Por una política de luchas reales y no de grandes molinos de viento

¿Vivimos tiempos de cambio político? Dependiendo de la óptica puede parecer que los tiempos se aceleran y nada permanece, pero también que nada va a cambiar. ¿Cómo pensar la actualidad latinoamericana a contramarcha de esa sentencia? Hay resistencia, siempre, pero ¿qué horizontes aparecen más allá de la continuidad? ¿De la renuncia nihilista o, pero, de integrarse a las filas de los que gobiernan sin cuestionar?




Por una política de luchas reales y no de grandes molinos
de viento

Mila Ivanovic - Pabel López Flores -Salvador Schavelzon

Del libro “Derivas y problemas de los progresismos sudamericanos”

1.
¿Vivimos tiempos de cambio político? Dependiendo de la óptica pue-
de parecer que los tiempos se aceleran y nada permanece, pero tam-
bién que nada va a cambiar. ¿Cómo pensar la actualidad latinoame-
ricana a contramarcha de esa sentencia? Hay resistencia, siempre,
pero ¿qué horizontes aparecen más allá de la continuidad? ¿De la
renuncia nihilista o, pero, de integrarse a las filas de los que gobier-
nan sin cuestionar?
El propósito del libro y, sobre todo, la intención de estas líneas es abrir
una conversación sobre política latinoamericana y particularmente sud-
americana en un tiempo de tensión y reconfiguración política, irrupción
de fuertes protestas sociales en algunos países, inestabilidad constante de
gobiernos y elocuencia en los debates, al mismo tiempo en que las formas
de explotación de los hombres y de la naturaleza se afianzan con mucho
poder y estabilidad. La inestabilidad política no amenaza la tranquilidad
de los poderosos, pero los tiempos extraños e intensos que vivimos en la
región son de crisis y anuncios de inminencia del colapso social y ecoló-
gico. La reflexión se propone ser “salvaje” en el sentido de buscar pensar
por fuera de marcos civilizatorios del orden social estadocéntrico y capita-
lista, cada vez más identificables como históricos, cíclicos y transitorios.
Es un llamado a prestar atención sobre los elementos que escapan, no se
disciplinan y por tanto permiten pensar desde más allá, acaso por fuera,
de lo que aparece como único camino, como única salida.

316 –
No tenemos a mano como brújula o como perspectiva ningún ca-
mino “revolucionario” que pueda dar lugar a un cambio sistémico, y
los marcos interpretativos con que entendimos el mundo en las últi-
mas décadas parecen suspendidos, insuficientes y/o agotados. ¿Qué
es hoy una huelga general cuando la mayoría del trabajo es informal,
virtualizado o no registrado, y los sindicatos son parte de la gestión
empresarial?¿Cuánto puede hacerse desde la ley y la iniciativa esta-
tal en una economía global y digital con características que huyen
de cualquier intento de regulación, y un fuerte direccionamiento de
las instituciones en esa misma dirección? ¿Qué podemos esperar de
los movimientos sociales, si vimos que los más poderosos a la hora
de movilizarse fueron incorporados a la máquina de gestión estatal,
con políticas públicas, recursos y cargos, sin que eso contribuya para
avanzar en dirección a una reforma agraria, ecológica, urbana, habi-
tacional o social que esos movimientos propulsaban?
En la política actual, las referencias clásicas se desvanecen. Si
continúan siendo significativas, lo son para un sector cada vez me-
nos expresivo. Los grandes partidos parecen perder relevancia en el
mismo ritmo en que desaparecen los lectores de periódico en papel,
o audiencia los telediarios. Permanecen las convenciones partida-
rias, los discursos encendidos, las marchas con pancartas y bande-
ras, pero es fuerte la impresión de que esa política pierde vitalidad.
Surgen nuevos nombres, rostros, partidos todo el tiempo, como tam-
bién se renuevan actores o animadores en los medios, mucho más
si miramos la dinámica del entretenimiento online, de viralidad e
influencers en internet.
Se confunde política y entretenimiento. Una amplificada y su-
puesta “esfera pública” se alimenta de un juego de gestos, denun-
cias, señales y narrativas. Pero sin cuestionar las formas, lo estable-
cido, el funcionamiento social. Un juego de binarismos e identidades
rígidas alcanza también a la política de izquierda, sumándose con
sus candidatos a la misma búsqueda de seguidores de influenciado-
res o marcas comerciales. En una política que prioriza redes sociales
y polarización, se evoca al fascismo, al comunismo, se comparan las
jugadas sucias y oportunismo común a la clase política y el mundo
de los negocios con sangrientos golpes de estado como fantasmas que

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delimitan un campo de “estás conmigo o eres mi enemigo”, en rela-
ción a cualquier crítica o disidencia, y en nombre de la lucha contra
el imperialismo o por la libertad, izquierdas y derechas encarcelan
voces críticas, persiguen disidentes o manipulan elecciones.
El funcionamiento del sistema parece estar acompañado de un
poderoso cinismo. Los discursos del desarrollo y del crecimiento que
beneficiará a todos; la creencia en las instituciones republicanas
como base de la sociedad; o las modas de teorías liberales, sobre el
mercado que lo regula todo, nunca puestas en práctica en ningún
lugar, se reproducen como lengua muerta, como ritual que no mi-
ramos como algo verdadero, que realmente funcione o actúe con el
propósito que se propone.
El teatro incluye a los críticos e iluminados, que no encuentran
pueblo” para representar. Movimientos que buscan aprovechar el des-
encanto e indignación para acceder al gobierno ocupan mucho espacio
en los medios pero son pequeñas empresas con inversores, con líderes
conservadores que capturan el desencanto; o una reducida izquierda
de clase media universitaria, sin presencia popular, como contrapun-
to “civilizado”. Estructuras con miles de familias pobres marchando
en organizaciones donde no tienen voz, y donde deben realizar tareas
estipuladas desde arriba con la promesa de conseguir una casa, o bono
estatal, es un legado de la tradición de las organizaciones sociales, que
hoy remite a formas estatales de encuadramiento de lo social, con me-
diadores en los barrios u otras unidades territoriales.
Élites políticas hacen política entre lobbies empresarios y medios de
comunicación, las mayorías no participan ni se sienten representados.
Situaciones de pobreza y vidas duras, con viejas y nuevas formas de
explotación, precios altos, mal transporte, servicios ausentes crean
situaciones propicias para la revuelta, sea en Colombia, Cuba, Chile o
Venezuela. La protesta convoca más que la política partidaria. Incluye
en primeras líneas jóvenes no representados, contra el Estado. Incluye
gente que nunca participó de movilizaciones y también se va más allá
de polarizaciones o rótulos ideológicos.
El exagerado despojo de valor en empresas que aprovechan la tec-
nología para precarizar aún más el empleo, sin reconocimiento de
derechos, operando una subordinación aún mayor que en las formas

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tradicionales de organización del trabajo es otro ejemplo de este cinis-
mo con perversidad. Como en el caso de las empresas de plataformas
de reparto y entrega, Rappi, Ifood, PedidosYa, vemos marketing de
empresas conscientes, proactivas, limpias, innovadoras y prácticas
que remite más bien a regímenes premodernos de disciplinamien-
to monopólico sin control democrático por el impacto en ciudades y
masas de trabajadores.
Con la “uberización” de la economía, o la economía de plataforma
donde los trabajadores, “auto-empresarios” de Uber, ganando menos
que el salario mínimo, con leyes que regularizan la explotación sin
derechos, el trabajo tiende a volverse continuo. Siempre esperando
que llame la aplicación; siempre conectados y disponibles; cada vez
responsables de más costos, por menos. El trabajo continuo, casi sin
costo, es la fórmula ideal del capitalismo que a través de plataformas
se expande para nuevos sectores. La violencia algorítmica programa-
da impone también un régimen subjetivo de vigilancia y control per-
manente de todos con todos.
El extractivismo de recursos primarios opera con una lógica simi-
lar. Discurso ecológico, departamentos de relación con la comunidad
que apoyan proyectos comunitarios, incorporan voces femeninas o
afrodescendientes en la cara visible de lógicas coloniales, destructi-
vas, con compensaciones vergonzosas; manipulación de consultas,
imposición de pérdida territorial con ayuda del poder estatal, y falta
de transparencia en la información. Se apoyan en la corrupción y el
lobby que aprovecha una clase política cómplice con economías de
rápido retorno y devastación.
Es en este contexto que se viene debatiendo las modalidades, ca-
racterísticas y fases del neoextractivismo en América Latina, que
habrían consolidado la condición dependiente de la región en tanto
abastecedora de materias primas, en el marco de lo que se denominó
consenso de los commodities’ (Svampa, 2013). Este proceso, precisa-
mente, se caracteriza básicamente por: a) la producción de commo-
dities con el fin de ser exportados al mercado internacional; b) la ge-
neración de importantes impactos socio-ambientales; c) el impulso
de proyectos de gran escala; d) el involucramiento de grandes empre-
sas trasnacionales; y e) la generación de economías externas y gran-

319autonomía
des rentabilidades para las corporaciones (Gudynas 2015; Svampa,
2019). Desde una perspectiva crítica, el término Neoextractivismo
crítica y problematiza patrones de desarrollo insostenible y la lógica
de un despojo en expansión, combinando problemas multiescalares
y diferentes dimensiones de la crisis actual. Este fenómeno ha con-
figurado, en gran parte de la región, un contexto de fuerte tensión,
contestación y disputa entre movimientos socio-ecológicos con los
Estados y gobiernos, donde éstos últimos reaccionan; ya sea retroce-
diendo en emprendimientos extractivos o apropiándose en parte de
estas demandas sociales; o intensificando sus políticas y expandien-
do proyectos extractivos, lo que produce a su vez aumento de la ten-
sión y de los conflictos socio-ambientales y genera, al mismo tiem-
po, escenarios de violencia y criminalización de la protesta social.
Por encima de las diferencias que es posible establecer en tér-
minos ideológicos, a partir de las aparentes tendencias diversas de
regímenes políticos en el escenario latinoamericano (neoliberales
conservadores o neoliberales progresistas), se fue consolidando un
modelo de apropiación de la naturaleza, ocupación de territorios, ex-
plotación de los bienes comunes y un modo de territorialización, que
avanza sobre las poblaciones a partir de una lógica vertical descen-
dente (Lander, 2018). Esto significa un retroceso para los avances en
el campo de la democracia participativa, e inaugura un nuevo ciclo
de criminalización y violación de los derechos humanos (Mantovani
y Svampa, 2019).
En ese escenario, es posible dar cuenta de un proceso de acen-
tuación/exacerbación del neo-extractivismo en casi toda la región,
que se manifiestan principalmente a partir de dinámicas de expan-
sión e intensificación de las fronteras de la minería, en particular
a cielo abierto; de la explotación hidrocarburíferas, en especial me-
diante la modalidad del fracking; de la frontera agroindustrial y el
uso de transgénicos; la proliferación de mega-hidroeléctricas, entre
las principales. A pesar de los muchos matices según cada caso, es
posible afirmar que parte del actual mapa sociopolítico y geopolíti-
co sudamericano que se viene intensamente modificando en varias
dimensiones, en parte es resultado de los escenarios de un neoex-
tractivismo que se viene relanzando a partir del agotamiento/¿fin del

320 –
ciclo progresista? o de su reconfiguración, en donde se hace evidente
un proceso incontrastable de destrucción acelerada de biodiversidad,
que se expresa, por ejemplo, con los cada vez más frecuentes incen-
dios forestales provocados, sin precedentes, por la expansión de las
fronteras del agro-negocio (agribusiness), como parte del modelo
neoextractivista.
Paralelamente, con las nuevas modalidades de expansión de las
fronteras del capital, en general los conflictos socio-ecológicos tam-
bién se fueron multiplicando y las resistencias sociales se hicieron más
activas y organizadas. Así, algunos casos en los que emprendimientos
extractivos fueron o vienen siendo resistidos desde los territorios y las
comunidades que los habitan y son/serían directamente afectadas, po-
demos mencionar experiencias como las del TIPNIS (Territorio Indige-
na y Parque Natural Isiboro Sécure) en Bolivia donde organizaciones y
pueblos indígenas resistieron la imposición estatal inconsulta de una
carretera para la extracción sobre un territorio colectivo reconocido,
así como la proliferación de emprendimientos hidroeléctricos a través
de mega represas y la brutal expansión de la frontera agroindustrial
y ganadera en las tierras bajas en este país; la experiencia de varias
comunidades de distintas regiones de Perú que resisten a la megami-
nería, como en las regiones andinas de Cajamarca, Puno o Cusco, pero
también del incremento de la minería aurífera en la región amazónica
peruana; las luchas frente a las denominadas zonas de sacrificio en las
regiones centrales y costeras de Chile, la acentuación de la minería a
través del fracking en la patagonia Argentina, como en el emblemáti-
co caso de Vaca Muerta; el caso de los defensores de la selva en la Ama-
zonía boliviana y brasileña o; la experiencia de las y los Liberadores de
la Madre Tierra en el Norte del Cauca en Colombia frente a la expro-
piación de tierras ancestrales por parte de la agroindustria azucarera,
solo por nombrar algunos de los muchos casos de proyectos de despojo
extractivista y de experiencias de resistencia socioterritorial a lo largo
y ancho de América Latina.
Podríamos seguir las líneas frenéticas de los grandes relatos polí-
ticos relativos a estos ultimos años desde la renovación internacional
de la idea de izquierda a principios de los 2000, la experimentación
democrática participativa y plebeya, la reactivación de la retórica an-

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ti-imperialista, de discursos sobre la soberanía y autodeterminación
sobre los recursos naturales, el fracaso de los Estados neoconstitu-
cionales en incorporar todos los sectores de lucha en sus planes de
gobierno, el ataca-defiende y amigo-enemigo polarizante (mono-
polio de la representación, represión e instrumentalización) de las
identidades subalternas indígenas (en gran parte, pero también afro
o disidencias sexuales), la decadencia de modelos de gobiernos ca-
rismáticos, caudillistas y falocéntricos, el renuevo feminista trans-
fronterizo, anticapitalista y disruptivo, las luchas territoriales y co-
munitarias como contrapunto a la posibilidad de fraguar cambios
radicales de modelo económico, la arremetida neoconservadora, la
recomposición neoliberal y el nuevo amanecer de izquierdas plurales
(Perú, Chile, Honduras).
En este contexto, ¿qué idea de izquierda puede, aún, sostener pla-
nes de gobierno y la concomitante perspectiva de poder que esto im-
plica? Se ha dado en recientemente un debate que fue reactivado en
los albores de un “regreso” de la izquierda en el terreno electoral y gu-
bernamental regional. Parte de una suerte de reevaluación analítica
del papel del Estado dentro de la ola progresista en Latinoamérica,
y precisamente exhumando las realizaciones concretas de éstos en
términos de alternativa contra una lectura anti-extractivista, según
Poupeau y Mariette, muy simplista y maniquea. Levantó reaccio-
nes como lo hace cualquier pronunciamiento polémico pero permite
reactivar el debate sobre las izquierdas y el progresismo frente a las
exigencias del acto de gobernar. Defiende la tesis de que una cierta
visión ecologista puede ser compatible con la ideología liberal “en su
rechazo del Estado (patriarcal y opresivo) que se debe debilitar, de la
redistribución (asimilada al clientelismo y el asistencialismo) que se
debe sustituir por tratamientos de austeridad, y de la planificación
(sinónima de burocracia esclerosada y corrupta) que se debe abando-
nar a comunidades locales, aunque globalizadas y capitalizadas, sa-
brían autogobernarse sin dificultades”. Para ellxs, no se debería idea-
lizar a comunidades indígenas al nivel local y, al contrario, repensar
las traducciones concretas de esas alternativas al nivel de la acción de
los Estados. O bien podríamos considerar las lógicas estatales como
aporías de un horizonte emancipador y ecologistas lejos del hecho de

322 –
lloriquear para los Vivientes”. La vehemencia de los planteamien-
tos reactiva la actualidad política latinoamericana con un fervor casi
igual al de hace diez años, recordándonos la vigencia de este libro y
su propósito inicial: considerar las relaciones y/o articulaciones posi-
bles entre proyectos de Estado y luchas emancipatorias.
El polémico artículo de Poupeau y Mariette, cuyo fin es claramen-
te una defensa política del progresismo estatal, ha sido cuestionado,
por ejemplo por Patrick Guillaudat (2021). Como mostró la elección
presidencial ecuatoriana de 2021 (Schavelzon, 2021), el progresismo
sudamericano pone en acción redes internacionales de activismo y
opinión, no de la mejor manera.
****
Una rápida recuperación de imagen positiva electoral del progresis-
mo saliente se percibe ante el fracaso de sus sucesores conservado-
res, liberales, reaccionarios (Macri, Lenin Moreno, Temer-Bolsona-
ro, Áñez). Estas “izquierdas” o progresismos sudamericanos tienen
sin embargo un desafío ante sí mismos, como co-responsables y por
la desconexión del sistema político con el mundo de la gente común,
con la polarización y confrontación que caracteriza la relación entre
bandos políticos. La opción por el Estado y la administración pública
es diversa, incluye intentos sinceros de introducir cambios, o invo-
lucramiento político de barrios y comunidades. Sin embargo algo se
pierde cuando vemos a la izquierda mimetizarse en las formas de
gestión y de búsqueda de acumular poder político propias de la lla-
mada política tradicional.
El sistema político todavía logra involucrar a buena parte de la so-
ciedad cuando hay elecciones (aunque cada vez menos y en algunos
lugares de forma muy parcial), y las campañas de forma invasiva lo-
gran imponer una apariencia de plebiscito, donde las mayorías de-
ciden. Pero al día siguiente el gobierno se aleja. Así, el gobierno real
no llega a ser discutido y tampoco parece ser accesible para los go-
bernantes, cierre que acompaña las determinaciones de un poder ca-
pitalista sin rostro. Las lógicas empresariales que mencionamos son

323autonomía
avaladas por un juego político que se limita a la gestión de la barbarie
en gran medida generada por sus propias políticas.
¿Cómo pensar estos procesos desde sudamérica? Contamos con
nuevas izquierdas, anti extractivistas, feministas, plurinacionales.
Contamos con amplia popularidad para líderes progresistas, o sus
movimientos, como interponiéndose al escenario de indiferenciación
y apatía que describimos como reinante. ¿Esto es suficiente para
pensar que aquí la política sigue viva? No es necesario también sumar
al análisis a la derecha populista (o sectores ultraconservadores), que
sigue siendo la opción electoral de mayorías en algunos países?
Como contrapunto, buscamos señalar una sensibilidad política
que no se organiza electoralmente, se expresa en algunas movili-
zaciones, construcciones territoriales o estallidos como en las fuer-
tes protestas recientes en Chile, Colombia, Bolivia, Perú y Ecuador.
También en las luchas por el territorio y la vida en defensa del agua,
contra la gran minería, en toda latinoamérica; en la solidaridad de
Santiago Maldonado, muerto por la policía en una marcha mapu-
che; los jóvenes bolivianos que defendieron los bosques en los incen-
dios de 2019, autorizados por decreto de Evo Morales, o en las grandes
movilizaciones por la muerte de Marielle en Brasil, contra la política
paramilitar que hoy está en el gobierno; la organización de cabildos
indígenas y su papel activo en la lucha contra gobiernos nacionales,
notablemente en Colombia y Ecuador; la oposición indígena al desa-
rrollismo y el agronegocio; movimientos de trabajadores, mujeres y
minorías que en estas luchas discuten otras formas de vida, enfren-
tando diferentes formas de subordinación.
Entre narrativas, simbolismos, banderas, hay en Latinoamérica
experiencia y tradición de lucha social. Esta también aparece como
nuevo sentido común frente a nuevas formas de explotación, encon-
trando caminos de enfrentamiento y disputa. Macri, Fujimori, Uri-
be, Piñera, Bolsonaro aparecen como expresión de un deterioro polí-
tico pronunciado. Una respuesta es el progresismo existente, nuevo
o por venir. Pero no nos saca de la crisis, es neutralizado por la repro-
ducción de los poderes establecidos. Se hace necesario y urgente en-
tonces pensar desde otro lugar. Cualquier lucha social nos involucra
más con este desafío que una crítica a la derecha en las redes sociales,

324 –
o en manifestaciones testimoniales capturadas por el juego político
de la continuidad.
2.
Las referencias políticas partidarias que por décadas marcaron la
política latinoamericana, ya no existen. A veces se trata de transfor-
maciones y herencias, en otros hay modulaciones más significativas.
Véase el socialismo en Chile, que junto con la derecha gobernante
fueron superados por candidatos independientes en la elección para
la convención constituyente chilena. En esa elección, la baja partici-
pación (40%) mostró el desencanto con la forma con que los políticos
profesionales tradujeron un fuerte estallido social que no permitió
encumbrar rostros de individuos. Los partidos del orden fueron de-
rrotados y si bien la Convención Constituyente restaura a los partidos
y representantes políticos -incluyendo los nuevos y recién llegados -
nada indica que ese camino encontrado para desarmar o canalizar la
protesta social permita abrir una era de legitimidad estatal. Está por
verse hasta qué punto una mayoría anti-neoliberal puede encontrar
caminos para enfrentar el estado subsidiario, modo establecido en la
Constitución pinochetista por el que el papel del Estado es definido
como apuntalamiento del poder empresario.
El fantasma del Estado de Bienestar sirve para enfrentar discursiva-
mente el neoliberalismo. Pero no hay un modelo político que hoy ten-
ga recetas para sustituir el neoliberalismo y re-establecer, o establecer
por primera vez un Estado de Bienestar. Por otra parte, hay una con-
fusión entre bienestar como asociado a consumo y crecimiento econó-
mico que vimos en Sudamérica que es más bien un comprar a crédito
que tarde o temprano pasa la cuenta de endeudamiento, pobreza y ex-
clusión. En los procesos constituyentes de Ecuador y Bolivia también
vimos que simbólicamente se postula la plurinacionalidad, el recono-
cimiento lingüístico, la autonomía indígena y derechos de la Natura-
leza, mencionando a la Pachamama y el Vivir Bien, pero en lo concreto
se mantiene el modelo desarrollista, extractivista y de centralización
estatal sin real construcción de una institucionalidad descolonizada.

325autonomía
La crisis política también se siente con el avance de la extrema dere-
cha, un éxito comunicacional que moviliza afectos y miedos, frustra-
ciones y conservadurismo social, explotado con propuestas de mano
dura contra el crímen y la corrupción, o haciendo resonar las agendas
de pastores e iglesias, antes de circulación restringida, con fórmulas
que reflejan sociedades fracturadas, individualistas y con valores hi-
pócritas y conservadores que se ubican en el centro del juego político
electoral, a veces también incorporados por el progresismo, como en
las posiciones de Rafael Correa sobre aborto o de líderes regionales del
peronismo o el PT sobre seguridad, salud y negocios empresarios.
La derecha, “nueva” o “tradicional”, (al igual que ciertas “izquier-
das’ o gobiernos “populares”), desafía consensos democráticos y arti-
cula territorialmente grupos de choque, mafias empresariales, nego-
cios ilegales y milicias, pero también llega al poder denunciando una
corrosión institucional y falencia de las instituciones republicanas.
Este lugar de oposición al orden, que sería papel tradicional de la iz-
quierda, es lo que permite un crecimiento de proyectos conservadores
en espacios de descontento, propicios para discursos de odio y enfren-
tamiento, auténticos o elaborados en grupos focales e ingeniería elec-
toral. La falta de democracia parlamentaria, la justicia manipulada,
la corrupción en la obra pública hacen difícil defender las instituciones
de la forma política liberal. Pero es ese exactamente el lugar a dónde
el progresismo es empujado cuando una derecha desafiante transita
todo el tiempo en un umbral de ilegalidad, ruptura institucional para
prolongarse en el poder, o discurso antipolítico, contra las institucio-
nes y contrapesos del poder. El juego es cínico, también, porque no
hay en la nueva derecha una real ruptura con las elites ni con las prác-
ticas corruptas de manipulación de las instituciones, pero en el cami-
no cierta izquierda institucional queda inmóvil frente a una derecha
que, como en el caso del Brasil, la supera electoralmente.
Es cierto, Lula puede todavía ganar las elecciones presidenciales,
pero su partido pierde espacio en el parlamento y en la cantidad de
municipios gobernados respecto a la primera década del siglo. Hay
una crisis política que se ve en los partidos tradicionales y que triun-
fos electorales no despejan. Vemos que un juego de oposición entre
el PT y el PSDB, que animó la mayoría de las elecciones brasileñas

326 –
desde los años 90, está desdibujado. El impeachment de Dilma Rous-
seff se vivió sin grandes movilizaciones de un partido con millones de
afiliados. El PSDB (los “tucanos”) se devanea entre la cercanía de un
discurso de extrema derecha para captar el voto bolsonarista en las
regiones, y una nostalgia socialdemócrata de cuadros aislados, aleja-
dos del juego político. La Unión Cívica Radical vivió algo parecido en
la Argentina antes de entregarse al macrismo cuando éste vio abrirse
una oportunidad de triunfo sobre el kirchnerismo.
La crisis es generalizada y se manifiesta en las tendencias encon-
tradas que marcan el juego político de la región: ni la nueva derecha
se impone, ni resiste el progresismo que llegó a gobernar por más
de una década la mayoría de los países, aprovechando una bonanza
económica. El progresismo fue derrotado en Uruguay y Brasil, pero
retornó en Argentina, Bolivia, Perú y Honduras. En Venezuela y Ni-
caragua nunca se fue ni perdió una elección presidencial, pero esto
no es suficiente para negar un fin de época que da lugar a una persis-
tencia con costos humanos, políticos y democráticos evidentes.
Más allá de que el sistema multipartidario esté en ruina, como
ya ocurrió en los 90 y los 2000 en países como Bolivia y Venezuela, la
crisis parece alcanzar la organización social y pacto político producto
de las democracias consolidadas en la región. Los pactos de postdic-
tadura están en discusión. Las constituciones y sistemas políticos de
los últimos 30-40 años se disuelven. Es el orden mundial imperante
que impulsa cambios, ya efectivos en sociedades cada vez más preca-
rizadas, entregadas a la suerte de los precios internacionales de com-
modities que tanto progresistas, liberales y conservadores de gobierno
tienen como única receta de contención de una crisis social estruc-
tural. La concentración de la riqueza y el deterioro de cualquier tipo
de sistema de asistencia social, nunca realmente funcionando en la
región, hacen que vivamos un péndulo inestable donde además vol-
vimos a ver fuertes movilizaciones callejeras.
La falta de discusiones de fondo, en un sistema político concen-
trado en su supervivencia y en el juego mediático de candidaturas,
parece que va generando un fenómeno de desconexión política en-
tre política y sociedad. Hay espacios al margen de esta dinámica, en
donde hoy se encuentra cierto espacio de experimentación y nueva

327autonomía
construcción política. Hay puebladas y levantamientos contra el sis-
tema y también prácticas cotidianas de construcción comunitaria.
Esos espacios pueden entenderse como opuestos al mundo político
que se juega en los medios. Un temario político bastante alejado de la
vida de las personas y también de los temas de fondo que estructuran
la sociedad. En ese teatro de consumo de noticias articulado en torno
de las clases medias, hay una forma de inclusión en discusiones que
no ofrece ningún contacto con procesos sociales orgánicos.
En este mundo mediatizado donde se polariza el campo político
y grandes bloques de elites de poder, sociales, liberales o fascistas
disputan narrativas y relatos hace las veces de la realidad política al
mismo tiempo en que se opera una fuerte desconexión separado de
cada vez más que no juegan ese juego ni consumen esas narrativas.
El hombre informado de clase media participa en debates o guerras
de información que dan cuerpo a las disputas políticas de un sistema
separado de una política de la gente. Se trata de una hiper amplifi-
cación en redes sociales y medios tradicionales de comunicación de
debate ideológico, cultural, o de costumbres, multiplicado hasta ni-
veles estratosféricos.
Esta politización que gira en torno a imágenes de líderes indivi-
duales o proyectos políticos de izquierda o de derecha, es la contra-
cara de la apatía y distancia con cualquier asunto político de muchos
jóvenes y de las clases populares. Derechas anti corrupción o izquier-
das progresistas no enfrentan burguesía y proletariado, ni campo y
ciudad. Son expresiones de las clases medias urbanas, alimentadas
diariamente por los medios y que definen el rumbo político de los
sistemas partidarios en crisis.
En épocas de elecciones, las clases populares entran en el juego.
Votan por el peronismo en Argentina, por el MAS en Bolivia, como
votaron por Bolsonaro en Brasil o se dividen entre progresismo y de-
recha en México o Colombia. Pero no vemos un pueblo movilizado,
como ya supo ser una izquierda ligada a demandas populares nacidas
de levantamientos como el Caracazo, la Guerra del gas en Bolivia, el
enfrentamiento al neoliberalismo de los ‘90. Tampoco hay una mo-
vilización fascista comparable a la de los años 30 en Europa, aunque
una derecha populista esté presente y busque aprovechar el descon-

328 –
tento político. Pero sí vemos movilizaciones feministas en México
que irrumpen en la comodidad del relato progresista, el que no puede
digerir la violencia regurgitada por las mujeres, en un país estructu-
rado por una economía de la violencia. Sí vemos líneas de fractura
entre franjas sectoriales y pluriclasistas que denuncian, cuestionan
el silencio, para no decir la complicidad de aquellos gobiernos.
La crisis política convive con éxitos electorales, con campañas
donde se retratan alegría y épica. Pero muestra los límites de los ven-
cedores a la hora de gobernar. Véase la fuerza con que llega el progre-
sismo a México pero rápidamente posiciona ministros empresarios
y da aval al mismo modelo extractivista que los lobbistas esperan ser
defendido con gobiernos de derecha. El kirchnerismo supo acercarse
a la ola feminista, como en 2003 lo hizo con la bandera de los de-
rechos humanos. Pero más allá de los ministros progresistas conti-
núan las alianzas con el peronismo conservador y el poder territorial
en las provincias. También el extractivismo es el modelo, que llevó a
Alberto Fernández a enfrentar movilizaciones a poco tiempo de asu-
mir, en Mendoza. La inviabilidad de cualquier modelo orientado a
la industria nacional, de soberanía económica e intervención estatal
en la economía, que recorre el imaginario de los cuadros políticos del
progresismo, se muestra impotente y contradictorio con los negocios
y caminos que son base del armado político y la forma de gobernar.
En Bolivia Evo Morales llega a la presidencia después de un ciclo
de movilizaciones y protestas muy fuertes, que se oponen a la parti-
docracia anterior, acostumbrada a pactos congresales, permitiendo
la llegada de una fuerza nueva, de campesinos ajenos al poder esta-
tal, en lo que se entendió como “partido-movimiento”. Una década
después el gobierno del MAS se encuentra en campaña por una ree-
lección no permitida por la Constitución aprobada en 2009, y nega-
da por un referéndum de la población, en 2016, pero autorizada por
una corte constitucional manipulada. En 2019 la oscuridad sobre los
resultados en la elección presidencial de octubre dio lugar a fuertes
movilizaciones contrarias a Morales, con composición más juvenil y
plural que las de sectores de clase media contra la corrupción en Bra-
sil, y que abrirían un debate que continuará por mucho tiempo sobre
los términos en que debe ser calificada la caída del MAS y la forma-

329autonomía
ción de un gobierno de transición, con la derechista Jeanine Áñez.
Lo cierto es que el partido-movimiento fue sustituido por una hi-
per centralización, con construcción de un liderazgo sin recambio.
Más allá del debate entre “golpe”, “fraude”, y la asunción de Áñez,
después de la salida del país de Morales y de la renuncia de toda la lí-
nea sucesoria, la política sudamericana debe enfrentar el resquebra-
jamiento de los marcos políticos válidos tradicionalmente. Esto no
ocurre en sistemas políticos polarizados y conectados a canales de in-
formación y manipulación que organiza campañas políticas. Cuesta
ir más allá de una información muy editorializada, por ejemplo fren-
te a las protestas en Cuba y las graves medidas del gobierno nicara-
güense frente a la oposición. En Cuba, escuchamos sobre el bloqueo,
o escuchamos sobre la dictadura, no hay escucha a un pueblo que se
moviliza con voz propia, que no es ni la de lucha contra la dictadura,
ni por necesidades causadas exclusivamente por el bloqueo.
En tiempos de fuerte disputa política que no se traduce en diferen-
cias de gestión, sino en una guerra comunicacional que mantiene
indiscutidos los grandes consensos, la derecha se radicaliza al extre-
mo y la izquierda, en lugar de avanzar con un programa de reformas,
se acerca a un centro de moderación, como si estuviera obligado a
negar las acusaciones de la derecha, asumiendo discurso liberal, con
moderación y concesiones continuas frente a los grupos de poder y la
opinión pública de clase media.
Alberto Fernández, autodefinido en el tiempo de la campaña elec-
toral como “progresista liberal” evitando a Cristina Kirchner sin que
se produzca un verdadero recambio; la imposición de Luis Arce en
Bolivia, relevando a David Choquehuanca que había sido elegido por
las bases del MAS como candidato, y figuras como Fernando Haddad
en Brasil, o el propio Lula, que deja en claro en toda intervención que
no dejará de gobernar nuevamente con espacio para los dueños del
poder, desde una lógica en que los poderosos ganan más que nunca
para que algo pueda destinarse a los más pobres. “Ganamos más que
en cualquier otro gobierno” decía el presidente de la Cámara Agrope-
cuaria de Oriente en Bolivia, en referencia a Evo Morales, y lo mismo
pueden decir banqueros, sojeros y fabricantes de autos del Brasil de
Lula. El discurso pragmático con que la clase media defendía gobier-

330 –
nos militares hoy es un argumento empleado por la elite económica
progresista, base de apoyo del kirchnerismo y otros gobiernos.
El caso de Perú muestra muy bien la hipertrofia de la dimensión
comunicativa, con una moderación y exceso de concesiones como
método de gestión. El nuevo presidente posiciona un ministro de iz-
quierda después de una campaña donde se movilizaron fantasmas
del comunismo y el terrorismo, pero su discurso es moderado, de res-
ponsabilidad fiscal, de límites para el sector político. La lógica del
sistema político es el gobierno con acuerdos que limitan lo posible
a lo que existe. El pacto de Olivos en Argentina, o de la democracia
post-pinochetista chilena, con sectores pinochetistas… En Brasil, el
peemebeismo”, que puso a Temer en la vicepresidencia de Dilma,
para que después el mismo partido que formaba parte del gobierno
con varios ministerios, votara por la destitución. El PT denunciaría
un golpe de Estado, pero mantendría alianzas con el mismo partido
para elecciones municipales. Lógica pragmática del mal menor que
de a poco convierte cualquier proceso de lucha y organización desde
abajo en unos pocos de arriba decidiendo por la continuidad y perma-
nencia de lo mismo. Llegando la elección presidencial de 2022, Lula
parece moverse con la idea de que todo es posible para quien enfren-
ta a Bolsonaro. Así, negocia una fórmula electoral junto con Geraldo
Alckimin ex gobernador conservador de São Paulo, responsable de la
represión de 2013 e 2015, ligado al Opus Dei e a la elite paulista que
el PT históricamente enfrentó, al menos electoralmente. También
ocupa su agenda mostrando alianzas con empresarios del campo,
religiosos, como si la disputa contra Bolsonaro fuera la de quitarle
aliados, y no enfrentarlo desde una fuerte articulación de fuerzas so-
ciales alternativas.
3.
La falta de legitimidad del sistema y sus representantes es también
parte de la fuerza de un modo de funcionamiento social que asimila
también su crítica y no se muestra vulnerable. Pueden caer presiden-
tes, aprobarse reformas constitucionales, candidatxs de izquierda

331autonomía
negrxs, indígenas, ex presas políticas pueden llegar a la presidencia
pero algo de la lógica que nos gobierna se muestra inalcanzable, per-
manente, difícil de bloquear o interrumpir, menos aún de substituir
por otra lógica. Nostalgia y discursividad superficial alienta campa-
ñas electorales o fundación de nuevos partidos.
Ante esto, podemos esperar, o encontrarnos, organizarnos, for-
talecer redes y alianzas que funcionen con otra lógica y se dirijan
para otro lugar. Junto con la apatía generalizada, la descreencia en
discursos y banderas, la realidad latinoamericana nos muestra la
emergencia del conflicto en forma de levantamientos y revueltas que
por días o semanas cuestionan el tiempo y el curso normal de la vida
social. Sin rostros que aparezcan explicando o representando deman-
das fáciles de responder; no necesariamente en las plazas centrales,
frente a palacios presidenciales o en mesas de negociación; sin co-
mando único de convocatoria, terminando también como comenzó,
a veces sin nada a cambio.
Listamos cuatro instancias desde donde es posible observar proce-
sos ajenos a la lógica que busca gobernarlo todo.
1. Luchas. Hay movilizaciones tradicionales de partidos y sindicatos
siguiendo la agenda política. Pero hay, especialmente, luchas a las
que somos llevados porque no es posible quedarnos sin hacer nada.
El avance de la explotación sobre el trabajo y el territorio genera en
todo lugar resistencia, movilización y organización. Si el sindicato
no representa se organizan huelgas salvajes y autónomas. Las
asambleas de autoconvocados en poblaciones amenazadas por
proyectos de desarrollo pueden revertir decisiones empresariales
pero también constituirse en espacios de ensayo de alternativas.
Formas políticas alternativas que imaginan otro mundo. Veamos
como ejemplo la fuerza de la población de la provincia argentina
de Chubut, en diciembre de 2021, oponiéndose y logrando derogar
una ley frente a un gobierno progresista que buscaba aprobar la
prospección de gran minería aunque la población en referéndum
se había opuesto.
2. Cuestionar el modelo social. Más allá de disputas ideológicas o de
narrativas generadas por bloques políticos en disputa por espacio
institucional, América Latina discute sus ciudades, su modelo de

332 –
destrucción desarrollista y, la forma política de organización cada
vez más desfasada con la idea de democracia como gobierno de
las mayorías. Es la democracia como nombre de un sistema, que
no le dice nada a la mayoría de la gente. Como en Bolivia, Chile
aprueba la eliminación del término República en el reglamento
de la convención constituyente. Podrá ser apenas simbolismo,
pero da cuenta de fuerzas comunitarias que habitan la política y
cuestionan una forma que bloquea más que canaliza y expresa la
vida del mundo social.
3. Situarse en un escenario de guerra de mundos. Desde la perspectiva
de la política moderna, hay un poder político que se encuentra
separado de la sociedad. Los conflictos y luchas se traducen en
demandas que buscan repercutir, ser respondidas o negadas
desde el poder político. Otra política busca en cambio ser desde
el conflicto y la diferencia una instancia que no busca resolverse
más allá. Esto implica una ruptura de paradigma que interpela el
capitalismo contemporáneo y los límites de sus formas orgánicas
de representación. La guerra de mundos es especialmente visible
desde conflictos en que está en juego la forma habitual de vida,
amenazada cuando un hábitat es destruido, contaminado,
inviabilizado para la subsistencia. Podemos pensar escenarios
así también en las ciudades y la discusión del antropoceno lleva
estas cuestiones a escala planetaria. Pueblos indígenas -pero
también sensibilidades urbanas o campesinas- nos permiten ver
con claridad cómo es sesgado el recorte moderno de realidad, en
particular en lo que hace a la concepción sobre la naturaleza, pero
también en cómo hace política, cómo come, cómo ejecuta sus
planes de “desarrollo” y “crecimiento”. Reconocer la guerra de
mundos es el primer paso para pensar alguna forma posible de
paz que no sea la pacificación de la guerra del capital como único
mundo posible. El debate comienza por reconocer un mundo
cosmopolítico que no es solamente humano y no tiene al hombre
como actor único y central.
4. Entender, estudiar, ser parte, expandir los momentos de conflicto
y enfrentamiento con el modelo y orden social predominante,
único, que busca abarcarlo todo. Pequeñas luchas, grandes
levantamientos, estar ahí donde pueda visualizarse que lo que

se presenta como pacificación y único camino hay una guerra,
permanente, de clases, de mundos, de mercantilización y
privatización de lo que es común. El lugar del conflicto reorganiza
el campo político y muestra dónde está cada uno. Es desde acá,
la revuelta, la lucha, que debemos preguntarnos por lo que hoy
significa un cambio.
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