Revoluciones pasivas en América Latina

Caracterizar el ciclo progresista latinoamericano como un conjunto de diversas versiones de revolución pasiva , es decir, siguiendo la intuición de
Gramsci, de una serie de proyectos políticos devenidos procesos de transformaciones significativas pero limitadas, con un trasfondo conservador, impulsados desde arriba y por medio de prácticas políticas desmovilizadoras y subalternizantes, que se expresan en buena medida a través de los dispositivos del cesarismo y el transformismo como modalidades de vaciamiento hacia arriba y hacia abajo de los canales de organización, participación y protagonismo popular.



Revoluciones pasivas en
América Latina1
Massimo Modonesi

 

Del libro “Derivas y problemas de los progresismos sudamericanos”

En el primer quinquenio del 2000, se produjo en América Latina una
oleada de derrotas electorales para los partidarios del neoliberalismo
y la correspondiente apertura de uno de los más grandes procesos
de recambio relativo de los grupos dirigentes que ha visto la
historia latinoamericana –probablemente sólo comparable con el
giro antioligárquico los años 30. En la primera década del siglo se
contaron tantos gobiernos de tinte progresista como no se veían
desde los años 30 y 40. La mayoría de éstos ya cumplió un ciclo
temporal relativamente extendido –que varía entre 10 y casi 20 años
de gobierno- que contempló además de tres procesos constituyentes,
varias re-elecciones presidenciales y renovaciones de mandatos
de gobernadores y legisladores, e inclusive, el recambio del titular
del Ejecutivo en la mayoría de los países. En los últimos años,
este proceso entró en una etapa de agotamiento, de fin de ciclo,
con la derrota electoral en Argentina, el golpe blanco en Brasil, la
negativa referéndaria a la re-elección de Evo Morales en Bolivia y el
fortalecimiento de las derechas en Ecuador y, ahora, se presenta de
forma explosiva en la crisis venezolana.
1 Este texto reformula en forma sintética –omitiendo referencias a casos
concretos y bibliografía que ha sido superada o que aparece en éste y otros
capítulos del libro- las hipótesis vertidas en dos artículos publicados en 2012
y 2015, ambos integrados al libro Revoluciones pasivas en América Latina (Itaca,
México, 2017).

24 –
En este artículo pretendo esbozar, en forma extremadamente
sintética, una línea de interpretación de estos gobiernos a partir del
concepto gramsciano de revolución pasiva y de sus correlatos de cesarismo
progresivo y transformismo.
Esta hipótesis, surgida cuando se iniciaba el debate sobre los al-
cances y límites de los gobiernos progresistas, propone caracterizar
el ciclo progresista latinoamericano como un conjunto de diver-
sas versiones de revolución pasiva , es decir, siguiendo la intuición de
Gramsci, de una serie de proyectos políticos devenidos procesos de
transformaciones significativas pero limitadas, con un trasfondo
conservador, impulsados desde arriba y por medio de prácticas polí-
ticas desmovilizadoras y subalternizantes, que se expresan en buena
medida a través de los dispositivos del cesarismo y el transformismo como
modalidades de vaciamiento hacia arriba y hacia abajo de los canales
de organización, participación y protagonismo popular.
Considerando que, como vimos en los apartados anteriores, un
problema analítico mayor parece ser el de sintetizar las contradic-
ciones y las ambigüedades que marcan estas experiencias políticas,
los conceptos gramscianos abren una línea de interpretación origi-
nal y fecunda que permite ir más allá de la fórmula gobiernos progresistas
que convencionalmente ha sido adoptada en este libro y está siendo
ampliamente utilizada en el intenso debate en curso sobre la época y
la coyuntura latinoamericanas.
Revolución como neodesarrollismo y estatalismo
La cuestión del alcance transformador o revolucionario ha ocupa-
do gran parte del debate sobre la caracterización de los gobiernos
progresistas entre quienes exaltaron sus alcances posneoliberales y
quienes cuestionaron sus límites neodesarrollistas. Varios elemen-
tos vertidos sobre este aspecto del debate abonan a la hipótesis de la
revolución pasiva.
1. Las transformaciones ocurridas a partir del impulso de los gobiernos
progresistas latinoamericanos pueden ser denominadas revoluciones
-asumiendo una acepción amplia y estrictamente descriptiva

25autonomía
del concepto- en tanto promovieron cambios significativos de
modernización capitalista en sentido antineoliberal, posneoliberal y
neodesarrollista que pueden visualizarse en un rango de oscilación,
según los casos, entre reformas profundas y substanciales y un
conservadurismo reformista moderado” –usando una expresión
de Gramsci. Brasil podría representar un punto de referencia
del conservadurismo y Venezuela uno de reformismo fuerte con
alcances estructurales. A la hora de evaluar el alcance del cambio,
no es lo mismo sopesar y valorar el relance del gasto público y social
que alimentó el consumo y el mercado interno que reconocer la
escasa dinamización del sector productivo o la re-primarización
en clave exportadora. Todo sumado, asumiendo en este rubro una
postura lo más ecuánime posible, hay que reconocer un giro –aún
sea relativo- respecto al neoliberalismo en cuanto a los énfasis
nacionalista y social que se reflejan en un conjunto de medidas
soberanistas y redistributivas, mientras que en relación con el
relance de la producción industrial, la inserción en el mercado
mundial y la persistencia e inclusive reforzamiento de un perfil
primario-exportador –y los consiguientes costos ambientales- no
se observaron cambio substanciales o dignos de ser apreciados e
inclusive hay quienes sostienen con datos y argumentos la hipótesis
de una regresión. Si este neodesarrollismo es coherente o antitético
respecto de horizontes posneoliberales, anticapitalistas y socialistas
y si este último umbral es viable en el corto plazo es un tema que rebasa
este ejercicio analítico. Aún en el rango de oscilación entre reformas
estructurales y un “conservadorismo reformista moderado”, los
procesos en curso no dejan de marcar un giro significativo que
lleva más allá del neoliberalismo tal y como fue implementándose
en América Latina desde los años 80 y que, asumiendo la fórmula
gramsciana, podemos definir revolución en un sentido acotado y
restringido2, es decir con toda su contraparte conservadora, como
2 Carlos Nelson Coutinho en un intento de entender el neoliberalismo sugería
que más que revolución pasiva había que hablar de contrareforma en la medida
en que no aparece el elemento fundamental de la recepción de parte de
las demandas desde abajo. No sólo comparto esta opinión respecto al
neoliberalismo, sino que, a partir de ella, agregaría que este elemento está
presente en la actualidad y complementa el cuadro que nos permite afirmar

26 –
revolución neodesarrollista, es decir una variante progresista de
modernización capitalista.
2. Al mismo tiempo, inducida inicialmente por la activación
antagonista de movilizaciones populares, pero posteriormente a
contrapelo de las mismas y en razón de sus limitaciones, la conducción
y realización del proceso fue sostenida desde arriba. Aunque algunas
demandas formuladas desde abajo por las clases subalternas fueron
incorporadas, las fuerzas políticas progresistas realizaron, desde la
altura de la iniciativa de gobierno, alianzas e inclusive incorporaron
a sus filas sectores de las clases dominantes, así como favorecieron
la emergencia de nuevos grupos tanto en términos de acumulación
de capital como de empoderamiento de nuevas capas burocráticas.
En este sentido los límites conservadores de las revoluciones pasivas
latinoamericanas se hallan en la composición y recomposición
de clase de las fuerzas que las impulsan. No es posible afirmar
tajantemente que los gobiernos progresistas sean expresiones
directas de las clases dominantes y de la burguesía latinoamericana,
así como no podríamos sostener lo contrario, es decir que surjan
estrictamente de las clases subalternas y de los trabajadores. Sin
embargo, entre las mediaciones y las contradicciones interclasistas
que, con distintos matices y énfasis, aparecen en todos estos casos,
se perciben claramente cierto anclaje orgánico con las clases
subalternas y unos alcances progresistas, pero también unos límites
conservadores al horizonte de transformación y el color ideológico del
proyecto y, en estos últimos, se vislumbra un evidente y antitético
rasgo de clase. Dicho de otra manera, sin llegar a decir que se trate
de gobiernos ejercidos directamente o completamente por las clases
dominantes, son gobiernos cuya autonomía relativa no se tradujo
en una contraposición frontal y sistemática con los intereses de las
clases dominantes locales sino que buscaron forjar una hegemonía
inter o transclasista que rompiera la unidad de éstas para promover
el desgajamiento de un sector progresista o nacionalista del campo
que, allá donde gobiernas fuerzas políticas progresistas, en América
Latina se está viviendo un proceso de revolución pasiva, Coutinho, C. N.
(2007) “L’epoca neoliberale: rivoluzione passiva o controriforma?” en Critica
Marxista, Roma, Editori Riuniti, núm. 2.

27autonomía
oligárquico hacia un proyecto reformista conservador que se realice
como revolución pasiva. Al lograrlo y al incorporar además sectores
de clases medias y propiciar nuevas dinámicas de acumulación, se
modificó sensiblemente la composición social y política del campo
progresista en sentido conservador.
3. Por otra parte, también en relación a la dinámica y el procedimiento
político, los cambios y las reformas fueron impulsadas estrictamente
desde arriba, por medio del aparato de Estado, el gobierno y, en particular,
el poder presidencial, haciendo uso de la institucionalidad y la
legalidad liberal-democrática existente como resorte e instrumento
fundamental y prácticamente exclusivo de iniciativa política. Hay
consenso en reconocer que las transformaciones ocurridas pasan por
una iniciativa que surge desde arriba y pone en el centro, como motor
de las prácticas reformistas y conservadoras, al aparato y la relación
estatal. Guste o no, es indiscutible que, con diferente intensidad,
los gobiernos progresistas latinoamericanos, a contrapelo de
los postulados neoliberales, volvieron a colocar al Estado -y las
políticas públicas que de él emanan- como instrumento central de
intervención en lo social y lo económico. Más allá del debate sobre
los vicios y/o las virtudes de una apuesta o ilusión neodesarrollista,
el estatalismo o estadolatría actualmente en boga en América Latina
corresponden al modelo de la revolución pasiva en la medida en que
combinan eficazmente la capacidad de innovación desde arriba
con el control hacia abajo. Esto no implica una condena ideológica
del principio del papel del Estado, al estilo autonomista, sino el
simple y llano reconocimiento del papel sobredimensionado que
está cumpliendo en el contexto de las experiencias de los gobiernos
progresistas latinoamericanos. Uno de los cuestionamientos
más destacados y documentados apunta al uso de las políticas
sociales asistencialistas –que responden parcialmente a demandas
formuladas desde abajo- a las cuales recurrieron abundantemente
todos estos gobiernos y que, por un parte, operan un redistribución
de la riqueza –que hay que festejar- mientras, por la otra, no sólo no
garantizan a los pobres medios propios y durables para garantizar
su bienestar sino que además operan y son operados como poderosos
dispositivos clientelares y de construcción de lealtades políticas.

28 –
Desmovilización, transformismo y cesarismo
Además de la evaluación del alcance transformador y del carácter de
clase de estos procesos, es igualmente importante el análisis de los
límites socio-políticos de las revoluciones pasivas latinoamericanas
de inicio de siglo.
En este sentido, podemos apuntar tres rasgos que ponen en eviden-
cia el rasgo predominante de la iniciativa desde arriba, desde viejas y
nuevas élites, desde el Estado o la sociedad política y la correspondiente
o paralela construcción de la pasividad de las clases subalternas.
Las fuerzas políticas instaladas en este peldaño gubernamen-
tal aprovecharon y promovieron una desmovilización más o menos
pronunciada de los movimientos populares y ejercieron un eficaz
control social o, si se quiere, una hegemonía sobre las clases
subalternas que socavó –parcial pero significativamente- su frágil
e incipiente autonomía y su capacidad antagonista, de hecho
generando o no contrarrestando una re-subalternización funcional
a la estabilidad de un nuevo equilibrio político. De allí que el rasgo
de la pasividad -el reflujo de una politización antagonista a una
despolitización subalterna3- se volvió característico, sobresaliente,
decisivo y común a la configuración de las diferentes versiones de re-
volución pasiva en la América Latina de inicio de siglo.
Operaron en paralelo fenómenos de transformismo por medio de los
cuales elementos, grupos o sectores enteros de los movimientos po-
pulares fueron cooptados y absorbidos por fuerzas, alianzas y proyec-
tos que combinaban rasgos progresistas y conservadores y se “mu-
daron” al terreno de la institucionalidad y de los aparatos estatales
generalmente para operar o hacer efectivos tanto las políticas públi-
cas orientadas a la redistribución y de corte asistencialista, como
los correspondientes procesos de desmovilización y control social o,
eventualmente, de movilización controlada.
La modalidad de revolución pasiva abrevó de la tradición caudillis-
ta latinoamericana y se presentó bajo la forma de cesarismo progresivo,
en la medida en que el equilibrio catastrófico entre neoliberalismo y an-
3 Ver Massimo Modonesi (2010), Subalternidad, antagonismo, autonomía. Marxismo y
subjetivación política , Prometeo-CLACSO-UBA, Buenos Aires.

29autonomía
tineoliberalismo se resolvió a través de una síntesis progresiva de re-
forma y modernización capitalista en sentido neodesarrollista regida
por una figura carismática, un fiel de la balanza colocado en el centro
dinámico del proceso. Los gobiernos progresistas giran, en efecto,
en torno a la figura de un caudillo popular que garantiza no sólo la
proporción entre transformación y conservación, sino que, además,
viabiliza y asegura su carácter fundamentalmente pasivo y delega-
tivo, aun cuando sepa y pueda recurrir esporádicamente a formas de
movilizaciones puntuales y contenidas.
Es un hecho que los gobiernos progresistas latinoamericanos sur-
gieron después de oleadas de movilizaciones populares que marcaron
una década entre mediados de los años 90 y mediados del 2000, con
diferentes ritmos, formas e intensidades nacionales. Este antece-
dente es relevante en tanto coloca un problema interpretativo funda-
mental sobre el cual queremos llamar la atención –que corresponde
al adjetivo que caracteriza el concepto de revolución pasiva: la presen-
cia y las acciones de los llamados gobiernos progresistas en América
Latina aprovecharon/propiciaron/promovieron una relativa desmo-
vilización y despolitización o, en el mejor de los casos, un moviliza-
ción y politización controlada y subalterna de los sectores populares
y los movimientos y organizaciones sociales. Si en los primeros años,
en particular en Venezuela, Ecuador y Bolivia, cuando las derechas
buscaron el camino del conflicto social e institucional para desesta-
bilizar a los gobiernos antineoliberales, los niveles de movilización
se mantuvieron relativamente altos pero, desde que esta ofensiva
fue frenada y las oposiciones conservadoras o neoliberales volvieron
a jugar sus fichas principalmente a nivel electoral4, la disminución
cuantitativa de la conflictualidad social ha sido evidente, y así lo re-
gistraron los analistas, mientras que desde 2013 se dio un repunte
hacia una nuevo aumento de episodios de protesta tanto por impulso
de la reactivación de las derechas como de organizaciones y movi-
mientos populares. Al mismo tiempo, el proceso de desmovilización
4 Cuando no se adhirieron pragmáticamente o se articularon felizmente en
una alianzas con las fuerzas progresistas gubernamentales esperando que
llegara el momento de una revancha o que fuera más rentable otra opción
política, lo cual puntualmente ocurrió.

30 –
y pasivización, más allá de lo cuantitativo, se refleja en un claro pa-
saje de una politización antagonista a una subalterna. Es esta brecha
cualitativa la que permite reconocer, aún en presencia de formas su-
balternas de acción, de resistencia y de protesta, una tendencia ge-
neral a la desmovilización y la pasivización.
En cuanto a las causas, entre las evaluaciones críticas que con
siempre mayor frecuencia circulan en los países en donde hubo o to-
davía hay los gobiernos progresistas, suelen aparecer las siguientes:
el contexto de crisis de las instituciones políticas y de los partidos; la
instalación de gobiernos y de líderes carismáticos que desahogaron
tensiones y demandas que catalizaban las organizaciones y los mo-
vimientos sociales en los años anteriores; la cooptación y el ingreso
voluntario y entusiasta de dirigentes y militantes de movimientos po-
pulares a las instituciones estatales en vista de traducir las demandas
en políticas públicas; y la presión y el manejo clientelar de los actores
gubernamentales y eventualmente la represión selectiva, entre otras.
La hora de los llamados gobiernos progresistas, aún en su auge
hegemónico, en el momento más cómodo y propicio, fue la hora de
la desmovilización y de la despolitización, de la fallida oportunidad
de ensayar o de dejar fluir una democracia participativa basada en
la organización, la movilización y la politización como vectores de
un proceso de fortalecimiento y empoderamiento de las clases po-
pulares. Por el contrario, las fuerzas políticas encaramadas en los
gobiernos, no contrarrestaron, aprovecharon o inclusive impulsa-
ron la tendencia al repliegue corporativo-clientelar de gran parte de
las organizaciones y los movimientos que habían protagonizado las
etapas anteriores. En esta generalización que pone en evidencia la
tendencia más gruesa no hay que perder de vista, en el trasfondo del
proceso, que existieron tres vertientes de movilización en curso en
los países que estamos contemplando: las promovidas desde los go-
biernos y las instancias partidarias y sindicales que los sostienen; las
que son impulsadas por las oposiciones de derecha; las que surgen
desde disidencias y oposiciones sociales de izquierda.
Las primeras dos tendieron a disminuir conforme se dieron acuer-
dos y prácticas de gobernabilidad, de pax progresista (salvo las coyun-
turas electorales y la rutinaria gimnasia de movilización que le cor-

31autonomía
responde) para volver a aparecer a la hora de la crisis de hegemonía
y de la contraofensiva de las derechas. La existencia del último tipo,
de un brote de movilizaciones antagonistas y relativamente autóno-
mas de las clases subalternas, podría parecer como una confutación
de la hipótesis de la pasividad, pero no es otra cosa que una reacción
a contrapelo de las revoluciones pasivas en curso, el embrión de una
antítesis que no termina de cuajar y ocupó un lugar marginal en tér-
minos de capacidad de acumulación de fuerzas y de articulación de un
polo alternativo. Al margen de su valoración, hay que reconocer que
no se trató, salvo excepciones y coyunturas, de fenómenos masivos,
prolongados o, a diferencia de los años 2000, con efectos significa-
tivos en términos de los equilibrios políticos generales. Ni intensiva ni
extensivamente lograron invertir la tendencia general que, más bien,
confirmó la hipótesis de re-subalternización, es decir de reconfigu-
ración de la subalternidad como matriz subjetiva de la dominación,
como condición general de sustentabilidad de la revolución pasiva.
Por otra parte, no se puede no hacer el recuento de las limita-
ciones propias de los movimientos populares que permitieron la rea-
lización de experiencias de revolución pasiva que podemos resumir,
parafraseando a Gramsci, en falta de iniciativa popular unitaria y en
presencia de “subversivismo” esporádico, elemental e inorgánico.
Elementos a partir de los cuales se configura la posibilidad de la re-
volución pasiva y, al mismo tiempo, condiciones necesarias para su
continuidad y prolongación. Finalmente, en medio de la tendencia
a la pasivización, se dio el recurso a la movilización controlada, una
alquimia propia del populismo latinoamericano, generalmente en
clave defensiva frente a ofensivas de restauración oligárquica, como
la que está en curso, a través de convocatorias que, a veces, puede ser
rebasadas e incluso desbordarse.
Confirma la hipótesis general sobre el carácter pasivo de los proce-
sos políticos impulsados por el progresismo latinoamericano la ausen-
cia de reales reformas democratizadoras del Estado, de los sistemas
políticos y de partido y de la participación o democracia directa. En
un primer momento, apareció cierta disposición e inclusive se gene-
raron hipótesis novedosas que encontraron algún eco en las tres nue-
vas constituciones (Venezuela, Ecuador y Bolivia), como reflejo de las

32 –
banderas y demandas de los movimientos populares que había cues-
tionado electoralismos y partidocracias propias de las transiciones
democráticas latinoamericanas, pero fue diluyéndose en las prácti-
cas e iniciativas de gobierno aunque siga reproduciéndose discursiva-
mente o siendo una bandera de algunos sectores o grupos al interior
de las coaliciones gobernantes, grupos no suficientemente fuertes o
influyentes para determinar el rumbo general. La democratización
entendida como socialización del poder y como impulso a la autode-
terminación quedó como letra muerta de las constituciones o como
promesa incumplida del progresismo latinoamericano. Solo en Ve-
nezuela, la democracia directa ha sido colocada en algún momento
en un lugar prioritario tanto a nivel simbólico como en el plano del
financiamiento público a través de la creación de los consejos comu-
nales. Pero, este importante avance participativo ha sido temperado y
viciado por lógica clientelares y por la verticalidad tanto gubernamen-
tal como del Partido Socialista Unificado de Venezuela, brazo político
del chavismo creado simultáneamente como contraparte de centrali-
zación que compensara la descentralización del poder en la Comunas.
Ahora bien, hay que considerar que el reflujo de los procesos es-
pontáneos de participación ligados a coyunturas no se resuelve
mecánicamente agregando y sobreponiendo dispositivos de inge-
niería institucional de corte participativo. Al mismo tiempo, aunque
toda forma de institucionalización acarrea necesariamente un gra-
do de pasividad y de pasivización, eso no quiere decir que sea irrele-
vante la existencia de andamiajes institucionales que contemplan e
incluyen instancias participativas, siempre y cuando no se vacíen de
contenido, no se vuelvan simples eslabones burocráticos y se convier-
tan en mecanismos de control social.
Por otro lado, evitando el maniqueísmo propio de la dicotomía
institucionalización-autonomía, aparecen las tendencias de fondo a
la desconfianza política, a la crisis de las instituciones políticas oc-
cidentales, que llevan a plantear la tesis de la pasividad como una
tendencia societal. Por último, hay que reconocer que, en buena me-
dida, fueron los propios movimientos populares los que buscaron y,
en grados distintos, encontraron los caminos hacia las instituciones
bajo una perspectiva de construcción de poder que resultó tenden-

33autonomía
cialmente exitosa, pero implicó una institucionalización de la acción
política con la relativa desmovilización y pérdida de protagonismo de
las organizaciones y movimientos sociales.
En esta tesitura, el transformismo jugó un papel fundamental. La
instalación de gobiernos progresistas produjo fenómenos de coop-
tación desde el aparato estatal que drenaron sectores y grupos im-
portantes e inclusive masivos de dirigentes y militantes de las orga-
nizaciones populares al punto de desvertebrar el movimiento social
entendido como un conjunto. Este proceso es central para explicar la
pasivización, subalternización, control social o movilización contro-
lada o heterónoma.
De la misma manera, es particularmente notorio como la forma
política asumida por estos hechos remite a un formato caudillista y,
en los términos que estamos proponiendo, un cesarismo progresivo que
cumple una función fundamental en tanto no sólo equilibra y estabi-
liza el conflicto, sino que además afirma y sanciona la verticalidad, la
delegación y la pasividad como características centrales y decisivas.
Centrando entonces la cuestión en el ámbito de los procesos de
subjetivación política que nos interesa destacar, hay que reconocer
un reflujo hacia la subalternidad, una pérdida de capacidad anta-
gonista y de márgenes de autonomía de los actores y movimientos
sociales que fueron protagonistas de las luchas sociales en América
latina a la hora de la activación del ciclo antineoliberal. Como contra-
parte, se hicieron evidentes tendencias a la institucionalización,
delegación, desmovilización y despolitización (cuando no al auto-
ritarismo, burocratización, clientelismo, cooptación y represión se-
lectiva) que caracterizaron los escenarios políticos dominados por la
presencia de gobiernos progresistas. Afloraron las “perversiones” de
proyectos de transformación que, al margen de las declaraciones de
intención, estuvieron despreciando, negando o limitando la emer-
gencia y el florecimiento de la subjetividad política de las clases su-
balternas, centrándose en iniciativas y dinámicas desde arriba que
lejos de promover procesos democráticos emancipatorios, reproduje-
ron la subalternidad como condición de existencia de la dominación.
Al margen de la valoración de los saldos y los alcances socio-econó-
micos de las políticas públicas impulsadas por los gobiernos progre-

34 –
sistas, aparecieron las miserias de formas históricas de estatalismo y
de partidismo que lejos de operar como dispositivos de democratiza-
ción real y de socialización de la política se convierten en obstáculos
y en instrumentos de revolución pasiva. Al aprovechar, controlar,
limitar y, en el fondo, obstaculizar cualquier despliegue de partici-
pación, de conquista de espacios de ejercicio de autodeterminación,
de conformación de poder popular o de contrapoderes desde abajo –u
otras denominaciones que se prefieran- se estuvo no sólo negando un
elemento substancial de cualquier hipótesis plenamente emancipa-
toria sino además debilitando la posible continuidad de iniciativas
de reformas –ni hablar de una radicalización en clave revolucionaria-
en la medida en que se desperfiló o sencillamente desapareció de la
escena un recurso político fundamental para la historia de las clases
subalternas: la iniciativa desde abajo, la capacidad de organización,
de movilización y de lucha.
Fin del ciclo y giro regresivo
A raíz de los efectos de la crisis económica, del desgaste político de
más de una década de gobierno y de las contradicciones propias de
todo fenómeno de revolución pasiva, la experiencia de los llamados
gobiernos progresistas en América Latina entró en un pasaje crítico
que algunos autores denominaron fin de ciclo, abriendo un debate so-
bre el carácter de la coyuntura con fuertes implicaciones estratégi-
cas respecto del porvenir inmediato.
Como lo señalamos anteriormente, la experiencia de los llamados
gobiernos progresistas en América Latina entró, entre 2013 y 2015, en
un pasaje crítico que algunos autores denominaron fin de ciclo, abrien-
do un debate que resultó particularmente áspero que hemos evocado
en el apartado anterior.
Sostendré en forma sintética la idea de que, en sentido estricto,
el ciclo terminó no solo ni tanto porque regresaron las derechas
al gobierno de Argentina y Brasil sino porque se hizo evidente la
pérdida de hegemonía con una serie de consecuencias, entre las
cuales se cuentan las que permitieron el giro a la derecha en estos

35autonomía
países tan importantes de la región pero también escenarios tur-
bulentos en los otros.
Siendo que la de la revolución pasiva es una fórmula que busca y
logra una salida hegemónica a una situación de equilibrio de fuerzas,
o de “empate catastrófico” -fórmula que resultó eficaz en clave pro-
gresista en América Latina en la década del 2000- podemos analizar
y problematizar la hipótesis del fin de ciclo, poniendo en evidencia
un rasgo central y determinante: la pérdida relativa de hegemonía,
es decir la creciente incapacidad de construcción y sostenimiento del
amplio consenso interclasista y de fuerte raigambre popular que ca-
racterizó la etapa de consolidación de estos gobiernos.
En efecto, entre 2013 y 2015, se concluyó la fase de consolidación
hegemónica que se expresó reiteradamente en resultados electorales
plebiscitarios pero se fraguó fundamentalmente en el ejercicio efi-
caz de una serie de intermediaciones estatales y partidarias, despla-
zando a las derechas de estratégicos ganglios institucionales y apa-
ratos ideológicos del Estado e instalando una serie de ideas fuerzas,
consignas y valores políticos de corte nacional popular como los de
soberanía, nacionalismo, progreso, desarrollo, justicia social, re-
distribución, dignidad plebeya, etc.. En algunos países este pasaje
fue acompañado por un enfrentamiento directo con intentos restau-
radores de carácter golpista o extra institucionales -como en el caso
de Bolivia, Ecuador y Venezuela pero también en Argentina el caso
del conflicto del campo-, cuyo saldo dejó las derechas de estos países
muy debilitadas y, en consecuencia, abrieron el camino a una prác-
tica hegemónica de las fuerzas progresistas más profunda y contun-
dente5, incluyendo la reformulación de los marcos constitucionales y
generando el escenario del llamado “cambio de época”.
Esta etapa se cerró. Al menos desde 20136 se percibió un punto
5 El vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera habló depunto de
bifurcación” para dar cuenta de este pasaje estratégico de la correlación
de fuerzas que abrió a la posibilidad del ejercicio hegemónico. Ver Álvaro
García Linera, “Empate catastrófico y punto de bifurcación” en Crítica y
emancipación núm. 1, CLACSO, Buenos Aires, junio de 2008.
6 Como señalé en Massimo Modonesi, “Conflictividad socio-política e inicio
del fin de la hegemonía progresista en América Latina” en Jaime Pastor
y Nicolás Rojas Pedemonte (coordinadores), Anuario del conflicto social 2013,

36 –
de inflexión, con ciertas variaciones temporales y formales país por
país, a partir de un viraje desde un perfil progresivo a uno tenden-
cialmente más regresivo. Giro que resultó particularmente percep-
tible en las respuestas presupuestales a la crisis económica que azotó
la región, que privilegiaron el capital frente al trabajo y al medio
ambiente, como la actitud hacia las organizaciones y movimientos
sociales situados a su izquierda, que tendió a endurecerse tanto dis-
cursiva como materialmente.
Gramsci sostenía que se podía/debía distinguir entre cesarismos
progresivos y regresivos. Agregaría que esta antinomia conforma
una clave de lectura que se puede aplicar también al análisis de di-
versas formas y distintas etapas de las revoluciones pasivas ya que
permite reconocer diversas combinaciones de rasgos progresivos y re-
gresivos y la predominancia de uno de ellos en momentos sucesivos
del proceso histórico.7
Desde su surgimiento convivieron al interior de los bloques y alian-
zas sociales y políticas que impulsaron los gobiernos progresistas la-
tinoamericanos tendencias de diverso signo. Si en la etapa inicial
dominó el rasgo progresista, propiciando que así se denominaran,
se puede identificar un posterior viraje tendencialmente conserva-
dor que opera en sentido regresivo respecto del rasgo progresivo de la
etapa hegemónica de ejercicio del poder de los gobiernos progresis-
tas. Este giro se manifestó orgánicamente en el seno de los bloques y
alianzas que sostienen a estos gobiernos y expresó en las variaciones
en la orientación de las políticas públicas, justificándose, desde la
óptica de la defensa de las posiciones de poder, por la necesidad de
compensar la pérdida de hegemonía transversal por medio de un mo-
vimiento hacia el centro.
Este acentramiento, dicho sea de paso, parecería contrastar con la ló-
gica de las polarizaciones izquierda-derecha y pueblo-oligarquía que
caracterizó el mismo surgimiento de estos gobiernos, impulsados
por la irrupción de fuertes movimientos antineoliberales y el poste-
rior enfrentamiento con los conatos restauradores de las derechas
Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona, 2014.
7 Ver Massimo Modonesi, Revoluciones pasivas en América, Itaca-UAM, 2017, cap. 1.

37autonomía
que abrieron las puertas a la consolidación hegemónica. Al mismo
tiempo, si seguimos la hipótesis de Maristella Svampa de un retorno
de dispositivos populistas, un movimiento real, orgánico y político
hacia el centro no excluye el uso de una retórica confrontacional,
típica del formato populista, aunque tendencialmente debería y pro-
bablemente se irá moderando en aras de una mayor coherencia entre
forma y contenido.8
En todo caso, asistimos a un giro fundamental, histórico y estructural
en la composición política de estos gobiernos y por lo tanto de un pasaje
significativo de la historia política del tiempo presente latinoamericano.
El deslizamiento hacia un perfil regresivo fue más perceptible en
algunos países (Argentina, Brasil, Ecuador) que en otros (Venezuela,
Bolivia y Uruguay) ya que en estos últimos se mantuvieron relativa-
mente compactos los bloques sociales y políticos de poder progresis-
tas, no se abrieron fuertes clivajes hacia la izquierda y las derechas
son relativamente más débiles (salvo en el incierto escenario vene-
zolano donde esta evaluación es discutible). Aunque el fenómeno de
fondo fueron los desplazamientos moleculares a nivel de alianzas so-
ciales y políticas, de influencia de clases, fracciones de clases y gru-
pos sociales y políticos y su contraparte en términos de reorientación
de las políticas públicas mencionaremos aquí, a título de ejemplo
-por razones de espacio y por la dificultad objetiva de dar cuenta a
escala latinoamericanas de todos estos pasajes- solo algunos de sus
reflejos más visibles en la esfera político partidaria y del recambio de
los liderazgos.
En Argentina el giro conservador fue bastante evidente y se sancionó
con la candidatura de Daniel Scioli en el Frente para la Victoria (FpV) quien
no es parte, para usar una expresión argentina, del “riñon” kirchnerista,
a diferencia del candidato a vicepresidente Zannini, lo cual sanciona un
ajuste hacia el centro-derecha del “sistema político en miniatura” pero-
nista (usando la expresión de Juan Carlos Torre) que ya estaba en curso en
los últimos años de paulatino debilitamiento del kirchnerismo.9
8 Maristella Svampa, “América Latina: de nuevas izquierdas a populismos de
alta intensidad” en Memoria núm. 256, México, noviembre de 2015.
9 Mabel Thwaites, “Argentina fin de ciclo” en Memoria núm. 254, México,
mayo de 2015.

38 –
En Brasil hace tiempo que varios autores señalaron una muta-
ción genética, al margen de los escándalos de corrupción, al interior
del Partido de los Trabajadores (PT). El sociólogo Francisco “Chico”
de Oliveira la identificó en el surgimiento del ornitorrinco, una figura
híbrida, medio sindicalista-medio especulador financiero, instala-
da en la gestión de inmensos fondos de pensión que navegan en los
mercados financieros.10 En este sentido el posible retorno de Lula no
modificaría substancialmente la orientación política asumida por
Dilma, de la misma manera que no ocurrió cuando ella lo substituyó,
mientras que el viraje hacia el centro se manifestaría en la coyun-
tura más bien por la disminución del gasto social en comparación
con el persistente apoyo directo e indirecto a los procesos de acumu-
lación de capital. Esta misma tendencia apareció en el caso ecuato-
riano desde el desplazamiento de sectores de izquierda al interior de
Alianza País (AP) y la elección de Jorge Glas, un vicepresidente clara-
mente identificado con el sector privado para acompañar a Correa en
las elecciones de 2013.11 En Uruguay fue evidente la regresión a nivel
ideológico del liderazgo de Pepe Mujica al de Tabaré Vázquez, como
reflejo de equilibrios internos y externos al Frente Amplio (FA) que
se movieron hacia la derecha, aún con la continuidad propia de una
fuerza política estable y con un proyecto definido.
En relación con los casos andinos, bolivianos y ecuatorianos, Ma-
ristella Svampa señala un quiebre de las promesas que sancionóla
pérdida de la dimensión emancipadora de la política y la evolución
hacia modelos de dominación de corte tradicional, basados en el
culto al líder y su identificación con el Estado”.12
En el caso de Bolivia, más allá de la emergencia de una “burguesía
aymara” y de la burocratización y la institucionalización de amplias
franjas dirigentes de los movimientos sociales que impulsaron las
luchas antineoliberales, es menos sensible el deslizamiento hacia el

10 Massimo Modonesi, Entrevista a Francisco De Oliveira, “Brasil: una hegemonía
al revés” en OSAL núm. 30, CLACSO, Buenos Aires, noviembre de 2011.
11 Francisco Muñoz Jaramillo (editor), Balance crítico del correísmo, Universidad
Central del Ecuador, Quito, 2014.
12 Maristella Svampa, “Termina la era de las promesas andinas” en Revista Ñ,
Clarín, Buenos Aires, 25 de agosto de 2015.

 

39autonomía
centro en términos de la composición política del bloque de poder. Al
mismo tiempo, el tema de la re-elección de Evo abre a un escenario
delicado, a pesar de que no se consolidaron alternativas electorales
sólidas ya que la derecha, salvo algunos resultados locales, todavía
no levanta plenamente la cabeza y el Movimiento Sin Miedo no ter-
minó de configurarse como una opción a su izquierda.
Estas tendencias regresivas son todavía menos sensibles en Vene-
zuela, ya que la crisis política y económica polarizó los campos en
disputa, tendiendo a compactar a las clases subalternas detrás de
los grupos dirigentes de la revolución bolivariana, a pesar de que las
circunstancias de una economía particularmente frágil no permiten
una profundización de la misma, generan tensiones internas y está
fortaleciendo la tendencia más autoritaria.
En estas diferencias nacionales se reflejó la mayor o menor in-
fluencia de la reactivación de una oposición social y/o política de
izquierda. En efecto, se registró, en la mayoría de estos países,
además de la recuperación relativa de fuerza de las derechas, un re-
lativo repunte de la protesta por parte de actores, organizaciones y
movimientos populares, sin que esto permitiera asentarse y adqui-
rir un perfil antagonista y autónomo a contrapelo de la subalterni-
zación propia de las revoluciones pasivas. Por falta de persistencia
en el tiempo, de consistencia organizacional y articulación política
lamentablemente no apareció en el horizonte político un escenario
de izquierdización de la política latinoamericana. En efecto, a pesar
de una lenta recuperación de autonomía y de capacidad de lucha, no
se observaron relevantes y trascendentes procesos de acumulación de
fuerza política a lo largo de estos últimos dos años de pérdida de he-
gemonía del progresismo, salvo eventualmente en el caso del Frente
de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) en Argentina, cuyas perspec-
tivas y potencial expansivo tampoco están asegurados. La explosión
de protestas en el Ecuador atraviesó distintos sectores y demandas
que debilitó a Correa y obligó a optar por la candidatura Lenin Mo-
reno, cuyo triunfo abrió a una etapa de progresismo post correista,
pero, a pesar de que se acumuló malestar en los sectores populares,
en particular indígenas y de trabajadores organizados, esto no per-
mitió el fortalecimiento de un polo político alternativo sino que, por

40 –
el contrario, la llegada de Moreno y su giro anticorreista fracturó el
campo de las organizaciones populares.
Esta dificultad se debe parcialmente al efecto de reflujo, después
de la oleada ascendente de luchas antineoliberales, de los sectores
populares hacia lo clientelar y lo gremial originado por una cultura
política subalterna pero, por otra parte y en buen medida, producto
de las iniciativas, o la falta de iniciativas, de gobiernos progresistas
más interesados en construir apoyos electorales y garantizar una go-
bernabilidad sin conflictos sociales que a impulsar, o simplemente
respetar, las dinámicas antagonistas y autónomas de organización
y la construcción de canales y formas de participación y autodeter-
minación en aras de transformar profundamente las condiciones de
vida, y no solo la capacidad de consumo, de las clases subalternas.
Este debilitamiento, o ausencia de empoderamiento, hace pen-
sar que la intención pasivizadora que operó como contraparte de las
transformaciones estructurales y las políticas redistributivas (sin
considerar aquí la polémica continuidad extractivista y primario-ex-
portadora) provocó una década perdida en términos de la acumula-
ción de fuerza política desde abajo, desde la capacidad autónoma de
los sectores populares, a contracorriente del ascenso que marcó los
años 90 y que quebró la hegemonía neoliberal, abriendo el escenario
histórico actual.
Este saldo negativo es lo que impide, por el momento, hacer frente
a una doble deriva hacia la derecha: por el fortalecimiento relativo de
las derechas políticas y por el giro conservador y regresivo que modifi-
ca los equilibrios y la orientación política de los bloques de poder que
sostienen a los gobiernos progresistas latinoamericanos.
En conclusión, en medio de tiempos convulsos, siguen su curso al-
gunas decadentes revoluciones pasivas latinoamericanas, rodeadas
por una creciente oposición a su derecha y su izquierda, marcadas en
su interior por un viraje conservador y regresivo, deslizándose peli-
grosamente por una pendiente en la cual pierden brillo hegemónico,
anuncio de un fin de ciclo, del cierre de una época que se avecina de
forma aparentemente inexorable.