Lecciones de historia de los orígenes del patriarcado

La gens Fabia casi monopolizó el poder de la Antigua Roma durante el último cuarto del siglo V a.C. Hasta siete consulados sucesivos encadenaron entre los años 485 y 479 a.C. para después desaparecer de las listas durante un tiempo. La razón se debió a que perecieron masivamente en la batalla de Crémera, defendiendo a su ciudad de una invasión de sus vecinos etruscos. Todos los Fabios -más de tres centenares- murieron allí excepto un adolescente que fue perdonado por su edad y pudo así continuar su linaje; al menos así lo cuenta Tito Livio, aunque su relato fue puesto en tela de juicio ya en la Antigüedad.



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La gens Fabia casi monopolizó el poder de la Antigua Roma durante el último cuarto del siglo V a.C. Hasta siete consulados sucesivos encadenaron entre los años 485 y 479 a.C. para después desaparecer de las listas durante un tiempo. La razón se debió a que perecieron masivamente en la batalla de Crémera, defendiendo a su ciudad de una invasión de sus vecinos etruscos. Todos los Fabios -más de tres centenares- murieron allí excepto un adolescente que fue perdonado por su edad y pudo así continuar su linaje; al menos así lo cuenta Tito Livio, aunque su relato fue puesto en tela de juicio ya en la Antigüedad.

Una gens era un conjunto de familias identificadas por el mismo cognomen. Los romanos usaban un praenomen (nombre de pila, empleado sólo entre parientes muy cercanos), un nomen para identificar su rama familiar (equivalente al apellido actual) y el cognomen, que indicaba a qué gens pertenecían (a veces también tenían un agnomen o apodo). La de los Fabios era una de las consideradas gentes maiores, es decir, una de las casas patricias que formaban la aristocracia junto a las de los Cornelios, Emilios, Claudios, Valerios y Manilos. Los Fabios aseguraban descender de Hércules, quien habría visitado la península itálica antes de la Guerra de Troya, aunque otro ancestro de referencia era Evandro, hijo de Mercurio y la ninfa Carmenta, que según la mitología había guiado a los arcadios hasta el Lacio, introduciendo allí los dioses y el alfabeto griegos además de instituir la festividad de las Lupercales y ser divinizado a su muerte.

 

 

Claro que otra leyenda vinculaba a esa gens con Remo, uno de los fundadores de Roma (frente a los Quintilios, asimilados a Rómulo). De hecho, una tradición atribuye el cognomen a las fovae, las trampas loberas, poniendo de manifiesto su relación con uno de los niños amamantados por la loba capitolina y con la reseñada introducción de las Lupercales (los Fabios estaban asociados a uno de los dos colegios de sacerdotes lupercos), si bien Plinio el Viejo prefería la etimología de vicia faba, una planta de habas que, según él, cultivaron por primera vez los Fabios.

 

En cualquier caso, se trataba de un clan de rancio abolengo que en la etapa republicana se iría ramificando en ilustres familias como los Vibulanos, Ambustos, Buteos, Dorsos (o Dorsuos), Labeos, Licinios, Máximos y Pictores, complicándose aún más en época imperial. Todas las ramas dejaron abundantes personajes destacados, sumando entre todos más de una treintena de consulados e innumerables magistraturas más. Como decíamos antes, entre los años 485 y 479 a.C. se sucedieron siete seguidos y la serie se interrumpió como resultado de un peligro exterior que apareció en lontananza: la amenaza de los veyentinos.

 

Veyes era una rica ciudad etrusca situada a poco más de quince kilómetros de Roma, lo que garantizaba una tensión continua entre ambas que las abocaba a estar casi en guerra continua. El general Marco Furio Camilo la sometería definitivamente en el 396 a.C. pero sólo tras una década de lucha, en un paralelismo muy evidente con la Guerra de Troya que incluía también un asedio y la toma mediante un ardid. Antes, los veyentinos rivalizaron con los romanos por dominar la región y controlar la economía, disputándose la propiedad de la urbe fronteriza de Fidenas. No obstante, ambas partes tenían otras cuentas pendientes porque tras el derrocamiento de la monarquía, el rey Tarquinio buscó refugio entre los etruscos y los convenció para marchar contra Roma.

Así se llegó al año 480 a.C., en que el cónsul Cesón Fabio Vibulano logró contener a duras penas una campaña veyentina. Fue una victoria efímera, como todas las logradas en aquel contexto, ya que la estrategia de los otros era realizar incursiones en territorio romano y retirarse rápidamente, antes de que llegaran las legiones. El verdadero problema para Roma estaba en tener que atender un doble frente, puesto que también debían rechazar los ataques de otros pueblos latinos como los ecuos y los volscos. Entonces, los Fabios propusieron una insólita solución: ellos se encargarían de frenar a los veyentinos, en lo que era una especie de campaña bélica privada.

 

La moción fue aprobada y se organizó una milicia de cuatro mil hombres, entre los que estaban trescientos seis miembros de la gens (los adultos de más de quince años de edad, según Tito Livio), así como sus amigos y cliens (aquellos ciudadanos libres que se hallaban bajo su patrocinium, es decir, jurisdicción, disciplina y protección económica, debiéndoles a cambio fidelidad). Cabe decir que una versión atribuye esa iniciativa de los Fabios a la acusación que se les hacía de haberse enemistado con el resto de las gens patricias, que les consideraban traidores por apoyar a los plebeyos en el enfrentamiento que ambas clases sociales tenían desde que estos últimos abandonaron las tareas de labranza para retirarse al Aventino, en protesta por su marginación del poder.

 

Sea cierto o no, el caso es que aquel peculiar ejército se puso en marcha hacia el Crémera, un pequeño río que hacía de frontera natural con Veyes, levantando un campamento fortificado en una colina. Desde allí, en combinación con el ejército del cónsul Lucio Emilio Mamerco (que ya había anulado la amenaza de ecuos y volscos), consiguieron mantener a raya a los veyentinos durante dos años, impidiendo sus correrías por territorio romano. A modo de anécdota, cabe añadir que el Senado le negó a Mamerco el derecho a un triunfo (un desfile callejero para celebrar la victoria) al considerar que las condiciones que negoció con el enemigo eran poco favorables.

 

Todo debería haber terminado en el año 478 a.C., cuando quedó patente que los veyentinos habían sido derrotados. Sin embargo, los Fabios estaban crecidos ante su éxito y en lugar de poner fin a las hostilidades y regresar, insistieron y se atrevieron a salir despreocupadamente de su posición. En realidad no lo hicieron porque sí; su objetivo era hacerse con un gran rebaño que el enemigo había dejado en su retirada. Sólo que las cosas no eran lo que parecían. Así lo cuenta Livio:

Esta era una amarga mortificación para los veyentinos, y fueron obligados por las circunstancias a planear una emboscada en la que atrapar a su audaz enemigo; incluso se alegraron de que las numerosas victorias de los Fabios les hubiesen hecho más confiados. En consecuencia, pusieron manadas de ganado, como por casualidad, en el camino de las partidas de saqueo, los campesinos abandonaron los campos y los destacamentos de tropas enviados a repeler a los incursores huyeron en desbandada más a menudo de lo que solía suceder.

Como se puede ver, se trataba de una astuta trampa de los etruscos para atraer a los Fabios y sorprenderlos con la guardia baja. Y los romanos picaron el anzuelo. Sigue contando Livio:

En ese momento los Fabios habían concebido tal desprecio por sus enemigos que estaban convencidos de que bajo ninguna circunstancia, ni en ninguna ocasión o lugar podrían resistir a sus armas invencibles. Este orgullo les llevó tan lejos que, viendo algunas cabezas de ganado al otro lado de la ancha llanura que se extendía desde el campamento, corrieron hacia abajo para capturarlas, aunque muy pocos de los enemigos eran visibles.

 

No eran visibles pero estaban allí, ocultos, esperando el momento adecuado. Y cuando consideraron que éste había llegado, al dispersarse los soldados para reunir las reses, se lanzaron sobre los Fabios por sorpresa, rodeándolos. Volvamos a Livio:

No sospechando peligro y sin mantener el orden se introdujeron en la emboscada que habían montado a cada lado del camino; al dispersarse tratando de capturar el ganado, que en su espanto corría de un lado a otro, fueron repentinamente atacados por el enemigo que surgió de su escondite. Al principio se alarmaron por los gritos a su alrededor; después empezaron a llover jabalinas sobre ellos desde todas las direcciones. Como los etruscos les habían rodeado, se vieron estrechados en un círculo de combatientes; y cuanto más les presionaba el enemigo, menos espacio les quedaba para formar sus estrechos cuadros. Esto hizo contrastar fuertemente su escaso número contra la cantidad de los etruscos, cuyas filas se multiplicaban conforme las suyas se reducían.

El momento fue dramático para los romanos, envueltos por una masa enorme de adversarios sin tener apenas tiempo ni sitio para adoptar una defensa. Eso les llevó a tomar una medida drástica que, una vez más, nos relata Tito Livio:

Después de un tiempo, dejaron de dar frente en todas las direcciones y adoptaron un solo frente en formación en cuña, para forzar el paso a base de espada y músculo. El camino seguía hasta una elevación y aquí se detuvieron. Cuando el terreno más elevado les dio espacio para respirar libremente y recuperarse de la sensación de desesperación, rechazaron a quienes subieron al ataque; y gracias a la ventaja de la posición podrían haber empezado a ganar la victoria de no haber alcanzado la cumbre algunos veyentinos enviados a rodear la colina. Así que el enemigo tuvo de nuevo la ventaja.

La batalla terminó trágicamente para los Fabios. Lo habían intentado y estuvieron a punto de librarse pero al final su acción in extremis no dio resultado y fueron masacrados.

 

Los Fabios quedaron reducidos a un solo hombre, y capturaron su fuerte. Hay acuerdo general en que perecieron trescientos seis hombres y que uno solo, un joven inmaduro, quedó como reserva de la gens Fabia para ser el mayor auxilio de Roma en sus momentos de peligro, tanto exterior como interior.

Ese muchacho era Quinto Fabio Vibulano, que con el tiempo, en el 467 a.C., llegaría a ser cónsul junto a Tiberio Emilio Mamerco intentando solucionar el conflicto entre patricios y plebeyos reformando la ley agraria para repartir tierras de los volscos entre los colonos de Antium. En un segundo y tercer consulados (con Quincio Capitolino Barbato y Lucio Cornelio Maluginense resprectivamente) también se enfrentaría a ecuos y volscos. Pero parece ser que el final de su vida no resultó muy honorífico, ya que varios autores le acusan de haberse dejado corromper.

 

Lo verdaderamente interesante de este personaje es que se le presenta prácticamente como el único superviviente de la masacre y, por tanto, salvador de su estirpe, cosa imposible por dos razones relacionadas. La primera es que resulta muy improbable que los Fabios se hubieran ido a Crémera con sus esposas e hijos. La segunda, relacionada con la anterior, que Quinto Fabio Vibulano era entonces demasiado joven para ir a la guerra, por lo que tuvo forzosamente que haberse quedado en Roma y si fue así, eso demostraría que los familiares no aptos para combatir (mujeres, niños, ancianos…) también se quedaron, pues es impensable que le dejaran solo. Una tercera, concomitante, es que debía haber más Fabios menores de edad que, como él debieron esperar lejos del frente.

 

 

Ahora bien, a nadie se le habrá pasado el parecido de este episodio con el de los espartanos en las Termópilas, que tuvo lugar muy poco antes, en el 479 a.C.; hasta eran trescientos también, de ahí que varios historiadores le resten credibilidad («ficción de leyenda o de teatro», lo definió Dionisio de Halicarnaso), al menos en la totalidad del relato. Otros no lo ven tan raro y señalan que las tierras de la gens Fabia se extendían precisamente por el entorno del río Crémera y, en consecuencia, tenían un interés especial e inmediato en evitar las incursiones de los etruscos.

Lo cierto es que la batalla se recordaría con facilidad no sólo por sí misma sino también porque fue en la misma fecha (un 18 de julio) que la de Alia (aunque ésta en el año 387 a.C.), en la que los galos derrotaron a las legiones y saquearon Roma en una campaña originada después de que los tres hijos de Marco Fabio Ambusto (Caeso, Numerio y Quinto) asesinaran a un embajador galo y el Senado se negara a entregarlos.

 

Volviendo al tema del artículo, los veyentinos se apuntaron una victoria más ante el ejército de Tito Menenio Lanato, enviado para vengar a los Fabios, y marcharon sobre Roma ocupando el Janículo (una colina extramuros). Los romanos reclamaron la presencia del cónsul Cayo Horacio Pulvilo, que dejó el frente volsco apresuradamente y logró detener al enemigo en dos enfrentamientos, frente al templo de Spes y la puerta de Colina, que acabaron en tablas.

Los etruscos terminaron retirándose, no sin antes devastar la región. Tito Livio dice que al final cayeron en una trampa igual que la que ellos habían tendido a los Fabios y fueron exterminados mientras se dedicaban al saqueo de ganado. Algo exagerado, sin duda, pero Veyes pasó a ser de los romanos, que prácticamente duplicaron su territorio.



Fuentes

Historia de Roma desde su fundación (Tito Livio)/Mitos romanos (Jane F. Gardner)/SPQR. Una historia de la Antigua Roma (Mary Beard)/Historia de Roma (Sergei Ivanovich Kovaliov)/Clan Fabius, defenders of Rome. A history of the Republic’s most illustrious family (Jeremiah Mc Call)/Wikipedia