El patriarcado es una anomalía de la historia de la humanidad

En el comienzo de los tiempos, hombres y mujeres eran iguales. Fueron el sedentarismo y la propiedad privada los que acabaron cambiando la situación. El antropólogo Carel van Schaik revisa mitos, con sorprendentes conclusiones.



“El patriarcado es una anomalía de la historia de la humanidad”

 

En el comienzo de los tiempos, hombres y mujeres eran iguales. Fueron el sedentarismo y la propiedad privada los que acabaron cambiando la situación. El antropólogo Carel van Schaik revisa mitos, con sorprendentes conclusiones.

 

Lo que más le fascina a este antropólogo es cómo la herencia primate sigue marcando al Homo sapiens. Carel van Schaik, de 67 años y origen holandés, dirige el Instituto y el Museo de Antropología de la Universidad de Zúrich. Su especialidad es explorar cómo influye la cultura en el comportamiento social y los orígenes del patriarcado. Para hablar de ello nos citamos con él.

XLSemanal. La imagen de la mujer en la Prehistoria no es muy atractiva.

Carel van Schaik. ¿Se refiere a machos arrastrando del pelo a las mujeres hasta la cueva? Esas imágenes se han transmitido a través de los libros de Historia. Y durante mucho tiempo los escribieron solo hombres. Mi perspectiva como antropólogo es otra. La fase en la que la mujer ha estado supeditada al hombre solo representa el dos por ciento del conjunto de la evolución del Homo sapiens. El patriarcado es una anomalía en la historia de la humanidad.

XL. ¿Ah, sí?

XL. Vayamos un paso atrás. Antes de la agricultura, ¿realmente el hombre salía a cazar mamuts y la mujer se quedaba en la cueva?

C.S. No, es una caricatura. Sí es cierto que la caza mayor era una tarea básicamente de los hombres. Pero las mujeres contribuían al sustento, aunque con tubérculos, frutas y caza menor.

XL. Se acaba de descubrir en los Andes la tumba de una mujer cazadora de hace nueve mil años. ¿Cambia eso el escenario que acaba de describir?

C.S. No. Nadie ha dicho que las mujeres no pudieran cazar. En las sociedades de cazadores-recolectores había muchas actividades de las que se encargaban ambos géneros. El secreto del éxito del ser humano reside en esa capacidad única para trabajar en equipo. Esa cazadora de los Andes demuestra lo flexibles de estos sistemas. No hay ninguna disposición natural que decida nuestra forma de vivir. ¡No estamos atrapados en la biología! A menudo la cultura es mucho más restrictiva.

XL. ¿Y qué pasa con la fuerza muscular? ¿Qué dice eso de la preponderancia de los hombres?

C.S. Más bien poco. Basta con fijarse en nuestros parientes más cercanos. En los bonobos, por ejemplo, que viven en grupos igual que nosotros. Los machos son más grandes que las hembras, pero eso no impide que sean ellas las que dominen la comunidad. Como los humanos, esta especie también tiene estro oculto, una ovulación que no resulta exteriormente visible. Eso quiere decir que los machos no saben cuándo son fértiles las hembras. Si no quiere perderse el momento adecuado para el apareamiento, está obligado a ser complaciente. Si no, las hembras se juntan y apalean al infractor. Es posible que nuestros antepasados funcionaran igual. Lo vemos en el comportamiento de las comunidades de cazadores y recolectores que todavía perviven. En ellas, los hombres no pueden dominar sin más a las mujeres. Y mucho menos recurrir a la violencia. No lo toleran.

“Hace diez mil años, las mujeres trabajaban la tierra en un régimen de propiedad comunal y tenían gran influencia social”

XL. Los defensores de la diferenciación biológica argumentan que el cuidado de los niños es algo que la naturaleza ha dejado en manos de las mujeres.

C.S. Si estuviéramos hablando de bonobos o de orangutanes, estaría de acuerdo. Pero con los humanos es diferente. Practicamos una crianza cooperativa. Aquí aparece una vez más la receta del éxito del Homo sapiens: el trabajo en equipo. Los humanos tenemos la figura de la abuela. Es algo bastante inusual en el reino animal y no resulta fácil de entender desde un punto de vista evolutivo. Pero está bien documentado que estas mujeres mayores, por lo general, se ocupan intensamente de los nietos.

XL. ¿Y los padres quedan fuera?

 

C.S. No. Siempre han contribuido a la alimentación y educación de los niños, están biológicamente programados para hacerlo. Por ejemplo, cuando nace un niño, reaccionan con cambios hormonales inmediatos. En las sociedades de cazadores y recolectores, todos los individuos participan en la vida de la comunidad. Es un dicho manido pero cierto: hace falta un pueblo entero para educar a un niño. A lo mejor al principio la madre sí que se pasa la mitad del tiempo en contacto directo con el niño, pero la otra mitad o incluso más son otras personas las que están con él.

XL. Eso ahora ya no es así.

C.S. Porque hemos destruido el concepto de familia extensa e inventado el principio de la neolocalidad: vivimos en cualquier sitio menos en el que crecimos. Así que, cuando el hombre se va a trabajar -situación a la que nos ha llevado nuestra evolución histórica-, la madre se tiene que quedar en casa con los niños sin nadie que la ayude. Pero este reparto del trabajo no viene dado ni por Dios ni por la naturaleza.

Abuela única«Los humanos tenemos la figura de la abuela. Es inusual en el reino animal. Practicamos una crianza cooperativa. La receta del éxito del ‘Homo sapiens’ es el trabajo en equipo», cuenta Van Schaik.

XL. La famosa bióloga Sarah Blaffer Hrdy aseguró que el instinto materno no existe y que, de haberlo, no sería innato. ¿Usted también lo cree así?

C.S. Naturalmente. Lo vemos en los titíes, unos monos que crían a su prole en comunidad, como nosotros. Cuando no tienen ayuda, las madres acaban dejando de cuidar a sus crías, las dejan morir o incluso se las comen. En el caso de los humanos, los hogares para niños abandonados nos demuestran que las madres pueden separarse de sus hijos si creen que no tienen ayuda suficiente.

XL. Tradicionalmente, las mujeres han buscado como pareja a hombres con éxito profesional. ¿La hembra aspira a conseguir al mejor cazador, al que lleva más carne de mamut a casa?

C.S. Es posible que esas viejas preferencias sigan flotando en nuestras cabezas. Si yo fuese mujer y viviera en una sociedad de machos, preferiría un protector fuerte. Pero si fuera una arquitecta en una sociedad regida por la ley, eso no sería determinante. Las preferencias a la hora de escoger pareja varían según las circunstancias.

XL. ¿Por ejemplo?

C.S. Entre los pueblos de cazadores-recolectores, como los canelas, en Brasil, era habitual que una mujer se acostara con varios hombres, todos los cuales pasaban a ser considerados padres del bebé que nacía nueve meses después.

“Los padres están biológicamente programados para alimentar y educar a los hijos”

XL. ¿Somos promiscuos?

C.S. Desde el punto de vista de la madre, el comportamiento de los canelas era muy responsable, ya que esa paternidad compartida contribuía a impedir el infanticidio. Todos los padres, incluso los no biológicos, son buenos con el niño. Volviendo a su pregunta, resulta complicado decir lo monógamos que somos como especie. A fin de cuentas, hacemos algo que la mayoría de las demás especies monógamas no hacen: nos apareamos constantemente. Casi como los bonobos. En nuestro pasado prehistórico, probablemente éramos muy promiscuos… Hoy apenas lo somos ya, al menos la mayor parte de la sociedad.

XL. Entonces, ¿la biología no es culpable del patriarcado?

C.S. Si lo fuese, siempre habría habido patriarcado. A diferencia de nuestros parientes primates, los humanos somos enormemente culturales, hemos pasado por una evolución cultural que a lo largo de cientos de miles de años ha llegado a hacerse más importante que la propia evolución biológica.

XL. Si cuando éramos cazadores-recolectores colaborábamos de una forma tan igualitaria y en los inicios de la agricultura las mujeres llevaban la voz cantante, ¿cómo pudo surgir el patriarcado?

C.S. ¡Lo que es seguro es que no fue un complot de los hombres! Con la agricultura cada vez más intensiva y productiva empezó a perderse el equilibrio en las relaciones entre géneros.

XL. ¿Qué pasó?

C.S. Allí donde las cosechas mejoraban, se despertó la codicia de otros. Surgió una propiedad que había que defender. Y defender, hacer la guerra… eran cosas de hombres.

XL. ¿No hubo mujeres guerreras?

C.S. Es posible, pero por lo general era una cuestión masculina. Volviendo al asunto de cómo empezó el dominio de los hombres, el motivo fue la nueva posibilidad -una vez más, fruto de la evolución histórica- de acumular la propiedad. Los dueños de esa propiedad querían dejársela a sus hijos varones, que a su vez se veían obligados a defenderla. Para ello tenían que quedarse en casa. Antes eran los hombres jóvenes los que se marchaban de la comunidad porque la prioridad era evitar la consanguinidad. Pero después eran las chicas las que tenían que marcharse. En sus nuevos hogares eran forasteras, no tenían parientes, no tenían redes. Y se convirtieron en máquinas de criar bebés, de producir herederos masculinos.

XL. Y se puso fin a la frustración de los pobres cazadores, que se habían quedado sin nada que hacer…

C.S. Bueno, los hombres también salieron perdiendo con el cambio, me refiero a aquellos que no estaban entre los ricos, los beneficiarios del proceso. Esta transformación no tuvo lugar de un día para otro. Si nos fijamos en Çatalhöyük, un poblado neolítico encontrado en Anatolia, vemos que las familias tenían almacenes en sus casas, pero todas las casas eran iguales y todos los almacenes tenían el mismo tamaño y estaban igual de provistos. De esto se desprende que tuvo que pasar tiempo antes de que los hombres extendieran la idea de la propiedad privada a la tierra y el ganado…

XL. … y a las mujeres.

C.S. Y también antes de que se dieran cuenta de que ahora podían comportarse como pachás en lugar de intentar adquirir prestigio a través de la generosidad. Me refiero a que, si un día un cazador-recolector hubiese dicho que el jefe era él, se le habrían reído todos en la cara. Hicieron falta miles de años para que la desigualdad social alcanzara proporciones despóticas. Y para que las mujeres se vieran convertidas en una mercancía, incluso en algo que se podía robar.