Hoy vivimos presos en una caverna digital. Planteos del filósofo coreano en su último libro, “Infocracia”

El autor de La sociedad del cansancio expone en su nuevo trabajo el modo en que el “régimen de la información” ha sustituido al “régimen disciplinario”. Han señala que la gran hazaña de la infocracia es haber inducido en sus consumidores/productores una falsa percepción de libertad. Y concluye: “El intento de combatir la infodemia con la verdad está condenado al fracaso. Es resistente a la verdad”.



Byung-Chul Han: “Hoy vivimos presos en una caverna digital”

 

Planteos del filósofo coreano en su último libro, “Infocracia”

El autor de La sociedad del cansancio expone en su nuevo trabajo el modo en que el “régimen de la información” ha sustituido al “régimen disciplinario”. Han señala que la gran hazaña de la infocracia es haber inducido en sus consumidores/productores una falsa percepción de libertad. Y concluye: “El intento de combatir la infodemia con la verdad está condenado al fracaso. Es resistente a la verdad”.

 

Byung-Chul Han es un portador sano del cuadro social y comunicacional que expone su obra: sus libros son breves, de consumo rápido, transparentes. Cada uno de ellos propone apenas un puñado de conceptos, fácilmente reductibles a una frase-slogan que fluye a través de las redes sociales y sirve de “comodín” para reforzar opiniones de diversa índole. Su gran aporte al pensamiento de las últimas décadas seguramente haya sido su análisis del individuo autoexplotado, nuevo sujeto histórico del capitalismo. Pero más allá de esta idea-fuerza, el principal mérito del filósofo coreano es haber captado la “atmósfera” de esta época para después traducirla a textos en los que un ciudadano común con cierta sensibilidad -política, cultural, gremial- se siente reflejado. 

En su último libro, Infocracia, recientemente publicado por el sello Taurus, Han indaga en el modo en que el “régimen de la información” ha sustituido al “régimen disciplinario”. De la explotación de cuerpos y energías tan bien analizada en su momento por Michel Foucault se ha pasado a la explotación de los datos. Hoy la señal de detentación de poder no está vinculada con la posesión de los medios de producción sino con el acceso a la información, que se utiliza para la vigilancia psicopolítica y el pronóstico del comportamiento individual.

En su exposición genealógica, Han describe la declinación de aquel modelo de sociedad diseccionado por el autor de Vigilar y castigar, y encuentra puentes con otros autores del siglo XX como Hannah Arendt, de quien rescata ciertos enfoques sobre el totalitarismo. Han dice que hoy estamos sometidos a un totalitarismo de nuevo cuño. El vector no es el relato ideológico sino la operación algorítmica que lo sostiene. 

El filósofo rodea los temas que ya había expuesto en otros trabajos (la compulsión hacia el “rendimiento” que describió en La sociedad del cansancio; la aparición de un habitante voluntario del panóptico digital, plasmado en La sociedad de la transparencia; el acomodamiento al imperativo del “like” como analgésico del presente tratado en La sociedad paliativa ) y pone el foco en el cambio estructural de la esfera pública, atravesada por la indignación digital, que debilita lo que alguna vez entendimos como democracia. 

Han sostiene que en esta sociedad marcada por el dataísmo, lo que se produce es una “crisis de la verdad”. Escribe: “este nuevo nihilismo no supone que la mentira se haga pasar por verdad o que la verdad sea difamada como mentira. Más bien socava la distinción entre verdad y mentira”. Donald Trump, un político que funciona como si fuera él mismo un algoritmo y solo se guía por las reacciones del público expresadas en las redes sociales, no es, en ese sentido, el clásico mentiroso que tergiversa deliberadamente las cosas. “Más bien es indiferente a la verdad de los hechos”, señala el filósofo. Esta indiferenciación, sigue Han, supone un riesgo mayor para la verdad que el instaurado por el mentiroso.

El pensador coreano diferencia los tiempos actuales de aquellos no tan lejanos en que dominaba la televisión. Define a la TV como un “reino de apariencias”, pero no como “fábrica de fake news”. Señala que la telecracia ”degradaba las campañas electorales hasta convertirlas en guerras de escenificaciones mediáticas. El discurso era sustituido por un show para el público”. En la infocracia, por el contrario, las disputas políticas no degeneran en un espectáculo sino en una “guerra de información”.

Porque también las noticias falsas son, ante todo, información. Y se sabe que “la información corre más que la verdad”. Por eso, concluye con el pesimismo que le es característico: “El intento de combatir la infodemia con la verdad está, pues, condenado al fracaso. Es resistente a la verdad”.

Define la situación actual con una frase-slogan de esas que tanto le gustan al autor de No-cosas: “La verdad se desintegra en polvo informativo arrastrado por el viento digital”. 

Pero, ¿cómo es esta víctima arrastrada por el viento digital? ¿Cómo se comporta? “El sujeto del régimen de la información no es dócil ni obediente. Más bien se cree libre, auténtico y creativo. Se produce y se realiza a sí mismo”. Este sujeto –que en el actual sistema también se realiza como objeto- es simultáneamente víctima y victimario. En ambos casos el arma utilizada es el smart phone. 

A través de esta herramienta los medios digitales han puesto fin a la era del hombre-masa. “El habitante del mundo digitalizado ya no es ese ‘nadie’. Más bien es alguien con un perfil, mientras que en la era de las masas solo los delincuentes tenían un perfil. El régimen de la información se apodera de los individuos mediante la elaboración de perfiles de comportamiento”.

La gran hazaña de la infocracia es haber inducido en sus consumidores/productores una falsa percepción de libertad. La paradoja es que “las personas están atrapadas en la información. Ellas mismas se colocan los grilletes al comunicar y producir información. La prisión digital es transparente”. Es precisamente esa sensación de libertad la que asegura la dominación. Actualiza, por último, el mito platónico: “Hoy vivimos presos en una caverna digital aunque creamos que estamos en libertad”.

Una revolución en los comportamientos que excluye toda posibilidad de revolución política. Dice Han: “En la prisión digital como zona de bienestar inteligente no hay resistencia al régimen imperante. El like excluye toda revolución”.

En tiempos de microtargeting electoral se produce, de todos modos, un fenómeno paradojal: la tribalización de la red. Intereses segmentados que se expresan a través de discursos previamente diseñados y que van erosionando lo que Jürgen Habermas había definido teóricamente como “acción comunicativa”. ”La comunicación digital como comunicación sin comunidad destruye la política basada en escuchar”, escribe Han, quien destaca que en el viejo proceso discursivo los argumentos podían “mejorarse”, en tanto ahora, guiados por operaciones algorítmicas, apenas se “optimizan” en función del resultado que se busca. 

Es la derecha la que más capitaliza este fenómeno de tribalización de la red, asegura el filósofo, porque en esa franja es mayor la demanda de “identidad del mundo vital”. En una sociedad desintegrada en “irreconciliables identidades sin alteridad”, la representación, que por definición genera una distancia, se ve sustituida por la participación directa. “La democracia digital en tiempo real es una democracia presencial”, que pasa por alto su ámbito natural de representación: el espacio público. Así se llega a una “dictadura tribalista de opinión e identidad”. 

El sujeto autoexplotado de la sociedad del cansancio, el habitante voluntario de la sociedad transparente, el individuo que se entrega a la sociedad paliativa, también se somete, concluye Han, a la fórmula del régimen de la información: “nos comunicamos hasta morir”.