La admiración y el reconocimiento de que somos más que una
El Salto
16 mar 2022 06:00
“Al verte, me recordaba”
Agnès Varda en Una canta y la otra no
Escribo porque una chica a mi lado empezó a hacerlo. Quiero que no se me olviden estas cosas.
Últimamente estaba pensando mucho sobre la admiración a las otras, sobre el placer de copiar y reproducir lo que otras hacen. Sobre que las otras sean un impulso para hacer algo en lo que te auto-boicoteabas, en materializar una idea que jamás pensabas hacer. Entonces empecé a fijarme más en esto, así que escribo. Ordeno un poco y problematizo también la idea de ser especial y, cómo está tan vinculada a la exclusividad del saber en una misma. En ver a las demás como “una comparación de nosotras mismas” en vez de un lugar donde construir y aprender de forma colectiva. Elena Ferrante, autora de La Amiga Estupenda, habla de detalles como “hacer un lugar a alguien en ti” reproduciendo una historia de amistad y admiración. En este fragmento del libro, recupero como habla Lena de su amiga: “Lo fructífero que había sido estudiar y conversar con Lila, tenerla como estímulo y sostén para salir a ese mundo que había fuera del barrio, entre las cosas, las personas, los paisajes y las ideas de los libros.”
Entender que ‘imitar’ viene de la admiración y no de la rivalidad. Como si apenas fuera frágil el nexo que separa lo que individualmente somos. Es un nexo que es mentira, por eso me acuerdo de ti —de vosotras— cuando pienso en lo que quiero escribir. Querer “imitar” se entiende como algo aversivo y no como un enlace entre dos personas que se inspiran. Un punto desde donde romper con el individualismo que reúne todas las características especiales en un ser, las aísla del resto; las hace falsamente únicas. No somos solas. Es imposible.
Verbalicemos el placer por las otras: la admiración.
Aprendo de las que ni siquiera se dan cuenta que están enseñando.
Me inspiraron y olvidé sus nombres.
Las recuerdo en cómo soy. En cómo ya no las olvido.
La desarticulación de que somos únicas y especiales
A veces se vuelve insoportable esa manera de ser únicos. Reconocer que admiras a la gente es una forma de ser humilde y entender que no todo procede de ti.
Soy otras personas todo el tiempo. Cuánto cuesta entender que te inspiras de las demás, que te gusta lo que generan, que te motivan para hacer y para reflexionar. O para no hacer nada. Que son un “motivo” para. Hablando con una amiga, Joana, sobre este tema por audios de Whatsapp, me compartía algo que a menudo pensaba: “No todo está en tu cabeza, reconócelo”. Comprender que tus referencias también están fuera de ti y no siempre en el prestigio social y/o académico, sino en la gente cotidiana, es poner en duda y de hecho, falsar, que todo te pertenece.
Nada es absolutamente propio. Lo ajeno está en una para avisar de que somos en común.
Algo nos pertenece; nuestra identidad. Nuestra ideología, gustos, pensamientos, creencias, maneras de comportarnos. Se fomenta la ideología donde cada cual escoge su torre de marfil y la protege, entendiendo que a ella ha pertenecido siempre o que, desde ahora así va a ser. Tu aprendizaje es tuyo, personal e intransferible: especial, único. Pero esta idea se difumina en el hecho mismo de la interdependencia, en la necesidad de la otra para aprender e identificarse.
Me gusta cuando alguien comparte sus inquietudes de forma amable, pretendiendo que puedas interesarte por ellas o que, simplemente seas bienvenida allí donde ellas suelen estar. Admiro esa forma de tratar sin condescendencia a quien se interesa por algo que desconoce. Ocurre a menudo que alguien se acerca de forma inquieta a un tema nuevo, en el que otra persona es experta o, al menos, tiene un cierto aprecio por el asunto. No son pocas las ocasiones donde se niega ese saber por no-pertenecer, cuando la idea sería hacer un hueco en aquello que en realidad a nadie pertenece —es decir, es colectivo—.
Rompamos la lógica de la propiedad del conocimiento para avanzar hacia un saber compartido y no exclusivo.
Existen muchas formas de interesarse por un tema, no hace falta haber tenido desde “siempre” un interés en el mismo —la constancia también es una cuestión de clase—. Igual de clasista es por ejemplo, algo muy común en la escena del arte, menospreciar a alguien porque no “comprende suficiente lo que significa aquello que tu entiendes” . Donde también se desprende cierto afán elitista por coleccionar aquellas personas que sí viven “como tú” su pasión. Dejemos de crear lugares donde no esté permitido entrar —siempre que no se dañe nada y se reproduzcan opresiones, claro está— y empecemos a generar opciones de acceder a lo que sabemos —sin asumir que los demás no saben—. Porque a veces el gusto por poseer conocimiento se refuerza en la idea de que otras no lo poseen de la misma forma que tú y por eso, provoca más placer. Entonces, ¿cuántas veces aprendemos para colocarnos en una posición de poder, donde, no dejamos acceder a las demás? no nos olvidemos de este arma de doble filo que puede ejercer la sabiduría o el acceso a la misma (entendiendo que, dentro de ella existen jerarquías sobre qué saberes son más valiosos, incluyendo el hecho mismo de “saber” como un poder en sí mismo). Hay una facilidad para seguir reproduciendo con ansias nuestra querida propiedad privada, nuestro valor social porque todo invita a ello: emprende, hazte valer, saca provecho a lo que vales, busca tu lado más auténtico.
A veces no puedo entrar allí donde pienso que no tengo permiso. Donde alguien, que sí lo tiene, es decir, es maestro , me tiene que permitir el acceso. Ese esfuerzo por conservar la quimera de la exclusividad y seguir reproduciendo lógicas de poder hasta en nuestros tiempos menos productivos. El sentirnos especiales se desvanece con la idea de colectivizar las inquietudes y las miradas. Así es la única forma que conozco de aprender de forma amable: invitar a alguien a que no se sienta un impostor interesándose por algo que a ti te gusta.
Lo siento pero sí tú estás ahí, sabiendo y aprendiendo, que menos que dejes entrar. Que te hagas leíble y tangible para el resto, que también conoce, aunque no lo haga exclusivamente en tus códigos: su aprendizaje es de un valor diferente, solo que probablemente no produzca el mismo capital social de quién si lo tiene reconocido. No hace falta ser constante para ser brillante en algo donde simplemente quieres disfrutar y estar tranquila. Así que démonos el gusto de aprendernos entre todas, con cariño y sin pedestales.
Para las que nunca tuvieron el privilegio de pagarse unas clases de música desde pequeñas o coleccionar libros en la estantería. Para las que nunca bailaron porque se sintieron incómodas o las que no escribieron porque tenían que cuidar a sus hermanos. Para las que piensan que “eso no es para ellas”.
Gracias a las que inspiraron este texto, nombrarlas sería insuficiente.