Emma Goldman: antimilitarismo y revolución
Emma Goldman, como muchas otras mujeres, ha sido colocada en la vitrina de referentes feministas, y no sin razón. No obstante, restringir las ideas y las acciones de esta militante al ámbito del género es un error. Goldman realizó diversos análisis sobre otros temas políticos candentes en la época y otros atemporales, tales como las prisiones, el sindicalismo o el patriotismo. La cuestión que interesa aquí es la guerra y, en particular, la postura antibelicista de la autora.
Goldman llegó a Estados Unidos en 1885 con 16 años y fue la tragedia de los mártires de Chicago lo que despertó su interés por el anarquismo. Desde ese momento empezó a frecuentar ambientes ácratas y a relacionarse con figuras destacadas del ámbito libertario como Johann Most o Alexander Berkman. El activismo de esta mujer se centraba en la propaganda, tanto en panfletos y revistas como en charlas. Fue su uso de “la palabra como arma” lo que la llevó a ser considerada “la mujer más peligrosa de Estados Unidos” por las autoridades de ese país.
Antimilitarismo ante la I Guerra Mundial
Con el estallido de la I Guerra Mundial, Goldman se unió a las denuncias antimilitaristas que siempre ha abanderado el pensamiento libertario y su protesta aumentó cuando Estados Unidos, su país de acogida, decidió participar directamente en el conflicto armado. Esta postura le llevó a sufrir varias detenciones, dos años en prisión y finalmente su deportación a Rusia, de donde era originaria, en diciembre de 1919.
En las vísperas de la Gran Guerra, Goldman ya había comenzado una gira interestatal de conferencias, a las que siempre acudían muy diversos perfiles de gente y que a menudo eran saboteadas por las autoridades locales de cada municipio. En una de sus charlas, en San Francisco, entre el público, se hallaba un soldado raso: William Buwalda. Este militar tuvo la “desfachatez” de estrecharle la mano a Goldman una vez finalizada su ponencia, un acto que en teoría solo puede significar un gesto de respeto y tolerancia evidenció el código moral disciplinario del ejército.
El antimilitarismo no es sinónimo de pacifismo. Protestar contra la guerra no es sinónimo de creer que la violencia es intrínsecamente ilegítima en todos sus contextos
William Buwalda, “debido a su tonta creencia de que uno puede ser un soldado y ejercer sus derechos como hombre al mismo tiempo” fue castigado duramente por las autoridades militares. Después de haber servido quince años con un expediente impecable, fue condenado a tres años de prisión, aunque inicialmente se le reclamaban cinco. Este es un caso que Goldman saca a relucir cada vez que habla de la guerra en sus diferentes ensayos.
El escándalo que se generó a raíz de la sentencia puso en tela de juicio la ciega obediencia que se espera al alistarse en el ejército. Una obediencia que no es conciliable con la libertad, ni de acción ni de pensamiento, una característica esencial del ser humano y el valor más importante en la teoría anarquista que defendía Goldman. La lealtad que exige el militarismo, a pesar de los matices positivos que tiene en sí la propia palabra, desemboca en todo lo contrario: en la traición a uno mismo. En su texto En qué creo, a partir de este ejemplo, declara una vez más “que el militarismo, una armada y ejército permanente en cualquier país, es indicativo de la pérdida de la libertad y de la destrucción de todo lo mejor y lo más puro de la nación”.
Por otro lado, la antesala de la I Guerra Mundial también trajo roces y divisiones dentro del propio movimiento anarquista. En gran parte tales desacuerdos fueron motivados por la toma de posición de Piotr Kropotkin en favor de dicha guerra. El hecho de que un personaje tan renombrado dentro de las filas libertarias sostuviese esa postura hizo dudar a muchos y dolió a otros cuantos. Goldman lo sintió como una puñalada; no obstante, mantuvo que “nuestra devoción por nuestro maestro y nuestro afecto por él no podían alterar nuestras convicciones, ni cambiar nuestra actitud hacia la guerra como una lucha de intereses financieros y económicos ajenos al trabajador”.
Los acontecimientos que se iban sucediendo no hacían más que reforzar su tesis, lo que la llevó a centrar su esfuerzo en la causa antimilitarista y ampliar su difusión. Desde su propia revista, Mother Earth, iba pidiendo a compañeros y compañeras de diferentes ámbitos que aportaran sus ideas en diversos artículos que serían publicados en ella. Fue esta campaña antirreclutamiento lo que la llevará a estar ante un juez el día exacto de su cuadragésimo cumpleaños, siendo sentenciada a dos años de prisión. Una cárcel de la cual no llegaría a salir nunca libre, sino deportada a Rusia. No volvería a pisar su país de acogida hasta después de su muerte, siendo enterrada al lado de los mártires de Chicago en 1940.
Hacia su análisis teórico
En primer lugar, cabe destacar que el antimilitarismo no es sinónimo de pacifismo, tal y como se interpreta en algunas ocasiones. Es decir, protestar contra la guerra no es sinónimo de creer que la violencia es intrínsecamente ilegítima en todos sus contextos. Lo que pone de relieve el antibelicismo son los intereses que mueven estos conflictos nacionales o internacionales, unos intereses económicos y políticos perseguidos por las altas esferas de los Estados que nada tienen que ver con lo que conviene a las clases medias y bajas.
Goldman entendía que “el mayor baluarte del capitalismo es el militarismo”, como bien expuso en su ensayo Patriotismo, una amenaza para la libertad. Desde esta perspectiva, contemplaba la palabra clave que los Estados empleaban para atraer a los ciudadanos al ejército: el patriotismo. Este concepto, que no es más que una “superstición creada y mantenida a través de una red de mentiras y falsedades”, se basa en la “presunción, la arrogancia y el egoísmo”. De esta manera se educa a los niños que tienen que defender su país, alimentando la protección de la propiedad privada junto con el derecho de salvaguardarla a toda costa.
La sensación de pertenencia que provoca el patriotismo y el sentimiento justiciero que suponen los honores de servir al país son las herramientas empleadas para el alistamiento. Mediante el fomento de esta idea en la población, también se genera una opinión pública proclive a la producción y obtención de más armamento militar. Esto último resulta indispensable para mantener el negocio de las guerras: hay que amortiguar los gastos. Es decir, se dan unos excedentes militares que hay que emplear para poder seguir nutriendo el ciclo del mercado.
No obstante, mientras que el patriotismo sirve como instrumento de las élites para conseguir un respaldo ciudadano, Goldman señala que aquel “no es para aquellos que representan la riqueza y el poder”. Esta sentencia la ejemplifica en cómo son las clases trabajadoras las que acaban en los frentes militares, cómo las clases más altas se denominan “cosmopolitas”, cómo estas últimas muestran y dan apoyo a aquellas otras “patrias” tanto por intereses políticos como económicos mediante declaraciones, envío de tropas o venta de armas.
Lo que pone de relieve el antibelicismo son los intereses que mueven estos conflictos nacionales o internacionales, unos intereses económicos y políticos perseguidos por las altas esferas de los Estados que nada tienen que ver con lo que conviene a las clases medias y bajas
Otro de los argumentos que se esgrimen para la justificación del ejército es la seguridad. El alegato según el cual se necesitan medios para poder defenderse de ataques extranjeros y para poder mantener la paz. Sin embargo, “la afirmación de que el levantamiento de un ejército y una armada es la mayor seguridad para la paz tiene tanta lógica como afirmar que el más pacífico ciudadano es aquel que está fuertemente armado”. En una de sus charlas sobre «Acción preventiva», Goldman exponía que “más que asegurar la paz, el «estar preparado» ha sido siempre y en todos los países un instrumento que ha acelerado los conflictos armados”.
Goldman reconocía el miedo que podían tener las autoridades, pero situaba su temor no en un peligro exterior, sino en el “miedo del creciente descontento de las masas y por el espíritu internacional de los obreros”. Por tanto, bajo el estandarte de la protección de los ciudadanos, se multiplican los elementos de control social tales como los cuerpos de seguridad del estado y leyes más restrictivas; hoy en día a la lista también se le podrían sumar las cámaras de vigilancia callejeras.
Al colocar la amenaza fuera de las fronteras de la nación se espera conseguir una unidad dentro de ellas. Un pueblo unido frente a un enemigo común. Un pueblo unido sin apreciar las diferencias entre quien paga el precio y quien se beneficia de él. Una de las muchas consecuencias de este discurso acaba siendo un racismo y una xenofobia extendida que hasta cierto punto apoyará y/o fomentará futuros conflictos.
Por otro lado, también hay que tratar las causas de la guerra. Como ya se ha señalado, no se debe realmente a una defensa del país, pues no puede haber defensa donde no se recibe un ataque. Partiendo de esta base, Goldman repasa en su ensayo los motivos de conflictos anteriores concluyendo que en todos los casos responden a intereses de las clases dominantes, en los que, reitera, priman los beneficios económicos e imperiales de los Estados.
Una profecía aún incumplida
A pesar del contexto bélico en el que vivió Goldman, no dejó de ver un rayo de luz. Nuestra autora confiaba en el movimiento antimilitarista que despertaba en las conciencias que cada vez sabían más sobre las guerras y lo que las rodeaba:
“La centralización del poder ha conllevado un sentimiento de solidaridad entre las naciones oprimidas del mundo; una solidaridad la cual representa una mayor armonía de intereses entre los trabajadores de Norteamérica y sus hermanos en el extranjero que entre el minero norteamericano y su compatriota explotador”.
La esperanza se proyecta sobre un futuro en el que el pueblo, el que históricamente ha puesto los soldados y por ende los muertos, deje de acatar órdenes de los de arriba, deje de servir a unos intereses ajenos contradictorios con los propios, deje de asesinarse entre sí. Goldman defendía una campaña de concienciación de la realidad, que “supondrá en el futuro el levantamiento de todos los oprimidos y pisoteados en contra de sus explotadores internacionales”.
En conclusión, el lema que sale a la luz en forma de pintadas en los muros cuando se da un conflicto armado, “ni lucha entre pueblos, ni paz entre clases”, resumiría tan bien su postura que podría haber sido ella misma la que maniobrase con la lata de aerosol. Emma Goldman consideraba la vida como lo más preciado, pero la vida en libertad, sin jerarquías y para todos y todas, lo que creía firmemente que traería una sociedad anarquista.