La rebelión de los comunes: praxis, autonomía y reproducción comunitaria en la experiencia de Cherán K’eri
Edgars Martínez Navarrete1
Resumen
En el siguiente artículo se propone entender la autonomía indígena, a través del análisis de la experiencia de Cherán (Michoacán,
México), como una praxis antagónica de reapropiación sobre los
bienes comunes dirigida a sustentar los flujos de reproducción
comunitaria de la vida en disputa, abierta o constreñida, con los
mecanismos de subsunción del capital. Para desarrollar tal planteamiento en nuestro caso de interés y entender cómo se anidaron
las motivaciones de su rebelión en el contexto de violencia previo
a 2011, explicitaremos, en primer lugar, algunos datos y elementos
analíticos generales en torno a las formas de expoliación y despojo articuladas por la imbricación entre el crimen organizado y
la agroindustria aguacatera en la Meseta Purépecha. Luego, nos
enfocaremos en algunos rasgos generales del levantamiento de
1
Antropólogo chileno. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología
Social ciesas-CDMX. Integrante del Grupo de Trabajo de Clacso “Marxismos y resistencias del sur global” y del medio de prensa Mapuche Aukin. Agradezco a Daniela Rico
Straffon por su lectura y comentarios al borrador de este artículo.
Correo electrónico: edgarsmartinezn@gmail.com
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Cherán durante el año 2011 y en los niveles de apropiación territorial que se impulsó sobre la base de una estrategia de seguridad
comunitaria exitosa. Por último, para cerrar los planteamientos
iniciales, profundizaremos en una breve discusión teórico-política sobre nuestra apuesta de lectura en torno a lo que concebimos
como un proceso de autonomía indígena.
El “oro verde” michoacano. Apropiación capitalista y crimen organizado en la Meseta Purépecha
A casi una década del levantamiento de Cherán, ocurrido durante abril del año 2011 en pleno corazón de la Meseta Purépecha,
hemos sido testigos de la prolífera producción académica, periodística y artística que da cuenta de esta experiencia organizativa.2
Además de la evidente constatación política que sitúa a este
proceso autonómico como uno de los más representativos de México y América Latina, se ha abordado su origen, sus avances y
contradicciones, desde diferentes corrientes y apuestas teóricas. Si
bien podemos observar diferencias sustanciales en estos análisis,
en torno a los cuales hemos tomado postura en otro trabajo (Martínez, 2017), existen ciertos consensos sobre las causas concretas
que motivaron el levantamiento de abril y su posterior desarrollo hasta el reconocimiento formal que logra este municipio3
en
noviembre de 2011 con base en sus usos y costumbres (Aragón,
2013).
Al igual que la totalidad de las comunidades campesindias en
México y el resto de América Latina (Bartra, 2008; Soto y Martínez, 2020), Cherán ha vivido fuertes disputas por sus bienes de
vida. Como localidad emplazada en la Meseta Purépecha, sus
2
A nuestro parecer, resaltan los trabajos de Velázquez (2013); Santillán (2014); Leco, Lemus y Keyser (2018) y Jerónimo (2017), entre otros.
3 Cherán es una comunidad indígena que cuenta con 20 826 hectáreas de territorio comunal (de las cuales 12 730 corresponden a recursos boscosos). A la vez, Cherán es un
municipio (cuyo nombre completo es San Francisco Cherán) con una población total de
18 141 habitantes (inegi, 2010), de los cuales 14 245 habitan uno de los cuatro barrios que
integran su plan urbano, 2 947 personas viven en la tenencia de Tananco (deslindada del
proceso autonómico hace algunos años) y unas 512 personas en una pequeña localidad
llamada Casimiro Leco, también parte del municipio.
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principales afluentes económicos han sido tradicionalmente los
productos maderables obtenidos del bosque y sus derivados que,
si bien en términos de importancia desbordan el uso mercantil,
han permitido la subsistencia material y la vitalización simbólica
de gran parte de la población. Debido a esta centralidad, el bosque
de Cherán ha estado bajo amenaza en distintos momentos históricos.
Con las múltiples determinaciones jurídico-legales de finales
del siglo xix y la consolidación de una nueva normatividad en
relación a las tierras baldías, se inicia todo un proceso de despojo
caracterizado por la presencia de capitales nacionales e internacionales abocados a expandir los circuitos del creciente mercado
capitalista en Michoacán. Para esto, constituyó una necesidad fundamental contar con un ferrocarril que trasladara las mercancías
regionales y permitiera exportar la madera fuera del estado. Esta
cuestión ocasionó, tempranamente, la devastación de amplias zonas de bosque y perpetuó un adiestramiento local en el oficio de
la tala.
Desde tal periodo se ha presentado como una necesidad
irrestricta —e ininterrumpida— de las élites económicas la subsunción regular de territorios, sujetos, bienes comunes y tramas
culturales a los flujos de valorización mercantil del capital para
abastecer las necesidades fundamentales de su reproducción en la
Meseta Purépecha. A nuestro parecer, los múltiples dispositivos
de usurpación y sometimiento desplegados sobre lo común a lo
largo del siglo xx y lo que va del xxi para ensanchar los límites
del régimen de acumulación, se constituyen como formas histórico-coloniales de despojo reactualizadas, contemporáneamente imbricadas en la dinámica de avance mundial del capitalismo
neoliberal.
En el caso de nuestra región de interés, tal necesidad fue perpetuada a través del crecimiento desmedido de la agroindustria
aguacatera durante las últimas dos décadas. La aparición de una
amplia gama de proyectos de inversión capitalista transnacional,
entre éstos el negocio del aguacate, experimentó una aceleración
desmesurada desde 1994 con la entrada en vigencia del Tratado
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de Libre Comercio de América del Norte (tlcan), el cual cristalizó la dependencia económico-política nacional a los intereses de
Estados Unidos y Canadá. Diversos sectores de la estructura productiva mexicana que de manera histórica habían funcionado en
torno a una lógica mayormente estatal, comienzan a maniobrarse
corporativamente desde el norte con este “acuerdo”. Así, el proceso de neoliberalización y desregulación pública configuró un escenario fértil para el crecimiento exponencial de la agroindustria
aguacatera privada.
Al comienzo, los impactos ambientales de esta agroindustria
no fueron evidentes y se concentraban en la utilización de madera
para la construcción de cajas de empaque (Calderón, 2004), rama
productiva que no tardó en estar dominada por capitales estadounidenses. No obstante, ya para el año 2006 Michoacán soportaba
alrededor de 85% de la producción total nacional, y esto, en términos de territorio regional, se traducía en 67 181 hectáreas ocupadas con huertas de este fruto, es decir, la Meseta Purépecha alojaba
75% de la producción michoacana total (Aguirre 2006, citado en
Garibay y Bocco, 2012: 35).
Conforme los índices productivos del “oro verde michoacano”
aumentaban exponencialmente cada temporada, se comenzaron
a requerir condiciones territoriales excesivamente altas. Ante tal
realidad, no demoró en concretarse el ingreso del crimen organizado y de diversas estructuras ilegales a las esferas productivas y
financieras del agronegocio aguacatero, principalmente, a través
de una reactualización de viejas alianzas que ciertos sectores de
poder estatal y privado habían sostenido históricamente con grupos dedicados al tráfico de drogas y de otras mercancías ilegales
en la región (Hincapié, 2015). En términos concretos, tal imbricación funcionó mediante la devastación y la apropiación coercitiva
de grandes extensiones de territorios comunales sobre los cuales
se expandió la agroindustria aguacatera. Si bien durante cierto
tiempo estos mecanismos se materializaron en la generación de
estrategias “legales” de usurpación como lo muestra, por ejemplo,
el esparcimiento formal de aserraderos para procesar la madera
en distintas comunidades de la Meseta Purépecha, al agudizarse la
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necesidad de recursos, el crimen organizado implementó violentos dispositivos de saqueo y despojo, tanto sobre la diversidad de
los bienes comunes forestales como en torno a las formas políticas
y productivas de organización comunal que distintas colectividades mantenían en la zona.
Es así que, en el caso de Cherán, más allá de un intento temporal de apropiación por parte del crimen organizado, se ejercieron
acciones destinadas a transformar el sistema de tenencia endémico, desarticulando las relaciones comunales de producción y
dislocando las tramas de adscripción comunitarias por medio del
terror. Todo esto, aprovechando el sentido privado del usufructo
comunal, fenómeno creciente en la región debido a las presiones
que la expansión del trabajo explotado ejerció sobre las prácticas
productivas locales. En consecuencia, entre 2007 y 2011 se devastaron alrededor de 9 060 de las 12 730 hectáreas de bosque cheraní
y se produjeron diversos tipos de violencias y atentados directos
contra la vida de un centenar de comuneros y comuneras de este
municipio (Márquez, 2016). En medio de tales condiciones de
vulnerabilidad proliferó la figura del talamonte como aquel sujeto
que, al alero del crimen organizado, recorría la Meseta Purépecha
devastando los bosques de las comunidades y buscando, directa o indirectamente, contribuir a los intereses de la agroindustria
aguacatera. Ante tal situación, la rebelión autonómica de abril de
2011 constituyó la única vía posible para revertir los agudos índices de violencia y despojo que sufría la comunidad de Cherán.
La rebelión de los comunes
Luego de estar sometidos durante casi cinco años al dominio
del crimen organizado por parte, primero, del cártel “La Familia Michoacana” y, posteriormente, de los “Caballeros Templarios” (Gasparello, 2018), los habitantes de Cherán comenzaron un
proceso de organización silencioso dirigido principalmente por
mujeres y jóvenes de la comunidad. Entre sus labores habituales
fueron compartiendo la palabra y, ante el escenario de violencia
y hostigamiento criminal, pudieron concretarse algunas reunio-
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nes para decidir cómo enfrentar al narcotráfico. La indignación
fue constituyendo un anhelo de libertad y dignidad que día a día
tomaba más fuerza, aunque las sombrías estructuras del crimen
organizado continuaban atentando contra los cuerpos y recursos
del municipio.
Finalmente, durante la madrugada del 15 de abril de 2011 tal
aspiración se hizo posible. Las decenas de camionetas que comenzaban a subir cargadas de motosierras y hombres armados con
el fin de talar el bosque fueron detenidas, quemadas y gran parte
de sus tripulantes expulsados del territorio. Inmediatamente, el
pequeño grupo de mujeres que encabezó tal acción se multiplicó
en cientos de cheraníes cansados de vivir con miedo. La comunidad se atrincheró y limitó de manera drástica el flujo de personas
que transitaba por sus dominios. Ante las amenazas de retorno
que emitieron los sicarios del crimen organizado, las entradas de
Cherán fueron cubiertas por decenas de comuneros y comuneras
dispuestos a entregar su vida por construir lo que podría ser “un
futuro distinto para las generaciones venideras”.
4
Si bien durante el primer año del levantamiento existen distintos ciclos y ritmos organizativos (Santillán, 2014), podríamos
sintetizarlos en tres momentos interdependientes en torno a la
consolidación de las formas políticas de soberanía autonómica y
a los mecanismos comunitarios de apropiación sobre los recursos territoriales (Martínez, 2020). Un primer ciclo fue inaugurado
con el levantamiento de abril y la subsecuente expulsión del municipio tanto de los órganos funcionales del crimen organizado
como de las estructuras locales cómplices (presidente municipal,
burócratas y cuerpo policial). Este periodo estuvo marcado, además, por la emergencia de una asamblea general como espacio
máximo de resolución, la creación de comisiones temporales propias del autositio comunitario y la aparición de cientos de fogatas5
4
Entrevista a Juan, comunero del barrio primero (18 de noviembre de 2016).
5
Las fogatas basan su existencia en el desplazamiento público que sufrió la “parangua” o
fogón que tradicionalmente existe en las casas de las familias p´urhépechas. Como estas
últimas, que sirven para preparar los alimentos y sostener dinámicas de reflexión, aprendizaje y diálogo familiar, las fogatas encarnaron estas funciones en las calles de Cherán.
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que fungieron como instancias destinadas tanto a la seguridad,
como a compartir la vida cotidiana y la reflexión colectiva.
Un segundo ciclo se apertura sobre la consolidación de estas
dinámicas y en torno a ciertas decisiones comunales emanadas
durante las primeras semanas del levantamiento. Podríamos decir,
sin caer en reduccionismos, que en este momento surgen comisiones más estables y con objetivos definidos a largo plazo. También,
se reúne un grupo de comuneros que posteriormente dará vida a
la Ronda Comunitaria y al Equipo de Guardabosques (estructuras
de seguridad vigentes hasta la actualidad), los cuales comienzan
a despejar gran parte del territorio comunal de la presencia talamontera. A su vez, en este espacio de tiempo las fogatas toman
mayor peso en el campo de poder cheraní.
Por último, reconocemos un tercer ciclo caracterizado por la
maduración política tanto de los órganos de soberanía comunitaria como de las resoluciones tomadas en periodos previos que, a la
par de asegurar un avance en el proceso concreto de reapropiación
territorial, permitieron un doble movimiento sustancial: por un
lado, se consigue la regularización, la institucionalización y la legitimación ampliada de instancias como las fogatas y los múltiples
niveles asamblearios (barriales-generales) y, por otro, se avanza
en la determinación colectiva de emprender una lucha jurídica
para lograr el reconocimiento legal de sus formas autónomas de
organización comunitaria.6
De esta forma, es posible observar que en cada uno de estos
momentos se fueron fraguando diversas iniciativas embrionarias
que a fines de 2011 constituirían formalmente la “Estructura de
Gobierno Comunal” encabezada por los y las K’eris.7
Esta estruc6
Esta lucha estuvo acompañada por el Colectivo Emancipaciones. www.colectivoemancipaciones.org
7 En p´urhépecha K´eri significa “mayor” y hace alusión a aquellas personas que, por su
experiencia y conocimiento, tienen la capacidad y el respaldo comunitario para coordinar
ciertos procesos. De la misma forma, junto con este órgano se crearon nueve consejos
operativos encargados de ejecutar un plan de trabajo discutido en las diversas instancias
de soberanía comunitaria. Éstos son: el Consejo de Bienes Comunales, responsable de la
gestión de los recursos comunitarios; el Consejo de Administración Local; el Consejo de
los Asuntos Civiles; el Consejo de Procuración, Vigilancia y Mediación de Justicia; el Consejo de Programas Sociales, Económicos y Culturales; el Consejo Coordinador de Barrios;
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tura, además de basarse en los usos y costumbres de Cherán, incorpora toda una lógica de democracia directa que antagoniza,
no sin pocas tensiones, con las maneras representativas y verticalistas anidadas por décadas de tradición partidista en las tramas
del poder local. Básicamente, a nivel general, la totalidad de esta
estructura debe regenerarse cada tres años de “mandato”. No existe la reelección a excepción de ciertos órganos que cumplen una
actividad específica como la Ronda Comunitaria y otros puestos
operativos. Cada cargo se elige y nombra en asamblea barrial y
debe ser propuesto por su fogata de origen con base a ciertos requisitos formales e informales que se discuten, también, en estas
instancias. Esta compleja dinámica que Cherán asumió desde el
levantamiento de 2011 ha permitido, en su generalidad, el sostenimiento del proceso autonómico sin petrificar los flujos de soberanía comunal. De esta forma, por ejemplo, si bien los K’eris (que
son tres por cada uno de los cuatro barrios de Cherán) cumplen
un rol de coordinación y gozan de cierto prestigio, sus acciones están sujetas a la determinación que tanto sus fogatas, como asambleas barriales y otras instancias comunales resuelvan.
Los ritmos de la reapropiación: articulación de las
relaciones comunales de producción, etnicidad y
seguridad comunitaria
Tal como hemos sostenido en otros trabajos (Martínez, 2017,
2020), tras el levantamiento de 2011 y los subsecuentes ciclos organizativos que derivaron en la Estructura de Gobierno Comunal,
podemos observar que la materialización de la praxis autonómica
cheraní abarca distintos ámbitos de reapropiación material, política y cultural los cuales, sustentados en las decisiones de sus espacios de soberanía comunitaria, han limitado la subsunción del
capitalismo sobre los bienes de vida del municipio. Tal dinámica,
además, ha puesto sobre la mesa e incitado una discusión comuniel Consejo de la Mujer y el Consejo de los Jóvenes. Asimismo, se decidió la consolidación
de la Ronda Comunitaria y del Equipo de Guardabosques, encargados de la protección y
regulación de las actividades realizadas en torno a los bienes comunes tanto en el plano
urbano como en el territorio boscoso.
La rebelión de los comunes
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taria crítica en torno al sentido mismo de la propiedad social, sus
formas “ambiguas” de tenencia y las lógicas operantes detrás de
la devastación a la que fue sometida durante las últimas décadas.8
En lo concreto, esta praxis autonómica de apropiación se expresa en un proceso de rearticulación del sentido comunal de las
relaciones de producción y en una resignificación del entramado
étnico de adscripción cheraní que fijó subjetivamente una disposición colectiva de proteger y producir lo común, en común.
Es decir, en el impulso de iniciativas de gestión autodeterminada sobre los bienes de vida que tuvieran como finalidad, además
de generar opciones de subsistencia a los habitantes de Cherán,
la negación de una realidad social caracterizada por la nocividad
criminal, la cual, tal como hemos visto, enquista su origen en los
distintos ciclos de despojo que ha sufrido la comunidad a lo largo
de su historia.
Para vehiculizar sus objetivos autonómicos Cherán necesitaba,
en primer lugar, avanzar en la reapropiación general del territorio
ocupado por los órganos y las lógicas necróticas del crimen organizado, ante lo cual se crean estructuras operativas que asumieron
esta labor. En segundo lugar, se requería la activación de unidades productivas que oxigenaran las instancias comunes de trabajo
vivo, las prácticas de reforestación y, a la vez, abastecieran las necesidades urgentes de autoconsumo local por medio de diversos
valores de uso (Martínez, 2017, 2020).
Con más de 80% del bosque comunal devastado por la acción
conjunta del crimen organizado y grupos de talamontes, tras el
levantamiento se consideró urgente articular un plan de “reconstitución territorial” que involucrara, por un lado, acciones frontales dirigidas a combatir las operaciones que estas colectividades
ilegales aún ejecutaban en zonas del territorio cheraní y, por otro,
articular iniciativas que apuntaran a gestionar los recursos dispo8 Véase la propiedad comunal, y en específico los bienes comunes, como una relación social
no exenta de disputas y formas de apropiación intra y extracomunitarias. Entenderla como
un bien intrínsecamente comunal, además de que anularía estérilmente los elementos sociales y dinámicos que la componen, significaría caer en un romanticismo que nos llevaría
a puertos analíticos bastante idílicos como, por ejemplo, a establecer que las comunidades
indígenas son “esencialmente” antagónicas a las formas económicas y políticas del capital.
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nibles del municipio. De esta forma, a semanas de la rebelión de
abril, se organizó el Proyecto de Reforestación Integral (Piref), el
cual operó como un órgano de coordinación en torno a las iniciativas de reapropiación comunitaria y autogestión local. Esta instancia fue integrada por alrededor de 40 comuneros y comuneras
provenientes equitativamente de los cuatro barrios del pueblo. En
un comienzo, a través de éste se impulsaron las primeras brigadas
de reforestación y algunos rudimentarios —aunque efectivos—
equipos de protección comunitaria (o “rondines”); a la vez, se incentivó la reactivación de las asambleas de resineros y ganaderos,
entre muchas otras actividades dirigidas a revitalizar la vida material e inmaterial de Cherán.
Debido a la importancia que tuvo el Piref en esta etapa inicial,
fue asumiendo una gran cantidad de responsabilidades mandatadas por la asamblea general. De alguna manera, más allá de cierta
inestabilidad con la que operaba, éste funcionó como el primer
órgano encargado de reordenar el uso de los bienes comunes durante este periodo, cuestión que le permitió contar con una inaudita legitimidad en Cherán. No obstante, así como avanzaron las
distintas instancias del proyecto comunal, se comenzaron a requerir estructuras de coordinación cada vez más estables, motivo por
el cual durante el año 2012 se decidió disolver el Piref, para que
el naciente Consejo de Bienes Comunales (cbc) asumiera tanto
sus tareas como los nuevos desafíos que enfrentaba la comunidad.
Junto con esta transición se formalizó —en conjunto con el Consejo de Honor y Justicia— la creación de la Ronda Comunitaria y
de los Guardabosques, dos equipos especializados de comuneros
y comuneras que tendrían como compromiso la protección de los
recursos comunales y de la gente que comenzaba nuevamente a
realizar diversas actividades económicas en los cerros.
Éstas fueron las medidas y las acciones fundamentales que, en
un comienzo, integraron la estrategia de seguridad comunitaria y
sobre las cuales se formó una base para consolidar el proceso de
apropiación de los bienes de vida y la constitución de estructuras
dirigidas a reproducir y sostener un sentido comunal al interior de
la experiencia cheraní. Evidentemente, tales iniciativas han sido
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exitosas en la medida que son expresión de una determinación
mayor, donde sirven como vínculo dialéctico entre las instancias
de resolución comunitaria, la praxis general de reapropiación autonómica y el despliegue de relaciones comunales de producción
que permiten espacios de construcción soberanos.
De esta manera, actualmente en Cherán se han restringido
prácticamente todas las operaciones de los distintos grupos de
talamontes gracias al perfeccionamiento de esta estrategia de seguridad comunitaria encarnada en la labor de los guardabosques
que vigilan el territorio y regulan las diversas actividades ejercidas
sobre éste. Para resaltar los aspectos profundos que motivan su
actuación, es importante señalar que, si bien en un comienzo esta
labor no contaba con ningún tipo de remuneración, con el paso
del tiempo las asambleas decidieron brindar un pequeño apoyo
económico que sirviera como compensación por los riesgos9
a los
que estaban expuestos y que, al mismo tiempo, evitara la deserción de ciertos integrantes durante los primeros años del movimiento (Guillén, 2016).
No obstante, más allá de estos aspectos formales —que bajo
ningún motivo carecen de importancia—, consideramos que la
práctica del guardabosque se dota de sentido cuando es abrazada
por la resignificación contemporánea de una serie de elementos
socioculturales e identitarios de larga data que son movilizados en
el caminar de este municipio por la autodeterminación. Así, entendemos que la figura del guardabosque puede concebirse como
una forma identitaria productiva (Martínez, 2017) determinada
por un proceso de subjetivación (Modonesi, 2010) comunita9
Días después del primer aniversario del movimiento, un equipo de reforestación sufrió
una emboscada. En una declaración del Concejo Mayor se encuentra la descripción de
tal suceso: “El miércoles 18 de abril, 20 comuneros de la comunidad se dirigieron al
bosque, al lugar denominado El Puerto, para realizar trabajos preventivos de limpia en
esta época de sequía, prevención de incendios y de la protección del área reforestada con
represas de restauración. A las 10:30 de la mañana los trabajadores escucharon dos motosierras laderas abajo talando árboles, dando aviso a la Ronda. A ese lugar acudieron los
elementos de la Ronda para verificar el derribe de árboles, mientras que, en el momento
inmediato, de la parte de arriba los trabajadores fueron atacados a balazos por criminales
del Rancho Casimiro Leco y Tanaco, asesinando a Santiago Ceja Alonzo y David Campos
Macías dejando heridos a Salvador Olivares Sixtos y Santiago Charicata Servín” (Comunicado del Concejo Mayor citado en Guillén, 2016: 117).
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rio-general en tanto se adscribe a un legado histórico de protección del bosque que, a su vez, ha sido cobijado en la memoria del
conflicto local por los bienes de vida y ha pasado de generación en
generación hasta su vitalización autonómica actual. Esta etnicidad
“protectora del bosque”, que cobra valor tras el levantamiento de
2011, se encuentra inmersa en la praxis de apropiación comunal
que logró negar con cierto éxito algunas lógicas de subsunción
capitalista, pero que también consiguió subvertir medianamente
las diferentes consecuencias derivadas de la fragmentación comunal de la propiedad, del creciente sentido privado del usufructo
colectivo de los recursos y de la dislocación identitaria que dejó el
desarrollo del capitalismo en Cherán y en la región purhépecha.
Por último, es importante recalcar que el equipo de guardabosques no constituye una “estructura burocrática” más del proyecto comunitario, como podrían ser los órganos de vigilancia
que le precedieron antes del levantamiento. Más bien, los diversos
espacios de democracia directa son determinantes para su funcionamiento y de éstos se desprenden, como decíamos, las regulaciones que habitan la lógica de protección colectiva sobre los
bienes comunes. En resumen, a diferencia de la función técnica
y “especializada” que caracteriza a otros aparatos convencionales
de seguridad, los guardabosques vehiculizan la estrecha relación
existente entre las tramas de poder comunitario y el bosque, impidiendo, por un lado, la realización de un conjunto de formas
irracionales de apropiación y aprovechamiento sobre los recursos
del territorio y, por el otro, lubricando el desarrollo de una serie de
actividades que posibilitan la reproducción material e inmaterial
de la comunidad.
Los pulmones productivos la autonomía y la racionalidad
comunal
Un segundo ámbito, constituido sobre el éxito de la estrategia de
seguridad comunitaria y la adscripción ampliada de proteger los
bienes de vida, lo observamos en el despliegue de distintas unidades productivas destinadas a abastecer las necesidades locales,
como fue, entre otras iniciativas, la consolidación del vivero co-
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munal durante el año 2012.10 La radical reorganización que impulsó Cherán durante el primer año del levantamiento, la cual
implicó un deslinde temporal de las estructuras convencionales
del Estado mexicano, tuvo como consecuencia que las instancias
federales no le otorgaran los recursos financieros correspondientes como municipio por alrededor de ocho meses. Sumado a esto,
la abolición de las “opciones de trabajo” y los circuitos remunerados de economía ilegal que dependían del crimen organizado
y, a la vez, la implementación de un conjunto contrainsurgente
de medidas estatales dirigidas a asfixiar el proceso, produjeron un
complicado escenario que obligó a la búsqueda urgente de alternativas económicas.
En este contexto, el vivero de Cherán se posicionó como una
instancia central para el sostenimiento económico-político del
proyecto autonómico, abriendo numerosas fuentes laborales,11
produciendo los elementos materiales necesarios para impulsar
otras actividades en el territorio y sintetizando el carácter comunal del proceso mediante la reproducción de una racionalidad
característica. Así, además de producir casi la totalidad de las
plantas requeridas por los planes de reforestación, apoyó con diversos insumos las instancias festivas y rituales de la comunidad,
vitalizando así los entramados simbólicos p’urhépechas. También
tuvo una labor pedagógica e ideológica al permitir que las escuelas
realizaran visitas para que los estudiantes aprendieran a sembrar y
a cuidar las especies arbóreas endémicas.
El paulatino crecimiento de esta empresa comunal y, por tanto,
de la producción total de plantas, semillas y fertilizantes orgánicos
(véase tabla 1), se correspondía con la concreción de prácticas y
vínculos solidarios tanto al interior del municipio como con otras
10 Además del vivero, luego del levantamiento se organizaron otras dos empresas comunales: una bloquera, en la que se procesan los recursos pétreos de la comunidad, y un
aserradero. Las tres son integradas y reguladas por comuneros y comuneras pertenecientes
a los cuatro barrios de Cherán.
11 Para el año 2013 se abrieron cerca de una centena de cupos permanentes y temporales de
trabajo que eran regulados por las asambleas barriales. En estas instancias se decidía quién
necesitaba prioritariamente el trabajo y, en conjunto con la asamblea del cbc, se discutían
los conflictos y las modalidades operativas del vivero. Como información relevante, también se generaron cupos laborales para personas con capacidades diferentes.
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localidades de la Meseta Purépecha. Según información brindada por el Consejo de Bienes Comunales, 60% del total de plantas
eran ocupadas en 2016 para el canje que otras comunidades de la
región realizaban mediante acuerdos forestales establecidos entre
sus respectivos viveros. A su vez, el restante 40% de la producción
se inyectaba en múltiples circuitos de valor de uso a partir de los
cuales eran cubiertas distintas necesidades comunitarias de corto
y largo plazos.
Tabla 1. Producción anual del Vivero Comunal en cantidad de plantas. Elaboración propia con datos del Consejo de Bienes Comunales
activo en 2016
Producción anual “Vivero comunal San Francisco”
Año Cantidad de plantas
2012 100 000 unidades
2013 400 000 unidades
2014 750 000 unidades
2015 950 000 unidades
El sostenimiento de estos avances materiales que han sido sustantivos en la autonomía de Cherán no se expresa necesariamente
en índices cuantitativos, sino en la adopción de una subjetivación
antagonista determinada a mantener una posibilidad de vida digna para sus habitantes. Esta racionalidad comunal,12 que deriva de
la disposición consciente de reapropiación social sobre la natura12 Es importante plantear que nos referimos a la racionalidad comunal del trabajo en relación con el análisis que hace Bartra (2006) sobre lo que él llama la “unidad socioeconómica
campesina”. No obstante, es prudente observar que nuestra utilización recae en ampliar su
reflexión en términos de comunidad y no precisamente en términos del núcleo campesino
familiar. Así, él entiende que existen en un proceso de subsunción complejo singularidades
racionales de una forma campesina de asegurar la vida material en disputa con la subordinación total del capital. Pese a esto, tal potencialidad la relega a la unidad familiar y llega a
desconocer su funcionalidad comunal al ser, esta última, una colectividad endeble frente
al capital; “en el modo de producción capitalista lo primero que se distorsiona y somete a
la lógica del sistema es la comunidad, mientras que la célula de reproducción campesina se
repliega al reducto familiar” (Bartra, 2006: 282).
La rebelión de los comunes
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leza (Leff, 2004) movilizada en el vivero a partir de 2011, comparte, no obstante, una íntima historia con las consecuencias de los
múltiples hostigamientos y transformaciones que el capitalismo
ejerció sobre los bienes de vida cheraníes, dinámicas que lograron enquistarse en formas consideradas localmente como “necesarias”, basadas, por lo general, en la sobreexplotación del trabajo
y en el aprovechamiento desmedido de los recursos territoriales.
El inminente proceso histórico de subsunción capitalista, caracterizado por la dependencia mercantil del bosque ante el mercado
nacional e internacional y el subsecuente arrinconamiento de las
actividades de autoconsumo desde comienzos del siglo xx, obligó a muchos habitantes del municipio a trabajar en condiciones
precarias para compañías extranjeras y aserraderos privados que,
luego de tener una corta vida pública durante el cardenismo, en el
periodo neoliberal mexicano pasaron nuevamente a ser controlados de manera privada —y muchas veces ilegal— por el crimen
organizado y la industria aguacatera. En medio de estos ciclos se
fue “normalizando” la actividad talamontera como una opción laboral que, aunque precaria y riesgosa, permitía mantenerse en la
comunidad y no engrosar los seductores flujos migratorios característicos de la población cheraní desde mediados del siglo pasado.
Con la proliferación de aserraderos privados y clandestinos
bajo los intereses de la agroindustria aguacatera durante el periodo neoliberal en la Meseta Purépecha, la racionalidad del trabajo
explotado hegemonizó el campo comunitario objetivando las relaciones sujeto-naturaleza en torno al valor de cambio con una
intensidad sin precedentes. La incorporación de tecnología/maquinaria estadounidense —desvalorizando la fuerza de trabajo—,
la irregularidad del “salario”, el aumento en el precio de las mercancías necesarias para la reproducción de los sujetos/talamontes y la ampliación desproporcionada de la jornada de trabajo se
imbricaron sobre las violencias patronales y coloniales sufridas
por la condición étnica de los p’urhépechas y consolidaron una
disposición corporal y social enajenada por la lógica del capital en
torno a los recursos boscosos.
No obstante, las subjetivaciones del capital siempre se produ-
Formas de autogobierno comunitario
424
cen frente o sobre otras que las lubrican, asocian o resisten. De
esta forma, tal enajenación racional hegemónica debía madurar
en medio de una constante reactualización del legado en defensa del bosque cheraní y de otras formas de apropiación comunal
que lograron subsistir. Entonces, más allá de establecer dos tipos
dicotómicos de racionalidades —la comunal13 y la explotada— es
prudente observar que ambas se constituyen como formas coexistentes y fluidas del hacer y pensar a lo largo de la historia de Cherán. Sin embargo, esta necesaria y conflictiva coexistencia sufrió
una ruptura tras el levantamiento de 2011, al fijarse una multiplicidad de espacios de disputa antagónica como el vivero, los cuales
tomaron sentido, a su vez, por el proceso general de rearticulación
de las relaciones comunales de producción.
A través de la experiencia (Thompson, 1981) que comuneros
y comuneras han vivido en instancias como el vivero, dedicados a
trabajar y elaborar productos útiles para hacer frente a las necesidades comunitarias (Dussel, 2014), se va consolidando una racionalidad comunal que no es sólo una lógica cognitiva-económica
aislada, sino que responde a un proceso autonómico multidimensional que la propicia (López y Rivas, 2008) y que es discutido
constantemente en las instancias de soberanía local.
Autonomía, praxis y reproducción comunitaria de la vida.
Elementos para una lectura conclusiva
De manera singular, Cherán K´eri ha motivado importantes discusiones sobre cómo volver a entender teórica y políticamente los
procesos de autonomía indígena. Con sus avances y contradicciones, que son propias de cualquier experiencia comunal, ha permitido oxigenar y ensombrecer las nostálgicas formas analíticas que
por décadas concibieron las autonomías indígenas, por un lado,
como proyectos locales de esencialismo comunitario incapaces e
13 Según nuestra consideración (Martínez, 2020), la racionalidad comunal se observa en
dinámicas que son posibles colectivamente con mayor fuerza luego del levantamiento de
abril. El despliegue de trabajo vivo y concreto (faenas comunales), la consolidación de circuitos basados en valores de uso y el desarrollo sustantivo de múltiples instancias de la
producción comunal para cubrir las necesidades locales —sin la finalidad del intercambio
mercantil— son algunas de sus manifestaciones y formas de reproducción.
La rebelión de los comunes
425
indiferentes a las posibilidades de disputar el poder más allá de sus
límites territoriales, o bien, como regímenes que aspiraban a constituirse de forma “gradual” en estadios ideales de organización.
A nuestro parecer, el camino emprendido por Cherán se desmarca de tales posturas y se enraíza en la habilidad con que este
municipio ha sabido navegar y construir dialécticamente en dos
campos de la realidad política: por un lado, en los entramados del
reconocimiento legal que ha conseguido, mediante una sinuosa
lucha jurídica que hizo frente al monoculturalismo característico de las estructuras estatales y, por otro, en aquellas dinámicas
internas que vitalizan y dan sentido al proyecto autonómico. De
esta manera, si bien Cherán jamás ha dejado de mirarse dentro de
una transformación mayor —la del Estado—, tampoco ha confinado su autonomía a una especie de dependencia gubernamental
que le imponga lógicas de funcionamiento sobre sus decisiones
comunales. El dinamismo de este proceso y su originalidad, como
vimos en apartados previos, nos permite entender las diferentes
tramas de la autonomía indígena y nos insta a reflexionar sobre
aquellas características que, en un plano económico-político, nutren las instancias centrales de su propuesta.
Como hemos planteado en otros trabajos (Martínez, 2020), a
partir del proceso de Cherán podemos concebir la autonomía indígena, en términos amplios, como una praxis multidimensional
soberana en sus rasgos fundamentales, contradictoria y, en sus
momentos abiertos de lucha, dirigida hacia la desestabilización
de las expresiones concretas del régimen dominante que, al igual
que el crimen organizado, intenta limitarla y subsumirla. Dicha
praxis, en su generalidad consciente, es enmarcada dentro de un
proceso de disputa mayor frente a estructuras generadoras de tales lógicas de sometimiento, como son el Estado monocultural, el
capital o el orden colonial (Mora, 2017), y abraza, a su vez, una
heterogeneidad de relaciones y prácticas que caracterizan su composición antagónica —en ocasiones desplegada y en otras constreñida—, las cuales son articuladas con el fin de autogestionar los
diferentes elementos y ritmos de la reproducción comunitaria de
la vida (Martínez, 2017).
Formas de autogobierno comunitario
426
Esta reproducción, expresada en la producción y el sostenimiento en el tiempo y el espacio de aquellas condiciones materiales e inmateriales que posibilitan la satisfacción de necesidades
individuales y colectivas (Hinkelammert, 2005) se caracteriza por
“la generación y re-generación de vínculos concretos que garantizan y amplían las posibilidades de existencia colectiva en tanto
producen una trama social siempre susceptible de renovación, de
auto-regeneración” (Gutiérrez y Salazar, 2015: 21). De esta forma,
la reproducción comunitaria se impulsa a través de lo que Echeverría (1998), bajo una lectura marxista describió como “una organización particular del conjunto de relaciones interindividuales
de convivencia”. Así, creemos que en la experiencia de Cherán
una de las tantas posibilidades emancipatorias de la autonomía
indígena como praxis de reapropiación se visibiliza en su capacidad de impulsar comunalmente relaciones de producción que, en
tanto se despliegan en un campo étnico concreto, permiten constituir estructuras específicas que sostienen, generalmente en clave
antagonista, esta reproducción comunitaria de la vida.
A toda esa diversidad de vínculos articulados entre comuneros/as para modificar la naturaleza con la finalidad de producir
un bien y, a la vez, transformarse a sí mismos, los entendemos
como relaciones de producción (Marx, 1993). El carácter constitutivo de estas relaciones de producción en nuestro contexto, además de sostener la interdependencia dialéctica entre comuneros/
as y territorio, tiene la capacidad de sintetizarse en expresiones
económico-políticas concretas. De esta forma, en la praxis autonómica cheraní se manifiesta claramente la intención de generar
proyectos —como las empresas comunales— basados en vínculos
socioproductivos insubordinados a la subsunción real del capital,
cuya determinación sea el desdibujamiento de la cosificación en la
relación sujeto/naturaleza, la abolición comunitaria de la propiedad privada de los medios de existencia, la activación de flujos colectivos de trabajo concreto (García, 2011; Marx, 2001, 2009) y la
generación de valores de uso que intenten hegemonizar la reproducción de la vida a nivel local por sobre el mercado capitalista.
En esta dinámica de antagonismo, además, se constituyen di-
La rebelión de los comunes
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versos referentes culturales y políticos que hacen sentido con el
actuar de sujetos que, compartiendo códigos étnicos mínimos y
particulares, se identifican entre sí y abrazan tales referentes identitarios para marginar otros. A partir de estos procesos de subjetivación (Modonesi, 2010), sobre los que dimos cuenta en el presente artículo, se fraguan disposiciones conscientes que apuntan
a organizarse estratégicamente con el fin de coordinar acciones
colectivas frente a alguna amenaza o, a la vez, en torno a alguna
aspiración política. Por ello, en el caso de Cherán, la subjetivación
desplegada en las prácticas de reapropiación territorial se constituye sumergida en un proceso de reorganización del sentido
comunitario de pertenencia, en el que la imagen del comunero
prevalece y se revitaliza, por ejemplo, en la figura del guardabosque, como una entidad que niega la irracionalidad del usufructo
comunal representado en la imagen del talamonte y el crimen organizado.
La reproducción de tales formas de adscripción es fundamental para corporeizar identidades específicas en el ejercicio de aseguramiento de la vida material e inmaterial. Estas variadas formas
identitarias productivas contienen el sentido de prácticas económicas, políticas y de protección de lo común propiciadas en momentos históricos que le otorgan un sentido particular. En el caso
de los guardabosques de Cherán, en específico, dichas condiciones pueden observarse claramente en tanto enraízan elementos
de larga data de resguardo de los bienes comunes, que fueron resignificados luego del levantamiento como nuevas estrategias de
seguridad subyacentes a necesidades contemporáneas.
El proceso de Cherán ha vitalizado en su andar la esperanza de
que es posible sostener experiencias autonómicas potencialmente
capaces de disputar en distintos registros, niveles e intensidades los
andamiajes del Estado monocultural, del capital y de las diversas
expresiones del colonialismo reactualizadas en el sistema-mundo
actual. Mediante la consolidación de una estrategia comunitaria
de seguridad, la articulación de diferentes espacios políticos de
decisión colectiva y el despliegue de prácticas y relaciones de reapropiación comunal sobre sus bienes de existencia, la rebelión de
Formas de autogobierno comunitario
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los comunes en Cherán ha encarnado la praxis antagonista viva
de los pueblos que luchan por una realidad distinta y mejor.
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