La elección de 2018 en Brasil y el neoliberalismo
sudamericano como fantasma.
Salvador Schavelzon
Del libro “Derivas y problemas de los progresismos sudamericanos”.
Coyuntura electoral: experimentos y fin de ciclo
Algo de la política sudamericana parece indicar que lo que vivimos
no es sólo un fin de ciclo. También nos encontramos en una encru-
cijada, entendiendo los contornos de lo que vendrá, imprevisible.
Como si fuera Rusia en 1905 o Sudamérica de los ́90, la decadencia
de lo actual ya está dada, pero aún no vemos por dónde las cosas se
encaminarán. No nos encontramos, por tanto, en un momento en
que las coordenadas políticas que organizarán la vida política de los
distintos países esté ya definida.
Tanto donde gobiernos de derecha fueron derrotados por un retor-
no del progresismo saliente (Argentina, Bolivia) o nuevos gobiernos
progresistas (Chile, Peru), o donde probablemente el progresismo
vuelva con alianzas con la derecha tradicional (Brasil), contra nuevas
derechas, o en países como Venezuela y Nicaragua, donde no hubo
un cambio de autoridades, a pesar de reveses considerables en las
urnas, crecimiento de movilizaciones de oposición y luchas sociales
reprimidas por el gobierno, el contexto nos lleva a pensar que la dis-
cusión que hoy más importa no es la de caracterizar un nuevo ciclo
sino la de entender que es lo que vendrá después.
López Obrador, en México, muestra un camino, que si se fuera po-
sible en Sudamérica, tendría mucho de repetición en relación al ciclo
de gobiernos progresistas concluido en varios países. Con sus minis-
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tros-empresarios y propuestas dirigidas a mejorar el funcionamiento
del capitalismo nacional, el paralelo con Lula es claro. En el mismo
sentido, es evidente que el voto social-progresista mantiene poder de
influencia en la región y determina, por ejemplo, que en la Argentina
casi la totalidad de las fuerzas de izquierda orbiten alrededor de Cristi-
na, cómo líder de la oposición y posibilidad más progresista al alcance,
frente al gobierno nacional y sectores con poder en el peronismo de las
provincias. Mientras el post-macrismo ya se vislumbra, aunque sea
en elecciones venideras no inmediatamente, o como producto de una
salida abrupta antes del fin del mandato, el progresismo se reorganiza
sin necesariamente pasar por autocrítica y renovación.
En Brasil, el mismo sector político que era base electoral de las vic-
torias del PT, hoy cualifica la un candidato de centro, nacionalista,
con guiños progresistas, como Ciro Gomes, en un espacio que apro-
vecha la ausencia del líder, ya excluido de la disputa. Para ocupar
el espacio de polarizar con la opción liberal de mercado, deberá no
obstante superar un escenario electoral anómalo, donde todavía no
se perfilan las opciones privilegiadas, y donde en lugar de la clásica
oposición entre una opción social y otra de mercado, Bolsonaro lleva
la discusión a un embate ideológico y de moralidad sobre la base de
un pensamiento grosero de sentido común.
La coyuntura electoral latinoamericana muestra posibilidades
para nada progresistas, con la vigencia del fujimorismo y el uribis-
mo, las victorias de Piñera y Macri, como expresiones de que hoy la
tendencia electoral favorece a estos sectores. En Brasil, la candida-
tura de Bolsonaro supera en las encuestas a la candidatura que re-
presenta más fielmente la derecha liberal y tradicional de la política
brasilera, con Geraldo Alckimin. Bolsonaro plantea la posibilidad de
un escenario nuevo, más allá de una nueva alternancia dentro del
sistema en clave convencional entre izquierda y derecha. La radica-
lidad derechista de Bolsonaro habla también de un nuevo ciclo ya
presente, dando cuerpo a sectores hasta ahora residuales de opinión,
con peso político en aumento, por un camino populista que diverge
de los métodos del poder político y empresarial tradicional.
En sintonía con fenómenos globales de derechización y entrada
en agenda de elementos reaccionarios con adherencia entre sectores
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populares, la variante de Bolsonaro puede incluso ser el camino para
que las derechas tradicionales, más previsibles, se impongan contra
esos candidatos incluso con ayuda del voto históricamente progresis-
ta. Dejando de lado el alarmismo, también se presentan elementos
claros de que fuera de las redes sociales, globos de ensayo pre-electo-
rales y provocaciones vociferadas en la pre-campaña, el peso de las
estructuras partidarias tradicionales, con más tiempo televisivo, fi-
nanciamiento además de cierta base de electorado cautivo.
Esto favorecería la partición tradicional del electorado entre dos
opciones neoliberales, una de ellas discursivamente crítica de un ge-
nérico neoliberalismo, asociado a reducción del Estado, apostando
en el voto progresista y nacionalista. Con nuevos o viejos actores, se-
gún esta interpretación que apuesta a que los procesos electorales se
asientan y no suele favorecer discursos desde lugares políticos nue-
vos. Así, contra intentos de replicar Trump en Latinoamérica, pre-
valecerían las oposiciones ya encontradas en las últimas elecciones:
el PSDB (Alckmin) contra Ciro Gomes, en Brasil, el macrismo contra
el peronismo en la Argentina, como también ocurrió en las recientes
elecciones de México y Colombia. El fenómeno Bolsonaro en Brasil,
correría más por el camino del Frente Nacional en Francia, con votos
liberales y sociales a favor de proyectos más centristas prevaleciendo.
Sin estar en claro todavía los movimientos que hará el PT, pudien-
do usar el capital político electoral de Lula en dirección de defender
un candidato propio (posiblemente Fernando Haddad), apoyar a Ciro
Gomes, permitiendo un mejor desempeño de la máquina partidaria
petista en los gobiernos locales, por motivo de que esa opción garan-
tizaría llegar a la elección con más alianzas; y un frente de izquierda,
con el PCdoB y el PSOL, que tienen la defensa del ex presidente como
factor central de la campaña. Por último, también existe la posibili-
dad de que el PT mantenga simbólicamente la candidatura de Lula,
como protesta por la prisión, aunque contrariando los pasos dados
por el partido históricamente y en los últimos meses, en que el prag-
matismo y la disposición a jugar el juego de las alianzas políticas con
sectores diversos, incluso conservadores, ha primado.
Lo que vendrá, entonces, parece indicar que el progresismo no
está muerto, y el fracaso de las derechas que aprovecharon su caí-
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da, tanto como la aparición de nuevas derechas frente a las cuales
proyectos políticos que ya no tenían ninguna diferencia con sus ri-
vales a la hora de pensar la gobernanza neoliberal y la gestión del
capitalismo en la región, recupera sentido, aunque más no sea como
pensamiento políticamente correcto, convocado por expresiones fas-
cistas, racistas o de fundamentalismo y moralismo religioso, cuya
influencia está en aumento.
Es verdad es que este lugar de “reserva moral”, reservado para el
progresismo, no evitó que históricamente opciones como el euroco-
munismo y la socialdemocracia perdieran su eficacia, la especifici-
dad de su proyecto, y su lugar político, asimilándose totalmente a la
máquina del poder. Este fracaso de la izquierda o del progresismo, en
modalidades suaves o más duras, en Sudamérica, debe ser tomado
en cuenta, sin duda, a la hora de evaluar la aparición reciente de op-
ciones “populistas”, sea de perfil de izquierda o de derecha, como ac-
tores que llegan de afuera para superar sistemas partidarios que en-
vejecen. Cuando el aparato de alternancia deja de funcionar, se abre
un momento fértil para ensayos y experimentos políticos que podrán
reconducir, aunque sea de forma efímera, un contexto político que
parece abierto e imprevisible en la mayoría de los países de la región.
Un tema para reflexionar, frente a este panorama, es la superfi-
cialidad del debate político, cuando lo que parece estar en juego a la
hora de pensar en el rumbo del proceso político es antes la disputa
electoral, la adhesión o rechazo a los líderes políticos instalados, y
no un debate sobre las posibilidades políticas que se abren cuando la
política nacida con la Constitución de 1988 se desmorona1.
En este panorama, la gravedad radica entonces en la coincidencia
de los candidatos en disputa con los grandes consensos neolibera-
les, y no en la incapacidad de acceso de la izquierda al poder, o de la
aún plausible victoria electoral progresista. Con oídos sordos frente
a luchas que no dejan de surgir a todo momento, pero también de
importantes marcos de reordenamiento del debate político como la
revuelta de junio de 2013 en Brasil, el 2001 en Argentina, o los levan-
tamientos que antecedieron la formación de gobiernos progresistas
1 Una lectura crítica sobre el debate político que acompañó a la caída del PT,
con el impeachment de Dilma Rousseff, puede encontrarse en Cava (2016).
–71autonomía
en Venezuela, Ecuador, Bolivia, el sistema político parece reordenar-
se sin que esté en pie un debate que lleve a cambios profundos en la
forma de administrar, ajustar y explotar territorios.
En el debate electoral dicotomías discursivas se imponen escon-
diendo las coincidencias entre progresismos salientes y recién llega-
dos; derechas con máscara “social” que suceden al progresismo o que
gobernaron países al momento en que el progresismo todavía con-
trolaba el ejecutivo de entre seis y ocho países sudamericanos, más
algunos de Centroamérica y el Caribe.
Dispositivos de gobierno neoliberal
Abriendo un paréntesis sobre la cuestión electoral, la política suda-
mericana es escenario ya de una agenda renovada en relación a vein-
te años atrás, en que el “consenso anti-neoliberal” dio aire, en varios
países, a la renovación política. Hoy se ve, por un lado, el fracaso
de las administraciones que surgieron a la luz de esas demandas, y
renovaron el sistema político sin llevar adelante el programa que los
llevó al poder.
La falta de proyecto político con legitimidad por parte de nuevas
administraciones post-progresistas, hace que todo esté abierto, inclu-
so la posible vuelta al poder de sectores progresistas. Mientras en el
contexto de varios países con derecha clásica en el poder, se impone la
idea de que “a pesar de todo, no eran lo mismo”, se constata un efecto
de recomposición, con discursos radicales que son retomados inme-
diatamente el gobierno es abandonando. En Argentina y en Brasil,
sin el peso de las alianzas y decisiones de gobierno, el progresismo se
propone expresar voces subalternas, de minorías, de mujeres, negros,
gays… sin ningún rubor a la hora de recordar como estos sectores es-
tuvieron lejos de las prioridades de gobierno. Banderas retomadas de
manera liberal, se suman así al lugar “social” y “antineoliberal” con
que dos décadas atrás disputaban conformarse en gobierno.
Sin detrimento de mostrar matices, y de señalar que gobiernos
conservadores actuales hacen parecer al progresismo como deseable,
es importante señalar que por menos peor que el progresismo haya
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sido en relación a gobiernos actuales o posibles de actuales oposito-
res donde el progresismo sigue en pie, no es por haber superado el
neoliberalismo que estos gobiernos deben ser recordados. A pesar de
gestos anti-neoliberales, no hubo cambios en lo que realmente le in-
teresa al modo neoliberal de gobernar: seguridad, economía, y con-
trol… con flexibilidad y desregulación para el capital.
La estructura desigual de condiciones de reproducción de la vida, se
combina con un marco desfavorable para clases más bajas en acceso a
justicia, trabajo, salud, también con la distribución de impuestos con
peso en los más pobres, y matrices coloniales, más que neoliberales,
de explotación territorial con alto costo ambiental, elevados lucros y
bajas contraprestaciones. En definitiva, no hubo nada en la gestión
progresista que haya traído un desentendimiento con quienes no de-
jaron de mantener en sus manos el poder de decisión sobre el modelo
económico y la organización social y las formas de su reproducción.
La prioridad política del progresismo fue garantizar el funciona-
miento del capitalismo y del Estado, a cambio de que se les permita ser
administradores. En su visión, ellos mantenían el control político del
proceso, con vistas a mejorar las cosas. Centralización estatal y mono-
polio de la autoridad política fue entendido, en la justificación de los
regímenes progresistas, como prioridad que debía entonces, necesa-
riamente, por la necesidad de garantizar ese lugar de comando, dejar
funcionar intactos los mecanismos neoliberales de organización social2.
Como siempre, los programas son afirmaciones pensadas en el
presente que, por tanto, buscan dar un paso al frente respecto de lo
anterior. El neoliberalismo no fue superado, a pesar de un avance de
la presencia estatal en la economía, como actor capitalista privile-
giado, con políticas sociales de formato que no se diferenciaba de lo
que los think tank de los mercados venían sugiriendo para contrarres-
tar el avance de la extrema pobreza. También se le dio importancia
al financiamiento de actores culturales y universidades, que sin que
pueda decirse que el modelo educativo o cultural se modificase, creó
en estos espacios los bastiones actuales de defensa del progresismo y
asimilación de su propaganda.
2 Sobre este debate, presente en la visión de García Linera, ver Schavelzon (2018).
–73autonomía
La agenda política de hoy, así, continua siendo anti-neoliberal,
frente a un escenario en el que el aumento de la financiarización de la
vida, el avance del agro-negocio desforestador y contaminante, las po-
líticas de ajuste que priorizan el pago de la deuda a los derechos socia-
les, a la hora de enfrentar dificultades, son hoy un programa vigente
tanto como a inicios del año 2000. Corrupción y seguridad, al mismo
tiempo, organizan bloques electorales críticos, sin que el campo pro-
gresista les haga frente con alternativas, o hubiera planteado en esos
espacios algo diferente de lo que era regla antes de su llegada.
Como crítica política, se podría decir que el progresismo no gene-
ra un contra-discurso frente a lo que aparece como necesidades de las
clases medias. Al contrario, consumo de bienes durables como forma
de evaluar bonanza y esplendor social, promoción del emprendedo-
rismo individual como camino de progreso, cultura nacionalista e
incluso enfrentada a países hermanos, con el futbol -en el mundial
de 2014- como gran ópera que representaría la unión de todos en una
democracia sin conflicto, fueron narrativas políticas que sustenta-
ron y surgieron del progresismo. Siempre puede ser peor en su cenit,
cuando derechas de mano dura o tecnócratas neoliberales aparecen
como alternativas, cabe cuestionar a este discurso como horizonte
político para nuestra época.
El desarrollismo, con su expansión simultánea al de los gobiernos
progresistas, junto al aumento de exportaciones y precio de commodi-
ties, se conformó en materia de crítica desde la izquierda, aunque sin
constituirse en cuestión de demanda popular, excepto en regiones
directamente afectadas por los efectos de la minería, la soja, y otros
proyectos extractivistas. Alrededor de esta problemática se reorgani-
zó buena parte del movimiento indígena contra gobiernos progresis-
tas, junto a un pensamiento crítico y técnico que viene denunciando
sus consecuencias. En algunos momentos, la agenda verde se incor-
poró a decisiones electorales o grandes movilizaciones, así como al
surgimiento de alternativas políticas de distinto signo. El progresis-
mo y buena parte de la izquierda, sin embargo, se decantaría a favor
del crecimiento económico con cualquier costo, y tiende a ver la ex-
plotación del territorio como necesaria por cuestiones económicas al
respecto del total de la población.
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El progresismo no se constituyó en superación del neoliberalismo,
manteniendo al poder económico con influencia en las decisiones.
Alianzas con el poder económico tradicional, o creación de nuevas
clases empresariales, fue la norma desde la lógica de que el progresis-
mo apenas podría actuar de forma progresista con una mínima parte
de ingresos extraordinarios, siempre y cuando no se rediscutan las
bases del capitalismo local, sus privilegios tributarios, y su depen-
dencia crónica de los fondos del Estado.
En el caso de la educación y la salud, por ejemplo, dos áreas que se
presentan como fuerte del legado progresista en Chile, Brasil, Ecua-
dor… fueron entendidos como servicios o mercancías cuya concep-
ción general no habría posibilidades de cuestionar. La “Revolución
educativa” en Brasil, consistió en ampliar la cantidad de alumnos
y universidades, como lo hiciera Carlos Menem en Argentina, o go-
biernos conservadores en México y otros lugares. Una de las banderas
del lulismo es, de hecho, una revolución para las empresas de educa-
ción privada que fueron intermediarias, con dinero público, en pro-
veer educación de mala calidad para hijos de la clase trabajadora que
siguieron sin poder entrar masivamente en las universidades públi-
cas. Algo parecido puede decirse del “negocio de la salud”, donde el
paciente es considerado un cliente que debe atender de forma priva-
da, cada vez más, y del mismo modo en que debe dar cuenta de su for-
mación educativa, de acuerdo a sus posibilidades económicas, donde
todo lo que pueda ser, por otra parte, será un valor a disputar en un
mercado de competencia por trabajo y oportunidades para pocos.
En alguna medida, el progresismo más bien perfecciona el régi-
men neoliberal que en los años 90 estructura las bases económicas de
apertura económica, control de cambio e inflación, ortodoxia en polí-
tica cambiaria y monetaria, garantizando a los mercados poder orien-
tar el rumbo de la política nacional. Roces entre sectores productivos y
financieros, que podrían dar lugar a posicionamientos estratégicos de
gobiernos de izquierda con sectores productivos, no se implementaron
de forma en que al menos en términos de favorecimiento de la bur-
guesía nacional, como camino para el afianzamiento del bienestar, el
progresismo pudiera mostrar un cambio político significativo.
Las políticas sociales, el reconocimiento de nuevos derechos, el
–75autonomía
financiamiento de la cultura, y gestos políticos favorables a sectores
que estaban en la calle en el ciclo anterior, pueden verse como insufi-
cientes para hablar de un cambio estructural respecto, por ejemplo,
a la diferencia entre lo que gana el 10% más rico y el 90% más pobre.
Se torna crucial, sin embargo, como formas en que el régimen, neo-
liberal, se legitima, encuentra gestores eficientes que recuperan el
entusiasmo para que las mayorías elijan, con su voto, la continuidad
de opciones estatales que no modifican la inercia política que elites
de derecha y de izquierda se abocan en administrar.
En sus efectos sobre la población, y la forma que estas innovaciones
políticas traen para la gestión estatal, vemos como el neoliberalismo
no es sólo privatización de empresas estatales, sino la organización
de la vida desde una subjetividad y conformando una organización
social que propone competencia, una economía que genera trabajo
precario y una reconversión del trabajo en formas comunicativas de
generar valor, incluso a partir de la autoproducción y gestión de la
propia vida en un sentido mercantilizador, individualista, consu-
mista, o simplemente de reproducción de la fuerza de trabajo a par-
tir de subvenciones estatales mínimas, que garantizan contención y
control social pero difícilmente sacan a estos sectores de la pobreza3.
La “Cuestión presidencial” o el conflicto.
En este contexto, sin que los promotores de este régimen puedan
reivindicar públicamente su obra, y cuando los opositores nacen ab-
ducidos por la misma lógica que se convierte en forma de gobierno
indiscutida, aunque no podamos decir que es “impuesta”, porque
ella no es siquiera enunciada como parte de la situación. Necesida-
des electorales hacen que las bases del capitalismo financiero-pro-
ductivo y de servicios para el que se gobierna sea totalmente externo
al debate público, como un nivel básico de consensos que se dan por
sentado sin que se vuelva materia discutida como rumbo político o
decisión de gobierno. Lo discutido es una superficialidad de políti-
3 Sobre el neoliberalismo hoy, como discurso que se apoya en subjetividad y
dispositivos de gobierno, ver Lazzarato (2013) Dardot y Laval (2013).
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cas públicas o derechos, sobre los cuales también no hay propiamen-
te grandes controversias que organicen el campo político.
Un estilo, gestos, o un énfasis, social o de mercado organizan sí las
disputas electorales sin necesariamente conectarse con formas muy
diferentes de gobernar. En Brasil, los mismos técnicos son convoca-
dos, los mismos partidos integran como base de gobierno en el congre-
so los armados que sustentan a presidentes de cualquier signo político.
El cambio entre Dilma y Temer fue significativo en este sentido porque
más de la mitad de los ministros del gobierno entrante habían partici-
pado de los gobiernos anteriores, del Partido de los Trabajadores4.
La llegada de la derecha, por los votos en muchos lugares, incluso
en las últimas elecciones parlamentarias y de gobiernos locales en el
Brasil, o de forma manipulada, como es en el caso de Michel Temer,
no tiene la necesidad de prometer un nuevo orden, ni de iniciar un
programa de grandes reformas desmontando lo que el progresismo
habría establecido. Ella puede ser garante del orden ya existente, el
mismo que en rigor nunca dejó totalmente.
A la izquierda si se abren posibilidades, que busquen intervenir
en el conflicto que el neoliberalismo sigue generando, a todo nivel,
incluso de revuelta popular; y la construcción de alternativas que den
cuenta del fracaso de la política anterior. Los movimientos desplaza-
dos del gobierno, muestran radicalización discursiva, disposición de
estar también en las calles, pero en lo esencial se mantienen como
partidos de recambio que no dejan de ser máquinas gubernamenta-
les de neutralización de luchas y procesos organizativos desde aba-
jo, a los que hace poco se enfrentaban, con leyes antiterroristas o el
mandato propuesto de confiar desmovilizados en un gobierno y apo-
yar en su continuidad y defensa como única garantía.
En este escenario, de nada sirve el buen desempeño de Lula da Sil-
va en las encuestas, la permanencia de Marina Silva como una op-
ción electoral atractiva para muchos de los desencantados con los go-
biernos del PT, o las nuevas opciones electorales de como Ciro Gomes,
repitiendo alianzas con sectores neoliberales (intentando un acuerdo
con el partido DEM, que apoyó todas las iniciativas electorales de Te-
4 Sobre la llegada de Temer al poder, ver Schavelzon (2016).
–77autonomía
mer) y apostando al mismo programa de desarrollo y “crecimiento”
como mantra que sólo indica que el capitalismo brasilero no está
puesto en cuestión. En la izquierda, Boulos del PSOL y Manuela D ́A-
vila del PCdoB, se debaten entre exponer críticas y apoyo al PT para
apropiarse de sus votantes y proyectarse como sus herederos, sin po-
der hasta el momento avanzar en ninguna de las dos direcciones.
Sin constituirse en opciones viables electoralmente, la disputa es
apenas reducida al ámbito interno, buscando mantener en funcio-
namiento máquinas políticas, aspirando a mandatos parlamenta-
rios más que a disputar realmente el poder. La realidad económica
extremamente concentrada podrá encontrarse con discursos parla-
mentarios opuestos a ella, pero las organizaciones políticas partida-
rias no contribuyen en la lucha concreta contra las mismas, más que
con candidatos al legislativo circulando con su rostro en propaganda
cuando alguna huelga o movilización se muestra victoriosa por el ca-
mino de la lucha inmediata.
Cuando incluso en el caso de una hipotética victoria estas opcio-
nes se encontrarían en condiciones más difíciles que las que acompa-
ñaron a los gobiernos del PT, y ni siquiera de forma programática hoy
puede verse a la izquierda a la altura de las circunstancias. Es nece-
sario pensar a contracorriente del debate político actual, centrado en
la figura de líderes presentados como alternativa. Nos preguntamos
así por el modo de gobierno -podríamos decir de “mundo”- que está
en juego más allá de la coyuntura electoral.
Dejar de lado partidos y elecciones, de hecho, parece ser un gesto
necesario a la hora de pensar hasta qué punto podemos hablar de de-
mocracia cuando por ejemplo, en Brasil, es el aporte empresarial de
campaña (como aportes en blanco o en negro) lo que determina el posi-
cionamiento político de buena parte de los representantes electos. Li-
teralmente, los mandatos se compran y expresan el poder económico.
A la hora en que “democracia”, “Constitución”, “derechos”, “Bienestar
Social”, se convierten en conceptos vacíos y sin objetividad, resulta ne-
cesario identificar los modos contemporáneos de explotación, organi-
zación del capitalismo, y funcionamiento de la máquina estatal y del
poder económico. Es también necesario de involucrarse en los espacios
donde haya resistencia o disputa política, defendiendo territorios del
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extractivismo, u organizándose en ámbitos de trabajo y estudio contra
las dinámicas económicas imperantes.
Un medidor importante de la política en Brasil, y otros lugares,
parece estar dado por los espacios que son priorizados, en cada caso,
para desarrollar una posición política crítica. En primer lugar, para
la mayoría de la izquierda de varios países, lo que está en juego es
la definición de la cuestión presidencial, como si el representante
se pensase como figura que lo puede todo. En países con Brasil, Ve-
nezuela, Bolivia, el debate político e intervención focalizando en la
conducción, garantizando la continuidad de cierto líder, o bien en el
pedido de desplazamiento de los mismos. Oposición y gobiernos se
oponen así en un juego a favor o en contra de cierta figura, sin que
necesariamente modelos políticos alternativos entren en la discu-
sión. La cuestión presidencial, así, es el factor que aglutina espacios
políticos o lo que organiza partidos internamente y de forma exter-
na, como orientación.
Conviviendo con esta política, una posición inmanente al conflic-
to político y económico, sea en la lucha por la vida o por garantizar
salarios y condiciones de trabajo favorables, se desarrolla muchas ve-
ces con independencia total a la politización propuesta por la izquier-
da, que mira para arriba, tanto como formaciones conservadoras. En
Brasil, este contraste puede verse entre las manifestaciones masivas
ocurridas en 2013, pero también recientemente, con la huelga de ca-
miones de mayo de 2018, la huelga general de abril de 2017, e incon-
tables huelgas o conflictos de menor escala, que todo indica que se
encuentran en alza, incluso como respuesta a modificaciones en las
leyes de trabajo de Temer. En varias regiones del país, a pesar de la
crisis económica, el poder económico con colaboración del Estado e
instituciones del poder, se expande sin cesar, expropiando tierras e
incorporando territorios con alarmantes muertes de líderes sociales
que resistan a la continua expropiación.
La memoria de una movilización sin precedentes en 2013, que
aún se hace eco como camino insurgente, contrasta con la política
reactiva de 2016 y 2018 (años do impeachment y de nuevas elecciones),
como camino político que delega en estructuras políticas de dudoso
compromiso con desactivar las formas de gobierno sobre la vida y la
naturaleza, que no por omnipresentes y poderosas deberíamos dejar
de cuestionar.
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Schavelzon, S. (2016) “La llegada de Temer: radicalización conserva-
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www.rebelion.org/noticias/2016/9/217321.pdf
Dardot, P y Ch. Laval, (2013) La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad
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