Gerrard Winstanley, los cavadores y la tradición antiautoritaria

Sus cavadores fueron acusados de conspirar para «nivelar las tierras de los hombres» y derribar el orden social de la sociedad terrateniente. Winstanley pedía trabajar la tierra comunal y establecer comunas autosuficientes bajo el control organizativo de los pobres «honestos». La oposición de los cavadores al cercado de tierras, sobre todo cuando esa resistencia implicaba el cultivo de tierras comunales por la gente corriente, era considerada un acto religioso de gran significado espiritual, político y práctico. Para Winstanley, la verdadera revolución social enseñaba a los hombres y mujeres cómo vivir «en comunidad con el planeta y… el espíritu del planeta».



Gerrard Winstanley, los cavadores y la tradición antiautoritaria

Este texto pertenece al libro de Jim Mac Laughlin «Kropotkin y la tradición intelectual anarquista.

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Cavando en busca del anarquismo

Como varios anarquistas más del siglo XVII, el antiautoritarismo de Winstanley tenía un marcado sesgo rural. Así, concebía un mundo en el que la razón y la justicia se impondrían a la autoridad arbitraria, en el que la autoridad moral de los pobres sustituiría a la de los dirigentes jerárquicos, y en el que comunidades rurales honestas crearían tal abundancia de productos vitales necesarios que satisfarían las necesidades de cuantos trabajaba por el bien común. Apremiaba a sus seguidores a «trabajar juntos [y] comer el pan juntos», y añadía que «el que trabaja para otro, sea por un salario o para pagarle un alquiler, trabaja ignominiosamente; […] pero quienes están decididos a trabajar y comer juntos, haciendo de la tierra un tesoro compartido, unen sus manos con las de Cristo para alzar la creación lejos de la esclavitud, y rescatan todas las cosas de la maldición».

Tras ir a Londres a establecerse como comerciante de ropa, se arruinó al inicio de una recesión al poco de su llegada. En Londres, escribió, «me vi expulsado de mala manera tanto de la finca como del trabajo, y, obligado a aceptar la benevolencia de amigos que me daban crédito, llevé una vida propia de un campesino». A partir de ahí, defendió una vida rural sencilla antes que «las tendencias enfermizas, las injusticias e incertidumbres del comercio urbano». Atribuía su propia decepción con la vida urbana a «los hijos engañosos en las artes del robo de comprar y vender» que, como se ha dicho, le expulsaron «tanto de la finca como del trabajo» en Londres. Tras verse forzado a depender de la benevolencia de amigos y acreedores, decidió llevar «una vida rural» en algún momento alrededor de 1648-1649.

 

Como en el caso de Kropotkin, fue la inspiración personal más que las lecturas la que conformó la concepción de Winstanley de «la vida buena». Aunque las ideas de éste sobre la reforma agraria y la sociedad minifundista distan de ser tan originales como pudiera parecer. Se encuentran paralelismos muy cercanos en el nuevo radicalismo de los cristianos disidentes cuya interpretación de la Biblia cuestionaba la autoridad de la gentry terrateniente y de la Iglesia jerárquica. Escribiendo en una era precientífica de la razón y el experimento, Winstanley creía que el estudio de las obras proféticas de la Biblia daría a «la ciencia de la profecía» una base más racional. Debidamente interpretada, argumentaba, la Biblia era capaz de liberar al hombre de las creencias supersticiosas y la predestinación. Si sus enseñanzas se subordinaban a las necesidades humanas, en lugar de utilizarse para legitimar la autoridad de la Iglesia y el Estado, entonces los deberes, usos, costumbres y tradiciones ya no podrían seguir constriñendo las vidas de los pobres con sus restricciones. Así, afirmaba que, una vez liberado de la superstición y la autoridad clerical, el hombre «no necesita que otro hombre le enseñe».

Esta interpretación plebeya radicalmente nueva de la Biblia diferenciaba entre la autoridad de la «Biblia exterior» y la de la «Biblia interior», insistiendo en que la última contenía verdades que coincidían con la conciencia privada. En ese sentido, era superior a la «Biblia exterior», que derivaba su legitimidad de las enseñanzas de la Iglesia autoritaria. Así, John Everard, el «hereje perpetuo» cuyos textos conocía Winstanley, afirmaba que el «aprendizaje de las letras» no podía sustituir a la experiencia religiosa de aquellos que «conocen a Jesucristo y las Escrituras por experiencia más que gramatical, literaria o académicamente». Con todo, para Winstanley, la Biblia era la fuente última de toda verdad y, como Hobbes, hacía un uso selectivo de sus textos para ilustrar las conclusiones a las que había llegado por medios racionales. Las Escrituras, creía, eran un mejor borrador de una sociedad justa que «el aprendizaje de los libros» o «el conocimiento de la universidad». Como Kropotkin, mostraba que la «enseñanza universitaria», monopolizada por los pudientes, prostituía la razón con su defensa de la jerarquía social y la autoridad del Estado.36 A diferencia de Kropotkin, Winstanley basaba su filosofía social en los usos y costumbres populares y el radicalismo plebeyo de los líderes de los «hombres más sencillos» de la Inglaterra de la década de 1650. Entre los pensadores individuales que podrían haberle servido de inspiración se contaban el impresor Giles Calvert, el nivelador radical William Walwyn, y William Everard, «el que se mofaba de las leyes», cuya influencia sobre los primeros cavadores era comparable a la de Winstanley.
Los cavadores de Winstanley eran hombres y mujeres que se propusieron realizar algo parecido a un acto de magia sagrado consigo mismos y con la tierra que se esforzaban por cultivar.

Cuando Winstanley condujo a un grupo de cavadores a una tierra comunal en las afueras de Londres en 1649, el lugar que escogió, la colina de St. George, así como la fecha elegida, el Día de las bromas de Abril (el 1 de abril, una versión del Día de los Inocentes), estaban impregnados de significado político y moral, que no les habría pasado por alto a sus seguidores. St. George simbolizaba el triunfo de la santidad sobre el mal, mientras que el Día de los Inocentes era un «día Robin Hood», el día en que los pobres, en un acto de inversión ritual, robaban literalmente a los ricos para repartir lo robado entre sus hermanos más pobres. En cuanto cristiano radical disidente, Winstanley pretendía convertir cada jornada en un «día Robin Hood». Como «verdaderos niveladores», sus cavadores fueron acusados de conspirar para «nivelar las tierras de los hombres» y derribar el orden social de la sociedad terrateniente. Winstanley pedía trabajar la tierra comunal y establecer comunas autosuficientes bajo el control organizativo de los pobres «honestos». La oposición de los cavadores al cercado de tierras, sobre todo cuando esa resistencia implicaba el cultivo de tierras comunales por la gente corriente, era considerada un acto religioso de gran significado espiritual, político y práctico. Para Winstanley, la verdadera revolución social enseñaba a los hombres y mujeres cómo vivir «en comunidad con el planeta y… el espíritu del planeta».

 

En ese sentido, tenía profundas implicaciones tanto sociales como medioambientales. Como el anarquista francés del siglo XIX Élisée Reclus, Winstanley quería abrir los ojos de los hombres y las mujeres para que vivieran según las leyes de la naturaleza y siguieran unas prácticas ambientales sensatas. Eso significaba que los cavadores se diferenciaban drásticamente de los ocupantes ilegales de tierras y los campesinos tradicionales. Sin embargo, tampoco se parecían a los hippies contemporáneos, cuyo estilo de vida podía causar escándalo y resultar una carga para otros. Por eso Winstanley condenaba la promiscuidad sexual así como los excesos con «la carne, la bebida, el placer y las mujeres». Prevenía contra la «excesiva comunidad de mujeres», aduciendo que la promiscuidad sexual podía contribuir a la propagación de enfermedades venéreas y amenazar la armonía de la familia. Aunque crítico con la ética del trabajo del protestantismo autoritario, condenaba la pereza basándose en que «inflamaba» los corazones de hombres y mujeres y los llevaba a «pelear, matar, incendiar casas o cultivos». De ese modo, sus opiniones sobre el trabajo oscilaban entre el ascetismo cuáquero y la «comunidad excesiva de mujeres» por la que eran famosos los «escandalosos ranters».* Dado que muchos de sus seguidores se movían libremente entre ambientes ranters y cavadores, Winstanley tenía el cuidado de distinguir entre la promiscuidad de los primeros y la respetabilidad de los segundos, sobre todo cuando se abordaba la cuestión del matrimonio y la familia. Aunque distara de ser un asceta, Winstanley era un monógamo convencido en una época en que no había ningún método efectivo de control de la natalidad, y consideraba la libertad sexual una ilusión porque se aplicaba sólo a los hombres y mantenía a las mujeres en un estado permanente de «esclavitud».

Los primeros textos de Winstanley describen su tortuosa búsqueda de la justicia, la rectitud y la iluminación espiritual en una era de quiebra económica y social debida a las malas cosechas, los fracasos comerciales, los altos impuestos, las enfermedades y los masivos movimientos militares en el sudeste de Inglaterra antes y después de la Revolución puritana. Las fuerzas militares empujaban, literalmente, a los pobres de Londres más allá de las lindes de la ciudad, donde a menudo se veían obligados a subsistir en tierras yermas. Fue en ese periodo cuando el despertar espiritual de Winstanley impregnó su pensamiento político y le transformó en un líder revolucionario de los cavadores. Su llamamiento al sentido común del plebeyo se contraponía a los argumentos elitistas de la Iglesia y la gentry basados en precedentes legales y en la autoridad bíblica. Sus panfletos políticos y religiosos también fueron cruciales para el desarrollo de la prosa popular inglesa. Como algunos de los principales anarquistas del siglo XIX, Kropotkin especialmente, escribía en un estilo que era a la vez ornamentado y combativo. Sin embargo, sus textos también podían ser razonados, argumentativos, retóricos y poéticos. De hecho, ésa fue la razón por la que pudo dirigirse a tal cantidad de lectores y oyentes en la agitación revolucionaria de la década de 1640. Como los grandes polemistas radicales de los siglos XIX y XX, le preocupaba mucho menos la valía literaria de sus escritos que su repercusión política y social. En una valoración de su producción literaria, los editores de una selección en dos volúmenes de sus obras completas afirmaban recientemente:

Winstanley puede compararse con los más exquisitos escritores de aquella gloriosa era de la prosa ensayística inglesa que abarcó desde los logros incuestionables de John Donne y Francis Bacon, pasando por la fuerza pirotécnica de John Milton, hasta el ingenio mordaz y sardónico de Andrew Marvell y la simplicidad reverberante de John Bunyan, antes de que la Revolución Guillermita nos acomodara en una comunicación en prosa de estética más sosegada y menos ambiciosa. […] Su impresionante y original creación de mitos bíblicos […] resulta crucial para sus logros literarios. [Sus] primeros tratados demuestran una asombrosa madurez y capacidad para hilar ideas a partir de una masa de alusiones bíblicas y una exposición elocuente y afirmativa que es inconfundiblemente propia del autor… Incluso en los primeros tratados teológicos, desarrolla un estilo de exposición sencillo que se convierte con fluidez en la medida de un razonamiento comedido y poderosamente sintético.

Winstanley, como Kropotkin en un periodo posterior, consideraba que «Estado» y «gobierno» eran conceptos básicamente diferentes. Las leyes y normas resultaban esenciales para el funcionamiento fluido de la «comunidad imposible» que ambos se esforzaban por construir. Los vagos, los ignorantes y los rebeldes eran para él «espíritus arruinados» cuyo comportamiento antisocial debía ser condenado, incluso castigado. Sus seguidores cavadores creían que su ocupación y cultivo de la tierra contaban con la aprobación divina. Ambas actividades tenían fines espirituales además de políticos. En lugar de practicar los métodos tradiciones de cultivo, plantaban zanahorias, chirivías, judías y nabos. Ésos fueron los cultivos que transformaron la agricultura inglesa en el siglo XVII, los que permitieron alimentar a gran número de habitantes del país y mantener con vida a vacas y ovejas durante los meses de los crudos inviernos. Los excedentes agrícolas, argumentaban, serían «una reserva para nosotros y nuestros hermanos pobres en toda Inglaterra…, nos sustentarían con pan hasta que el fruto de nuestras labores labrando la tierra produzcan más».

Al insistir en que los bosques de Inglaterra pertenecían a los pobres en lugar de a los ricos porque eran esenciales para la supervivencia de las comunidades rurales, los cavadores de Winstanley exigían a los dueños de los señoríos que dejasen de talar árboles y despejar las tierras forestales. Los árboles se utilizarían para construir y calentar los hogares de los pobres, en lugar de dedicarlos a la minería, la construcción de barcos y un sinfín de nuevas viviendas urbanas. El «estercolado» colectivo de las tierras comunales también era considerado un acto religioso porque imponía un orden sagrado al paisaje y santificaba, literalmente, la tierra que los pobres trabajaban posteriormente. En palabras de un clérigo radical: «en el campo, una cerca es tan necesaria como el gobierno en la Iglesia o en la Commonwealth». Aunque los cavadores de Winstanley rechazaran la fuerza armada y se consolaran con la Biblia en su lucha contra el cercamiento de tierras, esperaban que su ocupación de los baldíos serviría de inspiración para que los pobres urbanos y rurales participaran en una invasión masiva de las tierras comunales y marginales de todo el país. En cuanto cristianos radicales, consideraban todas las «ordenanzas de la magistratura y el clero» profundamente insultantes para «la muchedumbre niveladora». Al cultivar la tierra sin órdenes de superiores, los cavadores cortaban los lazos de servidumbre que ataban a los pobres sin tierra a sus superiores «injustos». Los honestos pobres sólo podían acceder a su herencia mundana apropiándose de la tierra y otras fincas que les habían sido arrebatadas por quienes habían usurpado la palabra de Dios. En la agitación política de la década de 1640, esta estrategia podía atraer a los pobres antiautoritarios porque cultivar sin el consentimiento de sus señores convertía a los pobres en dueños de su propio destino y contribuía a su independencia económica y social.

Winstanley y la «historia natural» del anarquismo

Para el establishment político y religioso de la Gran Bretaña del siglo XVII, grandes sectores de la población eran poco menos que «anarquistas naturales». El poder religioso los consideraba pecadores incorregibles y «sin reformar». Desde el siglo XV y hasta bien entrado el siglo XIX, las comunidades costeras y las clases bajas urbanas en concreto, junto con los habitantes de los refugios montañosos y los distritos rurales remotos, quedaban con mucha frecuencia fuera del alcance de las autoridades del Estado. Tanto en la ciudad como en el campo, los habitantes de tales lugares eran tristemente famosos por su falta de religiosidad, su «mal hablar», afición a la bebida, comportamiento grosero y moral sexual relajada.

Sin embargo, para sus seguidores antiautoritarios eran famosos por su amabilidad, su desarrollado sentido de la camaradería y la comunidad y su «asociacionismo» cooperativo. Incluso en fechas tan tardías como el siglo XIX, lugares como ésos conservaban tradiciones populares y prácticas sociales que claramente no se correspondían con la ortodoxia moral y política de sus superiores estatistas. Fue entonces cuando sus filas se vieron mermadas por las hambrunas y la emigración, y cuando los aparatos administrativos del Estado, entre ellos las comisarías, los cuarteles militares, los asilos de pobres y las instituciones religiosas penetraron hasta casi el último rincón de la Europa metropolitana. No obstante, hasta ese momento el Estado nación capitalista no pudo poner en funcionamiento toda la panoplia de controles estatales para purgar la cultura de la clase obrera de los excesos estacionales y el «desorden anárquico».

 

De ahí que sea importante señalar que el calendario social de la Gran Bretaña y la Europa de la época de Winstanley estaba puntuado por jornadas cívicas de festiva relajación y desenfrenadas exhibiciones públicas de inversión social. En esas ocasiones se esperaba que los pudientes y poderosos ofrecieran los frutos de su abundante cosecha a sus subordinados más pobres. Esos acontecimientos daban con frecuencia lugar a una guerra de clases de baja intensidad que fácilmente podía derivar hacia el caos social cuando los ricos y poderosos perdían el control de sus subordinados anárquicos y antiautoritarios. Entre las más importantes de esas festividades públicas se contaban la época navideña y el April Fools’ Day («Día de las bromas de abril», el 1 de abril). Las Navidades en especial, que en muchos países europeos empezaban la primera semana de noviembre y se alargaban hasta el Plough Monday (el lunes del arado), alrededor del 6 de enero, eran el momento en que quienes se encontraban en el peldaño más bajo de la jerarquía social podían burlarse de sus superiores en anárquicas exhibiciones de desobediencia plebeya. Sin embargo, el May Day (el equivalente a Los Mayos o Fiestas de las Cruces), Halloween (Víspera de todos los Santos), Año Viejo, el Shrove Tuesday (Carnaval, concretamente el día de la tortilla) y el All Fools Day (Día de los Inocentes) también eran ocasiones propicias a los excesos estacionales. En esas festividades, las jerarquías sociales y las normas aceptadas sobre el comportamiento decente eran literalmente puestas patas arriba cuando la desbocada celebración de los pobres amenazaba el orden social establecido, sobre todo la autoridad del clero, los latifundistas y las clases mercantiles. Estos estallidos plebeyos de «desgobierno» anárquico a menudo podían servir de válvula de escape que permitía que los pobres expresaran su resentimiento frente al orden establecido de una forma que era jovial y apolítica y, por tanto, aceptable para los poderosos. La novedad que apareció a mediados de la década de 1640, cuando Winstanley escribía sus tratados religiosos imbuidos de intencionalidad política, era la idea de que el mundo de las autoridades establecidas podía ser derrocado de una forma permanente en una escalada anárquica de radicalismo popular. Cuando eran los pobres, no la gentry, los que en sus festividades rompían temporalmente los lazos de servidumbre que vinculaban a los primeros con los segundos, la inversión ritual y también la social que caracterizaba eses fiestas incluso podía fructificar en episodios consumados de anarquía política. Cuando los ricos y poderosos perdían el control de esos rituales públicos de bullicio plebeyo, éstos adoptaban con frecuencia una forma de fuerte hostilidad. Eso, sobre todo, asustaba a los latifundistas, cuestionaba la jerarquía social y amenazaba los cimientos mismos de la autoridad religiosa. Los periódicos escribían sobre el temor muy real de que el país se viera «enredado en la anarquía y sometido a desconocidos y extranjeros». Sus miedos parecían justificados, sobre todo durante las periódicas depresiones de mediados del siglo XVII. También podían estar justificados en periodos más relajados a lo largo de todo el año, cuando las malas cosechas y las recesiones comerciales empujaban a grandes cantidades de «pobres volubles» a las calles de las ciudades en busca de comida y de bebidas fuertes.

Cuando las festividades públicas coincidían con periodos de escasez y desempleo dejaban de ser exhibiciones inofensivas de un teatro político representadas por los pobres para un público acomodado. Para los miembros de la gentry se parecían demasiado a expresiones revolucionarias de un malestar político que permitían que los anárquicos pobres se adueñasen de las calles y amenazasen la autoridad de los poderosos. De ese modo, los carnavales plebeyos de desorden y excesos estacionales fueron dejando de ser un simple teatrillo callejero para transformarse en estallidos anárquicos de rabia de clase.

 

Resulta fácil imaginar a grupos como los cavadores surgiendo de estas hordas de indisciplinados opositores a la autoridad religiosa y política. Se distinguían de los niveladores, quienes eran partidarios de límites en la democracia y aceptaban la santidad de la propiedad; los cavadores se consideraban a sí mismos «verdaderos niveladores» y contaban con un considerable apoyo entre las fuerzas armadas y los pobres de Londres. A diferencia de sus cofrades más moderados y constitucionalistas, les preocupaba menos la constitucionalidad de sus actos que las necesidades básicas, el pan y la mantequilla, que eran cruciales para la supervivencia de los pobres en los periodos de agitación revolucionaria.
Uno de los problemas para ubicar a Winstanley en la tradición anarquista es el hecho de que sus textos, como su carrera política, carecieron de una narración continua y coherente.45 Dicho esto, sólo quienes dan más importancia a la coherencia que a la conveniencia política le condenarían como oportunista. El hecho de que no exista un Winstanley «unitario» no implica que deba devaluarse la obra de su vida. Siempre revolucionarias y pragmáticas, nunca dogmáticas, sus intervenciones por escrito durante los años convulsos de la Revolución inglesa descubren a un escritor y activista político que siempre evolucionó al ritmo de los acontecimientos revolucionarios. Su pensamiento político oscila entre las súplicas apasionadas por la supervivencia del mundo en vías de extinción de los pequeños comerciantes, artesanos y granjeros, y los esbozos visionarios de una sociedad anarquista del futuro. Más preocupado por hacer historia que por asegurarse un lugar en la historia de la literatura, creía que «Las palabras y los escritos no eran nada, y deben morir, porque la acción es la vida de todo, y si no actúas, no haces nada».

Como George Orwell en la década de 1930 y el autor de origen irlandés Frank McCourt, Winstanley escribió sobre la pobreza y la marginación social desde lo más íntimo de su propia existencia. Como sus casi contemporáneos Milton y Defoe en el siglo XVII y muchos jóvenes escritores musulmanes actuales, se esforzaba por dar una respuesta al problema de cómo mantener la fe en su Dios en una era materialista.

Intentó resolver la cuestión uniendo su suerte a la de aquellos que estaban siendo literalmente empujados a los márgenes de la sociedad, mientras simultáneamente construía un Paraíso en su imaginación donde las respuestas a los dilemas morales se esclarecían y los conflictos sociales se resolvían. En sus textos protoanarquistas, Winstanley fue capaz de combinar el radicalismo plebeyo de la guerra civil inglesa con las rebeliones campesinas, los anhelos milenaristas y las doctrinas antinomistas de las sectas religiosas heréticas de la Europa de la Baja Edad Media. Como Kropotkin dos siglos más tarde, Winstanley escribió sobre los mundos cerrados de los pobres marginados en el momento en que sufrían graves trastornos debido al desmoronamiento del feudalismo y la llegada del capitalismo global. Como una de las personalidades históricas más destacadas que se forjaría en el yunque de la guerra civil inglesa, articuló una antipolítica de la herejía religiosa que atrajo a quienes ocupaban los márgenes de la sociedad inglesa porque estaba imbuida del deseo popular revolucionario de prescindir de todas las formas de autoridad religiosa y política y crear un mundo del que los pobres ya no serían desterrados. Aunque publicó una obra ingente durante cuatro breves años, entre 1648 y 1652, sus textos sobre cuestiones políticas, filosofía social, religión e historia lo han situado entre los autores más elegantes del idioma inglés de los siglos XVI y XVII.

 

En cuanto rechazo antinomista a la política entendida como estrategia de poder, a la autoridad moral y las prácticas religiosas de la Iglesia herética, la denuncia de la autoridad de Winstanley no se limitaba en absoluto al ámbito religioso. Formulado en el hervidero de la política de la guerra civil inglesa, su antiautoritarismo también se extendía a una variante anarquista de la sociedad civil. Las guerras civiles que causaban estragos en Inglaterra, Escocia e Irlanda a mediados de siglo no eran muy distintas a los conflictos intestinos de países tan alejados como Yugoslavia y Ruanda en la década de 1990. Movidos por la incomprensión y el odio religiosos, por las hostilidades étnicas y la violencia política, fueron responsables de las masacres, la limpieza étnica, los asesinatos en masa y otras atrocidades políticas. Ése era el telón de fondo sobre el que Winstanley y sus seguidores querían articular su visión de una sociedad descentralizada, libre de coerción política y religiosa, una sociedad erigida a partir de un enfoque radicalmente nuevo de cómo vivir tanto en la ciudad como en el campo.

Sus sermones antiautoritarios y sus panfletos políticos pretendían desprenderse de la autoridad política, abolir la propiedad privada, animar el voluntarismo, cultivar la libertad, promover la igualdad y fomentar los acuerdos sociales y económicos libres de la coerción política del gobierno. La naturaleza visionaria del antiautoritarismo de Winstanley es especialmente evidente en panfletos radicales como La ley de la libertad en una plataforma y The New Law of Righteousness [«La nueva ley de la justicia»]. Como la obra maestra anticolonialista de Frantz Fanon Los condenados de la tierra, escrita unos trescientos años más tarde, sus textos iban dirigidos a los «menospreciados del mundo» y se proponían ofrecer un «atisbo del nuevo Cielo, la Nueva Tierra, donde habita la Justicia».

 

Sus tratados religiosos eran ataques razonados al establishment eclesiástico, a la par que sentaban las bases de una nueva ética del mercado y una nueva geografía del bienestar social. En «Truth Lifting up his Head Above Scandals» [«La verdad asoma la cabeza por encima de los oprobios»] cuestionaba que las parroquias fueran meramente unidades administrativas religiosas y sugería que estaban «creadas para el bien ciudadano».

En una crítica total de la mistificación de la religión y de las iniquidades de la autoridad monárquica, insistía en que una «ley de igualdad universal» estaba a punto de abrirse paso en un nuevo orden social igualitario en la Inglaterra de la guerra civil. Cuando esto sucediera, profetizaba:

Nadie reclamará a ninguna otra criatura y dirá: Esto es mío y esto es tuyo. Éste es mi trabajo y ése es el tuyo. Todo el mundo arará la tierra y criará ganado, y las bendiciones de la tierra serán comunes a todos; […]. No habrá amos de los demás, sino que todo el mundo será amo de sí mismo, sometido a la ley de la justicia, la razón y la igualdad, que habitará en él y lo regirá, la ley que es el Señor.

En una afirmación que encontraría su eco en la opinión de Mao de que «el poder político nace del cañón de una pistola», Winstanley, la bestia negra de la aristocracia latifundista, insistía en que «el poder de la propiedad apareció en la creación por la fuerza de las armas». En La ley de la libertad en una plataforma, publicado en 1652, esbozaba su visión de un nuevo orden económico y social carente de propiedad privada y desvinculado de cualquier nexo con el dinero. Era una visión del futuro que evocaba a un pasado en el que, indicaba la argumentación, las necesidades básicas como la comida, la vivienda, la seguridad y el agua habían sido históricamente satisfechas dentro de los confines y las estructuras morales de la sociedad campesina. Ahora estaban en peligro por el sistema de cercado de tierras y la emergencia de poderosos latifundistas y la nueva clase mercantil cuya obsesión por la propiedad privada sólo podía tener como consecuencia, afirmaba Winstanley, el descontento social y una mayor desigualdad. Como aquellos que buscaban transformar Gran Bretaña en un país digno de sus héroes en la posguerra de la segunda guerra mundial, él insistió repetidamente en que la transformación social era la recompensa necesaria para los miles de hombres y mujeres corrientes que habían ayudado a derrocar la monarquía, incluidos quienes habían luchado en los ejércitos del Parlamento.

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Este texto pertenece al libro de Jim Mac Laughlin «Kropotkin y la tradición intelectual anarquista. El libro completo se obtiene en el siguiente enlace:

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