El crecimiento económico no es sostenible

Las izquierdas no han entendido que, por primera vez en la historia, supervivencia y emancipación deberían confluir en un mismo proyecto. Este, sin embargo, no se está construyendo. Para ello sería necesario que las izquierdas mayoritarias abandonaran las ilusiones compartidas con el capital como la fe en el progreso, la confianza en un crecimiento económico perpetuo, la fantasía del “crecimiento con equidad”, la tecnolatría, la esperanza en una fuente mágica de energía infinita y limpia, la fe en las transiciones energéticas lentas, etc.



El crecimiento económico no es sostenible

Adolfo Estrella 
https://www.eldesconcierto.cl/opinion/2022/01/30/el-crecimiento-economico-no-es-sostenible.html?fbclid=IwAR27j5vKtinIbEOYb_15iY9IBDNaEgaXzkjaxfpD3HBVHmvJKcZX3dO35hU
30.01.2022

 

Quien escribe este texto, junto a una “inmensa minoría” de activistas, pensadores, profesionales, académicos, científicos y simples ciudadanos de a pie, lleva varios años convencido de la inminencia de múltiples desastres, previsibles y no previsibles, asociados a la triple pinza que representa el caos climático, el calentamiento global y el agotamiento de los combustibles fósiles. Y esto no es el resultado de una visión apocalíptica: es la consecuencia de una lectura atenta de docenas de informes y libros que desde hace décadas nos han advertido que la civilización termoindustrial capitalista ha sobrepasado límites que nunca se deberían haber sobrepasado.

El, hasta ahora, muy cauteloso IPCC (panel de expertos de las Naciones Unidas para el cambio climático) señala en su último informe (2021) que “los científicos están observando cambios en el clima de la Tierra en todas las regiones y en el sistema climático en su conjunto. Muchos de los cambios observados en el clima no tienen precedentes en miles, sino en cientos de miles de años, y algunos de los cambios que ya se están produciendo, como el aumento continuo del nivel del mar, no se podrán revertir hasta dentro de varios siglos o milenios”.

Desgraciadamente las emisiones de gases de efecto invernadero no se han reducido ni se reducirán. No existe ninguna voluntad política ni empresarial en el plano internacional que esté dirigida a detener la voracidad expansiva del capital. “Las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de las actividades humanas son responsables de un calentamiento de aproximadamente 1,1° C desde 1850-1900 y se prevé que la temperatura mundial promediada durante los próximos 20 años alcanzará o superará un calentamiento de 1,5° C”, dice también el IPCC.

Por su parte, el Instituto de Resiliencia de Estocolmo señala cinco procesos necesarios para la estabilidad del planeta que han sido alterados: clima, ciclo del fósforo y del nitrógeno, agotamiento del ozono estratosférico, cambios en el uso del suelo, pérdida de biodiversidad y contaminación química. Estas alteraciones significan que no hay vuelta atrás y que desconocemos las dinámicas de acciones y retroacciones (los efectos vuelven sobre sus causas) que se han puesto marcha. El productivismo y el consumismo jugaron al aprendiz de brujo y, como era previsible, las cosas salieron mal.

Son también varios años durante los cuales nos hemos encontrado con la ceguera y sordera de muchos, sin distinguir entre izquierdas y derechas. La sordera y ceguera de las derechas las damos por descontado, es su vocación y sino. Lo de las izquierdas es más complejo porque se supone que su proyecto emancipatorio debería estar atento a todas las circunstancias que lo afecten. Y el previsible fin de la civilización industrial no cabe duda de que afecta a cualquier idea y acción emancipatoria. Y las izquierdas no han entendido que, por primera vez en la historia, supervivencia y emancipación deberían confluir en un mismo proyecto. Este, sin embargo, no se está construyendo. Para ello sería necesario que las izquierdas mayoritarias abandonaran las ilusiones compartidas con el capital como la fe en el progreso, la confianza en un crecimiento económico perpetuo, la fantasía del “crecimiento con equidad”, la tecnolatría, la esperanza en una fuente mágica de energía infinita y limpia, la fe en las transiciones energéticas lentas, etc.

Sería necesario, por el contrario, la organización de estrategias de emancipación y la construcción de una cultura ecológica popular junto con redes de comunidades autosuficientes, en coexistencia con unos Estados que, no obstante, cada vez más tendrán dificultades de existir en condiciones de baja disponibilidad energética y que tendrán que asumir ellos mismos otras formas de organización. Y, por supuesto, serán necesarias medidas que vayan mucho más allá de la “protección del medioambiente” y apuesten por una modificación radical del metabolismo social, es decir, el complejo intercambio de flujos de energía y materiales entre la sociedad y la naturaleza.

Pero las izquierdas mayoritarias, desarrollistas y “crecentistas” continúan encerradas en una concepción decimonónica de la política y de la economía asociada al momento expansivo del capitalismo industrial basado, a su vez, en una presunta disponibilidad infinita de energía y en una ideología que aseguraba que transitábamos desde un pasado malo a un futuro bueno. Esta civilización asoció su bienestar a un uso intensivo de insumos que creía infinitos y a una relación con la naturaleza de enfrentamiento y conquista más que de integración y participación en un destino común. Las consecuencias de esta arrogancia y de esta ignorancia están a la vista.

Para nadie es un secreto que nos encontramos en una situación crítica desde el punto de vista medioambiental, en Chile y el mundo, que, para muchas voces autorizadas, no puede definirse sino como un colapso ya en marcha. Signos del colapso son, entre miles de otros, las islas de plástico flotando en distintos mares del planeta, la desaparición de las grandes barreras de coral, la vertiginosa desaparición de insectos y muchas otras formas de vida, la contaminación de acuíferos… En Chile el agotamiento hídrico, producto de la confluencia entre sequía y un modelo agroexportador y extractivista insaciable, ha llevado a la crisis a zonas como Petorca. Petorca es nuestra catástrofe viva, nuestro naufragio, el epítome del fracaso del desarrollismo neoliberal. Un anuncio.

La cosa es muy grave porque al caos climático, al agotamiento de las energías fósiles y la contaminación generalizada, se añade la desaparición acelerada y con evidentes causas antrópicas, de miles de especies. Como afirma Serge Latouche, “es probable que estemos viviendo la sexta extinción de las especies. Especies vegetales y animales desaparecen a una velocidad de cincuenta a doscientas al día, es decir, a un ritmo comparable al de las hecatombes de tiempos geológicos pasados”.

Y el problema no es el “cambio climático” sino el “caos climático”. Se acabó la “normalidad” de los procesos de la naturaleza porque sus ritmos y ciclos están alterados. Ya no llueve ni nieva como antes y los veranos son más calurosos. O llueve a destiempo y en lugares en los que habitualmente no lo hacía con esa intensidad. Aparecen tornados en otros hemisferios, los glaciares desaparecen. El agua dulce comienza a escasear como efecto de las sequías persistentes. El problema son los procesos no lineales, discontinuos, catastróficos, que afectan a la modelización y, por lo tanto, dificultan el pensamiento y las prácticas anticipatorias. Por eso se hace difícil predecir eventos como los “domos de calor”, de cincuenta grados Celsius, en zonas tan septentrionales como Canadá o como la gélida tormenta Filomena en España. ¿Dónde y con qué frecuencia aparecerán estos fenómenos nuevamente?

El problema es la perdida de complejidad social (reducción de nodos y sus interrelaciones) a la que está abocada una civilización que ha basado su expansión gracias a la disponibilidad de combustibles fósiles baratos. Pero, a comienzos del siglo XXI, estamos alcanzando el llamado peak mundial del petróleo. “Todo parece indicar que hemos agotado la primera mitad del petróleo convencional, la de mayor calidad y más accesible y barata, y sólo nos quedaría la segunda mitad, de peor calidad, mayor coste económico y con más problemas en lo social y ambiental. El petróleo barato se ha acabado para siempre. A partir de ahora el precio del crudo solo podrá ir al alza, que será una de las formas por las que se regule el mercado. La otra será la guerra y el control y el acaparamiento del oro negro por parte de los poderosos” (Ramón Fernández Durán). Cuando los sistemas (y sociedades) complejos no se auto simplifican, dice J. Tainter, “simplemente colapsan y son sustituidos por otros”.

El problema “es una civilización que cree que progresa mientras se destruye a sí misma” (Yayo Herrero). Por ejemplo: a mayor aumento de PIB mayor producción de gases de efecto invernadero. No existe un crecimiento económico en armonía con la naturaleza. El crecimiento económico es sustancialmente dañino y no hubo ni habrá “crecimiento con equidad”. Por eso, necesitamos ideas y acciones nuevas y rotundas no la repetición del ya viejo discurso único acerca del desarrollo sostenible. Desde el Informe Brundtland (1987), que buscaba hacer corresponder de manera virtuosa desarrollo económico con un uso adecuado de los recursos naturales, poco o muy poco de sus objetivos y promesas se han cumplido. Más bien todo contrario: nos encontramos cada vez más al borde del abismo después innumerables cumbres, acuerdos y protocolos internacionales cuyas estadísticas, año tras año, no dejan de medir el desastre.

A pesar de eso, las diferentes izquierdas mayoritarias continúan creyendo que es posible un desarrollo sostenible y algunas de ellas apuestan por un New Green Deal resucitando viejas políticas keynesianas. Estas políticas siguen atrapadas en el paradigma de desarrollo entendido como crecimiento económico y siguen confiados en que las “energías renovables” y otras tecnologías nos salvarán a través de transiciones energéticas lentas.

Nosotros, los decrecentistas, formamos parte de una minoría activa que piensa que el “desarrollo sostenible” es un oxímoron y una ilusión. “No es posible un crecimiento infinito en una biosfera finita”, afirmamos con decisión axiomática y apostamos por un “decrecimiento sostenible”. Pero, también sabemos que con propuestas decrecentistas y colapsistas “no se ganan elecciones”. Pero no aspiramos a ello. Pretendemos dialogar con aquellos que han asumido posiciones de poder dentro de marcos progresistas para mostrar y demostrar las debilidades del pensamiento único del desarrollo sostenible. Sobre todo, y al mismo tiempo de manera autónoma, apostar por el diseño, aquí y ahora, de formas de resiliencia y adaptación comunitarias.

Un colapso biológico y civilizatorio es una hipótesis razonable que exige pensar anticipadamente sobre las formas posibles de vivir y convivir en los nuevos escenarios de mucha escasez y sufrimiento. Necesitamos saberes y prácticas colectivas y comunitarias resilientes y autónomas que se anticipen a los muchos desastres por venir y que vayan más allá del desarrollo sostenible y la “descarbonización”.

En un país periférico como Chile, cuya contribución a la producción de gases de efecto invernadero es del 0,26 % del total mundial es absurdo priorizar recursos para la mitigación global (acción sobre las causas). Una política nacional debería estar centrada en estrategias de adaptación local (acción sobre los efectos) pero con un sentido evidentemente ecosistémico.  Hay que recordar que las fronteras políticas dibujadas sobre los mapas no se corresponden en absoluto con las distinciones biorregionales. Un verdadero pensamiento latinoamericanista debería estar asentado en la común realidad ecológica de nuestros países.

El crecimiento económico no es sostenible porque está basado en una idea de infinitud que tropieza una y otra vez con la realidad de la finitud de nuestra débil y excepcional biósfera. La consciencia de los límites y de nuestra sustancial fragilidad vital debería orientar la política modificando la narrativa dominante que afirma que es posible seguir como siempre, pero con otros medios, esta vez verdes y sustentables.