Las dos civilizaciones

Los medios informativos, las instituciones, la escolarización, las leyes y los partidos políticos legales e ilegales nos muestran y presionan a diario que la civilización es patriarcal, estatal, capitalista, racista y que para cambiarla o mejorarla hay que luchar por acceder y controlar el aparato del estado, mientras la población se agarra de las migajas, bonos, fondos concursables y demás que chorrea gota a gota el engranaje mercantil empresarial que destruye el medio natural para obtener ganancias.



Las dos civilizaciones
 
Jaime Yovanovic (Profesor J) 
 
Los medios informativos, las instituciones, la escolarización, las leyes y los partidos políticos legales e ilegales nos muestran y presionan a diario que la civilización es patriarcal, estatal, capitalista, racista y que para cambiarla o mejorarla hay que luchar por acceder y controlar el aparato del estado, mientras la población se agarra de las migajas, bonos, fondos concursables y demás que chorrea gota a gota el engranaje mercantil empresarial que destruye el medio natural para obtener ganancias
Pero los mapuche, las mujeres, los ambientalistas, la juventud de los barrios populares, los estudiantes, los campesinos, los vendedores ambulantes, los inmigrantes, los cesantes, los maestros chasquilla, los artesanos, los funcionarios estatales o municipales honestos y sensibles, los sin casa, allegados, arrendatarios, okupas y moradores de los campamentos de terrenos tomados sólo viven sobreviviendo pues la producción social se destina mayoritariamente a la exportación para traer el dinero que alimenta a los parásitos del estado y las arcas de los propietarios.
Toda esa potencia social latente que de vez en cuando despliega la energía popular como en el estallido, los de arriba quieren ordenarlos en las escuelas, las instituciones y las elecciones para llevarlos a todos en fila al matadero, y los que disputan el poder estatal los organizan en órganos de combate o de poder popular para el asalto al poder y hacerse cargo de la dominación del aparato que hasta ahora ha resultado sólo en dictaduras como la de Maduro en Venezuela y la de Ortega en Nicaragua.
La lucha por la toma del poder resulta en lo mismo, por lo que la potencia y energía social en vez de apuntar hacia los cargos de mando allá arriba, es más productivo orientarse hacia el cambio civilizatorio desde abajo, hacia el fin de los sistemas que utilizan el poder, dejarlos solos, que no tengan a quien mandar, ni los buenos ni los malos. Eso significa crear entre nosotros otro modo de vivir, resolver problemas y administras los territorios.
Normalmente se entiende que esa es tarea de los inteligentes ilustrados del intelectual colectivo, un partido de entre los cientos que nos persiguen para ganarle el quien vive a los otros, que manejan las teorías y “alumbran el camino”, entienden de estrategias y la cacha de la espada. No se entiende que acá abajo está la chispa y que podemos desplegar muchas iniciativas si cambiamos el escenario de la pelea por el de la construcción.
Por ejemplo:
Durante el gobierno de Allende muchos campesinos se organizaron para llevar alimentos a los almacenes populares que articulaban a los pobladores de los campamentos sin casa con los trabajadores de los cordones industriales. Mientras el gobierno se enredaba en la burocracia que articulaba las JAP y que los ricos respondieron con el desabastecimiento, o sea una pelea tras otra, en tanto los sectores marginados usaban sus picardía e inteligencia social para apoyarse unos a los otros, pero solamente en la medida en que cada uno de ellos descubría y desarrollaba su potencia, sus energías y sus autogestión, lo que de seguir así habría llevado al inicio de la autogestión generalizada. El golpe militar fue más bien contra este despliegue por abajo de la potencia social que contra la burocracia partidista.
Otro ejemplo más actual:
El estallido fue continuado en los barrios por la autoorganización de cientos de ollas comunes, pura iniciativa popular, puro ñeque, una forma autogestionaria de resolver la crisis y que asustó al sistema que de inmediato mandó sus destacamentos de combate contra ese despliegue de la potencia social: Llegaron corriendo los partidos políticos, las iglesias, los municipios y las ONGs a ofrecer su “ayuda” con alimentos y dinero para deshacer la construcción popular y transformarla en un instrumento oficial de solidaridad, de pobrecitos los pobres, en una descarada cooptación de las ollas. El gobierno asustado de los efectos sociales e iniciativa popular ante la crisis lanzó el IFE, un fuerte bono de “ayuda” que culminó con la desaparición de las ollas, que ya “no eran necesarias” como que se hubiera acabado la crisis que en realidad se sujetó hasta efectuar las elecciones presidenciales y así el gobierno cerró el IFE estimulando a quienes contraten una persona, que fueron cuatro gatos en comparación.
¿Otro ejemplo?
Ante el pavoroso incendio de Valparaíso que destruyó 400 casas de los cerros Merced, Las Cañas y alrededores, llegaron miles de voluntarios, paquetes de ayuda solidaria y caravanas de todo el país en un verdadero hormiguero humano que nació del instinto y la identidad básicamente del pueblo pobre. Todo se hacía a mano, nacieron muchas amistades y se desplegaron decenas de iniciativas autogestionarias en todos los terrenos, lo que obviamente no era conveniente para el poder, por lo que el gobierno ordenó rodear la zona afectada con tropas de la armada, suspender la llegada de los apoyos y limitar el acceso de los voluntarios. Los paquetes que llegaban fueron llevados al Fortín Pratt donde cada caja se metía en otra caja con membrete del gobierno. Así, cara de palo, ya no había solidaridad social, sino solamente solidaridad oficial. Los pobres no pueden hacer nada por su cuenta, sino que deben confiar en papá Noel, en papá-estado. Seguimos siendo marionetas.
Si la conclusión es que las iniciativas desplegadas por la potencia social no son convenientes para el poder y más bien las teme y corre a apagarlas cuando surgen por todos lados en mil formas diferentes, entonces algo hay ahí.
El poder tuvo miedo al estallido y más cuando sacaron los milicos a la calle que no pudieron usar sus armas so pena de provocar una masacre poco conveniente, pues la población se les fue encima y los hizo retroceder por lo que tuvieron que dar la la orden de retirada y se fueron con la cola entre las piernas.
El sistema necesita mantener a la gente ordenada en filas disciplinadas constantemente, como estudiantes de escuela sentados horas en sus bancas, porque sabe que existe la potencia social y los partidos de oposición aprovechan para sumar adeptos, por eso no temen a los partidos de izquierda que ofrecen “cambios” dentro de la lógica disciplinaria de la sociedad cuartelaría. Temen al caos, al desorden, pues romper la fila es desarticular el funcionamiento del engranaje y peor aún, los marginados pueden hacer otro modo de vivir, tal vez mediante la autogestión y la articulación horizontal que hicieron los campesinos y pobladores de campamentos.
Entre los compañero anarquistas hace furor el desorden, que venga el caos, con lo cual estamos de acuerdo, pero la ola de ollas comunes tras el estallido fue la construcción de la libertad ante la necesidad, o sea, nada sacamos del desorden sin alimentos, tal vez formando ejército para avanzar hacia las zonas agrícolas, pero caeríamos en la lógica de la guerra, del enfrentamiento, que es lo que quieren los que aspiran a dirigir el aparato del poder.
O sea, está bien el caos entendido como la desestructuración del funcionamiento del sistema patriarcal capitalista, pero tenemos que organizar la alimentación y otras cosas, pues se vienen situaciones peores que las vividas en la pandemia. Organizar la alimentación, la salud, la educación es una tarea actual y ya parece broma seguir esperando que llegue el caos o la insurrección para “liberarnos”, por lo que o esperamos que ojala el nuevo gobierno resuelva todo o que reviente, o tomamos el toro por las astas independientemente de cuándo será ese cuando, pues las papas queman y van a esperar sacar la “nueva” constitución para aflojar y mostrar la cara verdadera de un sistema sin disfraz.
El cambio civilizatorio implica desarrollar en cada barrio y comunidad otro forma de vivir, de comunicarse, de relacionarse, lo que no se va a conseguir dando una pauta de cómo hacerlo, sino haciendo actos y actividades compartidas que tengan constancia y resulten de beneficio para todos hasta crear costumbre, nuevos hábitos, como la olla común, la huerta comunitaria, la salud comunitaria, la educación propia, el comprando juntos, las mingas, actividades culturales, etc. El abanico de posibilidades es muy amplio.
No se trata de “realizar actividades”, sino de generar instancias permanentes de encuentro, relaciones y resolución de necesidades cotidianas que superen el encierro a vivir el individualismo.
Si en cada barrio un grupo de vecinos, que inicialmente pueden ser dos o tres, estructura estos espacios de actividades compartidas, podrán crecer con otros vecinos en la medida que se pueda ver que efectivamente resuelve situaciones, ahorra dinero, facilita las cosas, se dialoga y se pasa bien. Podemos asemejarnos a un lof mapuche o a un ayllu andino.
Así no tendremos que estar sufriendo los avatares y las crisis de la civilización de arriba que avanza a su autodestrucción puesto que estaremos construyendo otra forma de vida, la otra civilización la civilización de la vida y la madre tierra