Ecologías políticas desde abajo, una praxis para nuevos mundos y futuros diferentes: Sentidos e imaginación en la ecología política ante el colapso civilizatorio

Ante el caos, el principio de orden está en la comunidad, en el territorio, en la bio-política de la cotidianidad. En este tiempo tan sombrío, la ecología política suma a las pulsiones de re-existencia que desafían las actuales culturas de la muerte, y abona a la reafirmación, celebración y defensa de la Vida, que hoy tanto necesitamos.



Sentidos e imaginación en la ecología política ante el colapso civilizatorio

 

Presentación de Emiliano Teran Mantovani del OEP en el Panel 59 – Ecologías políticas desde abajo: una praxis para nuevos mundos y futuros diferentes. 9na Conferencia de CLACSO, martes 7 de junio de 2022, Ciudad de México.

Vivimos un tiempo de incertidumbre máxima en el que tenemos muchas más preguntas que respuestas. De varias estas preguntas se inspira la intervención que les comparto hoy. Algunas son ideas preliminares que se van elaborando al calor de este convulso tiempo. Espero que alguna de ellas les pueda resonar.

I. Actual tiempo planetario: escenarios abiertos y la disputa por los sentidos en la ecología política

 

  • Seguramente hay en la actualidad, una sensación generalizada de que nos encontramos en medio de una crisis de grandes dimensiones. Se trata de una sensación social de deterioro y decadencia más intensa, si la comparamos con el anterior contexto de la crisis global de 2008-2009. En conexión con esto, nos encontramos hoy ante un enorme malestar global, un malestar epocal. Pero me parece que se trata de un malestar que va más allá de los sufrimientos vinculados a la precariedad económica; no tiene sólo que ver con el ‘malestar de la globalización’ popularmente señalado por Josep Stiglitz. Creo que es un malestar mucho más profundo, histórico, orgánico, en cierta forma existencial.
  • Este malestar ruge por el vacío que deja el extravío del futuro, sobre todo en los jóvenes; por la degradación del valor de la vida en las sociedades actuales (algo que se intensificó en la pandemia, y que a mi juicio también aviva, paradójicamente, una pulsión de (re)existir, un agonismo vital); y por la caducidad que se expande sobre la política tradicional, que en diversos grados se viene expresando a través de un gran descrédito de los sistemas de partidos y liderazgos políticos.
  • Pero ese malestar también está determinado por un desgarramiento que se está produciendo en los entramados ecológicos que nos constituyen, un desarraigo o alienación extrema respecto a nuestra Casa Común, una especie de profundo vacío que se produce en nuestras representaciones de la Vida en la Tierra. En estas dimensiones del descontento hay también un ‘malestar ambiental’; algunos hablan desde la filosofía ambiental de la ‘solastalgia’, otros desde la psicología refieren a la ‘eco-ansiedad’ o a los trastornos ‘psicoterráticos’, tratando de dar cuenta de estos procesos. Pero en realidad hay aspectos inconmensurables de este eco-malestar.
  • Precisamente por la condición convulsa, inestable, confusa y caótica de este tiempo que vivimos, nos encontramos también ante un escenario abierto, en el que todo, absolutamente todo, está hoy en disputa, incluyendo los propios sentidos que le otorgamos a esta crisis y la posibilidad de desplegar nuevas culturas y sociedades que estén en armonía con el conjunto de la vida en la Tierra.
  • La ecología política tiene aportes fundamentales en esta disputa de sentidos, precisamente por sus esfuerzos teóricos, epistémicos y políticos para reinterpretarnos como parte de la comunidad-Tierra; para restituir y rearticular eso que ha sido desgarrado en nuestra relación ecosistémica fundante; para imaginarnos desde la reproducción de la vida, desde los saberes de la tierra, desde las diferentes ecosofías.
  • Pero, a mi juicio, requerimos la habilidad para saber combinar, de manera acertada, nuestro horizonte deseante, nuestras propias eco-utopías y poéticas del mañana, con un gran sentido del tiempo histórico que vivimos, tiempo en el que todo va a cambiar. Difícilmente podamos prescindir de alguno de estos dos elementos.

 

II. ¿De qué tipo de crisis estamos hablando?

 

  • Presenciamos la ocurrencia de ‘eventos extremos’, como los eventos climáticos del verano de 2021, los incendios en la Amazonía o las olas de calor ocurridas este año en India y Pakistán; la propia pandemia global de la COVID19; entre otras, que nos señalan el cruce de umbrales sistémicos, esto es, la entrada hacia otros mundos desconocidos. Fijémonos en el tremendo significado que tiene el hecho que ya hayamos cruzado el umbral de aumento de 1° de temperatura media del planeta. Esto es un hecho de enorme trascendencia, muy determinante.
  • En un país en el que el debate sobre cambio climático ha tenido tan poca relevancia social y política como en Venezuela, muchísimos se sorprenden hoy al enterarse que ya en el semiárido larense hay desplazados climáticos internos, comunidades campesinas que se marchan ante la desaparición de sus fuentes de agua. Esto, mientras vemos cómo se están desapareciendo los glaciares de la Sierra Nevada de Mérida, en los andes venezolanos. Esto, en tiempo presente.
  • Como ya lo saben, la guerra en Ucrania poco está ayudando a revertir estas tendencias globales. Como dato, preocupan las proyecciones sobre una potencial gran crisis alimentaria que podría hacer escalar el número de hambrientos a 1,6 mil millones de personas, casi el doble de la cifra que escuchábamos recurrentemente desde principios del siglo XXI de 900 millones de personas, que no cubren su alimentación completa.
  • No quiero hacer una larga enumeración de las múltiples dimensiones de la crisis global. Pero sí hay una primera idea que quisiera plantear sobre esto: el cruce de umbrales ecosistémicos, energéticos, epidemiológicos, alimentarios, etc., en realidad nos evidencia la potencial cuestión de si ya estamos dentro del colapso civilizatorio y sistémico. De si ya estamos al interior de ese tan largamente problematizado ‘futuro’ de la civilización; e incluso de cómo la propia noción de futuro nos va quedando en cierta forma extraviada, bloqueada, o fragmentada. Si el colapso civilizatorio y sistémico es un hecho, esto lo cambia todo, absolutamente todo. Es probablemente el momento geo-histórico que nos tocará vivir como especie y comunidad planetaria.
  • El debate sobre el colapso es evidentemente espinoso, complejo, en el cual tenemos que conjugar nuestros horizontes deseantes y nuestras eco-utopías, con las dimensiones estremecedoras, insoslayables y difíciles de asir de la entrada a un nuevo mundo desconocido y quizás más hostil. Pero no parece sensato pretender una ‘normalidad’ que sencillamente no regresará. Algunas de las preguntas que quizás puedan entonces hacerse son: ¿cómo hablamos de este colapso desde un horizonte de reafirmación, celebración y defensa de la Vida?; y no menos importante, ¿cómo estamos entendiendo el colapso, cómo nos lo imaginamos y qué podríamos generar dentro de él?
  • Una segunda idea que quisiera proponer sobre cómo entendemos esta crisis tiene que ver con la noción de crisis civilizatoria: antes que sólo una crisis parcial o coyuntural, nos encontramos ante la crisis de todo un orden geo-histórico, un modo civilizador dominante de ser y estar en la Tierra. A mi juicio esta crisis no debe ser remitida únicamente a la expansión de la civilización eurocéntrica-occidental y la historia del desarrollo del sistema-mundo capitalista. Creo que también debe ser entendida desde una perspectiva de más largo plazo, vinculada a la propia configuración histórica de lo civilizatorio, en la cual surgen las sociedades de castas y clases, el Estado y las lógicas imperiales, el patriarcado, las economías de excedentes y los nuevos metabolismos sociales históricos, la génesis de concepciones de dominación de la naturaleza, todos ellos elementos que preceden al capitalismo. Me parece crucial buscar las raíces de esta crisis mucho más atrás, en un proceso de los últimos 7 o 5 mil años, que es en realidad un corto período de la larga historia del homo sapiens, para evidenciar que estos elementos de la formación civilizatoria no son rasgos ‘naturales’ ni ontológicos de la condición humana, y que una transformación histórica también pasa por un cuestionamiento de los mismos, y otros códigos para pensar el rol del humano en la Tierra.

 

III. La ecología política ante el colapso civilizatorio

 

  • Ante la entrada a este nuevo mundo convulso, pareciera claro que estamos ante unas nuevas dimensiones de la ecología política. Se trataría de otra ecología, y por tanto, de otra política. Una ecología propiamente determinada por la perturbación, por la convulsión y la turbulencia, por factores de caotización; una ‘naturaleza’ en cierta forma inasible, difícil de representar tal y como lo habíamos hecho hasta ahora. Evidente e inevitablemente nos surge la pregunta de qué es la naturaleza ante este nuevo escenario planetario.
  • Pues bien, esta ecología no admite la misma política. Le cambia todo el escenario, la materialidad de la que se alimenta, sus geografías; y por tanto, sus dinámicas, sus códigos dominantes, su horizonte histórico, sus tiempos, su teleología y sus imaginarios fundamentales. Ya no podemos pensar la política fuera de este cambio planetario, fuera de este cambio geológico que representa el antropoceno.
  • A pesar de esto, nos sigue atropellando el extractivismo, las lógicas de despojo y expolio, la centralidad del capital. Pero también aparecen algunas ‘alternativas’ y falsas soluciones que necesitamos problematizar. Nos ronda una nueva ola que se anuncia como “Revolución Industrial Verde”, una “nueva economía verde”, “inversiones climáticas”,  “agricultura inteligente”, en el marco de los grandes programas de recuperación económica y los paquetes mil millonarios de reactivación fiscal propuestos por numerosos países ante la crisis. Estos están representando políticas e inversiones nunca antes vistas en la historia del capitalismo, de ninguna manera cuestionan la devastadora lógica del crecimiento económico, mientras que van captando parte de los malestares sociales ante la crisis ambiental. Sabemos que ese es un ámbito clave de disputa.
  • Pero también, me parece fundamental continuar un debate y diálogo sobre el rol histórico de los progresismos y las izquierdas en esta crisis y en el desarrollo de mecanismos de intensificación del extractivismo y la colonialidad sobre la vida. No se trata de proponer debates en blanco y negro, pero sí de hacernos preguntas y cuestionamientos fundamentales sobre prácticas y narrativas políticas, y el rumbo de las sociedades y comunidades de vida que queremos. En esta nueva realidad planetaria que emerge, no parece que servirán viejos paradigmas, ni serán útiles instrumentos caducos. Se me hace inevitable preguntarnos, nuevamente, qué es y qué significa la izquierda hoy, en este contexto de fracasos, colapsos y hartazgos; cuál es su nivel de diálogo con esta cambiante realidad, cuál es su rol ante la emergencia de nuevas y múltiples subjetividades políticas, y si sus formatos fundamentales y dominantes pueden responder a este cambio de mundo. ¿Qué alcances puede tener la fe en el surgimiento de un nuevo ‘ciclo progresista’ para América Latina, a la luz de nuestras experiencias pasadas y los tiempos que nos tocan enfrentar?

 

IV. Sentidos e imaginación en la ecología política

 

  • Pero ¿podemos soñar en el antropoceno? Mi respuesta es sí. Si las utopías han cumplido una función en la existencia del ser humano, han sido precisamente la canalizar el deseo (de vivir), las pulsiones vitales; dotar de ilusión, de estética y poética a la construcción del tiempo. Sólo que ahora, ya no se trata de revivir las utopías de la modernidad. El tiempo, decíamos, está cambiando radicalmente, se fragmenta, se encoge, se extravían los futuros, los horizontes teleológicos; la palabra ‘esperanza’ proviene del latín esperar, esperar algo que está por venir; palabra de raíces teológicas que posteriormente terminaría empalmada con la construcción de la imagen de la sociedad futura de la modernidad. ¿Es posible hoy la espera?
  • En cambio, reivindico más un principio de imaginación, como un intento por esquivar esa espera, por salir de ese no-lugar de la espera, para en cambio construir una estética y una poética del lugar; nuevos relatos y sentidos que surgen de la emanación de la vida, simbólica y concreta, de la expresión productiva del deseo, en el tiempo del estar, en el tiempo situado. Las disputas ante las que nos encontramos no están sólo en los territorios, la economía, las instituciones políticas o en los sistemas de conocimiento. La disputa también está y estará en la capacidad de imaginar.
  • A mi juicio, la ecología política nutre este principio de imaginación a partir de los múltiples puentes que tiende hacia otras ecosofías, otros saberes de la tierra, aportando claves para pensar otros mundos, para desplegar otros códigos y centros que se desenvuelven en torno a la defensa, el cuidado y la reproducción de la Vida; para configurar las otras políticas que requerimos para enfrentar los nuevos y convulsos escenarios.
  • Las respuestas dominantes a la pandemia, en las cuales además se imploraba una mayor presencia de los científicos en la vida planetaria, nos mostró precisamente la desestimación del conjunto de otros entendimientos y cosmovisiones de esta crisis, cosmovisiones estas que en realidad nos señalan que hay mucho más allá del ‘hecho epidemiológico’; que quizás el pathos es planetario, el del propio cuerpo-Tierra, de la Gaia. Pueblos indígenas de la Amazonía venezolana como los hotï, entienden la enfermedad como la ruptura de la relación armónica entre las personas, su entorno ambiental y el cosmos. La salud se expresa pues como una comunidad cósmica que incluye también elementos espirituales, emocionales, perceptuales y energéticos. En este sentido, no bastará la deconstrucción teórica de las epistemologías de la muerte. La transformación metabólica planetaria que requerimos nos demanda rearticularnos y recuperar otras dimensiones del ser, más allá del ámbito racional. Necesitamos descolonizar el cuerpo, repotenciar los ámbitos perceptivos, intuitivos, de la tierra. Se trata de recuperar lo que podríamos llamar una ecología del ser. La ecología política propicia este enriquecimiento, este abrazo a la diversidad y esta ampliación de horizontes de vida.

 

Ante el caos, el principio de orden está en la comunidad, en el territorio, en la bio-política de la cotidianidad. En este tiempo tan sombrío, la ecología política suma a las pulsiones de re-existencia que desafían las actuales culturas de la muerte, y abona a la reafirmación, celebración y defensa de la Vida, que hoy tanto necesitamos.

 

Gracias.

 

Autor

 

Emiliano Terán Mantovani

Sociólogo de la Universidad Central de Venezuela, investigador/ activista y ecologista político, orientado a las luchas contra el extractivismo y por la justicia socioambiental en América Latina. Miembro del Observatorio de Ecología Política de Venezuela. Master en Economía Ecológica por la Universidad Autónoma de Barcelona y candidato a Phd en Ciencia y Tecnología ambientales por la misma universidad.

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01-07-2014
La ruta de los de abajo
Re-ocupar el chavismo

Emiliano Terán Mantovani
https://clajadep.lahaine.org/?p=15780

“ Para mí volver a ser comunista significa aceptar esta “vocación” vanguardista de la política. La apuesta es, obviamente, similar a la de la vanguardia artística: negarse a hacer política como si estuviéramos en una situación “normal” y, por el contrario, aceptar que no existe tal situación normal”.

Gianni Vattimo

“ En 3 vueltas, nos dimos cuenta de que ya había una generación que podía mirarnos de frente, que podía escucharnos y hablarnos sin esperar guía o liderazgo, ni pretender sumisión ni seguimiento. Marcos, el personaje, ya no era necesario.La nueva etapa en la lucha zapatista estaba lista”

Subcomandante Insurgente Marcos, mayo 2014

“Nosotros, quienes no seremos contenidos, somos el sustrato volcánico sobre el cual todo el edificio del poder es tan ficticiamente construido […] Comunizar es el movimiento de la crisis […] Comunicemos, donde sea que estemos, ahora”

John Holloway

La compleja y enredada situación que se vive actualmente en Venezuela, sobre todo desde el recrudecimiento de la «guerra económica» en el país a partir del inicio del gobierno del presidente Nicolás Maduro, ha provocado un intenso debate sobre qué hacer para destrabar esta coyuntura, e intentar al menos evitar una situación de franco retroceso en las transformaciones de alcance popular, y/o un escenario de caos sistémico nacional. En estos últimos días, el debate ha aumentado vertiginosamente su magnitud, principalmente a partir del artículo de Temir Porras y la carta de Jorge Giordani.

Generalmente la matriz dominante de estas discusiones se ha centrado en analizar cuál es el rumbo estratégico que debe tomar el Gobierno Nacional, la dirección idónea que deberían tener sus políticas, lo cual es pensado primordialmente desde la lógica de masas de los partidos políticos, o desde la visión de la macroeconómica y el ideal del «desarrollo». Estos debates son trascendentales para el futuro del proyecto nacional-popular todavía en curso, e incluso de todo el país. Sin embargo, hay una cartografía política marginada en estas discusiones, que en cambio es constitutiva de ese proceso que hemos llamado la «Revolución Bolivariana». Esa cartografía donde un nosotros auto-referenciado, el nosotros de la superficie, de los de abajo, se convoca a sí mismo para construir su propia narrativa, en la cual ya no sólo se piensa en cómo somos representados, sino principalmente cómo nos producimos, cómo territorializamos la revolución, cómo nos nombramos desde la materialidad de una comunidad popular y contrahegemónica que somos.

La notable asimetría que existe en los debates entre esta matriz dominante que mencionamos y las narrativas populares autónoma y auto-referenciada, no sólo reproduce una visión sesgada acerca de lo que entendemos como «chavismo», sino que lleva a pensar la crisis actual y sus salidas, en clave estatista o capitalocéntrica, esto es, a la dificultad en el movimiento popular para imaginar y construir, desde ahora, su proyecto emancipatorio y de resistencia, independientemente del futuro del Gobierno Nacional, sin que esto implique de ninguna manera dar la espalda a las dinámicas de la Alta Política. A estas alturas, la muy delicada coyuntura mundial, y la situación nacional, con el imperialismo (en sus variadas formas) respirándonos en la nuca, parece decirnos, cada vez con más fuerza, que no hay otra alternativa para las organizaciones populares que comunizar.

La agudización de la crisis civilizatoria y el movimiento popular: enfrentar tiempos difíciles

Estamos en medio de un proceso histórico que es necesario entender como una progresiva desestructuración del mundo tal y como lo conocemos, con determinantes reconfiguraciones de la hegemonía geopolítica en el sistema capitalista, y el desbordamiento de los límites de sostenibilidad del mismo. Es manifiesta la preocupación global por el impresionante despliegue de diversas formas de violencia y guerras a lo largo y ancho del planeta: el frenético y escalofriante avance del grupo insurgente radical «ISIS» en grandes áreas del oeste y norte de Irak, evidencia de la consolidación de articulaciones transfronterizas en Medio Oriente en torno a este tipo de grupos, que a juicio de la comisión de juristas de ONU encargada de crímenes perpetrados en Siria, nos coloca al borde de una guerra regional1, con diversas consecuencias de escala global. A esto hay que sumarle el muy delicado conflicto geopolítico en torno a Ucrania; los ataques del «Boko Haram» en Nigeria, expresión de un tipo de disputas territoriales en África; o las recientes estrategias contrainsurgentes en Venezuela (desde el 12-F 2014), que muestran la existencia de una agenda ultraconservadora para detener las corrientes nacionalistas y soberanas en la región.

La globalización de las protestas populares en todos los rincones del mundo, se ha visto acompañada de la emergencia de una globalización del fascismo. Todas estas, son expresiones de una guerra mundial permanente por los recursos, la cual se va recrudeciendo ante las crecientes dificultades para la captación de capital por las vías formales, siendo que uno de sus objetivos centrales es el control del territorio. El modelo de acumulación de capital en el siglo XXI va tomando la forma de un capitalismo delincuencial, como lo ha planteado Ana Esther Ceceña.

Por otro lado, la situación económica global es muy frágil y altamente vulnerable: capitales centrales se retiran de las economías emergentes, temores en las bolsas de valores, riesgos de default en regiones y/o países del mundo, guerra de divisas, retiro progresivo de los programas de estímulo de la FED en EEUU, factores todos que generan incertidumbre sobre un recrudecimiento de la crisis desatada desde 2008, y que tendrá repercusiones sobre la vida de miles de millones de personas. El batido de las alas de una mariposa en Shangai, impacta la dinámica sociopolítica en los barrios de Caracas. Como lo afirma el economista Daniel Munevar, países de América Latina como Argentina, Brasil o Venezuela, con mayores déficits externos y apreciación de sus monedas, son aquellos que en una fase descendente del ciclo económico, se encuentran en una posición de mayor vulnerabilidad2. La profundización de la lógica del capitalismo rentístico venezolano en la última década, y por consiguiente de sus males endémicos, hacen más visible la insostenibilidad del modelo, a lo sumo en el mediano plazo, y ensanchan las grietas que pueden abrir el camino al colapso del Petroestado nacional.

Es probable pues, que se aproximen tiempos difíciles, por lo que las visiones y prácticas de movimientos sociales y organizaciones populares serán determinantes. En la medida en que la crisis global se vaya intensificando, los Estados serán cada vez más incapaces para cumplir con las exigencias materiales de sus ciudadanos. Esto aplica con más fuerza para economías en extremo vulnerables como la venezolana. El momento histórico en el que nos encontramos exige una nueva disposición política de las subjetividades contrahegemónicas: una nueva conciencia colectiva de la significación de la crisis global, y de que el proceso venezolano se encuentra en una mutación que probablemente transforme las condiciones que habíamos venido viendo en los últimos 15 años en el país, lo que atraviesa y atravesará en el futuro todas nuestras prácticas sociales, culturales y políticas. Y sobre todo, una conciencia de que es probable que la guerra globalizada, como régimen totalizante, haya llegado para quedarse, para tratar de ser infinita y e intentar regir nuestras cotidianidades. Comunizar y comunizar parece ser la alternativa constitutiva para contrarrestar este proyecto distópico mundial. La pregunta que surge es, ¿cuáles son las subjetividades potenciales para hacerlo en Venezuela?

Disputar el sentido, disputar la palabra: ¿qué es el chavismo?

Comunizar, el proyecto constitutivo autónomo y auto-referenciado desde el «nosotros los de abajo», para realizar la alternativa a la crisis capitalista y resistir a los flagelos de la guerra, requiere reconocer que la subjetividad contrahegemónica más potente y masiva de la historia del capitalismo rentístico venezolano es el «chavismo». Pero al mismo tiempo, es necesario hacer emerger de éste, esa cartografía política marginada que representa nada menos que su fuerza originaria, su potencia constitutiva, y que en cambio ha sido ocultada o cooptada por un entramado de carácter corporativo.

Para ello debemos preguntarnos, ¿cuándo nace el chavismo? El chavismo como comunidad nace en primera instancia, y sin saberlo, en el encuentro y articulación de rabias e indignaciones que se dio en las calles de Caracas y otras ciudades del país, a partir del 27 de febrero de 1989, congregados en su rebelión por los efectos de las políticas neoliberales. Su proceso originario se expresa en la ocupación3 de lo históricamente negado, en el avance, en la (re)apropiación. Este encuentro bestial y justiciero de los explotados y explotadas del capitalismo rentístico en los espacios públicos, recrea y produce un imaginario social en el cual se hace evidente la potencia biopolítica del marginado social, del habitante del barrio, que comienza a reconocer su fuerza de enjambre. La esencia popular del chavismo es constitutivamente contrahegemónica, es ontológicamente movible, expansiva y niveladora.

El 4 de febrero de 1992, Chávez da continuidad a esta premisa ontológica popular de ocupar, avanzar y (re)apropiar, intentando tomar Miraflores. Su fracaso militar no se compara con el poderoso efecto unificador, orientador y definidor que produce su «por ahora», el cual traduce todos los múltiples lenguajes de la indignación popular en un gran ¡Ya Basta! ‒2 años antes de la declaración zapatista de la selva Lacandona‒. Pero se trata en sus inicios de una simbología sin narrativa. De ahí que el chavismo, tal y como lo conocemos en la actualidad, comienza a ser creado y dotado de sentido por el pueblo indignado en las calles, barrios y campos de Venezuela desde 1992, antes que por el propio Chávez.

El documental de Liliane Blaser «1992-1993. La rebelión popular (crónica de un pueblo en la calle)», es revelador al respecto, pues muestra cómo el pueblo continuó sus luchas de calle después 4-F, ahora inspirado por la gesta de Chávez, mientras iba construyendo una narrativa, una simbología que se apropiaba de la imagen del líder militar, unido a una reivindicación nacionalista. El «¡viva Chávez!» ya se constituía en esos años como un grito reivindicador que surgía de las entrañas del pueblo; se podían ver niños disfrazados en los carnavales con sus trajes militares y boinas rojas. En la narrativa originaria del chavismo, Chávez fue en primera instancia una creación popular.

Con el pasar de los años, el movimiento se va ampliando y haciendo más complejo, y va girando de manera creciente en torno al liderazgo de Chávez. Su llegada a la presidencia de la República en 1999, va a producir una crucial resignificación del chavismo, de la cual destacan cinco elementos fundamentales:

el movimiento se repotencia exponencialmente cuando la premisa ontológica popular de ocupar, avanzar y (re)apropiar, se convierte en gobierno. El discurso de Chávez es un terremoto que sacude valores, sentidos sociales, jerarquías, formas de interpretación de la realidad, colonialidades. Pero se trata también de una apropiación y una síntesis de toda la producción simbólica antineoliberal y anti-Pacto de Punto Fijo que se venía tejiendo desde las bases de los movimientos populares. El chavismo así, da un salto cualitativo, se masifica, cobra más forma, estructura más redes de articulación, sobre la base de una premisa política: el urgente cambio social;

el chavismo se va articulando progresivamente con tramas corporativas, que se van haciendo más amplias. En este complejo período, se va produciendo una paulatina articulación del movimiento popular en torno a procesos de institucionalización;

el chavismo pasa a ser poder constituido y Chávez presidente de la República. Se abre para este movimiento una condición de dualidad: ser poder y contrapoder al mismo tiempo;

a pesar de la complejización, paradojas y estratificación de este nuevo chavismo que «se hace gobierno», son primordialmente las fuerzas vivas originarias del movimiento, impulsadas por su voluntad de apropiación, las que salvan el proyecto ante la guerra declarada de los sectores conservadores de la sociedad venezolana y el imperialismo norteamericano. Los motorizados/enjambre popular contribuyen con su accionar del 12 y 13 de abril de 2002 a restituir al presidente, de la misma forma en que operaron en la sublevación social del 27-F de 1989, mostrando una disposición política que preexistía a la aparición de Chávez4. La resistencia popular en el Paro Petrolero (2002-2003) fue probablemente la mayor expresión de la potencia biopolítica de la «Revolución Bolivariana», evidenciando que este proceso de transformaciones sociales es dependiente en primera instancia de las fuerzas originarias del chavismo;

a partir de 2006-2007, la expansión de las tramas corporativas que componen al Petroestado, terminan de ocupar el chavismo, desplazando progresivamente sus potencialidades salvajes, ralentizando su movimiento de (re)apropiación.

El chavismo es en efecto, un significante vacío en el cual convergen una gran diversidad de corrientes, de identidades, de fuerzas, de sentires, que se hacen equivalentes en las premisas de un proyecto nacional. Es una comunidad política, y lo que no es menos importante, es una comunidad afectiva, que llegó a tener en su punto más alto hasta un 74% de respaldo popular y a casi la mitad de la población autodefinida como chavista5. Y además, conforma una identidad que tiene sobre sí una densa historia de lucha, la cual representa el sustrato material que la sostiene.

Sin embargo, dado que el chavismo es un poderoso instrumento político, esta comunidad se encuentra en disputa. Las fuerzas originarias, contrahegemónicas, productivas, el «nosotros los de abajo», representan el capital político del chavismo corporativo. Esta potencia popular es nombrada con el mismo significante que su alteridad conservadora y regresiva. En las equivalencias del movimiento hay una incongruencia de fondo, determinada por la síntesis de dos proyectos políticos divergentes: uno corporativo, y otro diverso, territorializado y nivelador. El presidente Chávez ha desaparecido físicamente, dejando abierta, más que nunca, la pregunta sobre qué es el chavismo sin él, y sobre todo, qué es capaz de hacer ese gran colectivo popular, valiéndose ahora de sí mismo.

Comunizar y re-ocupar el chavismo: el tiempo de germinar la Revolución Bolivariana 2.0

Comunizar, donde sea que estemos, ahora, es el proyecto constitutivo de la crisis del sistema-mundo y del capitalismo rentístico venezolano. El fin de la existencia del Subcomandante Insurgente Marcos en el movimiento zapatista, nos hace preguntarnos: ¿cuándo el presidente Chávez iba a dejar de ser necesario? Después de 15 años de este proceso de transformaciones, ¿cuándo es el momento justo para que ese «nosotros», esa comunidad político-afectiva que somos, comience una fase de germinación, producción y florecimiento de procesos autonómicos, de un proyecto auto-referenciado y territorializado? ¿Cuándo es el momento para romper el cordón umbilical y convertir a la Revolución Bolivariana en un proceso constitutivo de soberanía popular-territorial?

Creemos que es fundamental, en estos tiempos de debate y crisis, hacer un inventario de transformaciones, generar y promover encuentros de «nosotros» en los cuales se propongan y trabajen agendas comuneras de la crisis. Planteamos 3 líneas fundamentales para su discusión:

La necesidad de construir nuestra propia narrativa: desde 1989, ese «nosotros los de abajo» se ha encontrado en un proceso complejo sobre el que se constituyó una identidad: el chavismo. Ese nosotros ha sido desplazado del centro de la comunidad por la fuerza de tramas corporativas transnacionalizadas. Es fundamental re-ocupar el chavismo, desde la reconstrucción de una narrativa propia, creada y difundida fundamentalmente por las organizaciones y movimientos populares, recreando no sólo una filosofía política que muestre la potencia ontológica de «los de abajo», sino su memoria histórica, ese relato de lucha que nos constituye a partir del «Caracazo». El «Manifiesto de los Cachicamos» de la Red Nacional de Comuner@s es probablemente un brote de este espíritu auto-referenciado ‒ “Cachicamo ya no trabaja pa´ lapa”‒. Desde el 4-F, el chavismo le ha echado flores permanentemente al comandante Chávez por su accionar político, al personaje tal vez más importante de la historia del siglo XX y principios del XXI en Venezuela. Pero también es tiempo de desplegar una narrativa que le eche flores a ese nosotros constituyente, un reencantamiento hacia adentro. Hay que necesariamente reinventar la Revolución Bolivariana, y ese proceso sólo lo podrá hacer la base popular contrahegemónica organizada.

La crisis generalizada apunta a que esa re-ocupación del chavismo debe orientarse, necesariamente, hacia una identidad afirmativa de autovaloración productiva. La imperiosa tarea de comunizar nos remite al comunero y la comunera como la subjetividad que emerge de la crisis, ese «prosumidor» que no solo resiste a la exclusión y el despojo del capital, sino que lleva contenido en su identidad un proyecto político constituyente. 25 años del chavismo originario, lo ha llevado a la necesidad histórica de redefinirse en el comunizar.

Tejer y tejer comunidad, territorializar lo común: a lo largo de la historia del capitalismo rentístico venezolano, y principalmente en la época de la hegemonía neoliberal en el país, se dio un proceso de progresiva destrucción, fragmentación y transfiguración de nuestros tejidos sociales comunitarios, planteando nuevas subjetividades en torno a la individuación. La dominación capitalista fluye más fácilmente sobre esta situación, y trata de perpetrarla en el tiempo ‒de ahí la reciente ofensiva contra los «colectivos»‒. Ante un escenario de caos sistémico y de violencia social y fascista, no hay otra alternativa que tejer y tejer comunidad.

En una agenda comunera de la crisis, es fundamental revisar cómo nuestro accionar político-productivo está constituyendo comunidad en estos momentos ‒“el espíritu de la comuna es más importante que la comuna misma”, decía el presidente Chávez‒. Posiblemente una clave para tejer comunidad es el vínculo del territorio, el trabajo y el acceso a los bienes comunes, por lo que esta labor requiere la configuración de nuevas territorialidades, abrir y ganar espacios, liberarlos y autonomizarlos; defender y promover lo común; recuperar la fuerza constitutiva del chavismo originario: ocupar, avanzar y (re)apropiar.

El capitalismo rentístico se reproduce también en nuestra territorialidad cotidiana. Sembremos y propaguemos pues, las semillas del comunizar en su seno, y transmutemos sus lógicas en el lugar, haciendo florecer lo común para ir desplazando sus estructuras de dominación en el territorio. Y articulemos esos comunes, celebrando la diversidad, creando también comunidades no-territoriales, colectivos de interés o comunidades virtuales.

Producir para la crisis, producir la sociedad que queremos: el capitalismo es un sistema en el que prevalece la intermediación, por medio del dinero, por medio de la representatividad del Estado y de las diversas jerarquías políticas y culturales. Pero las crisis obligan a buscar romper con esa intermediación. Pensemos en los mecanismos de resistencias populares en la Argentina del «corralito» (2001-2002) y en la Grecia actual, acorralada por el gran capital financiero. Sistemas de producción local y clubes de trueque fueron impulsados por las personas dadas las condiciones coyunturales existentes. Igualmente ocurre con los sistemas de agricultura urbana en La Habana del «Período Especial», y con la forma como el chavismo popular busca resistir y autoproducirse en la época del Paro Petrolero. En todo caso, lo que es importante resaltar es que, si bien las crisis sociales y políticas que provoca el capital requieren de formas de resistencia popular en contra de los diferentes mecanismos de dominación y explotación que se ejercen sobre la gente, las luchas no deben sólo orientarse en reivindicar un estilo de vida basado en la intermediación, sino también aprovechar estas coyunturas para transformar los metabolismos territoriales, que generan barreras entre el territorio, lo que producimos y lo que consumimos. Se trata de una tarea urgente para los movimientos populares, teniendo en cuenta que Venezuela presenta una de las dependencias alimentarias más acentuadas de toda América Latina.

La construcción de nuestra propia narrativa, de nuestros tejidos comunitarios y nuestras territorializaciones, requieren pues de un referente material y socioproductivo, de manera tal de contar con una base orgánica para los procesos de transformación política hacia la autogestión, para producir mecanismos de resistencia ante la crisis, al mismo tiempo que, si “la economía produce sociedad”, como lo propone Jose Luis Coraggio6, podamos, en la reproducción de otros metabolismos económicos, producir la otra sociedad que queremos.

En cada espacio colectivo podemos preguntarnos, ¿qué tipo de necesidades quedan insatisfechas en nuestra comunidad? ¿Cuál es su fortaleza en términos de producción de riqueza? ¿Qué bienes comunes tenemos disponibles o no se usan? ¿Cómo se distribuyen? ¿Qué tipo de redes de intercambio existen?

Las ciudades, donde vive casi el 90% de nuestra población, requieren estrategias populares urgentes para enfrentar los desafíos futuros. Podemos hablar con franqueza de la imperiosa necesidad de sembrar masivamente en la ciudad, de campesinizarla, lo cual creemos debe ser bandera de los movimientos sociales. Existen varias iniciativas que están floreciendo en una ciudad como Caracas, como redes de conuqueros, sistemas de intercambio solidario y trueques, encuentro de saberes ancestrales, campesinos y populares.

Queda claro que los aspectos de la macro-economía y la política de masas de los partidos son ámbitos vitales para la sociedad venezolana. Pero que no quepa la menor duda que es en el hacer común, en la territorialización popular, donde está la posibilidad no sólo de resistir la agudización de la crisis global y la propia insostenibilidad del capitalismo rentístico venezolano, sino de producir ese otro sistema que queremos, de comunizar para la vida.

* Emiliano Teran Mantovani es sociólogo e investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos - CELARG

Fuentes consultadas

- DAVIES,Vanessa. Entrevista con Luis Vicente León. Correo del Orinoco. Domingo 22 de junio de 2014.

- HINTZE, Susana. La política es un arma cargada de futuro: economía social y solidaria en Brasil y Venezuela. 1a ed.-Buenos Aires. Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales – CLACSO, 2010.

- ITURRIZA, Reinaldo. 27 de febrero de 1989: interpretaciones y estrategias. Fundación Editorial El perro y la rana. Caracas, 2012.

- MUNEVAR, Daniel. Inestabilidad en los mercados emergentes: El fin de un ciclo? (Parte II). CADTM. 6 de abril de 2014. Disponible en: http://cadtm.org/Inestabilidad-en-los-mercados,10117. Consultado: [22-04-2014].

- OCHOA Antich, Enrique. Los golpes de febrero. Fuentes Editores. Caracas, 1992.

- RTVE. Oriente Medio está al borde de una guerra regional, según la comisión de la ONU para Siria.17 de junio de 2014. Disponible en: http://www.rtve.es/noticias/20140617/oriente-medio-esta-borde-guerra-regional-segun-comision-onu-para-siria/956900.shtml. Consultado: [23-06-2014].

1 Cfr. RTVE. Oriente Medio está al borde de una guerra regional, según la comisión de la ONU para Siria.

2 Cfr. MUNEVAR, Daniel. Inestabilidad en los mercados emergentes: El fin de un ciclo? (Parte II).

3 Cfr. ITURRIZA, Reinaldo. 27 de febrero de 1989: interpretaciones y estrategias. p.81

4 En el conocido texto de Enrique Ochoa Antich, «Los golpes de febrero» (1992), se describe el accionar de los motorizados de Caracas en la revuelta del 27-F, que se asemeja notablemente con lo realizado por estos grupos el 12 y 13 de abril de 2002, para contrarrestar el golpe de Estado en curso: “Recuerdo cómo los motorizados de Caracas se convirtieron en un eficientísimo sistema de comunicación entre los sublevados: pude verlos de un lado a otro de la ciudad, como veloces animales de metal, arengando al pueblo, provocando la insurrección, llevando y trayendo noticias de lo que estaba ocurriendo, otorgándole así coherencia y sincronización a la rebelión: los pobres parecían inventar por sí mismos improvisados instrumentos de lucha”. OCHOA Antich, Enrique. Los golpes de febrero. p.28.

5 Cfr. DAVIES, Vanessa. Entrevista con Luis Vicente León. pp.6-7

6 En: HINTZE, Susana. La política es un arma cargada de futuro: economía social y solidaria en Brasil y Venezuela. p.33

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