Extractivismo vs. Ambientalismo en Argentina, una discusión que omite el debate cultural
La creciente conflictividad ambiental en Argentina viene incrementándose en la misma medida que el gobierno aleja sus políticas de la preocupación por la condición ambiental presente y futura del territorio y de las pocas promesas de campaña y apuesta desembozadamente a la continuidad de la receta productivista-extractivista. Y en esa misma medida los conflictos han escalado sostenidamente hacia las primeras pĺanas de los medios y sobre todo de las redes. De hecho la “cuestión ambiental” se convirtió en tema permanente de la agenda política coyuntural y la gobernabilidad, un espacio de visibilidad claramente ganado por la movilización social. En ese contexto, el mas frecuentado debate se centra en la transición un concepto agregado a las divergencias en torno a la idea de sustentabilidad, que al igual que esta, conlleva una carga una semántica tan diversa como actores sociales (es decir intereses) se suman a la discusión. Se supone que todos acuerdan en que la transición es hacia la sustentabilidad, pero esta ultima es tan polisémica que hace que aquella pierda todo sentido.
Transicionar hacia donde, hacia que escenario concreto es algo que nadie puede asegurar y mucho menos acordar. Consecuentemente cada grupo imagina el futuro que mas le conviene o desea o considera mejor o incluso, con mas pragmatismo, solo posible. Y suele ocurrir que los argumentos de unos y otros no se cruzan sino apenas se expresan atrincherados mostrando quizás que la mentada armonización entre sustentabilidad y desarrollo no es realmente posible. Se trata del fondo de la cuestión, sobre lo cual los neodesarrollistas que enfrentan el desafío de gobernar, no muestran creatividad ni audacia alguna para enfrentar las causas y solo atienden las consecuencias que en buena medida los son y seguirán siendo de sus propias e históricas recetas. Del otro lado un ambientalismo creciente, quizás insuficientemente consciente de la complejidad y dificultad que implica, en las condiciones determinadas por la “real politic” realizar cambios tan trascendentales, y soslayando en parte el riesgo que representa la ultraderecha, exige detener toda la maquinaria extractivista de inmediato.
A primera vista parecería que de ambos lados hay una incompleta visión del escenario. Pero no. Mientras el neodesarrollismo progre (el neoliberalismo ni hablar) que realmente poco tiene de nuevo (economía clásica equivoca y convenientemente interpretada, tecnoidolatría, antropocentrismo, productivismo consumista, etc.) sigue imaginando un capitalismo con justicia social y ha incorporado la cuestión ambiental a su agenda apenas como una externalidad y un factor tecnico, lo cual demuestra que no ha aprendido nada en los ultimos 30 años -en el caso del peronismo en Argentina, resulta sintomática la persistente negación del posicionamiento que el mismo Perón proponía adoptar frente la cuestión ambiental ya en 1972 -; el ambientalismo es en cambio, la expresión – variopinta- de una sensibilidad social creciente que alcanza a ver los limites que la naturaleza planetaria le impone a la vida y especialmente a la especie presuntamente mas inteligente y entiende y explica lo que por otra parte es evidente (aunque la mayoría no lo vea, tema aparte) y se ha repetido hasta el cansancio: no es posible solucionar los problemas creados por este modelo de vida y relación con la naturaleza mediante recetas que nacen de su misma lógica. En no reconocer eso radica la ceguera negligente y colonializada del desarrollismo progre; y en su reconocimiento radica la coherencia del pedido de justicia del ambientalismo. Que no refiere solo a la justicia ambiental, la mentada justicia social corre la misma suerte toda vez que va amalgamada con aquella.
Pero lo que me interesa resaltar es que la discusión, no solo en Argentina sino en América Latina, parece centrada en una dimensión técnica o técnico-científica como si las respuestas estuviesen necesaria y principalmente, en ese plano. Sin importar la campana, aunque con mas frecuencia, lógicamente, desde el lado desarrollista se suele decir que el desafío implicado en la transición implica considerables y significativos costos económicos, enormes desafíos tecnológicos, y desde luego costos/sacrificios políticos…además de sociales y culturales, siendo estos dos últimos aleatorios o complementarios cuando en verdad deberíamos plantearlo exactamente al revés. Incluso cuando en el debate se involucran cientistas sociales estos se animan a debatir sobre las implicancias sociales de las transformaciones técnicas, pero eluden centrarlo en los desafíos culturales que implica, ya no la transformación técnica, sino la revisión misma del modelo civilizatorio. Lo que en ultima instancia conduce a abrir el debate acerca de la razonabilidad o irrazonabilidad de darle al capitalismo, es decir a la sociedad de mercado, al modelo de bienestar (?) basado en ideales y practicas productivistas-consumistas solo sostenibles en en energías fósiles, una nueva oportunidad. No es un asunto simple, hasta los mas ecologistas hemos internalizado los imaginarios y las practicas alienantes del modelo civilizatorio hegemónico y no es cosa sencilla salirse de esa normatividad, mucho menos en contextos tan avasallantes y promotores de perdida constante de autonomía como las ciudades y los nuevos mundo virtuales.
Pero el punto es que se discute lo técnico pero no se discute el modelo civilizatorio y con ello se proyecta la ilusión, la mentira, de que una vez más con mas o menos costo, la ciencia y la técnica nos ayudarán a mantener las cosas como están, ese “volver a la normalidad” que ha marcado patéticamente el limitado afán de la humanidad frente a la pandemia, dudosa posibilidad que con seguridad no se cumplirá en el caso de la pandemia climática. La psicología de las masas, la sociología o la historia suelen explicar las dificultades de la humanidad para enfrentarse a situaciones liminares catastróficas y los mecanismos de negación que operan en esas circunstancias, pero sin trascender el plano descriptivo. Desde la filosofía y los estudios culturales Slavoj Zizek ha pronosticado un futuro exactamente inverso al que prevee Byung-Chul Han, y Donna Harawey con el antropoceno en mente, argumenta que “vivimos un tiempo de destrucción climática, de extinción y extractivismo. No hay vuelta al estado anterior de las cosas pero sí puede haber menos daño, nuevos modos de florecer en medio de la destrucción, para admitir una sanación parcial, para poder ser comunes y corrientes otra vez”, dice.
Y quizás aquí este la pregunta que no se aborda, porque implica una profunda desacralización del modelo de vida y una vuelta a estados y hábitos mas integrados al mundo natural, una vuelta que algunos consideran un retroceso, pero no es otra cosa que un reconocimiento de los límites, tal como lo plantea Latouche. ¿Que sera volver a ser comunes y corrientes? ¿Que se necesitara y que podremos y tendríamos que abandonar?!
¿No serán esas las preguntas que debemos abordar en el campo de la cultura y la educación? O es que es demasiado incómodo e improcesable y políticamente incorrecto en esos ámbitos permitirse dudar sobre la viabilidad del extractivismo, de la gran cuidad como espacio de vida, de la tecnología como vector indiscutible del bienestar, de la posibilidad de vivir con dignidad con menos energía, de que la riqueza extrema y no la pobreza es el verdadero problema, de que la justicia social se alcanza unicamente mediante el crecimiento económico, de que la naturaleza humana es menos competitiva que comunitaria…en fin dudar del capitalismo como modelo civilizatorio, es algo que nadie (especialmente un progresismo claudicante) se atreve a proponer ni siquiera, y sobre todo, en esos espacios en los cuales todavía sería posible cultivar un despertar del sueño alienante de una condición posmoderna que ha renunciado a toda emancipación.
* Educador ambiental. Diplomado Internacional en Transformación Educativa. Master en Eco auditorías y Planificación Empresarial del Medio Ambiente. Especialista en Gestión Ambiental Metropolitana y políticas públicas ambientales.