28 años del alzamiento zapatista en México

En su búsqueda de la paz, este 2021 enfocaron sus esfuerzos en una serie de giras por Europa, donde se encontraron con otros pueblos originarios, trabajadores, campesinos que resisten al capitalismo y a la lógica económica imperante que está acabando con el planeta. Marchas de apenas unas decenas o multitudinarias de miles de personas –como en Frankfurt o en Viena– dieron cuenta del paso zapatista. Se consolida la red internacional de alianzas y de diálogo del EZLN y los pueblos indígenas de México con sus iguales europeos.



Zapatistas

Zósimo Camacho -
https://contralinea.com.mx/zapatistas/
23 Dic 2021 a las 10:05 pm

 

Se cumplen 28 años del alzamiento zapatista, ese grito salido de las entrañas de la selva, las cañadas y los bosques de Chiapas que sorprendió y trajo esperanza al mundo. Surgió cuando la Guerra Fría había concluido, con la victoria del imperialismo estadunidense, el colapso soviético y el triunfo ideológico de un discurso que dictaba sólo un camino: el del capitalismo descarnado, neoliberal, rapaz, impune.

 

Desde entonces, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se mostró como una guerrilla fuera del molde. De entrada, resultaba imbatible, y no por la capacidad militar que pudiera tener. Se trataba de un ejército indígena auténtico y multitudinario, un ejército de indios que no tenían mañana sino un pasado de humillaciones, despojos, desprecios y muertes. Como declararía aquel primero de enero de 1994 el entonces subcomandante insurgente Marcos: “[…] podrán cuestionar el camino que se eligió, pero nunca las causas”. Aquellos miles de hombres y mujeres del color de la tierra estaban dispuestos a morir, ya no de hambre y enfermedades sino con el fusil en la mano, tratando de parar la guerra silenciosa que sus comunidades padecían desde hacía siglos.

Además, se salían de la lógica de los conflictos armados que sostuvo el gobierno mexicano con decenas de guerrillas de 1970 a 1990. Los zapatistas no recitaban de memoria el marxismo-leninismo ni se agrupaban en células compartimentadas. Se habían corrido más a la izquierda y, fuera de dogmas, repensaban el marxismo, el anarquismo, el magonismo, el zapatismo, el villismo. No tenían células sino estaban organizados en pueblos enteros. Y, sobre todo, asumieron la lucha por el derecho a existir de los indígenas. Demandaron autonomía y respeto a la cultura y los derechos de las naciones, tribus y pueblos originarios.

Las Fuerzas Armadas Mexicanas, con sus tropas de élite y sus bombarderos, no pudieron aplastar la rebelión, esa insurrección violenta que desde entonces ha buscado caminos que los lleven a la paz.

En comunicados posteriores, los zapatistas explicarían esa paradoja de cómo los indígenas de raíz maya habían tenido que hacer un ejército y declarar la guerra para, precisamente, tratar de construir una sociedad donde no existieran los ejércitos y no hubiera guerra. Y cómo su lucha no sólo era por la igualdad, sino por el derecho a la diferencia.

Consecuentes, abrazaron las luchas de las mujeres, de las personas de la diversidad sexual, de los trabajadores precarizados, de los campesinos despojados, de las trabajadoras y trabajadores sexuales, de los demás pueblos indígenas en resistencia. Siempre, sin suplantar ni hegemonizar. Vamos, sin siquiera reclutar colaboradores para su causa.

Lo cierto es que desde entonces han sostenido diálogos con autoridades de todos los niveles, encuentros con organismos de la sociedad civil, acuerdos con comunidades campesinas e indígenas. Siempre buscan caminos para la paz y motivos para que depongan las armas.

De las autoridades sólo han recibido traición y mentiras. Como se recordará, a pesar de los documentos firmados, el Estado mexicano decidió no cumplir con los Acuerdos de San Andrés. Políticos de todo el espectro del sistema de partidos, y de los tres Poderes, negaron y sabotearon los pactos alcanzados tras las arduas negociaciones de 1995 a 1996.

Con organizaciones de la sociedad civil, los zapatistas han tejido alianzas pero también han ocurrido desencuentros. Estos últimos, con quienes quieren dictarle al EZLN el camino a seguir y las coaliciones que debe buscar.

Sin duda, la mayor convergencia de los zapatistas es con los pueblos indígenas. Con ellos ha construido el Congreso Nacional Indígena, la casa de todos los pueblos originarios. Se trata de la alianza nacional anticapitalista más sólida, en resistencia ante gobiernos abiertamente neoliberales o socialdemócratas desarrollistas.

En su búsqueda de la paz, este 2021 enfocaron sus esfuerzos en una serie de giras por Europa, donde se encontraron con otros pueblos originarios, trabajadores, campesinos que resisten al capitalismo y a la lógica económica imperante que está acabando con el planeta. Marchas de apenas unas decenas o multitudinarias de miles de personas –como en Frankfurt o en Viena– dieron cuenta del paso zapatista. Se consolida la red internacional de alianzas y de diálogo del EZLN y los pueblos indígenas de México con sus iguales europeos.

Este 14 de diciembre, el subcomandante insurgente Moisés informó que todos aquellos que participaron en las delegaciones que visitaron Europa ya se encontraban en sus comunidades y posiciones.

“Regresamos con una herida en el corazón que es de vida. Una herida que no dejaremos que se cierre”, señaló mediante un comunicado de agradecimiento a quienes recibieron y dialogaron con los zapatistas.

Y mientras ellos apuestan por acciones pacíficas, hay quienes se empeñan en que haya guerra. Las agresiones armadas de grupos paramilitares contra bases de apoyo zapatistas no quedan en meras provocaciones y se cuentan por decenas. Ya han dejado muertes, despojos e indignación. Sólo la paciencia, que descansa en la sabiduría zapatista, ha impedido la reactivación del conflicto armado.

Rutilio Escandón, gobernador de Chiapas, será el primer responsable –al menos por omisión– de que la entidad regrese a 1994. Que sus cálculos políticos no se impongan, porque está leyendo mal. Los zapatistas no están solos y un conflicto con el EZLN no terminará como cree.

Fragmentos

Gerardo Camacho de la Rosa fue cabal campesino, organizador, activista, estudiante, maestro, científico. De una inteligencia excepcional, reconocida por quienes le trataron, lo más extraordinario en él, sin embargo, fue su generosidad. Aquella que sólo es resultado de un auténtico amor a la vida, a la humanidad y, en su caso, a la tierra. Defensor de los montes y aguas del pueblo originario de San Nicolás Totolapan, al surponiente de la Ciudad de México, fue solidario decisivo con luchas de otras comunidades de gran parte del territorio nacional. Lejos de protagonismos, realizó –hasta el día de su fallecimiento– un arduo trabajo organizativo en la Comisión de Coordinación y Seguimiento del Congreso Nacional Indígena-Concejo Indígena de Gobierno. Abrevó del zapatismo, y su congruencia entre el pensar y el hacer le ganó la autoridad moral entre sus compañeros y el respeto de sus adversarios. Su don de mando nunca fue resultado de imponer o gritar. Por el contrario, el diálogo, el oído atento y el respeto eran su regla. Hizo del mandar obedeciendo una práctica cotidiana. La lucha y la resistencia que siempre propuso fueron pacíficas, pero firmes, inteligentes, estratégicas. Matemático, físico, doctor en ciencias, profesor reconocido en la UNAM, murió en la milpa la mañana del 15 de diciembre pasado a los 35 años de edad, entre los suyos: campesinos como él. En su vida pudo tomar muchos derroteros, pero él eligió, y supo, ser pueblo, hacer pueblo, estar con el pueblo. Hasta siempre, sobrino, carnal, Gera. Tierra y libertad.