Reencantar el mundo. La vida en común y la capacidad de autogobernarnos

El trabajo reproductivo, en tanto constituye la base material de nuestra vida y es el terreno principal en el que podemos practicar nuestra capacidad de autogobernarnos, es la «zona cero de la revolución».
Cuando hablo de «reencantar el mundo» me refiero a descubrir lógicas y razonamientos distintos a los del desarrollo capitalista, práctica que considero indispensable para la mayoría de los movimientos antisistémicos y precondición para resistir a la explotación. Si todo lo que conocemos y anhelamos es lo que ha producido el capitalismo, entonces no hay esperanza alguna de un cambio cualitativo. Las sociedades que no se preparen para reducir el uso de la tecnología industrial se tendrán que enfrentar con los desastres medioambientales, la competencia por unos recursos cada vez más escasos y un sentimiento de desesperación cada vez mayor ante el futuro del planeta y el sentido de nuestra presencia en él.



Reencantar el mundo
El feminismo y la política de los comunes
Silvia Federici

(El índice y el enlace para recibir gratuitamente el libro, al final de este capítulo)

 

Capítulo 14

Reencantar el mundo. Tecnología, cuerpo y construcción de lo común

Casi ha pasado un siglo desde que Max Weber afirmara en «La
ciencia como vocación» que el sino de nuestro tiempo se caracte-
riza sobre todo por el desencantamiento del mundo, un fenóme-
no que él atribuía a la intelectualización y racionalización pro-
ducidas por las formas modernas de organización social.1 Con el
término «desencantamiento» Weber se refería a la desaparición
de lo religioso y lo sagrado, pero podemos interpretar su adver-
tencia en un sentido más político, como una referencia al surgi-
miento de un mundo nuevo en el que nuestra capacidad para
reconocer la existencia de otras lógicas distintas a la lógica del
desarrollo capitalista se pone cada día más en duda. Este «blo-
queo» tiene orígenes diversos y evita que la desdicha en la que
vivimos nuestro día a día se convierta en acción transformadora.
La reestructuración global de la producción ha desmantelado las
comunidades de clase trabajadora, al tiempo que ha profundiza-
do las divisiones impuestas por el capitalismo en el cuerpo del
proletariado mundial. Sin embargo, lo que evita también que
nuestro sufrimiento se convierta en una fuerza productora de
alternativas al capitalismo es el poder de seducción que ejerce
la tecnología sobre nosotros, esta parece que nos otorgara unas
1 Max Weber, «Science as a Vocation» (1918-1919) en For Max Weber: Essays in
Sociology, H. H. Gerth y C. Wright Mills (eds.), Nueva York, Oxford University
Press, 1946, p. 155 [ed. cast.: «La ciencia como vocación», en El político y el
científico, Madrid, Alianza Editorial, 2015, p. 229].

Reencantar el mundo268
facultades sin las cuales vivir parece imposible. El propósito de
este artículo es cuestionar ese mito. No se trata de lanzar un ata-
que estéril contra la tecnología desde la nostalgia del retorno a
un paraíso primitivo, sino de dejar constancia del coste de la in-
novación tecnológica que nos tiene cautivados y, sobre todo, de
recordarnos los conocimientos y facultades que hemos perdido
al producirla y adquirirla. Cuando hablo de «reencantar el mun-
do» me refiero a descubrir lógicas y razonamientos distintos a
los del desarrollo capitalista, práctica que considero indispensa-
ble para la mayoría de los movimientos antisistémicos y precon-
dición para resistir a la explotación. Si todo lo que conocemos y
anhelamos es lo que ha producido el capitalismo, entonces no
hay esperanza alguna de un cambio cualitativo. Las sociedades
que no se preparen para reducir el uso de la tecnología indus-
trial se tendrán que enfrentar con los desastres medioambienta-
les, la competencia por unos recursos cada vez más escasos y un
sentimiento de desesperación cada vez mayor ante el futuro del
planeta y el sentido de nuestra presencia en él. En este contexto,
las luchas que tienen como objetivo la ruralización del mundo
―como, por ejemplo, a través de la recuperación de tierras, la
liberación de ríos de los embalses, la resistencia contra la defo-
restación y, de manera fundamental, la revalorización del trabajo
reproductivo― son cruciales para nuestra supervivencia. Son la
condición de nuestra supervivencia física pero también del «re-
encantamiento» de la tierra, en tanto reconectan lo que el capi-
talismo ha separado: nuestra relación con la naturaleza, con las
demás personas y con nuestros cuerpos, a fin de permitirnos no
solo escapar de la fuerza gravitatoria del capitalismo, sino recu-
perar una sensación de integridad en nuestras vidas.

Tecnología, cuerpo y autonomía
Partiendo de estas premisas, afirmo que la seducción que ejerce
la tecnología sobre nosotras es efecto del empobrecimiento ―
económico, ecológico y cultural― que cinco siglos de desarrollo
capitalista han producido en nuestras vidas, incluso ―o sobre
todo― en los países en los que ha alcanzado su clímax. Este em-
pobrecimiento tiene muchas facetas. Lejos de crear las condicio-
nes materiales para realizar la transición al comunismo, según
imaginaba Marx, el capitalismo ha producido escasez a escala
global. Ha devaluado las actividades que reconstituyen nuestro
cuerpo y mente después de consumirlos en el proceso de trabajo,
esquilmando la tierra hasta tal punto que cada vez hay menos re-
cursos para sustentar nuestra vida. Como dijo Marx refiriéndose
al desarrollo de la agricultura:
Todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en
el arte de robar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el sue-
lo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de este durante
un lapso dado de tiempo supone un avance en el agotamiento de las
fuentes duraderas de esa fertilidad. Este proceso de destrucción es
tanto más rápido, cuanto más tome un país —es el caso de los Esta-
dos Unidos de Norteamérica, por ejemplo— a la gran industria como
punto de partida y fundamento de su desarrollo. La producción ca-
pitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación
del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo,
los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador.2
Esta destrucción no resulta más obvia en tanto el alcance glo-
bal del desarrollo capitalista ha puesto fuera de la vista la ma-
yoría de sus consecuencias sociales y materiales, de modo que
para nosotros se hace difícil evaluar el coste total de cualquier
forma nueva de producción. Como explicó el sociólogo alemán
Otto Ullrich, lo único que hace persistir el mito de que la tecno-
logía genera prosperidad es la capacidad de la misma a la hora
de transferir sus costes a unos plazos y unas distancias consi-
derables, así como nuestra consiguiente incapacidad de ver el
sufrimiento que causa nuestro uso cotidiano de los dispositivos
tecnológicos.3 En realidad, que el capital aplique la ciencia y la
tecnología a la producción ha demostrado tener un coste tan ele-
vado en términos de sus efectos sobre la vida humana y los eco-
sistemas que si se generalizara destruiría el planeta. Como a me-
nudo se ha afirmado, solo se podría generalizar su aplicación si
tuviésemos otro planeta que seguir saqueando y contaminando.4
2 Karl Marx, Capital: A Critique of Political Economy, vol. 1, Friedrich Engels (ed.), Ben
Fowkes (trad.) Londres, Penguin, 1990, p. 638 [ed. cast.: El capital, tomo i, pp. 612-613].
3 Otto Ullrich, «Technology» en Wolfgang Sachs (ed.), The Development Dictionary,
Londres, Zed Books, 1992, p. 283 [ed. cast.: Diccionario del desarrollo. Una guía del
conocimiento como poder, pratec, Perú, 1996, p. 365].
4 Mathis Wackernagel y William Rees, Our Ecological Footprint: Reducing Human
Impact on the Earth, Gabriola Island (bc), New Society Press, 1996.

Reencantar el mundo270
Sin embargo, existe otra forma de empobrecimiento que es me-
nos visible pero igual de devastadora y que ha sido práctica-
mente ignorada por la tradición marxista. Se trata de la pérdi-
da provocada por la larga historia de violencia capitalista sobre
nuestras facultades autónomas. Me refiero con esto al conjunto
de necesidades, deseos y capacidades que durante millones de
años de desarrollo evolutivo en estrecha relación con la naturale-
za se han sedimentado en nosotros y que constituyen uno de los
orígenes principales de nuestra resistencia a la explotación. Me
refiero a nuestra necesidad de sol, viento y cielo, la necesidad
que tenemos de tocar, oler, dormir, hacer el amor y estar al aire
libre, en lugar de estar enclaustradas (mantener a los niños en-
cerrados entre cuatro paredes sigue siendo uno de los retos más
importantes para los maestros de muchos lugares del mundo).
La insistencia en la construcción discursiva del cuerpo nos ha he-
cho perder de vista esta realidad. Pero esta estructura acumulada
de necesidades y deseos, que ha constituido la precondición para
nuestra reproducción social, ha presentado un poderoso límite a
la explotación del trabajo. Por eso, desde sus primeros pasos, el
capitalismo ha tenido que librar una guerra contra nuestro cuer-
po, convirtiéndolo en un significante de todo aquello que es limi-
tado, material y opuesto a la razón.5
La intuición de Foucault respecto a la primacía ontológica
de la resistencia6 y nuestra capacidad de producir prácticas
liberadoras puede explicarse por estos motivos. Es decir, se
puede explicar partiendo de una interacción constitutiva entre
nuestros cuerpos y un «afuera» ―llámese el cosmos, el mun-
do natural―, que ha resultado enormemente productiva en
términos de capacidades y de visión e imaginación colectiva,
aunque esté mediada obviamente por la interacción social/cul-
tural. Todas las culturas del sur de Asia ―como nos recuerda
Vandana Shiva― tienen su origen en sociedades que vivían en
5 Véase Federici, Caliban and the Witch: Women, the Body and Primitive Accumulation,
Brooklyn (ny), Autonomedia 2004, especialmente el capítulo 3 [ed. cast.: Calibán
y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva , Madrid y Buenos Aires,
Traficantes de Sueños y Tinta Limón, 2010].
6 De la que se habla en Michael Hardt y Antonio Negri,Commonwealth, Cambridge,
Harvard University Press, 2009, p. 31 [ed. cast.: Commonwealth: el proyecto de una
revolución del común, Madrid, Akal, 2011].

Reencantar el mundo 271
estrecho contacto con los bosques.7 Además, los descubrimien-
tos científicos más importantes tuvieron lugar en las sociedades
precapitalistas, en las que la vida de las personas estaban pro -
fundamente marcadas, en todos los aspectos, por la interacción
cotidiana con la naturaleza. Hace 4.000 años los observadores
del cielo babilonios y mayas descubrieron y dibujaron mapas
celestes que reflejaban las principales constelaciones y los mo-
vimientos cíclicos de los cuerpos celestiales.8 Los marineros
polinesios podían navegar en alta mar aunque fuese noche ce-
rrada y alcanzar la orilla leyendo las olas del océano ―tal era el
nivel de sensibilidad de sus cuerpos a los cambios de la ondu -
lación y las oleadas del mar―.9 Los pueblos nativos de América
de la época previa a la conquista producían los cultivos que
ahora alimentan a la población mundial, con una maestría que
las innovaciones agrícolas de los últimos 500 años no han po -
dido superar; y estos generaron una abundancia y diversidad
sin parangón en ninguna otra revolución agrícola.10 Recurro a
esta historia, tan poco conocida y rumiada, para subrayar el
gran empobrecimiento que hemos experimentado en el curso
del desarrollo capitalista, y que ningún ingenio tecnológico ha
podido compensar. En efecto, podríamos escribir una historia
de la desacumulación de nuestros conocimientos y capacidades
precapitalistas en paralelo a la historia de la innovación tecno -
lógica capitalista; esta es la premisa sobre la que el capitalismo
ha erigido la explotación de nuestro trabajo. La capacidad de
interpretar los elementos, de descubrir las propiedades medici-
nales de las plantas y las flores, de obtener el sustento de la tie -
rra, de vivir en el bosque o la selva, de guiarse por las estrellas
y los vientos a través de caminos y mares, era y sigue siendo una
7 Vandana Shiva, Staying Alive: Women, Ecology and Development , Londres, Zed
Books, 1989 [ed. cast.: Abrazar la vida. Mujer, ecología y supervivencia , Madrid,
Horas y horas, 2004].
8 Clifford D. Conner, A People’s History of Science: Miners, Midwives, and Low Mecha -
nicks, Nueva York, Nation Books, 2005, pp. 63-64 [ed. cast.:Historia popular de la cien-
cia: mineros, matronas y mecánicos, La Habana, Editorial Científico-Técnica, 2009].
9 Ibídem, pp. 190-192. Aquí Conner también cuenta que los navegantes europeos
obtuvieron de los marineros nativos el conocimiento de los vientos y las mareas
que les permitió atravesar el Atlántico.
10 Jack Weatherford, Indian Givers: How the Indians of the Americas Transformed the
World, Nueva York, Fawcett Books, 1988.

Reencantar el mundo272
fuente de «autonomía» a destruir. El desarrollo de la tecnología
industrial capitalista se ha construido sobre esa pérdida y la ha
amplificado.
El capitalismo no solo se ha apropiado del conocimiento y
capacidades de los obreros en el proceso de producción de tal
modo que, como decía Marx, «el medio de trabajo [aparece]
como medio de dominación, de explotación y empobrecimiento
del obrero».11 Como explico en Calibán y la bruja , la mecaniza-
ción del mundo estaba fundamentada y precedida por la me-
canización del cuerpo humano, que en Europa se llevó a cabo
mediante los «cercamientos», la persecución de los vagabundos
y la caza de brujas de los siglos xvi y xvii. A este respecto, es
importante recordar que una tecnología no es un dispositivo
neutral sino que conlleva un sistema de relaciones específico,
«una red infraestructural de condiciones técnicas, sociales y
psicológicas»12 y un régimen disciplinario y cognitivo que cap-
tura e incorpora los aspectos más creativos del trabajo vivo em -
pleado en el proceso de producción. Esto sigue ocurriendo en
el caso de la tecnología digital. Aún así, es difícil desengañarse
de la idea de que la llegada del ordenador ha sido beneficiosa
para la humanidad, de que ha reducido la cantidad de traba -
jo socialmente necesario y aumentado nuestra riqueza social
y nuestra capacidad de cooperación. Y es que, si se tiene en
cuenta lo que ha hecho falta para alcanzar la informatización,
cualquier visión optimista de la revolución de la información y
la sociedad del conocimiento queda ensombrecida. Como nos
recuerda Saral Sarkar, para producir un solo ordenador hacen
falta entre 15 y 19 toneladas de distintos materiales y 33.000
litros de agua pura, que obviamente se extraen de nuestra ri -
queza común, probablemente de las tierras y aguas comunes
de África o de América Central y del Sur.13 De hecho, podemos
aplicar a la informatización lo que escribió Raphael Samuel so-
bre la industrialización: «Si se observa la tecnología [industrial]
11 Marx, Capital…, vol. 1., p. 638 [ed. cast.: El capital…, p. 612].
12 Ullrich, «Technology», op. cit., p. 285.
13 Saral Sarkar, Eco-Socialism or Eco-Capitalism? A Critical Analysis of Humanity’s
Fundamental Choices, Londres, Zed Books, 1999, pp. 126-127; véase también Tricia
Shapiro, Mountain Justice: Homegrown Resistance to Mountaintop Removal for the
Future of Us All, Oakland (ca), ak Press, 2010.

Reencantar el mundo 273
desde el punto de vista de la mano de obra en lugar del capital,
decir que la maquinaria permite ahorrar esfuerzos es una burla
cruel […] aparte de las exigencias impuestas por la propia ma -
quinaria, tenía a un enorme ejército de trabajadores afanados
en proporcionarle las materias primas».14
La informatización también ha expandido la capacidad mi-
litar de la clase capitalista y su vigilancia de nuestro trabajo
y nuestra vida ― unas consecuencias que hacen palidecer los
beneficios que podemos obtener del uso del ordenador perso-
nal―.15 Lo que es más importante, la informatización no ha re -
ducido la jornada semanal, algo que han prometido todas las
utopías tecnológicas desde la década de 1950, ni la carga de
trabajo físico. Ahora trabajamos más que nunca. Japón, la tierra
natal del ordenador, se ha puesto a la vanguardia mundial con
un nuevo fenómeno conocido como «muerte por exceso de tra-
bajo» [karōshi]. Por otra parte, en Estados Unidos muere cada
año un pequeño ejército de trabajadores por accidente laboral
―los casos se cuentan por miles― y muchos más contraen en -
fermedades que abreviarán su vida.16
Básicamente, la informatización está llevando a su culmen la
abstracción y regimentación del trabajo y con ellas nuestra alie-
nación y deslocalización. El nivel de estrés que está produciendo
el trabajo digital se puede medir por la epidemia de trastornos
mentales ―depresión, pánico, ansiedad, déficit de atención, dis-
lexia― típica hoy en día en los países con tecnología más avan-
zada como Estados Unidos; epidemias que también se pueden
14 Raphael Samuel, «Mechanization and Hand Labour in Industrializing Britain»
en Lenard R. Berlanstein (ed.), The Industrial Revolution and Work in Nineteenth-
Century Europe, Londres, Routledge, 1992, pp. 26-40.
15 Jerry Mander, In the Absence of the Sacred: The Failure of Technology and the
Survival of the Indian Nations , San Francisco, Sierra Club Books, 1991 [ed. cast.:
En ausencia de lo sagrado. El fracaso de la tecnología y la supervivencia de las naciones
indias, Palma de Mallorca, José Jota de Olañeta, 1996].
16 Según Joann Wypijewski, 40.019 trabajadores murieron en el trabajo entre los años
2001 y 2009; en 2007 se produjeron más de 5.000 muertes en el trabajo, una media
de quince cadáveres al día, y más de 10.000 sufrieron mutilaciones o heridas. La
autora calcula que «como muchos casos no se denuncian, el número de trabajadores
lesionados posiblemente se aproxime más a 12 millones de trabajadores que a los 4
millones oficiales»; «Death at Work in America», Counterpunch, 29 de abril de 2009.

Reencantar el mundo274
interpretar como formas de resistencia pasiva, como una nega-
tiva a obedecer, a convertirse en máquinas y hacer propios los
planes del capital.17
En pocas palabras, la informatización se ha sumado al estado
de sufrimiento generalizado haciendo realidad la idea del «hom-
bre-máquina» de Julian de la Mettrie. Ocultándola tras la ilusión
de la interconectividad, ha producido un nuevo tipo de soledad
y nuevas formas de distanciamiento y separación. Gracias al or-
denador ahora millones de personas trabajamos en situaciones
en las que cada movimiento que hacemos es monitorizado, regis-
trado y, potencialmente, castigado; las relaciones sociales se des-
moronan mientras pasamos semanas delante de nuestras panta-
llas, renunciando al placer del contacto físico y a la conversación
cara a cara; la comunicación se ha vuelto más superficial, ya que
la seducción de la respuesta inmediata termina reemplazando
las cartas meditadas por intercambios superficiales. También
nos vamos dando cuenta de que el ritmo rápido al que nos están
acostumbrando los ordenadores genera cada vez más impacien-
cia en nuestras interacciones cotidianas con otras personas, que
no pueden ser tan rápidas como una máquina.
En este contexto, tenemos que rechazar el axioma que sole-
mos encontrar en los análisis del movimiento Occupy de que la
tecnología digital (Twitter, Facebook) es una correa de transmi-
sión de la revolución global, la chispa que prendió la «Primavera
Árabe» y el movimiento de las plazas. Sin duda, Twitter puede
sacar a millones de personas a la calle, pero solo si ya están mo-
vilizadas. Pero no puede dictar cómo nos juntamos, si de manera
secuencial o de esa manera comunal y creativa que hemos vivido
en las plazas, fruto del deseo por el otro, por la comunicación
cuerpo a cuerpo y por un proceso de reproducción compartido.
Como ha demostrado la experiencia del movimiento Occupy en
Estados Unidos, internet puede ser un facilitador, pero la activi-
dad transformadora no se origina en la información que se pasa
por la red; se origina acampando en el mismo espacio, resol-
viendo los problemas juntas, cocinando juntos, organizando un
equipo de limpieza o enfrentándonos a la policía, experiencias
reveladoras todas ellas para miles de jóvenes que han crecido
17 Franco «Bifo» Berardi, Precarious Rhapsody, Londres, Minor Compositions, 2009.

Reencantar el mundo 275
delante de la pantalla del ordenador. No por casualidad, una de
las experiencias más apreciadas del movimiento Occupy fue el
mic check [prueba de micro] ―un dispositivo creado cuando la
policía prohibió el uso de megáfonos en Zucotti Park y que pron-
to se convirtió en un símbolo de independencia del Estado y de
la máquina, significante de un deseo colectivo, de una voz y una
práctica colectivas―. Durante meses, la gente decía mic check! en
las asambleas, aunque no fuera necesario, regocijándose en esta
afirmación de poder colectivo.
Todas estas consideraciones son un desatino para quienes
atribuyen a las nuevas tecnologías digitales una ampliación de
nuestra autonomía y dan por sentado que quienes trabajan en
los niveles más altos de desarrollo tecnológico están en la mejor
posición para promover el cambio revolucionario. En realidad,
las regiones con la tecnología menos avanzada desde el punto de
vista capitalista son las que viven una lucha política más intensa,
y en las que existe también una mayor convicción ante la posi-
bilidad de cambiar el mundo. Ejemplo de ello son los espacios
autónomos creados por los campesinos y las comunidades indí-
genas en América Latina que, a pesar de siglos de colonización,
han mantenido las formas de reproducción comunales.
Actualmente las bases materiales de este mundo están su-
friendo un ataque nunca visto. Son el objetivo de un proceso in-
cesante de cercamiento dirigido por las empresas de la minería,
el agronegocio y los biocombustibles. El hecho de que ni siquiera
los Estados latinoamericanos con fama de «progresistas» hayan
podido superar la lógica del extractivismo es una muestra de la
profundidad del problema. El actual ataque sobre la tierra y el
agua se ve agravado por el intento igualmente pernicioso que es-
tán realizando el Banco Mundial y una plétora de ong de poner
todas las actividades de subsistencia bajo el control de las rela-
ciones monetarias a través de la política del crédito agrícola y las
microfinanzas, y que han convertido en deudores a multitudes
de comerciantes, granjeros y proveedores autosuficientes de ali-
mentos y cuidados, la mayoría de ellos mujeres. Pero a pesar de
esta violencia, este mundo, que algunos llaman «rurbano» para
resaltar su dependencia simultánea de la ciudad y el campo, se
niega a marchitarse. Muestra de ello son la proliferación de los
movimientos de ocupación de tierras, las guerras del agua y la

Reencantar el mundo276
persistencia de prácticas solidarias como el tequio,18 incluso entre
quienes han emigrado al extranjero. Al contrario de lo que nos
diría el Banco Mundial, el «agricultor», rural o urbano, es una
categoría social que aún no está condenada al vertedero de la
historia. Algunos, como el ya fallecido sociólogo de Zimbabwe
Sam Moyo, han hablado de un proceso de «recampesinización»
y afirman que el movimiento contra la privatización de la tierra
y por la reapropiación que se extiende de Asia a África posible-
mente sea la batalla más decisiva, y ciertamente la más fiera, que
se está librando en el planeta.19
Desde las montañas de Chiapas hasta las llanuras de Bangla-
desh, muchas de estas luchas han estado lideradas por mujeres,
que han tenido una presencia clave en todos los movimientos
de ocupación y reclamación de tierras. Enfrentadas a la nueva
ronda de privatización de la tierra y al aumento del precio de
los alimentos, las mujeres han intensificado también su actividad
agrícola de subsistencia y para ello se han apropiado de cual-
quier tierra pública a su alcance, transformando en el proceso
el paisaje urbano de muchas localidades. Como ya he explicado
en otra parte, recuperar o ampliar la tierra para la agricultura de
subsistencia ha sido una de las principales batallas de las muje-
res de Bangladesh, lo que ha llevado a la creación de la Landless
Women’s Association [Asociación de mujeres sin tierra] que lle-
va ocupando tierras desde 1992.20 En India, las mujeres también
han encabezado la reclamación de tierras y han participado en
el movimiento contra la construcción de presas. Además han
formado la National Alliance for Women’s Food Rights [Alian-
za nacional por los derechos alimentarios de las mujeres], un
movimiento nacional compuesto por 35 grupos de mujeres que
han hecho campaña por la defensa de la economía de la semilla
de mostaza, que está bajo amenaza desde que una corporación
18 Tequio es una modalidad de trabajo colectivo, cuyo origen se remonta a la
Centroamérica precolonial, por la que los miembros de una comunidad suman
esfuerzos y recursos para llevar a cabo proyectos comunitarios como una escuela,
un pozo o una carretera.
19 Sam Moyo y Paris Yeros (eds.), Reclaiming the Land: The Resurgence of Rural
Movements in Africa, Asia and Latin America, Londres, Zed Books, 2005.
20 Federici, Revolution at Point Zero: Housework, Reproduction, and Feminist
Struggle, Oakland (ca), pm Press, 2012 [ed. cast.: Revolución en punto cero. Trabajo
doméstico, reproducción y luchas feministas, Madrid, Traficantes de Sueños, 2013].

Reencantar el mundo 277
estadounidense intentó patentarla. En África y en América Lati-
na se libran batallas parecidas y también son cada vez más fre-
cuentes en los países industrializados, en los que proliferan las
huertas urbanas y la economía solidaria con la prominente parti-
cipación de las mujeres.
Otras razones
En definitiva, lo que estamos presenciando es una «transvalora-
ción» de los valores políticos y culturales. Del mismo modo que
el camino marxista hacia la revolución tenía a sus líderes en los
trabajadores industriales, estamos empezando a darnos cuenta
de que los nuevos paradigmas podrían ser aquellas personas que
luchan por liberar su reproducción del yugo del poder corporati-
vo y preservar nuestra riqueza común en los campos, las cocinas
y los pueblos pesqueros de todo el planeta. También en los países
industrializados, como ilustra Chris Carlsson en Nowtopia, hay
cada vez más personas en busca de alternativas a una vida regu-
lada por el trabajo y el mercado, porque en el régimen de la pre-
cariedad, el trabajo ya no puede ser una de las fuentes de iden-
tidad y porque estas requieren ser más creativas. En esta misma
línea, las luchas obreras actuales siguen patrones distintos a la
huelga tradicional, lo que refleja la búsqueda de nuevos modelos
de protesta y nuevas relaciones entre los seres humanos y entre
los seres humanos y la naturaleza. Observamos el mismo fenó-
meno en el desarrollo de las prácticas de creación de lo común
como los bancos de tiempo, las huertas urbanas y las estructuras
de responsabilidad comunal. También lo podemos ver en la pre-
ferencia por los modelos andróginos de identidad de género, el
auge de los movimientos transexual e intersexual y el rechazo
queer del género, que implica el rechazo a la división sexual del
trabajo. También debemos mencionar la expansión global de la
pasión por los tatuajes y el arte de la decoración corporal que
está creando comunidades nuevas e imaginadas que traspasan
los límites del género, la raza y la clase. Todos estos fenómenos
no solo indican que se están averiando los mecanismos discipli-
narios, también revelan el profundo deseo de remodelar nuestra

Reencantar el mundo278
humanidad de formas distintas, y de hecho opuestas, a las que
se nos han intentado imponer durante los siglos de disciplina
industrial capitalista.
Como bien se documenta en este volumen, las luchas de las
mujeres en torno al trabajo reproductivo cumplen un papel cru-
cial en la construcción de esta «alternativa». Ya he explicado en
otro texto que hay algo especial en este trabajo ―ya se trate de
agricultura de subsistencia, educación o crianza― que lo hace
especialmente apto para la creación de relaciones sociales más
cooperativas. Producir seres humanos o verduras para nuestra
mesa es, de hecho, una experiencia cualitativamente diferente a
la de producir automóviles, ya que requiere una interacción con
procesos naturales cuyas modalidades y tiempos no controla-
mos. Por definición, el trabajo reproductivo tiene el potencial de
generar una comprensión más profunda de los límites naturales
en los que operamos en este planeta, un elemento esencial del
reencantamiento del mundo que estoy proponiendo. Por contra,
el empeño por forzar el encaje del trabajo reproductivo en los
parámetros de la organización industrial del trabajo ha tenido
efectos especialmente dañinos. Una muestra de ello son las con-
secuencias de la industrialización del parto, que ha convertido
un acontecimiento que podría ser mágico en una experiencia
alienante y espantosa.21
Estos nuevos movimientos sociales nos permiten vislumbrar
de distintas formas el surgimiento de otra racionalidad que no
solo se opone a la injusticia social y económica sino que también
nos reconecta con la naturaleza y nos permite reinventar lo que
significa ser un ser humano. Por ahora esta nueva cultura solo es
un atisbo en el horizonte, pues la impronta de la lógica capitalis-
ta en nuestra subjetividad sigue siendo muy fuerte. La violencia
que ejercen los hombres sobre las mujeres en todos los países es
una muestra del largo camino que nos queda por recorrer antes
de poder hablar de comunes. También me preocupa que algu-
nas feministas estén cooperando con la devaluación capitalista
de la reproducción, como demuestra su miedo a admitir que las
mujeres pueden tener un papel especial en la reorganización del

21 Robbie Pfeufer Kahn, «Women and Time in Childbirth and Lactation» en
Frieda Johles Forman y Caoran Sowton, Taking Our Time: Feminist Perspectives on
Temporality, Nueva York, Pergamon Press, 1989, pp. 20-36.

 

trabajo reproductivo y la tendencia generalizada a considerar
las actividades reproductivas como actividades necesariamente
tediosas. Esto, en mi opinión, es un grave error: el trabajo repro-
ductivo, en tanto constituye la base material de nuestra vida y es
el terreno principal en el que podemos practicar nuestra capaci-
dad de autogobernarnos, es la «zona cero de la revolución».

————————————————-

Índice
Prefacio. Peter Linebaugh 13
Agradecimientos 21
Introducción 27
PRIMERA PARTE. Sobre los nuevos cercamientos 39
Introducción 41
1. Acumulación primitiva, globalización y reproducción 45
2. Introducción a los nuevos cercamientos. Colectivo Midnight Notes 59
3. La crisis de la deuda, África y los nuevos cercamientos 71
4. China rompe el cuenco de arroz de hierro 93
5. De la comunalización a la deuda. La financiarización,
los microcréditos y la arquitectura cambiante
de la acumulación de capital 105
SEGUNDA PARTE. Sobre los comunes 125
Introducción 127
6. Bajo Estados Unidos están los comunes 129
7. Comunes contra y más allá del capitalismo, con George Caffentzis 137
8. La universidad, ¿un común del conocimiento? 155
9. El feminismo y las políticas de lo común en
una era de acumulación primitiva 159
10. La lucha por la tierra de las mujeres africanas y
la reconstrucción de los comunes 177
11. La lucha de las mujeres por la tierra y el bien común
en América Latina 201
12. Marx, el feminismo y la construcción de los comunes 221
13. De la crisis a los comunes. El trabajo reproductivo,
la tecnología y el trabajo afectivo y la transformación
de la vida cotidiana 251
14. Reencantar el mundo. Tecnología, cuerpo y
construcción de lo común 267
Bibliografía 281

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