificado por los mismos objetivos”. Se trataba, entonces, de “ejercer una estrategia que nos lleve pacífica y democráticamente a multiplicar nuestra capacidad de resistencia, tras haber descubierto el poder de los grandes conglomerados colectivos ciudadanos”. Lo que visibilizaba el 19 y 20 era “un contrapoder extendido”, siempre en riesgo, porque toda producción de nueva subjetividad precisa de un colectivo que apueste más a desplegarse en la experiencia que a imaginar modelos teóricos o mitológicos. Y porque no hay que creer que el contrapoder está consolidado de una vez, hace falta tiempo y el tiempo implica -como se demostró catastróficamente unos pocos meses después, en la masacre de la Estación Avellaneda de junio de 2002- aplazar la represión. “El fenómeno de la creatividad social tiene una complejidad mayor que aquella que las fórmulas teóricas le asigna”, y las fuerzas políticas organizadas -decía- tienen que aprender, puesto que “es evidente que lo que sucedió el 19 y 20 no es un producto de la izquierda”.

 

  1. Fenomenología. Seguir con el lenguaje las mutaciones de lo real en tiempo real, es un poco el método del ensayo de Horacio González, muy en línea con la idea que narrar es contar los efectos que se siguen de los acontecimientos. Lo primero que ve el autor de Restos pampeanos la noche del 19 de diciembre del 2001 es la ausencia de “banderas políticas conocidas”. Por primera vez en mucho tiempo aparece lo popular sin una “cadena de menciones constituidas previamente” (sin expectativas en la Casa Rosada). Y no es por carencia de poder simbólico, como se podría creer, sino porque esa multitud “se compuso en esos días y en esa oportunidad”, siendo precisamente esa la diferencia entre pueblo y multitud: la multitud es pueblo en estado de substracción y autoconstitución. Más que la antigua e insatisfactoria querella de “lo espontáneo y lo determinado”, González percibe en esa substracción un estado de gracia, un tipo de poder popular que actúa extrayendo los temas de la izquierda y de las viejas movilizaciones populares de sus respectivos formatos para disponerlos en algo así como un “común pensante colectivo”, difícil para las militancias de izquierda, porque ese común se cuece en unas cacerolas en la que los piqueteros se alían con los ahorristas, en una mezcla inconveniente desde la perspectiva de una cierta teoría de la conciencia. Y de nuevo, lo que le interesa a González de aquella noche del 19 es precisamente lo que ocurre en la experiencia de la conciencia. Se trata de una experiencia callejera, cuantitativa, casi matemática del conflicto social. Una conciencia que se incrementa por metros, cuadra a cuadra: “fui a la vereda, estuve un rato y no sabía qué hacer, ya éramos varios. Fui a la esquina, ya éramos muchos más y fuimos a la plaza. Eran escalones o planos de conciencia medidos en metros de calle”, una “cadena casi sin origen”, pero ese “casi” no debe pasar desapercibido, porque en él se concentra la clave que articula precisamente lo espontáneo y lo determinado: una serie de desplazamientos de elementos de una cotidianidad microdoméstica que desbordan hacia lo público con sus propias leyes, comenzando por la cacerola y la apropiación de la noche, pasando por esos encuentros vecinales en cada esquina y los televisores encendidos que hablan a las paredes, en habitaciones deshabitadas. De ese encuentro entre micro-cotidianidad y plaza de mayo surge una conmoción mayor y un tipo de extrañamiento con repercusiones introspectivas: “esa noche uno se encontraba con conocidos que ya no eran conocidos, porque no se sabía cómo era que estaba uno allí, yo mismo no era enteramente conocido para mi mismo”. Ese estado de deliberación o de vacilación que impidió a González cantar la consigna “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.

 

  1. Alineación. Si aún fuésemos sensibles a aquella fuerza gnoseológica, si pudiéramos conservar algo de su poder iluminador, veríamos con mayor claridad en nuestro presente aquello que hay de tensión creciente entre centro y extremo, norma y crisis, impugnación y límite (algo que las derechas extremas notan, como amenaza espectral, desde hace tiempo). Las condiciones son muy distintas a las de dos décadas atrás, es cierto. Porque si en 2001 el plan oficial de “déficit cero” devaluaba lazos sociales y arrojaba esa excedencia a la intemperie, 2021 desespera, en cambio, en su esfuerzo de contención y en la improbable promesa de integrarlo todo: el plan en el trabajo, el descontento en el voto, la economía en la legalidad, la pandemia en la primavera y la entera naturaleza en los mercados a futuro. De 2021 a 2001 no se llega haciendo comparaciones, sino alternando perspectivas visuales. Ahí donde 2021 es un dramático esfuerzo por alinear el tiempo en el gobierno, 2001 funciona como un lente para pensar el reverso de la trama.

 

  1. Que se vayan todos. Fuerza inédita, nuevo tiempo, noche formidable, subjetividades indóciles, ausencia de banderas, conciencia por metros: son todas marcaciones que -en Rozitchner y González- captan eso tan difícil de localizar que cierta filosofía llama “índices de desterritorialización”. Movimientos de la tierra -de los cuerpos- cuyas implicancias trabajan desde dentro las consignas, confiriéndoles una cierta significación que -por supuesto- se pierde y resignifica en sentido, incluso contrario, en contextos diferentes. En lugar de “reterritorializar” en instituciones de nuevo tipo -asambleas, fábricas recuperadas, clubes de trueque-, 2001 permaneció en estado de temblor continuo, sin apagarse del todo y al mismo tiempo, condición de posibilidad de la re institucionalización del sistema político. Aún como aquello que debe ser excluído -crisis, estallido, “antipolítica”- 2001 siguió funcionando todos estos años como real a incluir, integrar o contener, por no decir directamente como reverso mismo de lo político bipartidista de la sociedad empresa o de la comunidad organizada. 2001 persiste quizás como última instancia de lucidez ante el abismo, temor y temblor que anima un tiempo paralelo que no deja de pensarnos -como el pasado nos piensa-, y al pensarnos no deja tampoco demasiado espacio para eludir la respuesta acerca de la pregunta interpelante: ¿quiénes somos hoy?

 

 

Fuente: La Tecl@ Eñe, Cuaderno Número 3

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