Del postrabajo al subempleo: desmontando el discurso de la automatización

Como realidad histórica, el trabajo se ha ido transformando de la mano de la tecnología. Centrándonos en la digitalización, algunos de esos cambios incluyen el declive de la industria pesada, la automatización de la producción, la aparición del sector de los servicios, el privilegio de habilidades como la inteligencia y la comunicación por encima de la fuerza física, y modelos de trabajo a tiempo parcial y discontinuo que exigen mayor flexibilidad y adaptabilidad.



Del postrabajo al subempleo: desmontando el discurso de la automatización

 
Filósofo especializado en género y tecnología.

La sociedad del trabajo

El trabajo es un aspecto central de nuestras sociedades a pesar de que su análisis ha ocupado un lugar marginal en gran parte de la teoría política moderna. Desde Marx, entendemos como tal la actividad mediante la cual el ser humano transforma su entorno para satisfacer sus necesidades. Dicha actividad tan solo resulta alienante cuando se produce un distanciamiento entre el trabajador y el producto de su trabajo. En este sentido, cabría distinguirlo del empleo, con el que designamos todo ese tiempo y esfuerzo que vendemos a cambio de un salario. Este último desempeña varias funciones. En primer lugar, se trata de una práctica económica fundamental en el modo de producción capitalista, que se basa en la explotación de la fuerza de trabajo humana y en la extracción de plusvalor (es decir, una apropiación privada del beneficio que entra en conflicto con el carácter social de la producción, dando lugar a la contradicción capital-trabajo). El salario supone el principal mecanismo de distribución de los ingresos y por tanto resulta imprescindible para acceder a las necesidades básicas como la alimentación o la vivienda. Pero el empleo también es una convención social en la medida que confiere estatus y se presenta como una fuente de realización personal que define en gran medida nuestra identidad; de ahí que Kathi Weeks hable de su función subjetivadora. En esta línea, también funciona como un aparato disciplinario mediante el cual las personas se integran en las estructuras sociales, políticas y familiares al constituir el principal requisito para alcanzar la condición de ciudadano. Por lo tanto, juega un papel esencial en la producción de sujetos gobernables; y también en la consolidación de los roles de género tradicionales al perpetuar la división entre producción y reproducción o entre trabajo remunerado y trabajo no remunerado.

Crisis del trabajo, ¿fin del trabajo?

Como realidad histórica, el trabajo se ha ido transformando de la mano de la tecnología. Centrándonos en la digitalización, algunos de esos cambios incluyen el declive de la industria pesada, la automatización de la producción, la aparición del sector de los servicios, el privilegio de habilidades como la inteligencia y la comunicación por encima de la fuerza física, y modelos de trabajo a tiempo parcial y discontinuo que exigen mayor flexibilidad y adaptabilidad. Durante los años noventa, era habitual describir estos cambios como una feminización del trabajo; algo que ha sido ampliamente criticado en la medida que parece naturalizar ciertas cualidades femeninas que en realidad son solo el resultado de configuraciones sociales e históricas determinadas. Además, ese discurso refuerza los roles de género en un momento que se caracteriza precisamente por su desmoronamiento, por lo que autoras como Helen Hester ponen pensarlo en términos de una desgenerización del empleo.

El trabajo se ha ido transformando de la mano de la tecnología. Algunos de esos cambios incluyen el declive de la industria pesada, la automatización de la producción y la proliferación de empleos a tiempo parcial y discontinuo.

Estas transformaciones son a menudo enmarcadas como una crisis del trabajo marcada por empleos precarios y temporales, el aumento de la desigualdad en los ingresos, altos niveles de desempleo y subempleo que hacen aumentar la población excedente (o el “ejército industrial de reserva”), así como la erosión del poder sindical y del movimiento obrero. Las consecuencias de esta crisis serían tan profundas que algunos han anunciado incluso el fin del trabajo. Según este relato, la automatización va a hacer que sea necesaria menos mano de obra para producir el mismo resultado, reemplazando a los trabajadores por máquinas. En realidad, se trata de una tendencia que apareció en el siglo XIX, cuando la creciente división y tecnificación del trabajo lo hizo más repetitivo, carente de especialización y gobernado por la maquinaria. A principios del siglo XX se comenzaron a introducir tecnologías que eliminaban muchas tareas manuales y rutinarias en áreas como la agricultura o la industria. Y, actualmente, asistimos a una nueva ola de automatización basada en las mejoras algorítmicas propiciadas por e machine learning y el deep learning, los avances en robótica y el aumento de la potencia computacional. A diferencia de las otras, abarca todas las áreas de la economía y afecta tanto al trabajo rutinario como al no rutinario: recolección de datos, nuevos tipos de producción, servicios, toma de decisiones, distribución… Por tanto, a diferencia de lo que ocurrió en otros momentos históricos, esos trabajadores no serán reabsorbidos por otros sectores, generando una situación de desempleo masivo.

Asistimos a una nueva ola de automatización basada en las mejoras algorítmicas propiciadas por el machine learning y el deep learning, los avances en robótica y el aumento de la potencia computacional.

Políticas postrabajo

Un escenario como este podría ser celebrado por corrientes como el autonomismo italiano y otras que se enmarcan en una larga tradición teórica y práctica de rechazo del trabajo, o lo que hoy se conoce como políticas postrabajo. Uno de sus antecesores sería Paul Lafargue y su defensa de lo que llamó El derecho a la pereza. En un célebre folleto de 1883, constataba que “una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista: esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de sus hijos”. Y concluye:

Si la clase obrera, tras arrancar de su corazón el vicio que la domina y que envilece su naturaleza, se levantara con toda su fuerza, no para reclamar los Derechos del hombre (que no son más que los derechos de la explotación capitalista), no para reclamar el Derecho al trabajo (que no es más que el derecho a la miseria), sino para forjar una ley de bronce que prohibiera a todos los hombres trabajar más de tres horas por día, la Tierra, la vieja Tierra, estremecida de alegría, sentiría brincar en ella un nuevo universo…

Lafargue era el yerno de Marx, a quien se suele atribuir cierto fervor productivista heredado de Hegel y su concepción del trabajo como esencia del ser humano. Como se comentaba al principio, Marx consideraba que los humanos se distinguen del resto de animales por su capacidad de trascender los límites impuestos por la naturaleza y crear un mundo de objetos artificiales mediante un proceso consciente de autoexpresión, que se ve constreñido por la forma de trabajo industrial que lo convierte en una actividad alienante. En algunos textos, como su famoso Fragmento sobre las máquinas, celebra el desarrollo de las tecnologías productivas que permiten una reducción del trabajo humano, afirmando que “su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste”.

En cualquier caso, hay una lectura de Marx que extrae como conclusión directa el rechazo del trabajo: la de los autonomistas como Antonio Negri y Franco ‘Bifo’ Berardi, que ya no hablan de alienación sino de extrañamiento respecto del modo de producción. Como recuerda este último en su libro Almas al trabajo: “En el ámbito del obrerismo italiano de los años sesenta y setenta, la clase obrera ya no es concebida como objeto pasivo de alienación, sino como sujeto activo de un rechazo que construye comunidad a partir de su extrañamiento de los intereses de la sociedad del capital.” Esta crítica ya no se dirige únicamente a la extracción de plusvalía o a la alienación producida por las tareas mecánicas y repetitivas de la fábrica, sino que se extiende a todos los ámbitos en que el empleo ha colonizado la vida, y por tanto su lucha ya no se centra en mejorar las condiciones laborales sino en acabar con la superstición del trabajo asalariado. De ahí que una de sus consignas fuese Lavoro zero e reddito intero: tutta la produzione all’automazione [“Trabajo cero y salario entero: toda la producción a la automatización”].

El aceleracionismo y sus críticos

Más recientemente, encontramos proyectos como el aceleracionismo de izquierdas, que propone tomar ciertas tendencias existentes e impulsarlas más allá de los parámetros aceptables para las relaciones sociales capitalistas. En este sentido, como sugieren Nick Srnicek y Alex Williams en Inventar el futuro (donde desarrollan las tesis del manifiesto publicado en 2012), “las tendencias hacia la automatización y la sustitución de la fuerza de trabajo humano deberían acelerarse con entusiasmo y señalarse como un proyecto político de la izquierda”. Esta constituye una de sus principales demandas junto a la reducción de la jornada laboral sin reducción de salario, que conduciría a liberar una cantidad importante de tiempo libre sin reducir la producción económica ni incrementar el desempleo; así como la instauración de una renta básica que “debe proporcionar una cantidad de ingreso suficiente para vivir, debe ser universal, se le debe proporcionar a todos sin condición alguna, y debe ser un suplemento del Estado del bienestar, antes que un sustituto”. Estas serían las condiciones para transitar hacia un horizonte postrabajo en el que la gente ya no está atada a su empleo, que no depende del salario para sobrevivir y que, por tanto, es libre de crear su propia vida. Si bien estas ideas han sido estimulantes por su intento de contrarrestar el clima derrotista de cierta izquierda folk, no están exentas de límites. Autores como Nick Dyer-Witheford consideran que, en vez de conducir a un comunismo de lujo totalmente automatizado (en la formulación de Aaron Bastani), lo más probable es que la automatización abra el camino a un capitalismo sin humanos, en la medida que representamos un obstáculo biológico para la acumulación. De ahí que, como sugiere en Inhuman Power, no debamos intensificar la automatización sino “acabar con la dinámica estructural del capital que hasta ahora ha fomentado su desarrollo, es decir, con el imperativo del capital de reducir los costes de la fuerza de trabajo como factor de producción y de acelerar la circulación de otras mercancías”. Además, señala que medidas como la renta básica universal no alteran sino que más bien refuerzan la propiedad de los medios de producción.

Otras críticas vienen del decrecimiento: frente a la aspiración aceleracionista de construir una economía posescasez, deberíamos tomar conciencia de los límites materiales del planeta y reducir los niveles de producción y de consumo. Esos mismos límites materiales también pondrán freno al desarrollo tecnológico (no solo vinculado a la automatización sino también a otros ámbitos como la transición energética), que requiere de un número elevadísimo de elementos que son escasos en la naturaleza. También se ha criticado que estos discursos aspiran a construir una utopía para el Norte Global sin tener en cuenta la forma en que podrían perpetuar lógicas coloniales y extractivistas, suponiendo una distopía para el Sur Global; así como su imaginario masculinista, excesivamente centrado en espacios como la fábrica o la oficina en detrimento del hogar y todas las tareas vinculadas a la reproducción social o los cuidados que recaen sobre las mujeres.

La crítica más contundente y sistemática puede encontrarse en un libro recientemente publicado en castellano, La automatización y el futuro del trabajo, donde Aaron Benanav identifica y responde a algunas de las suposiciones en las que se basa su discurso. En primer lugar, señala que la causa principal de la disminución en la demanda de mano de obra no es la innovación tecnológica sino el estancamiento económico, que ha dado lugar a bajas tasas de inversión y de creación de empleo. Además, esta disminución no está conduciendo a un escenario de desempleo masivo sino de subempleo persistente (trabajos precarios, temporales y mal remunerados), por lo que cabría hablar de una informalización del trabajo.

La causa principal de la disminución en la demanda de mano de obra no es la automatización sino el estancamiento económico, que apunta a un escenario de subempleo persistente o una informalización del trabajo.

El trabajo detrás de la automatización

Esto puede observarse claramente en el trabajo que hay detrás de la automatización, y que a menudo se invisibiliza para mantener la apariencia de proeza técnica y ocultar las condiciones en las que se desempeñan tales tareas. Por ello Phil Jones habla de fauxtomation [“falsautomatización”] en su libro Work without the worker: “La automatización no elimina del todo un puesto de trabajo, sino algunas de las tareas que lo componen; en este sentido, la inteligencia artificial no tiende a crear sistemas totalmente automatizados, sino más bien sistemas que automatizan parcialmente los trabajos y externalizan ciertas tareas a la multitud”. Un ejemplo de esto puede encontrarse en Amazon Mechanical Turk, una plataforma de crowdsourcing que ofrece microtrabajos simples y de bajo precio unitario (como el etiquetado de imágenes, la realización de encuestas o la transcripción de audios) que requieren un cierto nivel de inteligencia humana que una máquina no puede hacer; o, en palabras de Jeff Bezos, “inteligencia artificial artificial”. Lo alarmante es que muchos de estos trabajadores invisibles provienen de áreas rurales pobres, prisiones o campos de refugiados, y la cantidad que reciben por estas tareas oscila entre los cinco y los quince céntimos; aunque no debería sorprender a nadie teniendo en cuenta la reciente polémica en la que se ha visto envuelta la empresa tras admitir que sus conductores se veían obligados a orinar en botellas para cumplir con sus tiempos de reparto.

La inteligencia artificial no tiende a crear sistemas totalmente automatizados, sino más bien sistemas que automatizan parcialmente los trabajos y externalizan ciertas tareas a la multitud

La automatización detrás del trabajo

La cuestión es que esa vulneración constante de los derechos laborales se extiende cada vez más a causa de la automatización. En la llamada gig economy o economía de plataformas, representada por empresas como Uber o Deliveroo, se da por medio de la gestión algorítmica: el uso de algoritmos y técnicas de IA para gestionar equipos de empleados, ya sea asignando tareas a través de la app, estableciendo las tarifas o evaluando el rendimiento. Esto se traduce en un aumento de la vigilancia, el control y la medición de los tiempos de trabajo que puede comportar sanciones o la ”desconexión” de la plataforma, además de la evidente falta de transparencia u opacidad algorítmica.

Estas técnicas son a menudo presentadas como nuevas formas de explotación, pero el control del tiempo y la medición de los ritmos con el objetivo de mejorar la productividad son una constante en todos los modelos de organización del trabajo como el fordismo o el taylorismo. Como recuerda Kate Crawford en su libro Atlas of AI, “la inteligencia artificial y la vigilancia algorítmica son simplemente las últimas tecnologías en el largo desarrollo histórico de las fábricas, los relojes y las arquitecturas de vigilancia”. Por tanto, debemos evitar enmarcar estas tendencias como una novedad de reciente aparición y reconsiderar estrategias de organización y de lucha históricas como el cooperativismo y el sindicalismo, que siguen siendo necesarias para la resistencia de las trabajadoras a la explotación.

Debemos evitar enmarcar estas tendencias como una novedad y reconsiderar estrategias de organización y de lucha históricas como el cooperativismo y el sindicalismo.

Una versión preliminar de este texto fue debatida en la octava sesión del Vector de Conceptualización Sociotécnica sobre Trabajo Mutante, que incluyó una exposición a cargo de Toni Navarro y una conversación entre Marta Echaves y Nuria Soto, disponible aquí.