Estados Unidos: Trabajadores de JFK8 de Amazon constituyen gran sindicato autónomo

El recuento final de los votos para constituir un sindicato en la JFK8, el gigante almacén de Amazon en Staten Island, ha dado que un resultado favorable de 2654 frente a 2131 [con 67 abstenciones]. La empresa más rica, poderosa y aparentemente indispensable de Estados Unidos perdió frente a una coalición espontánea de trabajadores y trabajadoras que hizo campaña sin afiliación ni ayuda de ningún sindicato existente.



Estados Unidos. “La rebelión de una generación de trabajadores está en marcha

 
Harold Meyerson
 

A partir de hoy, la relación de fuerzas en la lucha de clases en Estados Unidos parece haber cambiado ligeramente.

¿Lucha de clases? ¿Qué lucha de clases? Más bien una interminable y unilateral guerra relámpago. Las grandes y pequeñas empresas, las corporaciones y las empresas de capital privado, los accionistas y los empleadores han estado apaleando a los trabajadores durante décadas. La oposición feroz y unificada del empresariado estadounidenses a reconocer a sus trabajadores y trabajadoras un mínimo de poder ha sido la base de la vida económica estadounidense durante los últimos 40 años. Pero puede que eso haya cambiado a partir de ahora.

El recuento final de los votos para constituir un sindicato en la JFK8, el gigante almacén de Amazon en Staten Island, ha dado que un resultado favorable de 2654 frente a 2131 [con 67 abstenciones]. La empresa más rica, poderosa y aparentemente indispensable de Estados Unidos perdió frente a una coalición espontánea de trabajadores y trabajadoras que hizo campaña sin afiliación ni ayuda de ningún sindicato existente. Está claro, que hay una nueva generación en movimiento[1].

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Los rumores venían de lejos, pero hasta hace poco se limitaban a sectores privilegiados de la economía. El hecho de que las y los trabajadores jóvenes se hayan llevado la peor parte del disfuncionamiento económico de Estados Unidos quedó claro desde la crisis de 2008. El deseo de que el capitalismo estadounidense tendría que transformarse radicalmente si querían obtener alguna seguridad económica se expresó claramente en su apoyo a Bernie Sanders en 2016 y 2020, así como en su entusiasmo por Alexandria Ocasio-Cortez en 2018. El año pasado, en la encuesta de Gallup, se mostraron a favor de los sindicatos en un 77%; un porcentaje superior al del conjunto de las personas encuestadas (68%); se trata, a su vez, del mayor porcentaje a favor de los sindicatos en los últimos 50 años.

Pero la dirección podría consolarse aún pensando que los restos de la Ley Nacional de Relaciones Laborales, que ya no protege a los trabajadores sindicados de ser despedidos (es ilegal, pero es una ilegalidad por la que ningún empleador ha sufrido consecuencias significativas en el último medio siglo), le permitiría echar por tierra las campañas a favor de sindicalizarse, independientemente de la voluntad de las y los asalariados por sindicarse. Es así como ha venido funcionando el mundo empresarial estadounidense desde principios de los años 80, con una práctica ilegal tan desarrollada que la mayoría de los sindicatos renunciaban a organizar campañas de sindicación en las empresas.

Sin embargo, en los últimos dos años, los trabajadores y trabajadoras que pensaban que sus habilidades particulares les protegía de ser  despedidos, comenzaron a sindicalizarse (para un puñado de trabajadores verdaderamente indemnes y establecidos -atletas profesionales, actores de cine, pilotos de aerolíneas- esto ha sido así incluso en los años de vacas flacas). En los últimos años, los periodistas y quienes conforman los llamados grupos de expertos, así como profesores asistentes y ayudantes de investigación, o animadores y el personal de los museos se han sindicado en masa. Se trata de una revuelta de las y los profesionales, a la que se han unido los millennials [Generación Y, nacidos en los años 80 y 90], que disfrutan al menos de cierta seguridad laboral, y los miembros de la Generación Z [nacidos a finales de los 90 y principios de los 2000], que no pueden ser sustituidos. A principios de esta semana, las y los estudiantes universitarios que trabajan en los comedores del Dartmouth College votaron, en una elección supervisada por la NLRB (Junta Nacional de Relaciones Laborales) a favor de fundar un sindicato. La votación fue de 52 a 0.

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En los últimos meses, sin embargo, la revuelta se ha extendido a los millennials que no son profesionales, a quienes los empresarios podrían sustituir fácilmente. Y lo que es más importante, la revuelta se ha extendido a los camareros y camareras de Starbucks, una mano de obra desproporcionadamente joven y formada, pero sujeta a los caprichos de horarios y a las amenazas de despido que despliega la dirección. Y sí, Starbucks ha cultivado una imagen de empresa bondadosa, que no podía arriesgarse a empañar demasiado públicamente, aunque ha jugado el clásico juego de las empresas: amenazas implícitas transmitidas en reuniones antisindicales obligatorias y similares cuando pensaba que nadie le prestaba atención.

Pero las y los empleados de Starbucks ganaron en suficientes establecimientos como para que hoy en día, miles de baristas en cientos de tiendas hayan solicitado la sindicalización.

Pero Starbucks no es Amazon. Y Amazon dejó claro en Bessemer, Alabama, y en todas partes en las que su organización del trabajo fuera cuestionada, que su personal de almacén es sólo un mal necesario hasta que la empresa pueda robotizar toda su plantilla. Con su forma de actuar, Amazon ha dejado claro que no hay ningún problema con que la rotación anual en sus almacenes supere el 100%, que de hecho los puestos de trabajo están diseñados para provocar una tasa de rotación anual superior al 100%. La empresa quiere que sus trabajadores y trabajadoras se vayan; esta es una alternativa mucho mejor que la de quedarse y luchar.

Además, Amazon es la segunda mayor empresa empleadora del sector privado en el país, después de Walmart, la campeona del antisindicalismo. Hasta hace poco, la idea de que un trabajador o trabajadora de los almacenes de Amazon votara para afiliarse a un sindicato era prácticamente impensable. Pero ahora se ha pensado y se ha hecho.

Con esa victoria, se han roto muchas de las reglas estándar tanto de la sindicalización como del antisindicalismo, lo que sugiere que está ocurriendo algo más profundo en el mundo del trabajo. Reflexionemos un poco. Los trabajadores del Sindicato de Trabajadores de Amazon (ALU) que se encargaron de la organización del referéndum para constituir un sindicato] -recuérdese que ningún sindicato les proporcionó activistas profesionales; los líderes activistas fueron los propios trabajadores- sólo consiguieron las firmas del mínimo de trabajadores legalmente requerido para convocar la votación, que fue el del 30% [de la plantilla]. Prácticamente ningún sindicato celebra unas elecciones si no cuenta con las firmas del 70% de las y los trabajadores, porque prevén que las amenazas y la oposición de la empresa harán que esa cifra disminuya en el momento de la votación.

[Con esta votación] también se pone en cuestión la eficacia de la amenaza de la dirección de despedir a quienes reclaman su opinión sobre las condiciones de trabajo. En este sentido, la situación del mundo empresarial parece reforzar el valor de las y los empleados. [Actualmente] el número de personas empleadas que abandonan sus puestos de trabajo es el más alto de todos los tiempos. Muchas empresaras están desesperadas por contratar, lo que ha hecho subir los salarios en las habitualmente bulliciosas ciudades que intentan recuperar su dinamismo.

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Es el caso de Nueva York, donde Amazon se ha visto obligado a subir los salarios para mantener a los trabajadores y trabajdoras que tiene, si bien otras empresaras los han subido aún más. No es así, debo añadir, en Bessemer, Alabama, donde el salario de Amazon supera al de otras empresas que ofrecen empleos locales comparables. Sin embargo, incluso en Bessemer, el resultado de la segunda votación sobre la sindicalización -después de que fracasase la primera - sigue siendo demasiado ajustado [a 31 de marzo] y se decidirá mediante el recuento de las papeletas en disputa. Esto tampoco tiene precedentes; la segunda votación no suele cambiar mucho respecto a la primera.

Además, en Amazon podrían aprender del ejemplo de Starbucks: como ellas, son personas sometidas a las tensiones e indignidades del un sistema salarial ordinario, sin sindicatos, pero que superaron la oposición de la dirección para ganar el derecho a sindicarse en uno, luego en dos, luego en tres locales, y que, sin inmutarse, hicieron campaña a favor de la sindicación en cientos de otros. Si es posible en Starbucks, ¿por qué no en Amazon?

Y ahora, si es posible en Amazon, ¿por qué no en otros lugares? A veces, una sola victoria puede desencadenar una ola de victorias. Eso es lo que ocurrió en 1937, cuando la gran huelga de brazos caídos de la UAW (United Auto Workers) en las plantas de General Motors en Flint, Michigan, les hizo ganar un contrato con General Motor e inspiró a docenas de campañas similares y cientos de campañas de organización exitosas en todo el país.

Por supuesto, los trabajadores de Staten Island del almacén JFK8 de Amazon tienen ahora que negociar un contrato con su obstinada empresa (aunque el nuevo régimen de la Junta Nacional de Relaciones Laborales parece decidido a penalizar a las empresas que dan largas con la esperanza de que los trabajadores y trabajadoras se rindan). Hace casi 20 años, la plantilla de una tienda de Walmart en Quebec votó a favor de la sindicalización y al cabo de seis meses la empresa cerró la tienda. Pero Amazon, en virtud de sus compromisos de entrega en un día, simplemente no puede cerrar grandes almacenes que emplean a miles de personas en las principales ciudades donde viven muchos de sus clientes. Al contrario, la empresa necesita más infraestructura, no menos. La ubicuidad de Amazon le obliga a emplear una mano de obra que exige algo más por su trabajo.

Así que tal vez, sólo tal vez, la división económica y política entre la América urbana y la rural tiene hoy una nueva dimensión. Tal vez los millones de trabajadores y trabajadoras de servicios, del comercio minorista, de la cadena de suministro, de la hostelería y de la restauración de las ciudades se sientan no sólo lo suficientemente enfadadas, sino también lo suficientemente seguras como para hacer lo que están haciendo sus colegas de Starbucks y de Amazon, y organizarse en un sindicato. Por supuesto, esta sensación de seguridad podría desvanecerse si la Fed sube los tipos de interés lo suficiente como para detener el auge de la contratación en las ciudades. En las zonas fuera de las grandes ciudades de EE UU, donde los buenos empleos siguen siendo escasos, todavía es difícil imaginar que ocurra esto, pero en las ciudades, los trabajadores y trabajadoras de Starbucks y Amazon han mostrado el camino.

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Sin embargo, no puedo evitar pensar que esto podría presagiar el ascenso no sólo de un sector de la población activa, sino de una generación, cuya actitud política es al menos tan izquierdistas como las de cualquier otra generación en la historia de Estados Unidos. Los asalariados y asalariadas organizadores del último gran impulso sindical en el sector privado, los organizadores del CIO (Congreso de Organizaciones Industriales) que en los años 30 construyeron el único movimiento obrero verdaderamente poderoso que hemos visto en este país, eran también desproporcionadamente jóvenes. Los hermanos Reuther (socialistas) y Bob Travis (comunista), que ayudaron a dirigir la huelga de brazos caídos de la UAW, eran veinteañeros. Chris Smalls, el principal organizador del JFK8 en Staten Island, tiene treinta años; las y los camareros que dirigen las campañas de Starbucks son igual de jóvenes.

Cuanto antes desarrollen sus funciones de liderazgo trabajadores como éstos, ya sea dentro del movimiento sindical existente o en nuevos sindicatos que puedan surgir junto a los antiguos, mejor. Algunos sindicatos existentes -como el Sindicato Internacional de Empleados de Servicios (SEIU), que apoya a las y los camareros de Starbucks y ha liderado la lucha por un salario mínimo de 15 dólares durante la última década- pueden ser más receptivos a dicha transformación. Otros pueden ser más desconfiados. Estoy pensando en la UAW, que, incapaz de organizar las fábricas de automóviles no sindicalizadas del sur de Estados Unidos, recurrió a la organización de los campus universitarios, y ahora se encuentra con que casi una cuarta parte de sus miembros son estudiantes graduados.

Ahora bien, [el ejemplo de] Staten Island nos dice que algo ha cambiado. Si se toman en cuenta los agravios que han estado latentes durante mucho tiempo en una generación y las sensibilidades políticas de algunos de sus miembros, y se le añaden (por ahora)  los sectores favorables [a la sindicación] en el mercado de trabajo en las ciudades estadounidenses, y relación de fuerzas que ha regido los lugares de trabajo y las vidas de las y los estadounidenses durante los últimos 40 años se podría ver alterada. Por el bien del país, esperemos que así sea.

1/94/2022

Por Harold Meyerson

9 abril 2022

Fuente: Al’Encontre

Notas:

[1] ] Un informe del New York Times del 2 de abril ofrece una visión de la brutalidad con la que la dirección de Amazon han combatido a los activistas sindicales. Amazon ha creado un equipo de combate completo, que incluye guardias de seguridad militares y especialistas en vigilancia, para acabar con la campaña de sindicalización. El primer objetivo del ataque fue Christian Smalls, que fue despedido con un pretexto, justo cuando se estaba produciendo el primer movimiento de organización; fue por la cuestión de la salud en el momento del covid. Christian Smalls pudo apoyarse en un amigo, Derrick Palmer -que había conservado su trabajo-, y organizando una verdadera red de contactos, mediante vídeos en TikTok, multiplicaron los vínculos con los empleados, en un almacén que funciona 7 días a la semana, 24 horas al día; JFK8 tiene 8000 personas empleadas. Por ejemplo, organizaron lugares de encuentro antes de que la gente volviera a casa al amanecer, con carteles que decían “Hierba y comida gratis”, y los trabajadores inmigrantes llevaban sus especialidades culinarias. Christian Smalls explica: “Empezamos sin nada, con dos mesas, dos sillas y una carpa”. Recibieron una pequeña ayuda de los sindicatos. Por el contrario, según el New York Times, “Amazon gastó más de 4,3 millones de dólares sólo en consultores antisindicales en todo el país, según documentos federales [nde].

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El avance imperial de Amazon se encuentra con su primera muestra de resistencia: un sindicato de base


Il Manifesto Global

Sin Permiso

10/04/2022



“Enhorabuena a @amazonlabor en Staten Island por su histórica victoria organizativa. Se han enfrentado a una de las grandes empresas más poderosas de los Estados Unidos y han demostrado que los trabajadores están hartos de ser explotados mientras se disparan los beneficios de las empresas”, es lo que escribió Bernie Sanders en Twitter, en un mensaje que recalcaba la importancia histórica de las elecciones que tuvieron como resultado que los trabajadores optaran por crear el primer sindicato de Amazon por 2.654 votos a 2.131.

Este es el resultado que Jeff Bezos había intentado evitar gastándose 4,3 millones de dólares en consultores y en una implacable propaganda para impulsar el mensaje repetido de que en Amazon no necesitan que “los sindicatos se interpongan entre nosotros y nuestros trabajadores.” Esta noción ha sido rorundamente rechazada por los trabajadores de la empresa, que han roto las barreras que el megaminorista había tratado de imponer.

El “centro de cumplimiento” de Amazon en Staten Island se llama “JFK 8″ y consta, en realidad, de tres enormes almacenes (junto al almacén adyacente de IKEA). En este complejo logístico, situado en el extremo occidental del barrio menos cosmopolita y más obrero de Nueva York, trabajan 7.000 empleados para el segundo mayor empleador de los Estados Unidos.

Hasta aquí llegan todos los trabajadores desde los demás distritos de la ciudad para trabajar en turnos continuos de 1.200 a 1.500 trabajadores a la vez, las 24 horas del día. “En el transbordador que conecta la isla con Manhattan”, nos cuenta Angelika Maldonado, una trabajadora comprometida en la lucha por organizar un sindicato de trabajadores de Amazon, “se les reconoce por las insignias que llevan al cuello y las bolsas transparentes”, que sirven para agilizar los controles a los que se somete a todos los trabajadores que salen de las instalaciones.

La rapidez y la eficacia son la biblia del gigante de Seattle, que hoy emplea a 1,1 millones de trabajadores en los Estados Unidos y a otros 400.000, aproximadamente, en los almacenes de distribución que han brotado como setas en muchas ciudades del mundo. Para garantizar los plazos, cada vez más ambiciosos, de entrega casi instantánea a los clientes de Prime, la empresa es líder en sistemas robóticos para automatizar al máximo las operaciones de almacenamiento y distribución (en 2012, la compañía compró el fabricante de robots Kiva Systems y puso en funcionamiento 200.000 robots en sus centros). El plan estriba en eliminar la imperfección del elemento humano en la medida de lo posible a través de la robótica, el aprendizaje automático y la inteligencia artificial: máquinas como las empaquetadoras de “envoltorio de cartón” que pueden empaquetar entre 600 y 700 paquetes por hora con una eficiencia cinco veces superior a la de los humanos.

Por el momento, sin embargo, los trabajadores siguen siendo una parte necesaria de la maquinaria, aunque se les considere un eslabón débil.

El pasado mes de junio, un informe elaborado por el centro de organización estratégica financiado por una coalición de sindicatos descubrió una incidencia de lesiones entre los empleados de Amazon un 80% superior a la de los competidores, después de que se filtraran rumores de que los conductores se veían obligados a hacer sus necesidades en botellas de plástico para cumplir con los plazos de entrega.

“Soy un empaquetador de primer nivel”, nos dice Maldonado, trabajador del JFK 8, de 27 años de edad. “Los jefes de departamento siempre andan rondando alrededor nuestro -’venga, vamos a cumplir la cuota’- y luego desaparecen y tenemos que dejarnos la piel”. Angelika, que tiene un hijo de cuatro años y trabaja en Amazon desde hace dos, confirma que el incumplimiento de la cuota de eficiencia fijada da lugar a un aviso. Al tercer aviso, el trabajador es despedido automáticamente.

No hay forma de impugnar los despidos, precisamente porque la empresa está estrictamente en contra de la representación colectiva de sus trabajadores.

Con su enorme fuerza de trabajo, Amazon está a la vanguardia no sólo de la automatización, sino también de la precariedad sistémica.

Los centros de Amazon, modelos de eficiencia en el cumplimiento de los pedidos y de “las expectativas de los consumidores modernos”, constituyen también un símbolo del lumpenproletariado laboral que se encuentra detrás de gran parte de la cadena de suministro digital, imbuido del neoliberalismo militante que prevalece en Silicon Valley. Por consiguiente, la empresa se ha convertido en objetivo primordial de los organizadores sindicales, que han recibido un mayor impulso debido al periodo de pandemia y al reconocimiento de que son “trabajo esencial”, organizando luchas y conflictos laborales en muchas industrias y empresas.

En enero de 2001, 400 trabajadores de Google anunciaron la formación del Sindicato de Trabajadores Alphabet; unos meses después, se anunció la primera sindicalización de un local de Starbucks en Buffalo. Y el año pasado, el esfuerzo de sindicalización en el centro de Amazon en Bessemer (Alabama) (otro gigante de 6.000 trabajadores, el 70% de ellos afroamericanos) captó mucha atención.

En Staten Island, la movilización comenzó en 2020, cuando se registró una oleada de contagios de Covid en muchas instalaciones de Amazon. Ante la negativa de la dirección a habilitar medidas de seguridad, se organizó una huelga inicial, liderada por Chris Smalls, un trabajador del JFK8 que fue inmediatamente despedido. Smalls siguió intentando organizar a sus compañeros desde fuera, instalando un puesto para recoger firmas frente a la planta, lo que provocó gran irritación a la empresa, que llegó a detenerlo por poner el pie en el aparcamiento de la compañía.

Sin embargo, en el interior, el comité de trabajadores creció y logró reunir las firmas necesarias (un 30%) para forzar una votación final esta semana.

“No fue fácil conseguir esas firmas”, dice Cassio Mendoza, de 23 años, que forma parte del comité. “Hay una rotación loca, cada semana se van 150 trabajadores. Aquí hay de todo: jóvenes, viejos, ex profesores, ex convictos, blancos, en su mayor parte negros e hispanos. En cualquier caso, somos todos pobres”. Es una imagen que tienen en común casi todos los centros de Amazon, que se basan en amplias reservas de trabajadores “flexibles”.

En Alabama, Amazon consiguió derrotar los esfuerzos de sindicación emprendiendo una implacable contraofensiva basada en “sesiones informativas” obligatorias para disuadir a los trabajadores, en el envío de mensajes de texto a los empleados y una campaña general de intimidación, que incluía la puesta al día de los sistemas de videovigilancia para desalentar los debates entre los trabajadores.

La votación fue finalmente de dos tercios en contra de crear un sindicato, pero la NLRB, un organismo federal de vigilancia, consideró ilegales las tácticas de la empresa y ordenó una segunda votación, que se celebró la semana pasada. En esta ocasión, el recuento inicial arrojó 993 votos negativos y 875 positivos, pero con 400 papeletas impugnadas que habrá que verificar en las próximas semanas.

Tal como confirma Mendoza, en el JFK8 la campaña antisindical fue igual de despiadada. “Nos obligaron a asistir a esas sesiones antisindicales, colocaron enormes vallas publicitarias por todas partes para convencernos de que el sindicato sólo quiere nuestro dinero; nos machacaron con eso”. “Hicieron todo lo posible por sembrar miedo y confusión entre los trabajadores”, añade Maldonado, “hasta nos recortaron las horas extras a los organizadores”.

La empresa lo intentó todo, pero no fue suficiente para impedir la victoria de los trabajadores, que, con su sindicato, han conseguido abrir por primera vez brecha en la fortaleza de eficiencia de Amazon.

 

periodista italiano radicado en Los Ángeles, autor de “Autunno americano” (2020), escribe sobre los Estados Unidos en el diario il manifesto.

Fuente:

il manifesto global, 5 de abril de 2022