Zapatistas en Europa
Una poesía surrealista para la esperanza
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Durante 47 días un grupo de zapatistas cruzó el Atlántico en barco en un viaje opuesto al que hizo Cristóbal Colón cinco siglos atrás. El fotógrafo Mauricio Centurión los esperó en Portugal y los acompañó en una parte de una gira que incluyó 30 países y encuentros con más de 1500 colectivos en lucha. ¿Cómo retratar a un colectivo? ¿Cómo lograr una imagen que cuente la intimidad del compartir cotidiano y las historias alrededor del fuego?, se preguntaba mientras intentaba atrapar los gestos ocultos detrás de un pasamontañas.
“Existen, al menos, dos cosas que están por encima de las fronteras: la una es el crimen que, disfrazado de modernidad, distribuye la miseria a escala mundial; la otra es la esperanza de que la vergüenza sólo existe cuando uno se equivoca de paso en el baile, y no cada vez que nos vemos en un espejo. Para acabar con el primero y para hacer florecer la segunda, sólo hace falta luchar y ser mejores”.
Don Durito de La Lacandona, 1995.
¿Cómo fotografiar rostros ocultos tras un pasamontañas? ¿Cómo hacer un retrato de un colectivo? ¿Cómo lograr una imagen que cuente la intimidad del compartir cotidiano y las historias alrededor del fuego? El fotógrafo Mauricio Centurión se hacía estas preguntas mientras esperaba en Europa la llegada del contingente zapatista, que había partido de Quintana Roo, en México, en una travesía en barco que duraría 47 días.
Durante casi tres meses, 186 zapatistas y miembrxs del Consejo Indígena de Gobierno recorrieron 30 países europeos y compartieron experiencias con alrededor de 1500 colectivos en lucha. Los chalecos amarillos le dieron su bienvenida en Francia, navegaron por los canales de Venecia y compartieron experiencias con organizaciones que luchan contra la contaminación de la gentrificación y el turismo y se encontraron con las mujeres Kurdas en Viena, con quienes espejaron sus luchas e intercambiaron estrategias de resistencia.
Mauricio los acompañó durante parte de la recorrida. “Muchos trabajos fotográficos, muchas historias -dice- se cuentan desde lo que no se ve. Hay infinidades de cosas que solo están presente en su ausencia”. Este ensayo fotográfico, que combina la belleza con la potencia del fuego revolucionario zapatista, también está hecho de esas ausencias; de los momentos espontáneos que no pudieron ser registrados, de aquellos que era preferible no registrar, de lo no dicho, de los gestos casi imperceptibles detrás de un pasamontañas.
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1 de enero de 1994. Tras la caída del muro de Berlín y de las ilusiones del socialismo en el mundo, un grupo de indígenas tzotziles, tzeltales, choles, tojolabales y mames del sur de México, se levantan en armas. Exigen todo aquello que les fue negado durante siglos: tierra, techo, trabajo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz. Durante casi tres décadas se organizan y se autogobiernan. Resisten los ataques del Estado mexicano y los paramilitares.
Veintiocho años después del levantamiento en San Cristóbal de las Casas, ocho zapatistas se embarcan en “La Montaña” y atraviesan durante 47 días el Atlántico. Tienen un objetivo: pisar tierra europea en la misma fecha en que Cristóbal Colón dio inicio al genocidio al que llamó descubrimiento. Solo que 500 años después y para decir bien claro: “No nos conquistaron”.
En España se reúnen con otrxs 178 compañerxs y comienzan la gira europea.
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—Compañera, ¿alguna recomendación para escribir un artículo sobre esta gira? —le preguntó Mauricio a una integrante del Congreso Nacional Concejo indígena de gobierno.
—Escribí desde vos, contá lo que sentiste, no ocultes nada.
Cada día acompaña el registro fotográfico con anotaciones en un cuaderno. La primera tarde en Barroso, al norte de Portugal, anota:
“Son 11 personas: 6 mujeres y 5 varones. El barbijo oculta sus rostro pero sus miradas son sostenidas y calmas, comienzan hablando de sus errores y de su historia, nadie habla más tiempo que nadie y retoman siempre citando a una compañera o compañero que haya hablado antes, la única persona que habla dos veces es una compañera y se refiere al lugar que hoy ocupan las mujeres: “antes éramos objetos, hoy somos imagen”.
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En una página suelta de su cuaderno, sin fecha, Mauricio registra el diálogo entre una vecina de Cerdedo, al norte de Portugal, con un compañero zapatista.
—Nos organizamos porque sabíamos que iban a venir —dice ella.
—Si no veníamos, el objetivo ya estaba cumplido —responde él—. Lo más importante es que se organizaron.
El compañero habla de lucha, disciplina, amor y sueños.
—No les décimos háganse zapatistas, lo único que tenemos para decirles es que se organicen y encuentren su modo para luchar.
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Badajoz, España. En el teléfono de un zapatista suenan unas rancheras.
—Tenemos música como para 9 horas de viaje. Me cargaron de música el celu que compre antes de venir los tercios compas.
Termina la frase, cierra los ojos y repite: “cantando al sol cómo la cigarra…”.
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Madrid, España. Penúltimo día de la gira. Cientos de zapatistas entran en fila a la tribuna del estadio de fútbol mientras suenan los Ángeles Azules por los altoparlantes. En la cancha espera el equipo femenino independiente de Vallecas. De repente, entran las treinta mujeres zapatistas del equipo “Ixchel Ramona”. Con dos palillos de madera marcan un ritmo monótono en negras. Cuando llegan a la mitad de la cancha por los altoparlantes suena “La carencia”, de Panteon Rococó. Ellas sueltan los palillos y comienzan a danzar.
Todas llevan el número 7 en la espalda, por los siete principios zapatistas: Obedecer y no mandar, bajar y no subir, construir y no destruir, representar y no suplantar, convencer y no vencer, servir y no servirse, proponer y no imponer.
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“Lxs zapatistas escriben la historia en una lengua muy otra, no importan los calendarios y las geografías que pisen sus pies”, escribe Mauricio. “Su palabra es la de la poesía, y no aquella que solo dice y no hace, sino aquella de una poesía que dice haciendo, creando”, agrega.
Lxs zapatistas escriben la historia en la lengua de lo imposible, son siempre “extemporáneos”, y cuando su silencio nos hace perderlos de vista escriben otra poesía surrealista para la esperanza.