Semiología de la violencia

La violencia es antipotencia. La violencia destruye el cuerpo, lo enferma, lo contamina y lo intoxica. Ocurre como cuando la violencia depreda los territorios, contamina las cuencas, los suelos, los aires, es decir, cuando destruye el planeta. La violencia constituye sujetos restringidos, inhibidos, obedientes, domesticados y disciplinados. De esta manera los reincorpora a los ciclos perversos del círculo vicioso del poder, reprodiciéndo sus estructuras, sus diagramas de poder, sus cartografías politicas.



Semiología de la violencia

 Raúl Prada Alcoreza

  

Hacer una semiología de la violencia puede resultar una tarea compleja, desde ya hay que diferenciar lenguaje y referente de lenguaje, es decir, de aquello que apunta o señala como realidad; sin embargo, no hay que olvidar que la realidad también abarca al lenguaje. En sentido más estricto, tendríamos que decir que se trata del referente de los hechos, de los sucesos, de los eventos, del acontecimiento; de aquello que se incorpora a la experiencia y, obviamente, es interpretado desde el lenguaje. Hablábamos de la complejidad, sinónimo de realidad. Violencia es un concepto, hay que distinguir el concepto, lo que el concepto de violencia interpreta del referente fáctico, del referente mismo al que alude el concepto; aquello que nombra como violencia, hechos de la violencia, en sentido fáctico, que no están todavía investidos por el lenguaje, interpretados por el concepto. Algo así como la violencia descarnada que no tiene nombre. Entonces tendríamos que hablar del padecimiento de los hechos singulares, de los eventos, de los sucesos, relativos al acontecimiento. En cambio, la violencia como concepto se refiere a la experiencia del padecimiento.

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En otros escritos, en otros ensayos, en otras exposiciones, decíamos que la violencia ocurre cuando se afecta al sujeto, cuando determinadas fuerzas activas afectan al sujeto. El sujeto interpreta esa afectación como violencia. En este sentido, no se puede separar el padecimiento de la experiencia de esa afectación de fuerzas sobre el sujeto del concepto de violencia. Sin embargo, tenemos que distinguir el concepto de violencia de la facticidad correspondiente a los hechos de la violencia, puesto que hay como la inclinación y la tendencia, que se ha vuelto sentido común, de reflexionar más sobre el concepto de la violencia sin necesariamente tener en cuenta que se trata del concepto, del uso del concepto y sus consecuencias interpretativas. Ocurre como si fuese una ventana cristalina, que nos lleva directamente a los hechos, los sucesos, los eventos y acontecimientos de la violencia. En otras palabras, se discute sobre la violencia en los campos de lenguaje, en los campos de la teoría y, peor aún, en los campos de la ideología, sin tener necesariamente en cuenta lo que podemos llamar la estructura del referente singular de la violencia. Se trata, por lo tanto, de comprender las dinámicas propias de aquéllo que llamamos violencia, usando de la mejor manera el lenguaje y lo aprendido sobre lo que se conoce de la violencia desatada. Pero, esto generalmente no ocurre, puesto que nos perdemos en el lenguaje de la violencia, en las representaciones de la violencia, incluso, en el mejor de los casos, en la denuncia de la violencia, convirtiéndola en objeto de la denuncia, también en objeto de los discursos sobre el tema. Esto nos aleja comprender las dinámicas propias de la violencia, en cuanto a sus manifestaciones fácticas, las estructuras singulares de las violencias, para entenderlas y conocerlas a cabalidad.

Recapitulando, hacemos hincapié en la experiencia, en el padecimiento y el goce, que es el referente de las representaciones, que buscan interpretar la experiencia del padecimiento y el goce. Podemos decir que lo que llamamos violencia se remite a la experiencia dolorosa de sufrimiento, al padecimiento, que afecta negativamente al sujeto. Al respecto, adelantándonos un poco, podemos decir que la antinomia de la violencia tiene que ver con la libertad, también con la liberación, así como hemos dicho, en otros escritos y otros ensayos, con la activación de la potencia social. Moviéndonos en los planos de intensidad del lenguaje, donde tenemos el campo de las representaciones, podemos conjeturar que la violencia tiene que ver con desencadenamiento de la afectación al cuerpo, por parte de fuerzas intervinientes, tiene que ver con forzar, con imponer, con afectar destructivamente; en cambio, que liberar, activar la potencia, tiene que ver con no forzar, con no imponer, con no destruir; tiene que ver, mas bien, con potenciar.

 

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Al respecto, antes dijimos que el poder inhibe. Nos referimos obviamente al poder en el sentido de la dominación. Remitiéndonos a la relación de fuerzas fuerzas, entre fuerzas que afectan y fuerzas afectadas, entre fuerzas activas y fuerzas pasivas. Dijimos también que el poder restringe la capacidad, inhibe la potencia, limitando lo que puede el cuerpo, hasta tal punto que lo puede anular. En este sentido, hacemos hincapié en el factor destructivo del poder, con respecto al cuerpo,  inhibiendo la potencia del cuerpo, reduciendo las capacidades del cuerpo,  obstaculizando la espontaneidad del cuerpo, incluso podemos decir ofuscando la inteligencia del cuerpo. Las estructuras de poder aprisionan el cuerpo y lo postran a una situación depresiva,  recurrentemente enferma, incidiendo negativamente en los comportamientos y conductas, haciendolas repetitivas y mecánicas, sin mayor innovación. En contraste, la liberación, la libertad, la activación de la potencia, dan lugar a la apertura de la capacidad, a la apertura de la potencia, a la innovación, a la invención, a la creatividad.

¿Cuál es la relación entre representación y referente de la representación, entre dinámicas de la representación y dinámicas del referente de la representación, si se quiere, entre dinámicas de la representación y dinámicas de la facticidad? Esta pregunta es distinta a preguntarse sobre la realidad, sobre qué es la realidad, que, mas bien, es una pregunta ontológica, relativa al ser, incluso podemos decir relativa la potencia. Empero, la realidad implica tanto representación como facticidad, no se puede separar de la realidad a la representación, aunque podamos distinguir el mundo de la representaciones respecto del mundo efectivo. La realidad comprende ambos mundos,  ambas dinámicas, que hacen al ser, al ente y a la potencia; la realidad tienen que ver con las dinámicas de ambos , el de las representaciones y el mundo fáctico. Entonces, la pregunta se hace no solamente pertinente sino altamente sugerente, pues las dinámicas de la representación intervienen en las dinámicas de la realidad, aunque tenga que ver con el campo de la representaciones y no con el campo de la facticidad, propiamente dicho. El problema radica en la confusión o, mas bien, en la circunscripción, de ambos mundos a uno solo; esto acaece cuando se supone la autonomización del campo de la representaciones, como si no dependieran de lo que ocurre en los otros campos, en los otros planos de intensidad, es decir, en los espesores de intensidad de la realidad. No hay representación posible sin el soporte, sin el sustrato, de la facticidad, incluso si apreciamos que, además de prácticas en el sentido de la facticidad, hay prácticas discursivas, tal como las había definido Michel Foucault en las Palabras y las cosas y en Arqueología del saber. ¿Por qué es importante esta distinción entre representación y facticidad, esta disquisición sobre representación y facticidad? Porque es importante salir de la ideología, que confunde la idea con la realidad, aunque la idea pertenezca a las dinámicas de la realidad. En consecuencia, se termina reflexionando sobre la realidad solo a partir del campo de las ideaciones. Esto implica una suspensión en el campo fantasmagórico de las ideas, entendidas en sentido de su independencia supuesta y de su autonomía supuesta, cuando esto no puede ocurrir de ninguna manera, puesto que las ideas emergen de las dinámicas de la complejidad, que es sinónimo de realidad.

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Volviendo al tema de la violencia, tanto como concepto así como referente, que en tanto tal va a ser siempre singular y no de carácter universal, como irradia el concepto. Ciertamente hay que hacer una genealogía de la violencia, que tiene que ver también con la genealogía del poder y la genealogía de las dominaciones. Hay que tener en cuenta, en este caso, que estamos hablando de prácticas, prácticas vinculadas al desencadenamiento de la violencia, prácticas vinculadas al poder, a las dominaciones efectuadas. En ese sentido, se hace más hincapié en los desplazamientos y desenvolvimientos de las dinámicas dadas en los terrenos de la facticidad; desde esta perspectiva se exigen adecuaciones conceptuales respecto a lo que ocurre en la realidad efectiva. Al respecto, vemos no solamente una proliferación de las violencias en sus manifestaciones singulares, en su expansión, en sus variadas figuras, sino también asistimos a desplazamientos y a transformaciones de las técnicas usadas en las prácticas de poder y dominación, que tienen efectos de violencia. En este sentido, ante la expansión de las violencias singulares, su intensificación zonal y regional, así como también en lo que respecta a la localización geográfica y de estratificación social, se exige una deconstrucción de las teorías de la violencia, de las reflexiones sobre la violencia, puesto que se nota ya un rezago de las teorías respecto a lo que ocurre.

Hipótesis sobre la violencia

La violencia no es abstracta sino concreta, adquiere su desmesura en su manifestación singular. Por ejemplo, en el repetido feminicidio, así como en expansivo ecocidio. Solo tomando estos aspectos y perfiles concretos de la violencia podemos encontrar su descripción en los reportajes e información específica de estas formas de violencia. En otro contexto podemos evidenciar la violencia destructiva de las guerras, que reaparecen en distintos lugares y regiones con toda la elocuencia de los cuadros de la destrucción y el crimen localizado. Las formas de la violencia política reaparecen, en sus peculiaridades singulares, en las prácticas políticas de gobierno. Ni que decir con respecto a la violencia tortuosa de las cárceles, de su instucionalizada tortura, de su encubrimiento e increíble aceptación social. Siguiendo estos panoramas de las violencias singulares tenemos a las violencias impuestas y prácticadas por los Cárteles en los territorios controlados por las mafias. Podemos citar, en este listado inacabable, a las violencias correspondientes a la economía política del chantaje. En fin, la lista es interminable. Lo que parece mostrar que asistimos a un mundo hecho por las proliferantes violencias singulares.

Informa sobre este anuncioEsto parece corroborar lo que dice Roberto Bolaños, a través de uno de sus personajes, en la novela 2666, cuando expresa que el secreto del mundo está en los feminicidios que se dan en el norte de México. ¿Cuál es este secreto, en qué consiste? Diremos que la violencia pone en evidencia las crisis estructurales de la sociedad. Las violencias singulares muestran patentemente la crisis inherente a la sociedad, crisis que termina exteriorizandose en su despliegue destructivo. La realización de la violencia es una muestra patente de los síntomas de que algo va mal, no funciona bien en la sociedad. Lo que sorprende es el comportamiento social,sobre todo, de las instituciones que, en vez de atender el síntoma y buscar resolver el problema,mas bien, lo mantienen normalizando por así decirlo la violencia, como si esta formara parte, de manera natural, del funcionamiento social, dicho de otra manera, de el ámbito de las relaciones sociales. Nada más equivocado. Ocurre como si a pesar de los síntomas de la enfermedad se lo aceptara como si formará parte del equilibrio corporal, cuando es todo lo contrario, manifiesta el desequilibrio. Desde esta perspectiva podemos decir que el mal inherente a la sociedad es asumido institucionalmente, perseverado institucionalmente y estatalmente,  peor aún, se aceptan sus consecuencias, que tienen que ver con el desenvolvimiento demoledor y persistente de las violencias recurrentes en el depliegue perverso de círculos viciosos del poder. Entonces, podemos inferir que la sociedad misma no funciona bien, no interpreta bien; la sociedad institucionalizada se niega a mirar lo que ve, se niega a aceptar lo que observa y, al hacerlo, evidencia no solamente su ceguera y su tozudez sino también su enajenación. Este mal persistente e institucionalizado y la enajenación social estructurada, en una sociedad que acepta sus malos funcionamientos, se complementan, se fortalecen mutuamente, trayendo a colación mayores consecuencias negativas y destructivas. La sociedad se coloca en una situación de aceptado y encantado embarrancamiento, cayendo al abismo del que no va a poder salir.

Al respecto, sin entrar a las descripciones específicas de las violencias singulares, sino tomándolas en cuenta, remitiéndonos a otros escritos donde las consideramos como referente de nuestras interpretaciones, podemos sugerir algunas hipótesis interpretativas.

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Hipótesis

La violencia es antipotencia. La violencia destruye el cuerpo, lo enferma, lo contamina y lo intoxica. Ocurre como cuando la violencia depreda los territorios, contamina las cuencas, los suelos, los aires, es decir, cuando destruye el planeta. La violencia constituye sujetos restringidos, inhibidos, obedientes, domesticados y disciplinados. De esta manera los reincorpora a los ciclos perversos del círculo vicioso del poder, reprodiciéndo sus estructuras, sus diagramas de poder, sus cartografías politicas.

La violencia incapacita al cuerpo, anula la capacidad creativa, reduciendo las facultades a la distorsionada obediencia, a la mecánica disciplina y a la credibilidad ingenua. Genera el deseo enfermo del amo, del patriarca, de la dominación. En todo caso elige ser esclavo, incluso cuando quiere sustituir al amo, pues el amo tiene consciencia esclava, cosificada, enajenada.

La violencia muestra los síntomas de la profunda crisis en la sociedad, en su mapa institucional, en su funcionamiento y en su maquinaria oxidada. El dolor masivo que causa es correspondiente al dolor del cuerpo, que llama la atención, que evidencia un mal, una enfermedad que hay que atender. Sin embargo, en el caso de la violencia las instituciones, el Estado, el gobierno, no atienden las dolencias sociales, el dolor causado, sino que se inventan hipótesis auxiliares insostenibles para justificar la violencia. Ingresando, de esta manera, en círculos viciosos de la enfermedad social, reproduciendo, intensificando, expandiendo, la crisis estructural.