Aula Magistral: La importancia estratégica de la agricultura urbana

El Worldwatch Institut difundió un trabajo en 2011, en el que asegura que entre el 15 y el 20% de los alimentos que consumimos a escala global, provienen de la agricultura urbana. Más aún, algunos analistas comienzan a hablar de “campesinado urbano” al referirse a las personas que cultivan en las ciudades. Pensar la soberanía alimentaria desde la periferias urbanas, y no a escala del Estado y la nación, impone otra lógica y modos de abordar la alimentación sana.



En Movimiento

La importancia estratégica de la agricultura urbana

 

Raúl Zibechi

 

La agricultura urbana suele ser visualizada como la hija menor de los grandes monocultivos que sobre utilizan agrotóxicos y depredan los bienes comunes. En el imaginario de muchas personas, las huertas urbanas son casi un pasatiempo de hippies y de adultos mayores, sin la menor repercusión en la producción real de alimentos que, en esa mirada, provendrían siempre de las grandes plantaciones.

Nada más alejado de la realidad. El Worldwatch Institut difundió un trabajo en 2011, en el que asegura que entre el 15 y el 20% de los alimentos que consumimos a escala global, provienen de la agricultura urbana. Más aún, algunos analistas comienzan a hablar de “campesinado urbano” al referirse a las personas que cultivan en las ciudades.

El censo agrícola de 2006, en Brasil, indica que en el municipio de Río de Janeiro (donde viven unos 6 millones de personas), existen 1.055 establecimientos agrícolas de los cuales 790 están basados en la agricultura familiar. El colectivo Minhocas urbanas (Lombrices urbanas) de la ciudad de Rio, integrado por nueve investigadoras comunitarias de la favela Maré, trabaja junto a la Articulación de Agroecología de Rio de Janeiro en la identificación de espacios de agricultura urbana pero también de ferias agroecológicas1.

La preocupación del colectivo está centrada en la soberanía alimentaria en las favelas, los barrios más pobres de la ciudad. Pensar la soberanía alimentaria desde la periferias urbanas, y no a escala del Estado y la nación, impone otra lógica y modos de abordar la alimentación sana. En general, en las periferias los alimentos a los que tienen acceso los sectores populares son de muy baja calidad, con demasiado contenido de harinas y ultraprocesados, y pocas verduras y frutas.

En Ciudad de México, el Centro de Estudios Casa de los Pueblos (CECAP) destaca que la ciudad cuenta con 765 mercados y 3.150 tianguis, que generalmente funcionan una vez por semana en las calles de barrios y colonias2. De acuerdo con un estudio de la FAO de 2017, citado por Fernando González, existen unas 3.586 chinampas activas en la zona lacustre de la ciudad, que abastecen de hortalizas y verduras a la urbe. La FAO las considera como un sistema importante del Patrimonio Agrícola Mundial.

En la ciudad argentina de Rosario, hace más de 34 años se lleva adelante una experiencia de agricultura urbana que comenzó en 1987 y se expandió durante la crisis de 2001 con más de 700 huertas comunitarias. En el año 2002, se firmó un convenio con las instituciones estales que consolidó las huertas urbanas como política pública.

De esta manera consiguieron la tenencia segura de la tierra y mayor estabilidad para quienes cultivan. Eso facilitó que se abrieran ferias francas como espacios de circulación, de generación de ingresos y de intercambio, siendo gran parte de su producción y comercialización de carácter agroecológico. En el programa participan más de 120 familias que venden su producción en las ferias y 2.500 familias que producen para consumo propio, a la vez que participan 40 escuelas y se cuenta con siete parques-huertas3.

También en Argentina, la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT) organiza a más de 22 mil familias que producen alimentos, nucleadas en grupos de base en periferias urbanas. Se dedican a la producción frutihortícola, crianza de animales, lácteos y pequeñas agroindustrias. Para evitar intermediarios establecieron 280 puntos de venta, almacenes y mercados mayoristas, una extensa red de nodos de consumidores organizados, y realizan ferias y feriazos masivos que son espacios de encuentro con los consumidores inspirados en el comercio justo4.

En todas las ciudades de nuestro continente, y probablemente del mundo, existen huertos urbanos y ferias populares. En La Habana, la mitad de los alimentos frescos provienen de cultivos agroecológicos urbanos. En El Alto, Bolivia, a 4.000 metros de altura, existen más de cien huertos familiares agroecológicos gestionados en general por mujeres.

Muchas huertas urbanas comienzan en períodos de crisis profundas, tanto económicas como sociales, buscan atajar tanto la escasez y carestía de alimentos como la desarticulación del tejido social. Porque las huertas son a menudo espacios de confluencia de personas que en la vida cotidiana están aisladas o sufren problemas vinculados a las crisis, como depresiones, ansiedades y soledad.

Tres temas que están vinculados a la agricultura urbana merecen ser reflexionados en profundidad.

El primero es la necesaria alianza rural-urbana, así como la redefinición de lo urbano que debe ser complejizado. El concepto de “periurbano” pretende enriquecer la forma como miramos la ciudad, ya que buena parte de las huertas se encuentran en esos espacios, en los cinturones de las ciudades que no forman parte de la ciudad, pero tampoco son áreas rurales.

No se trata de situar las periferias en un lugar geográfico determinado, sino en un punto de intersección entre lo social, lo espacial y lo político. ¿Las favelas pueden ser consideradas ciudad, espacios periurbanos o periferias? Es evidente que no todas ellas pueden ser igualadas, ya que la forma de vida en algunas tiende a ser urbana, por el grado de integración a la ciudad y al mercado. Otras se parecen a pequeños pueblos de áreas rurales, ya que la vida en ellas discurre en base a fuertes vínculos comunitarios.

En todo caso, la alianza rural-urbana es clave para transitar a la autonomía alimentaria de los sectores populares, ya que las ciudades no pueden cosechar todo lo que la población necesita. Esa alianza es estratégica ya se está dando en los hechos, a través muchas experiencias de compra directa a los campesinos, como realizan las asambleas territoriales de Chile y el Mercado Popular de Subsistencia de Uruguay.

El segundo tema, es que sólo puede haber agricultura urbana si existen sujetos colectivos que la promueven, sostienen y comercializan sus productos. Una tendencia de fondo es que las huertas urbanas tienden a ser agroecológicas, porque las familias y personas involucradas no sólo quieren alimentarse, sino hacerlo de forma saludable. Consolidar esos sujetos y la tendencia hacia alimentos sanos, supone realizar procesos de formación y evaluación permanentes.

Por último, debe destacarse el papel de las mujeres en la agricultura urbana. Por un lado, ellas son la mayoría de quienes cultivan huertos familiares, comunitarios y colectivos en las ciudades, ya que son las que asumieron la responsabilidad por la alimentación de sus hijos e hijas. Por otro, esta agricultura forma parte de los cuidados en salud y alimentación, una característica del movimiento de mujeres que se manifiesta en su compromiso con la agricultura urbana.

1 Antonio Vradis, Christos Filippidis, Timo Bartholl y Minhocas Urbanas, “Favela, resistencia e a luta pela soberania alimentar”, Consequencia, 2021.

2 Fernando González, “Territorialidades indígenas en la Ciudad de México, Desinformemonos, 19 de diciembre de 2020.

3 Victoria Martínez y Carolina Acevedo, “La experiencia de Agricultura Urbana de Rosario: memoria campesina y el desafío en la ciudad”, Desinformémonos 9 de junio de 2021.

4 https://uniondetrabajadoresdelatierra.com.ar/