Fortaleciendo la palabra
Jaime Martínez Luna1
Nuestra experiencia
Si queremos fortalecer la palabra, un primer problema que encontramos es escribirla. Es indudable que la oralidad y la imagen se
contraponen a la lectoescritura. Sin embargo, el tiempo que nos
ha tocado vivir nos somete irremediablemente a una necesaria articulación de estos campos de la comunicación. El presente texto
se ubica en el centro de este remolino de decires y haceres, así
como frente a los escritos y sus lectores.
Deseamos relatarles los detalles de un proceso de comunicación electrónica que, en un proceso de resistencia civil, ha florecido en todo el mundo. La resistencia a la imposición de un modelo
de razonamiento que hegemoniza todas nuestras necesarias articulaciones sociales. Este proceso vive permanentemente la rea1 Maestro en Ciencias Antropológicas, originario de Guelatao de Juárez en la Sierra zapoteca, Oaxaca. Ha sido investigador y docente durante cuatro décadas, además de comunicador
popular. En su obra destaca el desarrollo del concepto de “comunalidad” en obras como
Comunalidad y desarrollo y Eso que llaman comunalidad. Ha creado dos estaciones de radio,
un Centro de Producción Musical, organizaciones etnopolíticas y agrupaciones musicales.
Ha impulsado la lucha y la organización por la defensa de los recursos naturales de la Sierra
y por su aprovechamiento comunitario. Actualmente es rector de la Universidad Autónoma
Comunal de Oaxaca.
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lidad oral que le ha tocado. Nosotros lo escribiremos, cargando
con ello los errores normales en esta codificación de significados
escritos que apenas se acerca al movimiento de la oralidad que se
esparce por los aires.
Nuestra historia comienza, precisamente, con otra fuerte contradicción: la que se da en las mentes universitarias, que en las
aulas consumen un sinfín de discursos, pero al salir los ponen en
práctica en realidades que se mueven principalmente por los hechos. Como ya se sabe, el poder, asentado o administrado por los
Estados nacionales, busca fortalecer los mecanismos de control
social, tanto desde la educación como desde sus normas, mientras
que los medios masivos de comunicación hacen alarde de este razonamiento, orientando su quehacer a fortalecer los mecanismos
de propiedad y de mercado. Esta suma de verdades las porta un
universitario normal. Sin embargo, esto no es una preocupación
básica de sociedades alejadas, rurales, originarias, etc., que practican otros modelos de vida. Por lo mismo, considerar necesario
extender la “conciencia” que porta un escolarizado a estas distintas sociedades es cuestionable.
Esto, que aparentemente supone cumplir fielmente la expectativa de que la universidad dota de un conocimiento que ha de ser
gozado en el futuro, se convierte en la reproducción certera de la
jerarquización del conocimiento y en el ejercicio de poder a través
de él sobre las sociedades “subdesarrolladas”, es decir, aquellas que
no tienen el privilegio de “saber más”. No obstante, de esto no
se percatan el universitario ni el escolarizado ni las comunidades
supuestamente beneficiadas.
El establecimiento de una radio comunitaria sigue variados
caminos que se sustentan en lo arriba planteado. Muchas nacen
de reclamos específicos: por la tierra, los recursos naturales, la inquietud de difundir lo propio, resolver problemas de salud, educación, económicos, etc. Como no todos los “ilustrados” piensan
igual, su incidencia da singularidad a cada radio comunitaria que
se funda. Y no todas la radios son resultado de mentes formadas
en el exterior. Muchas se crean por imitación, siendo lideradas
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por maestros, comerciantes, partidos políticos, grupos de poder,
etcétera.
Nuestra experiencia nació del deseo de exponer lo propio, del
conocimiento en la agricultura, la medicina, la música, en fin, de
todo lo que se considera razonamiento propio. Mentes formadas
en el exterior, incluso ajenas a la comunidad, montamos la idea
y nos dimos a la tarea de elaborar el proyecto de la radiodifusora regional. La faena no resultó fácil. El impedimento central era
su costo. Si bien las comunidades a beneficiar hubieran podido
contribuir a su adquisición, la radio en sí no era su prioridad. Enfrentaban otras necesidades que, aunque los iniciadores no contemplábamos como trascendentes, ellos sí. De ahí que los recursos
debieran conseguirse fuera, con la consonante dependencia a normas y criterios ajenos que, aunque considerábamos salvables, en
los hechos marcaron la caracterización de aquel medio.
Amigos ubicados en la estructura gubernamental facilitaron
la realización del proyecto. La pretensión era coherente con los
postulados gubernamentales, que veían en las radios una excelente manera de integrar a la población “indígena” al “desarrollo”. El
Instituto Nacional Indigenista (hoy cdi) encontró en la demanda
redactada por una buena cantidad de comunidades la perspectiva ideal para fortalecer sus políticas. Fue así que una demanda
presentada en 1980, y ratificada en 1985, fue atendida en 1989.
Las tribulaciones de este proceso, que quedó en manos del Estado,
son contenido de otra historia. Lo que subrayaremos por ahora es
que el empeño de utilizar medios electrónicos para fortalecer lo
propio había comenzado.
Debemos señalar que los mensajes de una Asamblea Mundial
de Radios Comunitarias empezaban a llegar a nuestros oídos en
esos tiempos. Sí, nuestra preocupación de crear una radio que fuera manejada por las comunidades no era nada más nuestra, sino
que era un proceso de efervescencia mundial. No era para menos;
el imperio, en su afán de universalizar sus principios, acallaba las
voces de los pueblos sometidos. Por lo mismo, las respuestas de
resistencia a tal fin florecían en todas partes. Nuestras pretensio-
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nes, sin imaginarlas movidas por aquellos empeños mundiales, se
iban deshilvanando a su tiempo y en su espacio.
Una vez definida la primera etapa de nuestro trabajo (la primera emisora salió al aire en 1990), bajo operación gubernamental
y confiados en la presencia de compañeros nuestros de la región
como responsables, decidimos enriquecer otros de nuestros proyectos, por ejemplo, la creación musical, tanto en su producción
como en su exposición y difusión. Resultaba lógico; si ya se contaba con una radio, tenía que ser nuestra música la que se reprodujera en ella. En efecto, las bandas de viento, tan distintivas de la
región, encontraron inmediatamente en la radio el instrumento
estimulador por excelencia. Con esta primera radio, aprendimos
los vericuetos de la producción radiofónica y nos dimos a la tarea
de investigar con más cuidado los elementos sobresalientes susceptibles de exponer a través de la radio. Y, sobre todo, a la tarea de
escribir sobre nosotros mismos, labor que a la fecha llena nuestros
tiempos de vida.
Engolosinados por nuestros logros, decidimos caminar los espacios de la imagen: la televisión. Apoyados en los empeños de
otros compañeros que no encontraron la forma de reproducir la
televisión comercial, compramos su transmisor y es así que cuatro años más tarde de haber salido al aire con xeglo La voz de la
Sierra en am, con 5 000 watts de potencia, hicimos nacer Canal
12 Nuestra Visión, en 1994, con apenas 50 watts de potencia. Este
nuevo medio incidió en acuerdos antes no vistos, como compartir
un territorio concreto con una comunidad vecina, donde instalamos nuestro espacio transmisor y la antena. La televisión requirió
audacia, pues no eran muchos los recursos económicos con los
que contábamos, pero parte del ajuar de instrumentos de xeglo
se utilizó en el canal, en el que participaban los mismos compañeros locutores de la radio.
La formación de nuestros compañeros también se derivó de la
primera radio. Parte del instrumental radiofónico incorporado a
la emisora, como un equipo de registro y de edición de video, permitió que, a la altura de 1992, ya se contara con materiales en video, que fueron reproducidos por nuestra televisión. Los recursos
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económicos que utilizamos, obviamente, fueron externos, de instituciones financiadoras internacionales, pero que no interfirieron
en los contenidos que se decidían, por el contrario, ampliaron la
difusión de nuestros resultados.
Reconocemos que robamos contenidos comerciales para ampliar la barra programática de televisión. Se instaló una antena
de Sky, de cuya programación seleccionamos materiales que eran
interesantes para las ocho comunidades a las que llegaba nuestra
señal. Tuvimos invitados para mesas redondas televisadas, noticieros, en fin, se hizo lo que se pudo. Pero quizá la falta de claridad en líneas políticas nos llevó a gestionar la instalación de una
repetidora de señal gubernamental. Nuestro propósito era, por un
lado, hacer que los materiales nuestros se vieran en todo el estado
de Oaxaca y, por el otro, que la señal gubernamental, que considerábamos sana en la medida que reproducía principios de vida
propia, circulara en toda la región. Esto nos llevó a una trampa
que benefició a una televisora comercial que, con afán de buscar
respaldo gubernamental, prestó su antena para que la mencionada
repetidora lanzara su señal, con la condición de que su señal, 13,
saliera en la frecuencia 12, en la que nosotros transmitíamos. El
resultado lo pueden imaginar. Sin embargo, “no hay mal que por
bien no venga”, se dice. Fue aquello lo que posibilitó que abriéramos trasmisiones en fm para las mismas ocho comunidades, lo
que en el año 2000 creció a 40 comunidades, al obtener un apoyo,
también gubernamental, para la compra de un transmisor de 300
watts.
Estéreo Comunal xhgz nació formalmente en marzo de 2000,
aunque hizo sus pruebas en 1998 y 1999. La creación de esta radio comunitaria responde, por un lado, al avasallamiento de la
televisión estatal y comercial y, por el otro, al empeño de tener
una difusora propia, sin intervención gubernamental y sin lazos
de dependencia política ni económica que obstaculizaran nuestra
actividad creativa. Podríamos afirmar que mantuvimos nuestra
necedad de enriquecer lo propio ante las imposiciones que nos llegaban del mundo exterior, básicamente del mercado, que excluían
nuestras capacidades endógenas para diseñar un camino propio.
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Es cierto, reconocemos haber cometido el error de no calcular la
voracidad externa al gestionar una señal que, aparte de estar dirigida por amigos, considerábamos idónea para consolidar nuestros
propósitos.
Estéreo Comunal causó buena impresión. La programación se
diseñó para los jóvenes y los de tercera edad. Empezaron a circular cantidad de jóvenes de dentro y de fuera. Se ha tenido un
buen nivel de creatividad e inclusión, tanto en la participación
como en producciones originadas en otras latitudes. La estación,
en el 94.1 del cuadrante, recientemente cumplió 15 años de edad.
Ha fomentado la formación, tanto de egresados de universidades
como de personajes del interior que, con el paso de los años, han
ido abriendo sus propios espacios en sus comunidades. También
acompaña a todo movimiento social que le reclame. El movimiento social de 2006, en contra del gobernador en turno, encontró en
la emisora una buena caja de resonancia.
En la actualidad, transmite 13 horas al día, de seis de la mañana a siete de la noche. Sus principales problemas son la intensa
movilidad de sus colaboradores y lo económico. Se había estado
financiando con la difusión del comercio interno, que contribuía
con cuotas pequeñas, y que ya casi no permitían el abasto de energía eléctrica ni de telefonía ni de internet. Todo ello a la luz, además, de la apertura de otras radios en comunidades vecinas.
El contenido abraza cápsulas de género, comunalización, leyendas, reflexión agroecológica y política actual. Se abastece de
noticias generadas por Radio Educación, que es de cobertura nacional, además de editoras noticiosas de internet. Pese a ello, son
muchas las dificultades que enfrenta su personal. Quienes laboran
en ella prácticamente hacen tequio (trabajo comunitario gratuito),
lo cual vuelve endeble su permanencia y su formación. Asimismo,
su articulación al mercado mayor es inexistente y no fomenta la
comercialización de su programación, situación que amerita una
serena reflexión interna. Sin embargo, un importante logro es indudablemente el contagio de la experiencia. Nuestros propósitos
los mantienen grupos activos en distintas comunidades. A los
meses de sabernos al aire, se fueron acercando grupos de varios
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rincones, con el afán de multiplicar el esfuerzo. A la fecha, existe
tal cantidad de radios en todo el estado que, de muchas maneras,
nacen para defender lo propio. No dudamos que el número de
radios rebase la centena.
El contexto y sus determinantes
La historia puede relatarse fácilmente, como ustedes lo podrán
comprender, pero resulta necesario, a todas luces, dar una explicación del contexto que permite el florecimiento de estas posibilidades de comunicación. El estado de Oaxaca se caracteriza,
centralmente, por su singularidad geográfica. Se reúnen en su
territorio las dos grandes cordilleras que atraviesan la nación: la
Sierra Madre Oriental y la Sierra Madre Occidental. Su suelo es
escabroso, habitado por montañas y lomeríos intensos, por lo que
sus planos son reducidos. Su población se integra de más de 10000
comunidades. De ellas, 570 asumen la categoría de “municipio”.
que constitucionalmente es el tercer nivel de gobierno, después de
la federación y de los estados que conforman el México actual. Se
considera que aproximadamente 9000 de sus comunidades están
organizadas bajo patrones de decisión interna. El estado, mediante
su constitución local, reconoce dos regímenes políticos: el de los
partidos políticos y el de los sistemas normativos internos: 417
municipios son de normatividad interna y 153 son de partidos
políticos. Asimismo, se usan 16 idiomas distintos, con más de 50
variantes dialectales.
Es esta complejidad geográfica, linguística y política la que explica que 70% del territorio sea de propiedad comunal. Si a esto
añadimos que 15% más es de propiedad ejidal y de reservas gubernamentales, se puede afirmar que 85% del territorio es considerado social; la propiedad privada la ostenta sólo 15% de la población. Con ello, podemos afirmar que la geografía de Oaxaca
fundamenta que este estado de la República Mexicana sea eminentemente comunitario. Es decir, que su contexto contenga los
elementos necesarios que exige un modelo de vida comunitario
por excelencia.
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Podríamos afirmar que 70% de sus comunidades trabajan la
tierra para el autoconsumo y que su cultivo central es el complejo
milpero. El Estado, tanto local como federal, enarbolando el “desarrollo”, atiende básicamente las áreas de monocultivos, ubicadas
en la costa, el istmo y Tuxtepec. La esencia de su proyecto económico neoliberal los orienta a concesionar los recursos mineros y
eólicos en el istmo, fortaleciendo monocultivos en Tuxtepec y un
poco en la costa. Coincidentemente, éstas son áreas de propiedad
privada. Es lógico que el turismo sea una actividad prioritaria,
dado lo extenso de los litorales con los que cuenta el océano Pacífico, una actividad que las propias comunidades de montaña y de
excelentes recursos acuíferos han encauzado hacia la defensa y el
aprovechamiento de sus territorios.
Mientras tanto, los programas federales insisten neciamente
en la individualización, que en un territorio eminentemente comunitario, representa un desperdicio de recursos. La penetración
de capital exacerba la reproducción comunitaria, pues la gente no
ve otra alternativa que seguir resistiendo desde lo comunitario.
El que se individualiza prefiere migrar y, sin embargo, no pierde
oportunidad para mantenerse en la resistencia comunal.
Con lo anterior deseamos clarificar que el modelo de vida comunal prevalece ante las agresiones del poder, la propiedad y el
mercado y es esto lo que posibilita el crecimiento de voluntades
comunes que concretan la resistencia ante la penetración de capital. Son y han sido múltiples los mecanismos comunitarios de
resistencia que, en otros trabajos, hemos expuesto, como “Comunalidad. Normatividad decidida en asamblea”, trabajo colectivo
para enfrentar necesidades comunes, una permanente fiesta que
fortalece de muchas formas el tejido social comunitario y, sobre
todo, una propia visión de lo que significa el suelo que se pisa y
que ha de conservarse, frente a todo poder o norma que se busque
imponer desde la Federación.
Es en este contexto que brotan las radios comunitarias. Sus
mensajes no pueden estar alejados de este proceso natural de resistencia. El apelativo de “comunitario” que llevan estos medios no
es inyección del exterior, pero sí tiene la obligación de represen-
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tar la forma de pensar y actuar del movimiento cotidiano interno.
Esto no es fácil para un medio que tiene que estar enviando mensajes sobre los ámbitos que reproducen vida cotidiana, no a través
del discurso, sino del trabajo.
Para empezar, el concepto de “resistencia” no es concebido de
manera consciente. Es decir, la gente en comunidad responde ante
lo que agrede su forma de ver, sin pensar que son fuerzas civilizatorias que le quieren arrancar lo suyo. Actúa naturalmente y se
organiza mediante los medios que tiene a su alcance, sin que esto
sea una acción conscientemente elaborada para enfrentar un proyecto ajeno. Ahora, esto no quiere decir que no existan personas
o individuos que tienen mayor claridad y ofrecen su participación
activa y consciente al usar el medio radiofónico para informar y
formar a los comuneros de su comunidad.
Es aquí en donde el papel de la radio entra en cuestión. En
principio, debemos tener claro que la comunidad no la habita una
población homogéneamente formada. Una comunidad la integran
más los campesinos que los profesionales en labores asentadas en
el discurso, como abogados, maestros, burócratas; pero también
la habitan obreros, peones, comerciantes, etc. Esta diversidad se
equilibra en la asamblea, en la que todos tienen posibilidad de
opinar y votar. Lo político se finca en el trabajo, que encuentra en
el tequio, el espacio de exposición. La persona vale por su trabajo,
por el cumplimiento de las obligaciones acordadas en la asamblea
y por su comportamiento público y familiar. En este sentido, la
labor radiofónica es susceptible del interés de unos cuantos, que
pueden ser menos si lo realizado no implica una remuneración
económica. Los radialistas comunitarios verdaderamente hacen
tequio, que es reconocido por algunas asambleas, pero no por
todas.
Se reconoce a quienes trabajan en la radio en aquellos casos en
que establecerla ha sido decisión de asamblea. Cuando es iniciativa grupal, en la mayoría de los casos el conjunto tiene que buscar
las fórmulas para su sobrevivencia, aunque, si grupalmente solicita apoyo de la asamblea y si su labor es considerada de satisfacción
general, es común que obtenga apoyo de la asamblea.
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Es necesario afirmar que en el caminar han nacido radios privadas o familiares, que se amparan en lo comunitario, básicamente, para lucrar. O bien, hay radios que son creadas por partidos
políticos que dedican el tiempo radiofónico a hacer proselitismo
con sus consignas. Por ello, siempre dependerá del carácter de la
estación y del contexto comunitario que se viva. Éste determina
la viabilidad y el impacto de un medio de comunicación. Las leyes en materia de comunicación, ante el florecimiento y la presión de la radio comunitaria y la denominada radio indígena, tuvieron que abrir espacio a estos medios, modificando el carácter
decadente de concesión y permiso. Antes eran concesionadas las
comerciales y las de contenido social eran permisionarias. En la
actualidad se habla de concesión mercantil, pública, comunitaria
e indígena.
La proliferación de la radio comunitaria no ha tenido en Oaxaca muchos obstáculos. Los problemas se dan en contextos urbanos donde lo comunitario existe, pero en diferentes modalidades
de exposición. La competencia por el espectro radioeléctrico es
central. Pese a las oscuridades que encierra la actual ley de comunicaciones, la radio, ubicada en contexto comunitario, se adecuará
a las condiciones que formalmente se establezcan y permanecerá
porque cumple un rol de importancia en la cohesión social y la defensa de lo propio, que es el interés que se debate cotidianamente
en cada asamblea.
En términos nacionales, la radio comunitaria es un verdadero instrumento de resistencia social y de vida. Las comunidades
tienen en su comunalidad la actitud necesaria para enfrentar los
embates del poder, la propiedad y el mercado. La radio permite
exponer la riqueza que genera el modelo de vida comunitario, es
receptora del debate interno, permite la selección de los mensajes
ajenos o externos, es motivadora del trabajo colectivo y es fortalecedora de la creatividad en todos los campos de la vida. Sin
embargo, no es recomendable idealizarla como un instrumento
“liberador” o contrahegemónico, a menos que la comunidad tenga claridad y se interese por ubicarla en esos planos. Aporta información e incluso puede formar, pero el habitante comunitario
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cierra oídos a las recomendaciones externas. Tiene la seguridad
de ser escuchado en su asamblea y, por tanto, guarda los mensajes
ajenos si atañen a sus intereses concretos de existencia, si no, los
pasa por alto. El actuar de la política y sus protagonistas es altamente rechazado. A un funcionario o a un técnico se le permite
exponer en la asamblea, pero el debate de su exposición no se hace
frente a él, la asamblea se lo reserva. Esto es resistencia cotidiana.
Los acuerdos incorporan razonamientos externos o ajenos, pero
se toman sin la presencia de extraños a la comunidad.
La radio comunitaria hace públicos aquellos acuerdos autorizados por las autoridades internas, lo cual no significa censura, sino
respeto de la radio a la intimidad comunitaria. Esto hace de los
noticieros internos faenas de exposición reducidas. Se comentan
eventos que atañen a varias comunidades o a la región, pero los
acuerdos cotidianos internos no salen al aire. Esto es lo que hace
del medio una expresión verdaderamente comunitaria: que desempeña un papel distinto al de una radio pública o comercial, las
cuales no pertenecen sino a los del poder y a su dueño, en cada
caso.
Esto no quiere decir que las voces críticas a las diatribas generales del modelo de vida hegemónica sean acalladas. Por el contrario, se fomentan, pero son responsabilidad del emisor y, en última
instancia, de la emisora. Son estas voces críticas y la postura de
las emisoras las que permiten estar informados de las imposiciones del poder constitucional y de la resistencia organizada de las
comunidades y regiones. Esto se ve en las movilizaciones en contra de las concesiones mineras, eólicas, acuíferas, de los latrocinios forestales, la corrupción y las manifestaciones del poder en
general. A los partidos políticos que no tienen incidencia local,
pero sí regional, no se les cierran las puertas, pero se busca que su
discurso responda a inquietudes de orden local y regional. Claro,
conocida la actitud y la prepotencia de políticos en campaña, esto
no resulta poco fructífero.
Cuando una radio comunitaria responde al organismo comunitario, es necesario que sea congruente con esa actitud. En la medida en que la comunidad cuenta con mecanismos propios para
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resolver sus necesidades, abre sus puertas al exterior, sin que se
refleje inmediata mella negativa de sus relaciones. Los académicos constantemente dan cuenta de las contradicciones entre los
intereses del poder y la resistencia de las comunidades, pero sólo
señalan la penetración de elementos ajenos y cómo laceran el tejido social comunitario, sin tomar en cuenta la permanente renovación de la actitud de la resistencia comunitaria.
Cuando hablamos de “renovación” nos referimos a la adopción
de elementos ajenos que resultan necesarios. Una radio, de alguna
manera, lo es. Sin embargo, la radio no se va incrustando en una
cotidianidad sin molestar; por el contrario, una comunidad se ve
reflejada en ella y lo que ha aprehendido de ella ocupa un lugar de
referencia para sus decisiones.
En el centro del razonamiento comunitario conviven lo de fuera y lo de dentro en una constante transformación y adecuación
que, como resultado, ofrecen lo posible. Es decir, toda comunidad
está inmersa de un modelo hegemónico que la agrede; por ello
se despliega una resistencia que se concreta en acciones posibles,
lo que le aporta una nueva situación en la que muchas veces no
se reconoce lo que es de adentro y lo que vino de afuera. En otras
palabras, toda comunidad está en movimiento entre las presiones
externas y sus capacidades internas, lo que dibuja su personalidad
en el momento.
Una radio comunitaria, efectivamente, es un elemento introductor de factores o mensajes externos, pero también abre el
espacio para el fortalecimiento de lo interno, de lo propio, de lo
nuestro. Es en esta dinámica que cada radio se inserta en la cotidianidad comunitaria. Si una radio ofrece solamente el conocimiento externo, demostraría una actitud para el sometimiento y,
al contrario, si sólo reprodujera lo interno, caería en fomentar una
visión aislada, lo que también debilita las capacidades endógenas
para tratar lo exógeno. Dicho de otra manera, la radio asume la
contradictoriedad que dinamiza a la comunidad. Por lo mismo, su
labor no sólo debe girar en un sentido, sino en todos los sentidos
que decida la comunidad concreta.
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Retos y perspectivas
La pregunta central por contestar es: ¿tendría, entonces, la radio
un camino trazado o responde a lo que la comunidad va enfrentando? En primera, ningún radialista carece de criterio. Hasta el
radialista apasionado en un género musical tiene una postura, una
suma de ideas o de interpretaciones del mundo que lo envuelve.
De alguna manera es necesario tener un marco de referencia para
emitir opiniones al público comunitario. Es por ello que suena
coherente hacernos una serie de preguntas sobre qué es lo que nos
gusta y lo que no nos gusta del mundo y del momento en el que
nos ha tocado existir, para así definir o explicar nuestra actitud
cotidiana. Como señalamos al principio, en lo general, las radios
comunitarias han sido impulsadas por ánimos formados en el exterior, sean escolarizados o no.
Si reflexionamos sobre nuestro caso particular, podríamos
afirmar inicialmente que principios ajenos a la vida natural fueron impuestos por la invasión europea a nuestro continente. Estos principios se han ido enriqueciendo y ejercitando a lo largo
de más de cinco siglos. Por lo mismo, habitan nuestros sentires,
en lo más profundo, principios y valores que resultan un obstáculo real para definir procesos concretos, de eso que muchos
autores llaman “descolonización”. Al estar copada la academia de
autores de razonamiento occidental, suena lógico que desprendernos de ese razonamiento sea una labor quimérica. Estas ideas
las encontramos no sólo en ámbitos de la ciencia, las artes y la
literatura, sino también en los propios hábitos alimenticios y mucho más en campos de la filosofía.
Para criticar la situación que nos envuelve, se han propuesto
diversas corrientes de pensamiento desde diferentes contextos o
realidades. La gran mayoría de estas corrientes engrosa las filas del
razonamiento occidental, que fija como centro del mundo al ser
humano. La tarea de pensar desde el mundo y no desde el hombre o la mujer, recién inició cuando nos percatamos del laberinto
en el que Occidente nos había encerrado. En particular, nosotros,
estando fuera de cualquier corriente académica, afirmamos que
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son tres los principios básicos que nos fueron introducidos a la
fuerza desde la invasión europea. Estos principios son: el poder, la
propiedad y el mercado.
Como consecuencia, son estos tres principios los que han de
ser enfrentados, no sólo en los contenidos de las radios comunitarias, sino en todos los ámbitos de relación social. Dicho de otra
manera, para enriquecer lo propio, debemos encontrar en cada
contexto los elementos que enfrenten la influencia de estos principios heredados e impuestos. Esa respuesta está en cada contexto,
en cada región. El reconocimiento de cómo hacemos la vida en el
suelo que pisamos es el instrumento ideal para definir el quehacer
ahí, no en todas partes. Obviamente, hay de contextos a contextos; no es lo mismo lo urbano que lo semiurbano o lo rural. Lo
urbano es el terreno fértil para el ejercicio del poder, la propiedad
y el mercado. Las ciudades son centros individualistas por excelencia, territorios en los que la gente vive separada en hechos y
pensamientos. Por ello, lo que se puede hacer a través de la radio
en una comunidad, no es lo mismo que lo que se puede hacer en
una ciudad.
La competencia mercantil del espectro electrónico, ya decíamos, es intensa en las ciudades, dado que éstas son espacios diseñados para el mercado, la educación y el gobierno, es decir, el
centro del poder en todos los rubros. La ciudad se asienta en la
apropiación privada. Cosa distinta, y dependiendo de la geografía,
sucede en espacios rurales, siendo muchos de ellos catalogados
como “originarios”, categoría que da cuenta de la realidad en el
continente americano, a pesar de los siglos de colonia, y que da
fortaleza a la labor de las radios comunitarias, ya que es la comunidad la entidad que ha posibilitado o permitido la sobrevivencia
de modelos de vida y pensamiento contrarios al hegemónico occidental.
Son estas regiones originarias las que nos muestran con mayor
nitidez y naturalidad los principios que podrían catalogarse como
contrahegemónicos. La pregunta es ¿cuáles son los principios
contestatarios nacidos en estas regiones originarias? Desde nuestra experiencia, consideramos que también son tres: el respeto, el
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trabajo y la reciprocidad. Podemos preguntarnos cuáles son las
razones que nos llevan a proponerlas.
En principio, si es el poder lo que subyace al comportamiento
individualista, el contrapoder radica en el colectivo, pero el colectivo o lo comunal no existe sin el respeto. El respeto no es reconocimiento de la diferencia, de la superioridad, de la propiedad, del
valor mercantil, de la propiedad del conocimiento. Es reconocer
que somos el otro y que sin el otro no somos. Lo que hacemos es
autoridad, fuerza, unidad en la diversidad. Es decir, no se oculta
la singularidad, se integra a la toma de acuerdos para todo. Es por
ello que la vida asamblearia es la autoridad comunitaria por excelencia. La decisión asamblearia de una comunidad se contrapone
al poder depositado en el individuo, en la propiedad y en el capital.
Además, el razonamiento individualista, occidental y neoliberal, se fundamenta en la garantía que le otorga la propiedad. Por
su parte, en la comunidad lo único que es propiedad de la persona
es el trabajo, su movimiento, su acción, con lo que, fundamentado en el respeto, enfrenta toda agresión individualista. Cuando se
respeta, se consigue lo comunal y, con ello, se trabaja comunalmente para la satisfacción de las necesidades comunes.
La reciprocidad es la actitud resultante de todo proceso en el
que prevalece el respeto y se trabaja en reciprocidad colectiva. Tú
me das para que yo te dé; esto significa horizontalidad existencial,
significa que la vida entre todos, respetándonos, nos facilita el intercambio y es un freno a la acumulación.
Estos principios contrahegemónicos que se proponen pueden
sonar a utopía; sin embargo, existen en todos los contextos, pero
son excluidos, encubiertos por el pensamiento dominante individualizador que separa, que abstrae, que cosifica y destruye toda
relación horizontal posible, para fortalecer jerarquías, estratificaciones, clases, estamentos, en fin, para consolidar lo vertical.
Es importante aclarar que esta propuesta no pretende ni sustenta un esquema. Es una propuesta a reflexionar, encontrar o
reconocer en nuestros contextos para dejar de pensar que las soluciones provienen del exterior, de los académicos, de los especia-
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listas y de los profesionales del discurso. Es importante subrayar
que la vida asamblearia que caracteriza a la comunidad implica
de facto la desaparición de las individualidades, para dar paso a
los acuerdos, que de manera general, no satisfacen el ego de un
individuo, ya que todos tenemos que ceder, a fin de que se logren los acuerdos. Si se logra entender el significado del respeto,
se podrá comprender que no se vive solo, no se puede vivir solo
ni en hechos ni en ideas, porque pertenecemos al mundo, no nos
pertenece el mundo.
No pretendemos que lo que afirmamos se vea como una acción vertical, es decir, a imponer a través de la acción radiofónica;
por el contrario, el respeto es el principio que debe cultivar sustancialmente la labor de una radio comunitaria. Reconocer el valor de todos implica abrir los micrófonos a toda opinión, implica
respetar cada criterio, no conducirse hacia el poder, la propiedad
ni el mercado. La persona individualizada busca poder, concibe
que el conocimiento es suyo, de su propiedad y, por lo mismo,
puede venderlo cuando se le dé la gana. Los principios liberales
le dan argumentos concretos: su libertad ante todo, así como su
concepción discursiva de igualdad, etcétera.
De alguna manera, esto contesta las preguntas que nos hacemos. Sí hay caminos, pero cada contexto, cada región, tiene que
construirlos. En este sentido, ¿cómo se puede llevar a su realización en una radio comunitaria? De principio, ya comentamos que
el respeto es lo fundamental. No sólo reconocerse en el otro, sino
valorarlo, tomar en cuenta que todos aportan, que las categorías
del bien o el mal no existen cuando se reflexiona respetando cada
contexto. Una verdad se construye, tiene su temporalidad y espacio y es la que se transmite en una radio. La vida cotidiana aporta
viejos o renovados razonamientos, genera conocimientos que son
útiles en cada caso, pero esto se extrae de la participación respetuosa de los habitantes de una comunidad o de una región. Para
esto, suena adecuado tomar en cuenta o distinguir la realización
comunitaria de la intercomunitaria. El poder que no es expulsado de nuestro razonamiento invade la querencia de caminar lo
cotidiano de una región, no sólo de una comunidad. Entre los ra-
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dialistas prolifera la aspiración de llegar a muchas comunidades,
sueñan a diario con aumentar su potencia y su cobertura, sin antes
reflexionar que la participación directa de los radioescuchas disminuye considerablemente; es decir, a mayor cobertura, es menos
lo comunitario que se cultiva. Una mayor cobertura se mide en
la cantidad, no en la cualidad; se llega a más, pero es de menor
cualidad la relación que se entabla. Esto no quiere decir que nos
opongamos a aumentar la cantidad, sino que invitamos a cualificar la relación comunitaria, cara a cara, directa y participativa.
Las radios comerciales tienen en la cantidad lo concreto de sus
aspiraciones; por ello, la potencia les hace competitivos, no cualitativos. Buscan mayor wataje para vender más. Este razonamiento
mercantil, claramente, busca poder de penetración, de imposición
de mensajes y, de paso, busca apropiarse de todo.
Una economía que permita la suficiencia de las radios es el
mayor embrollo. Muchas cuentan con el apoyo financiero de sus
agencias o municipios, como en el caso de Oaxaca, pero las que
han nacido de iniciativas grupales, de asociaciones civiles, se la
ven dura para su manutención. La mayoría no persigue fines lucrativos, aunque hay aquellas simuladoras que ya comentamos. El
apoyo al comercio local es una salida. No estimulan más que lo
propio, es decir, se comercia el producto interno, lo que necesita
la población, los servicios necesarios que, en sí mismos, no constituyen una fuente de enriquecimiento, pero permiten un buen
grado de suficiencia. La radio comunitaria necesita generarse sus
propios ingresos que, en la mayoría de los casos, se encuentran
fuera de la labor radiofónica, en eventos, cultivos, comercio de
arte propio, etcétera.
No ser lucrativo es un reto a satisfacer a mediano plazo. Independizarse de la autoridad comunitaria es sano. La autonomía va
en paralelo con la generación de ingresos, de productos para el
intercambio y, si se siguen formulando proyectos respondiendo
a convocatorias, la dependencia económica con el exterior no se
extinguirá. Sin embargo, es necesario tomar en cuenta que estar
incorporado a un modelo de vida fundado en el mercado no da
argumentos para comercializar la señal. No existen recetas para
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P ro cesos de l a reproducción colectiva
enfrentar al mercado, pero en cada contexto florecen posibilidades propias. Hay que diseñarlas y realizarlas.
Si hemos propuesto o sugerido que el respeto, el trabajo y la
reciprocidad son principios orientadores, encontremos en ellos,
de acuerdo a cada contexto, las respuestas adecuadas. La puesta en
práctica de una actitud comunalitaria, sustentada en estos principios, garantiza la realización de propósitos acordados en comunidad o en el equipo radialista de cada emisora. Si la comunidad,
desde la cotidianidad, ha resistido y resiste las agresiones externas, en una radio comunitaria suena consecuente y realista poner
en acción la misma actitud. Claro, en esto no hay recetas, porque
“cada cabeza es un mundo” y “en cada lugar se cuecen habas”, dicen los refranes populares. Como puede imaginarse, mucho de lo
que se propone significa volver al sentido común, ese sentido que
se cultiva en colectivo, sin percatarnos de la profundidad de estas
aseveraciones. Volver al sentido común es mirar hacia atrás y a
los lados, significa abandonar la linealidad del pensamiento progresivo, positivista, que caracteriza al razonamiento hegemónico.
Implica reconocer el espiral de la vida planetaria, que es infinita
y que, al ser nosotros finitos, demuestra la infinitud del universo
que nos crea y transforma.
Son muchos los retos que nos depara la resistencia cotidiana.
Pero son nuestros contextos los determinantes, nuestra geografía
da luz, nuestro respeto nos integra, el trabajo conjunto nos hace
creativos. ¿Todo para qué? Para hacer de la vida una fiesta permanente, contrario a lo que genera el modelo de vida dominante,
asentado en la propiedad territorial: la puesta en venta del planeta
y, con ello, la concentración del poder.
Sin embargo, reconocer que en cada contexto, en cada comunidad urbana o rural está la respuesta, no es fácil. Precisamente,
porque los principios que guían la actualidad dibujan una individualidad permanente, que sólo será superada cuando se reconozca que el individuo no existe, que se ha construido para su control
y que para contrarrestar esto necesitamos un nuevo lenguaje que
señale lo que en verdad es nuestra existencia, derrumbando epis-
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temologías y paradigmas que la “ciencia social” expone, partiendo
de los mismos argumentos que reproducen la dominación.
No está de más reafirmar que, para cambiar nuestra forma de
razonar, es conveniente reconocer, mirando el suelo que pisamos,
a la gente con la que realizamos nuestra existencia, el trabajo o el
movimiento que ésta genera en ese suelo y lo que conseguimos
cada día que, en lo general, provoca el placer de hacer la vida juntos, es decir, la fiesta. Todo esto, como ya hemos dicho, es comunalidad.