A un año de la revuelta. Cali, dignidad y esperanza
Raúl Zibechi
“Prefiero morir, a seguir viviendo así”, decían los jóvenes de las barriadas populares de Cali, cuando se lanzaban contra el odiado Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad). Jessica relata lo que sentía y vivía un año atrás, a partir del paro lanzado el 28 de abril por las centrales sindicales que millones de jóvenes decidieron desbordar, desde abajo y a puro corazón, para expresar la rabia largamente contenida.
“El paro se inicia con muchos pelaos que querían morir”, coincide Karen. “Pero ya no. Ahora quieren seguir viviendo y vivir sabroso”, una expresión del pueblo negro colombiano que ha sido asumida por los sectores populares, que la emparentan con el Buen Vivir de los pueblos originarios andinos.
Las dos participaron en los Puntos de Resistencia, espacios abiertos por las y los jóvenes en una ciudad racista y excluyente que les niega los derechos, cuyas clases privilegiadas están dispuestas a resolver a bala la menor disidencia social y cultural. Forman parte de la ronda de más de cuarenta que comparten lo aprendido durante la revuelta y hacen balance un año después, en una mañana lluviosa y calurosa.
Resulta estremecedor el contraste: cuando se refieren a lo que vivieron en las barricadas y puntos de resistencia, escriben: “dignidad”, “fuerza”, “claridad”, “rabia” y “armonía”, además del natural “miedo” y “angustia”, ya que la represión se cobró decenas de víctimas y desaparecidos, visibles cuando comenzaron a aparecer trozos humanos en bolsas de plástico dejadas en las calles por el Esmad, para intimidar.
Un año después, en el mismo papelógrafo, escriben: “mentira”, “hambre” y “miedo”, ya que la represión va cazando de uno en uno a los que pudo identificar. Otros más ponen “esperanza” al lado de “desesperanza”, y alguien coloca “Petro”, en referencia al candidato progresista para las elecciones presidenciales de mayo, que concita el apoyo de la mayor parte de la ronda.
La palabra camina en círculos y aparecen reflexiones profundas. “El acuerdo de paz rompe el movimiento social”, explica Jessica. “Por eso el paro no fue liderado por las organizaciones sociales y lo hacen los jóvenes de forma espontánea”. El “Profe” (los varones no dan sus nombres), afro de unos 35 años, quiere destacar todo lo que aprendieron con la revuelta: “Hubo un crecimiento personal y colectivo, el Punto se desarrolla en el territorio, con proyectos caminantes”.
“Desconfiado”, algo más joven, dice que llegó a la ciudad desde el campo hace apenas dos años: “La dignidad no depende de Petro ni de Francia”, en referencia a Francia Márquez, candidata a vice, negra y muy popular en las periferias más pobres. “Lo malo de estos 200 años es por nosotros, por lo que no hicimos. El cambio tiene que venir desde los pueblos”, agrega. “Peleón”, que vivió algunos años en Argentina, asegura que “para los negros no es fácil vivir en la ciudad”, mientras “La Firma”, algo mayor y del mismo color de piel, añade: “La pobreza no se va a acabar hasta que se acabe el racismo”.
De Puerto Rellena a Puerto Resistencia
Con tres millones de habitantes, Cali y su área metropolitana se expanden linealmente en el valle del río Cauca, entre la región andina y el Pacífico, apenas a cien kilómetros de Buenaventura, el principal puerto de Colombia. Cuenta con grandes obras de infraestructura desde que albergó dos veces los Juegos Panamericanos (en 1971 y 2021), amplísimas autopistas urbanas que corren de norte a sur, hacia la cordillera y el mar.
Dos tercios de la población es negra o mestiza, habita los barrios más pobres de la zona norte y los cerros que rodean la ciudad. Por su ubicación estratégica, es el paso obligado de las rutas de droga, de la montaña hacia el puerto, y es por lo tanto una ciudad violenta dominada por machos armados.
Los 24 Puntos de Resistencia se ubicaron, en su mayoría, en los ejes viales norte-sur, impidiendo de ese modo toda movilidad, tanto de autobuses como de coches, en los 60 días más intensos del paro. Cuando quieren dibujar en un esquema de la lucha urbana que protagonizaron, colocan en el centro el “árbol de la resistencia”, o “anti-monumento”, al que también nombran “Mano de la Resistencia”, con seis metros de altura en cemento, construido durante 19 días y noches por la comunidad.
Sentados en el paseo donde las madres venden artesanías, a metros del anti-monumento, Karen explica la historia del lugar. Como parte de la Minga de Comunicación, elabora una perspectiva histórica: “Durante la huelga estudiantil de diciembre de 2018 nos comenzamos a reunir en aquella esquina, unos 15 o 20 apenas”, dice señalando al cruce de la Simón Bolívar con la 46.
Se trata de una inmensa intersección donde la alcaldía viene construyendo el sistema de transporte Masivo Integral de Occidente, al que llaman MIO. Recuerda que los sindicatos no querían llegar hasta la periferia norte, y que durante el paro iniciado el 21 de noviembre de 2019, comenzaron a reunirse en el mismo punto muchas más personas, momento en que lo bautizaron como Puerto Resistencia.
El nombre anterior, Puerto Rellena, provenía de los expendios que vendían el plato típico y popular “rellena”. Durante la pandemia, explica Karen, “era el punto donde el Proceso de Liberación de la Madre Tierra repartía comida que recolectaban las comunidades nasa del Norte del Cauca”. Fueron varias Marchas de la Comida que llevaron toneladas de alimentos y de afecto a las poblaciones de este distrito conocido como Aguablanca (https://bit.ly/3iQK5mG). Con el estallido de 2021, Puerto Resistencia se convirtió en el centro de la movilización, donde diariamente se reunían cientos de jóvenes.
Un año después
“No se trata de quejarse sino de resistir”, sostiene el “Profe”, que se mueve en el entorno del anti-monumento. Entre las construcciones de la comunidad barrial, destaca la “olla popular” que ahora cuenta con su propio monumento y sigue alimentando a quien necesite; la biblioteca que funcionaba en el predio policial mal llamado Centro de Atención Inmediata (CAI), las huertas comunitarias que se han extendido durante este año, y las célebres “primeras líneas”.
Algunos cuentan hasta cinco líneas. Richard explica que detrás de la primera, que resistía directamente a la policía, había una segunda que las abastecía de piedras y escudos. Detrás estaba la de primeros auxilios para atender heridos, y así hasta la quinta línea “formada por mujeres que sacaban tinas con bicarbonato para que los pelaos siguieran resistiendo”. Agrega: “Eso hace que nazca la esperanza. Ver tanta dignidad en la gente, te enamora, todo el núcleo familiar se volcó a la calle trabajando en cadena”.
Luz asiente y destaca que “el estallido nos puso a trabajar en colectivo, ya no hay apatía sino esperanza”. Cree que la organización de base es el verdadero sujeto político que no necesita intermediarios para presentarse ante las instituciones. Catherin añade que “se levantó el bloqueo pero no la resistencia, porque ahora el trabajo es barrio adentro”.
Todos acuerdan que la represión sigue actuando, golpeando sobre referentes de las comunidades. Pero aquel enamoramiento está lejos de haber menguado. Los días 28 se conmemora el levantamiento activando las ollas comunitarias, volviendo a reunirse pese a los riesgos, conscientes de que ese día comenzaron “a vencer la ignominia, el oprobio y el terror estatal” y comenzaron a “cambiar la historia”, como señala un texto colectivo de Puerto Resistencia.
Una de las principales conquistas de la revuelta es la conciencia de autonomía y de la fuerza de abajo, que se resumen en el lema “Cali capital de la Resistencia”. Pero también han sabido comprender que las clases dominantes desprecian a la población negra y afrodescendiente. “No les importamos”, dice “La Firma”. “Sólo 47 familias nos han hecho ver al pueblo como una minoría”, razona “El Costeño”.
El comité de seguridad recoge la experiencia de las primeras líneas, y sigue funcionando para cuidarse colectivamente con integrantes de cada punto de resistencia. Forma parte de la Unión de Resistencias Cali (URC), que cuenta con un coordinador, la Mesa de Vocerías. Según los voceros, están funcionando 24 puntos. Unos pocos bien nutridos, como Puerto Resistencia, pero los más han mermado.
Los desarrollos del pensamiento colectivo durante este año, son inmensos. “El gobierno nunca halló una cabeza que cortar”, asegura el texto colectivo de Puerto Resistencia, para añadir que pese al daño que produce, “tenemos la certeza de que lo estamos derrotando”. Optimismo que nace de una autoestima que nunca habían vivenciado.
El anti-monumento La Mano es quizá el mayor símbolo que aún perdura de la revuelta. Las rebeldías lo consideran “un bofetón a la institucionalidad estatal”, en cuya construcción participaron 500 personas y 80 artistas gráficos. Un sueño hecho realidad, como el monumento a las ollas en homenaje a las madres. Creaciones colectivas de una comunidad que necesita luchar para seguir viviendo. “Aquí corrió el Esmad”, sigue desafiando uno de los grafitis.