Los pueblos y la guerra entre potencias

La pregunta es qué deben hacer los movimientos y los pueblos en movimiento ante un conflicto entre grandes potencias, en concreto Estados Unidos y Europa frente a China y Rusia. ¿Abstenerse? ¿Tomar partido? ¿Construir una agenda propia?



Los pueblos y la guerra entre potencias
 
Raúl Zibechi
La Jornada
 
Suenan tambores de guerra con una intensidad desconocida desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). La tensión en Ucrania puede desembocar en un conflicto entre la OTAN, capitaneada por Estados Unidos, y Rusia, que no acepta el despliegue de armas en sus fronteras, al igual que Washington no toleró en la década de 1960 el despliegue de misiles en Cuba.

La situación en el mar del Sur de China y entre China y Taiwán es igualmente grave, aunque los frentes de guerra abiertos son numerosos: Yemen, Siria y Libia, entre los más destacados. Sin entrar a considerar las guerras contra los pueblos (Colombia, Guatemala y México entre las más destacadas en América Latina), el planeta atraviesa una situación muy peligrosa.

La pregunta es qué deben hacer los movimientos y los pueblos en movimiento ante un conflicto entre grandes potencias, en concreto Estados Unidos y Europa frente a China y Rusia. ¿Abstenerse? ¿Tomar partido? ¿Construir una agenda propia?

En la Primera Guerra Mundial (1914-18) la inmensa mayoría de las izquierdas se posicionaron con sus gobiernos y, por tanto, con sus clases dominantes para atacar a otros pueblos, en lo que fue la primera gran carnicería mundial, con saldo de 17 millones de muertos, 20 millones de heridos y mutilados, y una enorme cantidad de personas afectadas en su salud mental.

Antes de la guerra, Lenin afirmaba que una clase revolucionaria no puede dejar de desear la derrota de su gobierno en una guerra reaccionaria. Cuando estalló la guerra defendió el derrotismo, la derrota de la propia nación para acelerar la revolución. Transformar la guerra imperialista en guerra civil para derrocar a la clase dominante, fue la ruta trazada por Lenin y seguida, al principio, sólo por un puñado de internacionalistas.

Esta línea de actuación permitió a los revolucionarios rusos la conquista del poder en octubre de 1917, gracias al masivo levantamiento de obreros, soldados y campesinos, cansados de la guerra y del hambre.

¿Pueden los pueblos tomar un camino similar en estos tiempos en que se anuncia una guerra entre potencias nucleares?

Me parece evidente que no es deseable.

En primer lugar, desde los abajos debemos afirmar que no hay potencias buenas y potencias malas, que no apoyamos ni a Estados Unidos ni a Rusia ni a China. En la Segunda Guerra Mundial, los partidos comunistas optaron por apoyar a la URSS en vez de repetir la táctica de Lenin en la guerra anterior, porque dieron prioridad a la defensa de la patria socialista.

Aclaración necesaria porque muchas personas creen que es mejor que ganen aquellos que se oponen al imperialismo estadunidense, lo que los lleva a apoyar a Rusia y China y, en ocasiones, a Irán o a cualquier nación que se oponga a las potencias occidentales.

En segundo lugar, creo que los movimientos y los pueblos deben oponerse a la guerra para profundizar su propia agenda: el arraigo territorial para ejercer la autonomía y el autogobierno, construyendo mundos otros, nuevos y diferentes al capitalista, patriarcal y colonial.

En las guerras siempre pierden los pue­blos y ganan las grandes empresas capitalistas que se aprestan a rediseñar los territorios conquistados en su beneficio, explotando los bienes comunes para mercantilizarlos. Por eso es necesario boicotear las guerras, porque no existen las guerras justas, ya que las realmente existentes son guerras de despojo a través del genocidio.

Si es cierto que la guerra es la continuación de la política por otros medios, como dijo Clausewitz, el principal rasgo de la actual política de arriba es el despojo de los pueblos originarios, negros, campesinos y mestizos para acelerar la acumulación de capital.

En tercer lugar, los pueblos deben defenderse, lo que no es igual que participar en un guerra que no eligieron. Por lo que venimos aprendiendo del EZLN, de los pueblos mapuche, nasa/misak y otros de América Latina, así como de comunidades negras y campesinas, el mejor camino no consiste en responder a la guerra con guerra, porque la simetría nos desfigura como pueblos.

Porque ellos tienen armas muy sofisticadas y enormes ejércitos, estatales y privados, con formas militares tradicionales y con modos narcoparamilitares, que están atacando a los pueblos. Si respondemos con la violencia (que éticamente sería irreprochable), tomarán la iniciativa que más desean: el genocidio de pueblos enteros, como sucedió en el pasado reciente. Por propia experiencia de cinco siglos, los pueblos sólo confían en sus autodefensas: guardias indígenas, cimarronas y campesinas; policías comunitarias, rondas campesinas y guardianes de las lagunas, por mencionar apenas un puñado de defensas comunitarias. La tarea de los pueblos, en este periodo de guerras del capital, no es tomar el poder sino preservar la vida y cuidar la madre tierra, eludir los genocidios y no volvernos iguales a ellos, que sería otra forma de ser derrotados.