Trans-grediendo el sujeto feminista: las fronteras que habitamos también gritan
La semana pasada me acerqué a la comisaría para hacer el cambio de nombre en el Documento Nacional de Identidad. Si digo la verdad, no sentí euforia ni entusiasmo. Otro trámite más que me pedían para adecuarme a su comprensión. Otro trámite más para tener control sobre mi persona. Otra identificación que me nombra y que regulariza la condición de quién y qué se supone que soy. Otra identificación que vigila a quien no la tiene. Me atrevo a decir que esto también sucede en espacios activistas.
Vivimos tiempos de inmediatez, de rezar a papá Estado ante cualquier conquista de “derechos”. Algunas personas y mujeres se asustan cuando salimos a la calle a pedir la Ley Trans Estatal, pero eso no es más que una migaja de nuestras reivindicaciones. No hemos hecho nada más que empezar. Cuando hablo de inmediatez me refiero a que deberíamos ampliar nuestros horizontes sin tampoco querer controlar más de lo pueden abarcar nuestras manos. Tanto lo LGTB como algunos feminismos están cayendo en la falsa trampa de luchar con las herramientas del amo. El falso mito civilizatorio de la “igualdad” o de la frase “Las vidas trans somos Derechos Humanos”… Pero ¿desde cuándo Naciones Unidas defiende mis intereses? Que la ONU sea la portadora de la lucha borra de un plumazo toda la politización y la genealogía trans que, además, es múltiple y variada. Creo fielmente que una de nuestras mayores armas como personas trans es la ambigüedad que nos coloca en territorio de nadie.
Para empezar, claro que las vidas trans no se debaten, si no empiezan por debatirse las vidas del resto de la población. También es importante aclarar a qué nos referimos con vida y si todas las vidas son iguales. Como menciona Leonor Silvestri, nos encontramos ante una gestión tanatopolítica de las identidades que no hace sino reproducir el heterocapitalismo desde su más fina matriz. Nos abrazamos a nuestra identidad feminista como si hubiéramos nacido en ella y a la vez legitimamos la exclusión de otres, vigilando las fronteras del cuerpo y de las naciones. Creemos romper los moldes en el mismo Estado moderno heterosexual que nos concede la palabra para hablar. El sujeto político nos ha estancado en un fango del que nos cuesta salir, mientras las violencias cisheteropatriarcales nos lanzan cuchillos al costado.
Actualmente, en algunos espacios más que en otros, los feminismos debaten sobre el sujeto político “mujer”. Se habla de cuestiones como ¿qué mujeres incluir? ¿Incluimos o no a las mujeres trans, a las trabajadoras sexuales, a las que llevan velo? ¿O a las mujeres en general? Pero como siempre, hay quienes nos quedamos fuera o entramos por los pelos. Aquelles que ni sabemos qué somos, ni queremos dejarlo claro, que queremos permanecer mutantes frente al panóptico mientras resistimos al sistema. Las transmasculinidades, por ejemplo. Debates y más debates sobre el sujeto político que nos hagan avanzar al progreso de la lucha. Me gustaría recordar las aportaciones de las heterodisidentes migrantes y diaspóricas. Como menciona Waquel Drullard, el feminismo corresponde a un proyecto colonial que siempre buscará sujetos excluyentes. Así, algunes prefieren bajarse del escenario antes de que les echen o de sentirse violentades. Esto no quiere decir que la lucha desaparezca, sino que se deslocaliza hacia los márgenes. Las luchas abandonan el término “feminista” y se acuerpan antipatriarcales, territoriales, frente a un movimiento global con referentes que se vende al proyecto humanista y civilizatorio. En definitiva, matar lo que somos, al sujeto, supone matar a nuestros ídolos y habitar la incomodidad de la frontera.
Dios ha muerto, el cuerpo trans ha hablado
El dolor y el cuerpo nos hablan. La larga tradición occidental, desde la época griega, había infravalorado el cuerpo como soporte del alma. El papel del cuerpo separado y relegado a la mente terminaría por verse como objeto cuantificable, matematizable, objeto de conocimiento, mesurable para los movimientos sociales. El proyecto moderno diría que el ser humano es libre, autoconsciente, que puede decidir libremente, que posee moral, la posibilidad de conocer y controlar sus acciones y la realidad. Pero muches que ni siquiera hemos nacido para su proyecto preferimos decir que “Dios ha muerto”… Si el feminismo es de las mujeres, las tullidas nunca pasarían la primera fase.
Para Nietzsche no existe la moral, lo metafísico, esto es, un ser en sí mismo, un “yo” estático, fijo y, mucho menos, libre. Mente y cuerpo no son entidades separadas, sino que el cuerpo en este caso es economía pulsional que funciona en tanto voluntad de poder. La economía pulsional son todas aquellas pulsiones que si por algo se caracterizan es por su pugna constante por el poder, ya que intentan imponerse una sobre otra. Las pulsiones actuarían como “interpretaciones”, como economía que crea nuevas interpretaciones en constante cambio y devenir. En tanto la realidad es devenir, la moral buscó ordenarla a causa del miedo a lo desconocido y en ese ordenamiento negó la vida.
Creo fielmente que una de nuestras mayores armas como personas trans es la ambigüedad que nos coloca en territorio de nadie
Podemos relacionar esto con la cuestión de los feminismos, la lucha trans, la mujer, el sexo o la sexualidad. La noción e interés por el “género” no es universal, no ha ocupado interés en todo el mundo, algo que es importante tener en cuenta a la hora de ordenar el mundo y universalizar ciertos movimientos políticos. Esto lo menciona Oyèrónk Oyewùmí en su libro La invención de las mujeres, y es importante señalarlo para evitar proyectos que busquen liberar (esclavizar) al “tercer mundo” desde la perspectiva de género, de los DDHH o de la cuarta ola. Yo hablo y me sitúo en los países occidentales. El “sexo”, se dice, corresponde con la naturaleza, la diferencia sexual, lo masculino y femenino producto de la diferencia biológica de los cuerpos. En cambio, el “género” sería todo aquello que se ha impuesto sobre el sexo, el “deber ser”, los mandatos, normas, estereotipos y restricciones que operan sobre las mujeres y los hombres. Pero esto es hablar de ser y apariencia, de dualismo naturaleza/cultura y de biologicismo, que no hacen sino enarbolar el mito moderno.
Basarse en esta distinción sexo/género, ser/apariencia hizo posible que las sufragistas ganaran reconocimiento en la lucha de las mujeres en tanto mantenían intacto el pensamiento occidental. Esto no es de extrañar, pues el objetivo que buscaban era la igualdad y el reconocimiento. Buscaban formar parte de la ciudadanía, hombres y mujeres ciudadanas. Sujetos libres e iguales en derechos manteniendo intacto el orden biologicista.
¿Quién construye la idea de “sexo”? ¿Las mujeres son sujetos sexuales que actúan sobre el género o son un conjunto de disposiciones históricas? ¿Qué es ser mujer? Las economías pulsionales en este sentido abren la posibilidad de crear nuevas interpretaciones que sean más amables al cambio, al devenir. Pero como la realidad indeterminada es imposible de ser vivida, necesitamos de las categorías y representaciones, de identidades nombrables y estratégicas: mujer, homo, trans, bisexual, no binarie, agénero, bollera, maricón. El problema es creer-se esas representaciones. Creer “ser” eso, y no como producto de sistemas normativos que no dejan de ser una de las múltiples interpretaciones posibles del cuerpo y de formas de hacer política.
El sexo como interpretación se ha entendido dentro del plano biológico a partir de matematizar, cuantificar el cuerpo como conjunto de gónadas, hormonas, órganos, lo que además tiene consecuencias en el resto de las esferas sociales. A partir de querer controlar lo indeterminado, lo abyecto, lo raro, lo que nos da miedo, buscamos eliminarlo y eliminándolo también eliminamos el cuerpo en tanto pluralidad posible. Haciendo el mundo y la lucha más controlable hemos matado la vida.
Las fronteras que encarnamos y la policía del género
Imponemos las categorías hombre y mujer, masculino y femenino incluso en los movimientos sociales. Si bien, en tanto norma, hay sujetos que se salen de ella, en este caso patologizades por el sistema normativo, lo innombrable, y si es nombrable es como diagnóstico de desviación. Se trata la “transexualidad” como diagnóstico médico o social, buscando sus causas y justificaciones a su “identidad sexual”. Pero ¿qué quiere decir identidad sexual? El problema es, de nuevo, “creer ser algo”.
Roberto Esposito habla de inmunitas. Aunque nos creamos libres, activistas, feministas y LGTBI, según la lógica inmunitaria tendemos a cerrarnos respecto al exterior como forma de controlar la alteridad. Policías del género vigilan las fronteras del cuerpo, del deseo, de la lucha y de la jerarquía de opresiones. Vigilan cuándo y de qué manera se pertenece a la lucha feminista o LGTBI, malgenerizan desde su posición homosexual, rechazan unos genitales, vigilan las voces más o menos masculinas que ocupan los espacios, quién tiene derecho a hablar y nombrar sus violencias.
Sin embargo, lo trans, si no se domestica, tiene la potencia, al igual que las identidades diaspóricas, de llamar la atención acerca de algo casi no percibido por la inmunización de la comunidad: la no pertenencia, la impropiedad.
¿Podemos hablar de las personas trans si no es como algo más allá que la identidad estratégica? Y respecto a esto ¿hasta qué punto es útil, a veces sí y a veces no? ¿En qué momentos? ¿Podemos utilizarlo para “engañar”? ¿Y si queremos engañar como estrategia política?
Para empezar, una de las claves está en romper con la idea de “conocer”, “sacar información” de personas que habitan la alteridad. Sacar información en el sentido de hacer extractivismo activista de sus experiencias, curiosas y diferentes. Sacar información para incluirles en un punto del manifiesto. Así, claro que se pensará que el engaño no debe estar permitido y es un riesgo para la lucha. Hay que atreverse a engañar. Hay que buscar la violencia epistémica que se reproduce también en asambleas y espacios autogestionados. Rescatar todo lo diaspórico, dis y eufórico. Gritar todo lo cuir y trans de nuestras historias sin pedir permiso. Debemos potenciar los cuerpos que aún no se atreven a hablar, crear la posibilidad de abrir canales, en vez de buscar ser incluides y portarnos bien.
No hay sujeto político, hay resistencias
A partir de los saberes fronterizos, podemos potenciar la pluralidad de cuerpos y ningún movimiento político debe limitarnos o minar nuestra autoestima colectiva. Las disidencias trans y racializadas “habitan” y han tomado consciencia del papel de la violencia del “sexo” que se inscribe en los cuerpos, de la violencia ejercida, a veces, desde la propia comunidad LGTBI y feminista. Las disidencias han tomado consciencia de la policía del género. Mujeres, feministas, homosexuales o lesbianas que rechazan cuerpos trans o discapacitados, que buscan hacer familia o reivindican su identidad y deseo en base a modelos genitalocéntricos. Las fronterizas de cuerpo y territorio escapamos del sexo biológico civilizatorio que reproducen en sus camas. Tejemos alianzas con las no aceptables de los movimientos, las que saben bien la violencia que existe en las fronteras también de la izquierda.
Lo trans, si no se domestica, tiene la potencia, al igual que las identidades diaspóricas, de llamar la atención acerca de algo casi no percibido por la inmunización de la comunidad: la no pertenencia, la impropiedad
Algunas personas y mujeres se asustan cuando salimos a la calle a pedir la Ley Trans Estatal, pero eso no es más que una migaja de nuestras reivindicaciones. No hemos hecho nada más que empezar. Nuestros cuerpos permiten construir resistencias somatopolíticas de algún modo conscientes o no tan conscientes. No estoy de acuerdo con que hay personas trans que reproducen la norma por hacer transiciones binarias, su cuerpo ya se escapa de la frontera “sexo”. Sí que creo que debemos de tomar consciencia, politizar nuestro devenir para no rezar a un Estado que igualmente nos quiere en cárceles imaginarias o reales (eso sí, pudiendo elegir celda).
Hablar de orientación o de identidad “sexual” nos encasilla y paraliza. La identidad sexual mantiene a vencedoras y vencidas. Las vencedoras son muy pocas porque el CIS-tema es aplastante y las identidades “cis” (frente a) aquellas personas que habitan lo “trans” (al otro lado de) no llegan a cumplir todas sus expectativas. Debemos sustituir la identidad de género y la orientación sexual por un devenir estratégico y político como forma de desestabilizar el sistema.
Finalmente, con todo esto, ¿por qué las mujeres deben protagonizar la lucha? ¿Dónde queda el sujeto político del feminismo? ¿Dónde quedan las mutantes y fronterizas? La destrucción es pasión creadora. Personalmente “yo” me defino como trans pero también como marica y no quiero atraparme en ello. También he sido mujer, luego bollera (que no es lo mismo que mujer) y también he pasado por el diagnóstico médico al nacer y sufro las violencias heterosexuales. ¿Encarno algún sujeto político? ¿Y cuándo tengo permitido hablar de él? No creo que nadie como persona sea sujeto político de nada. La identidad puede ser lugar de comodidad o de lucha. En definitiva, creo que debemos de poder nombrar todas nuestras experiencias y violencias y encontrar espacios para hacerlo sin vigilancias, sin dejar a nadie en el proceso. La matriz género es aplastante pero siempre podemos buscar las resistencias a las estructuras cisheteropatriarcales que nos atraviesan. No hay sujeto. Hay cuerpos que resisten. Resistencias que logran construirse en la medida en que haya apertura a la escucha dentro de los espacios militantes.