PostaPorteña
30.JUL.22
La profundización de la crisis económica argentina -al momento de escribir esta nota llevamos más de un mes de corrida cambiaria, y suba desatada de los precios- ha dado pie a una cantidad de explicaciones, salidas del campo “nacional y popular”, de tipo voluntarista y/o conspirativa. Casi invariablemente, sus dirigentes y voceros culpan por la crisis a los “formadores de precios”; a los “especuladores”; a los “golpistas dirigidos por la embajada de EEUU”; e incluso “a la traición” del ex ministro Guzmán
Este discurso prevalece en la izquierda nacional, en los espacios de raíz stalinista (PC y militancia ex PC; PCR; castristas y afines) y hasta permea diagnósticos y políticas de partidos que se reclaman del trotskismo.
En notas pasadas he criticado estas posiciones (por ejemplo, (aquí, aquí, aquí).
En la presente entrada amplío los argumentos.
Es que los especuladores, los “formadores de precios” y semejantes constituyen manifestaciones de superficie del estallido de contradicciones sociales más profundas. En otros términos, afirmamos que la presente crisis es el resultado de problemas estructurales que el kirchnerismo keynesiano (o keynesianismo nacional populista) no solo no superó, sino agravó.
Cuestiones que hemos tratado en diferentes notas, y a las que pasamos revista en lo que sigue, con el foco puesto en las diferencias del enfoque marxista con el que es propio del keynesianismo kirchnerista.
Empezamos con el carácter de la recuperación económica en 2002-03 y los límites del crecimiento “a tasas chinas” de los años dorados del kirchnerismo, de 2003 a 2010.
Crecimiento del producto, escaso desarrollo de las fuerzas productivas
Entre septiembre y octubre de 2010 publicamos notas (aquí, aquí) en las que señalamos que la recuperación de la economía argentina desde mediados de 2002 se había basado en la caída de los salarios (tipo de cambio muy elevado) y el agravamiento de las condiciones de vida de las masas trabajadoras (la pobreza llegó al 52% de la población). Por eso, contra lo que afirmaba el relato nacional-popular, no había habido una salida “progresista” de la depresión de 2001-02.
Más aún, todavía en 2010 los salarios formales del sector privado estaban apenas un 10% por encima del nivel de 2001; y el 36% de los trabajadores tenían empleos informales o precarios. Pero tal vez más significativo es que, luego de 7 años de “crecimiento a tasas chinas” no habían cambiado en absoluto las estructuras atrasadas y dependientes del capitalismo argentino.
A comienzos de la década 2010 no había aumentado la productividad de la industria vía progreso tecnológico; tampoco había crecido la relación capital / trabajo (índice de intensidad capitalista); ni había aumentado la participación de la industria, o actividades productivas, en el PBI. La balanza comercial industrial continuaba siendo fuertemente deficitaria; y no había incremento significativo del trabajo con alto valor agregado (lo que en el marxismo se llama trabajo complejo).
Pero además, habían disminuido las inversiones en energía e infraestructura.
Decíamos en una de las notas citadas más arriba: “Las reservas argentinas de gas en 2010 están en 7,8 años, mientras que a fin de la década de los noventa se ubicaban en 30 años. La matriz energética argentina está basada en el gas. Las reservas de petróleo en 2009 eran de 11 años, en tanto en 1998 eran de 34,8 años. Hoy Argentina importa energía.
Ya en 2010 hubo cortes de suministro energético, y todo el mundo reconoce que hay que aumentar la inversión en el sector; lo que implica hablar de rentabilidad y tarifas. Algo similar puede decirse del transporte, en especial el ferroviario. La falta de inversión en los ferrocarriles afecta de conjunto la productividad de la economía (los granos, por ejemplo, se mueven en su mayoría con unos 100.000 camiones)”.
También: “Casi el 90% del crecimiento de las exportaciones en los últimos 12 meses se deben a la soja, el maíz, minerales y automóviles. Las exportaciones de automóviles están destinadas mayoritariamente a Brasil; también de acero. De conjunto la industria argentina sigue teniendo problemas para insertarse competitivamente en el mercado mundial”. Una parte importante de la plusvalía se volcaba al consumo suntuario, la inversión inmobiliaria, o iba al exterior. Estas últimas inversiones obedecían a una lógica de valorización financiera. En contrapartida, la inversión en plantas, equipos e infraestructura productiva continuaba débil (por debajo del 20% del PBI, en promedio; aquí),
Lo anterior se articulaba con las modificaciones bruscas del tipo de cambio –cambio alto para mejorar la competitividad, presiones inflacionarias / cambio bajo para anclar la inflación, con repercusión negativa en la balanza comercial- que inducían a un crecimiento profundamente desigual (por ejemplo, entre sectores productores de transables y no transables) y desestructurado. De ahí también la secuencia de devaluaciones, inflaciones, reversiones cambiarias, déficits de la cuenta corriente y fugas de capitales (analicé esta dinámica en Economía Política de la dependencia y el subdesarrollo, UNQ).
El déficit y su monetización, y la teoría monetaria moderna
Hacia mediados de 2012, y pasado el boom de los precios de las materias primas, se hicieron claros los límites que estaba alcanzando “el modelo K”, con una demanda interna empujada por el consumo y el gasto estatal, y débil inversión. Con el paso de los años el superávit fiscal de 2003 se transformó en déficit, que fue cubierto primero con los fondos de las AFJP tomados por la ANSES, y luego, y de manera creciente con emisión monetaria. Emisión que generaba presión inflacionaria; la que a su vez conducía a una mayor apreciación del peso, dado que el gobierno retrasaba el tipo de cambio para mantener a raya la inflación. Por eso, era intrínsecamente contradictorio cubrir el déficit con emisión, atrasar el tipo de cambio nominal para frenar la inflación, y pretender un tipo de cambio real alto para sostener la competitividad (aquí).
A pesar de su importancia, la idea de que la financiación del déficit vía emisión empujaba la inflación era recusada por los economistas K, con el argumento de que se trataba de una tesis monetarista. Conectaba, además, con la llamada teoría monetaria moderna, según la cual los déficits fiscales pueden cubrirse con emisión sin consecuencia negativa alguna. Hemos discutido estas cuestiones en anteriores entradas (aquí, aquí). La cuestión de fondo: con independencia de “especuladores y formadores de precios”, se preparaba el terreno para un eclosión de inconsistencias macroeconómicas, con el telón de fondo de una acumulación de capital que no remontaba y una economía que se estancaba.
La acumulación capitalista y el keynesianismo criollo
Los desarrollos citados se entrelazan con diferencias con los economistas y sociólogos kirchneristas acerca del rol del consumo y la demanda en el desarrollo económico. Por ejemplo, con los que planteaban que la inversión depende, por principio de aceleración, de la demanda. Según este enfoque, en los 2000 Argentina había entrado en sólida etapa de desarrollo, ya que la demanda, vía estímulo del consumo, inducía a niveles crecientes de inversión que a su vez reforzaban el desarrollo. Pero esta tesis no se verifica en la realidad del modo de producción capitalista. Al respecto, dimos como ejemplo el estímulo del gobierno kirchnerista al consumo de energía –vía tarifas subsidiadas- que no se traducía en un aumento de la inversión en energía (para una visión más amplia de la crítica, véase aquí).
De una manera más simple, la anterior diferencia se manifiesta en las diferencias con el keynesianismo kirchnerista sobre el rol del consumo y la inversión. Es que en el discurso habitual de los keynesianos “lo que explica el crecimiento es el consumo privado”.
En crítica a esta idea, señalamos (aquí) que incluso en Keynes, “dada la psicología del público, el nivel del producto y del empleo depende del monto de la inversión”. Y en Marx “el consumo de los trabajadores depende de que vendan su fuerza de trabajo al capital. Para que esto ocurra, el capitalista debe renovar, por lo menos, el ciclo productivo. Si no lo hace, no contrata obreros y estos no consumen. Es lo que ocurre en las crisis y depresiones, cuando se multiplican los cierres de empresas, se reducen plantillas y desaparecen las horas extra. En estas condiciones, ¿cómo se puede esperar que la reactivación económica venga de una recuperación del consumo obrero?”
Déficit, demanda, emisión, trabajo improductivo
A lo largo de estos últimos años economistas del kirchnerismo plantearon que puede sostenerse la demanda por medio del gasto público, el cual podría ser financiado con emisión o deuda (siempre que esta última fuera en moneda nacional). Además, sigue el argumento, no importa si el gasto es destinado a sostener trabajo improductivo (“enterrar y desenterrar botellas con dólares”) porque lo decisivo sería estimular la demanda.
Pero el trabajo improductivo, a diferencia del productivo, no genera plusvalía. Por lo tanto, en la medida en que del trabajo productivo no crezca, no hay manera de sostener la demanda con gasto improductivo realizado por el Estado. Una inyección de la demanda solo tiene efecto positivo sobre la producción si los capitalistas ponen en marcha las inversiones. De lo contrario, el gasto fiscal solo estimula a la economía por lapsos breves, a la par que crecen la deuda y/o la emisión sin respaldo. Un esquema insostenible que desemboca en crisis monetarias, cambiarias e incluso bancarias (para una discusión de estas posiciones aquí ).
Giro hacia el estancamiento en los 2010
Un pilar del modelo K, en los 2000, según los kirchneristas, era el superávit en la cuenta corriente. Pues bien, a partir de 2010 empeoró la cuenta corriente. Entre 2010 y 2015 el déficit acumulado en cuenta corriente se elevó a 49.655 millones de dólares.
Entre las causas principales de esta reversión estuvo el atraso del tipo de cambio (se buscaba anclar la inflación, aunque también se devaluó en 2014) y el fin de la suba de los precios de las materias primas. El tema no era menor, pero no fue problematizado por los K-economistas. Además, entre 2006 y 2015 las salidas de capitales totalizaron 79.000 millones de dólares. Salidas que tampoco fueron problematizadas por los K-partidarios. Cayeron las reservas del BCRA, y la deuda bruta de la Administración Central aumentó, entre 2011 y 2015, en 43.000 millones de dólares, alcanzando 240.665 millones al final del segundo gobierno de Cristina Kirchner. Aunque la deuda externa no aumentó de manera significativa y tampoco creció mucho la deuda nominada en dólares. Pero sí la nominada en moneda nacional, y se produjo un marcado deterioro de los activos del Central. Pero tampoco fue problematizado por los defensores del K modelo.
Todo llevó entonces a que desde 2011 las dificultades de la economía argentina fueran crecientes e insoslayables. Pero los teóricos de “basta estimular la demanda para que haya desarrollo sostenido” y similares miraron para otro lado (véase aquí).
Aunque la prueba más clara del atascamiento del desarrollismo kirchnerista nos la proporciona Santa Cruz. Esta provincia, con gobiernos K desde hace décadas, y pocos habitantes, en los 1990 recibió unos 1000 millones de dólares por la privatización de YPF. Un “maná del cielo” que no generó un solo emprendimiento productivo. Y la provincia terminó, en 2016, en una crisis pavorosa. Es imposible decir que la causa de tal fracaso fueron “los especuladores golpistas y formadores de precios”.
Con Cambiemos en el gobierno el balance de la cuenta corriente siguió aumentando el rojo. Solo en los dos primeros años el déficit acumulado fue de 46.000 millones de dólares. En respuesta el macrismo estimuló inversiones de cartera, altamente especulativas; la inversión directa extranjera continuó débil y la prometida “lluvia de inversiones” no existió. Con una economía que tendía al estancamiento, e imposibilitado de aumentar la emisión monetaria, el gobierno aumentó el endeudamiento. La deuda externa gubernamental pasó de 87.701 millones de dólares a finales de 2015 a 153.052 millones en el primer trimestre de 2018. La deuda bruta de la Administración Central se elevó de 240.665 millones de dólares en 2015 a 3233.065 millones en 2019 (aumentando la parte de la deuda con los organismos internacionales, en primer lugar el FMI).
Paralelamente la fuga de capitales continuaba a todo vapor: totalizó 128.000 millones de dólares en los cuatro años de gobierno de Cambiemos. De nuevo enfatizamos que una porción significativa del excedente no se reinvertía productivamente en la economía del país (para más datos, véase aquí).
En consecuencia, entre 2015 y el presente, el PBI no creció; y el producto por habitante disminuyó. En una serie de gráficos sintetizamos algunos de estos desarrollos entre 2011 y 2021, aquí. Estos antecedentes son insoslayables en la explicación de la explosiva profundidad de la actual crisis.
Y exceden en mucho el infantil argumento “el problema son los especuladores”.
La dinámica de la crisis cambiaria y monetaria
El deterioro del balance del Banco Central provocado por la emisión sin respaldo (tiene en el activo más y más títulos “paga dios”) socava a la moneda nacional. Lo que induce a mayores salidas de capitales que buscan una reserva confiable de valor.
Esa salida debilita más la acumulación, la recaudación fiscal y por lo tanto, la capacidad de endeudamiento. Si se intenta mantener la demanda con gasto estatal, aumentan el déficit y el endeudamiento: cada vez más se toma deuda para pagar deuda anterior (intereses y principales); y para financiar un déficit que no deja de crecer. Inevitablemente, llega un punto en que los dueños del capital dinerario se niegan a seguir financiando al Tesoro, y se dispara la salida de fondos hacia el dólar.
Es lo que ocurrió a partir del 8 de junio de 2022, cuando se inició la actual corrida. La salida de las posiciones en bonos del Tesoro la inició un organismo estatal, Enarsa, y en los días siguientes muchos inversores decidieron salirse de los activos en pesos. Por lo tanto los fondos de inversión debieron vender los títulos para restituir el dinero a sus clientes. Los bancos también redujeron sus tenencias de bonos atados al CER. Todo esto responde a una lógica habitual en los mercados capitalistas.
En respuesta a esa salida de los activos en pesos, el Banco Central emitió para comprar bonos y sostener su precio. Solo entre el 8 de junio y el 5 de julio la emisión aumentó en un billón de pesos. Paralelamente, presionó a los bancos para que redujeran sus tenencias en Leliq y aumentaran las de títulos en pesos del Tesoro. Con ese fin no renovó parte del stock de Leliq. Pero de esta manera quedaron pesos en manos de los bancos que no fueron a la compra de bonos en pesos, a pesar de que el Tesoro aumentó su rendimiento para hacerlos más atractivos.
Por otra parte el BCRA dispuso un seguro para los títulos de deuda en pesos del Tesoro que tengan los bancos. En términos financieros se trata de un put: el Central se compromete, a cambio de una tasa, a comprar a los bancos los bonos que tienen en cartera a un determinado precio, en caso de que los bancos decidan desprenderse de esos bonos. Con lo cual se está admitiendo que la crisis cambiaria y financiera puede expandirse a crisis bancaria. Recordemos que desde que asumió el gobierno de Fernández los bancos duplicaron su exposición a la deuda pública. Una caída del valor de los títulos podría dar lugar a un desastre, ya que habría que asumir grandes pérdidas, siendo que la actividad bancaria, por definición, es altamente apalancada (los bancos operan con el dinero de los depositantes). En cualquier caso, si se activase este seguro generaría más emisión. Y de aquí a fin de año el Gobierno tiene que renovar deuda por 4 billones de pesos.
Por otra parte, la mayor emisión del BCRA destinada a sostener los bonos es esterilizada mediante Leliq y Pases. Por lo cual se está transformando un pasivo del Tesoro en un pasivo del Central. El stock de Leliq y Pases roza los 7 billones de pesos (al 19/07/22 son 5,98 billones de Leliq y 0,886 billones en Pases pasivos). Lo cual obliga a más emisión para cubrir los intereses de estos pasivos (a junio 2022 las Leliq a 28 días pagan una tasa efectiva anual del 66,5%; la tasa efectiva anual de Pases a un día es 49,9%). Con las colocaciones en Leliq los bancos pagan los intereses por los depósitos que captan. Lo cual es una nueva manifestación del carácter altamente especulativo de la economía: en condiciones “normales” del sistema capitalista los depósitos bancarios deberían destinarse principalmente a la financiación de empresas, o del consumo. Esta lógica financiera especulativa tiene una de sus patas en las políticas del Banco Central y el Ministerio de Economía. O sea, no es obra exclusiva de golpistas o de los eternos especuladores. En última instancia, estos surfean tendencias que los superan, intentando, cómo no, hacerse de ganancias financieras.
En ese escenario, continúa debilitándose el balance del Banco Central; por lo que cae más aún la confianza en el peso como reserva de valor. Como se ha señalado repetidas veces, hoy el Central tiene muchas dificultades para acumular reservas. Al margen de que hubo una fuerte demanda de dólares para cubrir importaciones de energía (6600 millones de dólares en el primer semestre de 2022), y cierta retención de soja por parte de las patronales agrarias, la salida de las tenencias en pesos por parte de los fondos, y de las empresas es la que determina la tendencia de fondo. Más aún, con tasas de interés reales negativas, cualquier empresa considera conveniente, para financiarse, tomar deuda en pesos y retener dólares. De ahí que la situación cambiaria no se puede arreglar con parches (por caso, intentar que los turistas extranjeros cambien sus dólares o euros en el mercado oficial y similares).
Hay que destacar que la falta de reservas del Banco Central amenaza con desembocar en una cesación de pagos (que desataría una devaluación de proporciones aún mayores). La restricción de importaciones de insumos vitales está generando disminución o interrupciones en la producción. Obsérvese que en este caso la crisis no es por “sobreproducción” (característica del capitalismo), sino por debilidad de la producción (una nueva manifestación de las dificultades que enfrenta el capitalismo dependiente y atrasado).
Por otro lado, hay una sangría de bonos vinculados a los dólares financieros. Los bonos con que se operan los dólares financieros se han derrumbado. Para contener el aumento del dólar financiero varios organismos estatales y el BCRA se desprenden de bonos dólar. Lo cual significa que el BCRA por un lado emite dinero para comprar bonos CER que están vendiendo inversores privados; y por el otro lado vende bonos dólar para frenar la suba del dólar financiero, que es el que utilizan las empresas y los grandes inversores.
Algunos datos más: desde la asunción de Fernández (diciembre 2019) hasta el 22 de julio de 2022 el precio del dólar informal se multiplicó por 5,2 (de $65 a $337); los dólares financieros lo acompañaron de cerca. La inflación acumulada entre enero 2020 y junio 2022 fue del 280%. La actividad económica no supera los niveles de mediados de 2019; en el primer semestre de 2022 la pobreza se acerca al 40% de la población, y aumenta a medida que aumenta la inflación.
Crisis monetaria, reclamo por “orden”
La crisis cambiaria y monetaria es expresión de la debilidad de la acumulación.
Pero a su vez, la profundiza la crisis de la acumulación. En el extremo, la continua pérdida de valor de la moneda hace inviable el funcionamiento del mercado, ya que se vuelve imposible comparar productividades y tiempos de trabajo. Las transacciones se interrumpen y se privilegia el atesoramiento. En respuesta, crece el reclamo de “poner orden” y estabilizar la economía. Por eso una situación de crisis aguda no siempre da lugar a una salida de izquierda (como muchas veces parece pensar la izquierda).
Puede imponerse un programa económico de derecha. Por caso, la hiperinflación bajo Alfonsín y la primera parte del gobierno menemista legitimó, ante los ojos de la población, la disciplina monetaria de la Convertibilidad.
Keynesianismo populista y salidas de derecha
Lo planteado al final del apartado anterior conecta con las consecuencias del fracaso de políticas keynesianas populistas: finalmente allanan el camino a políticas de ajuste.
Una cuestión que han destacado varios poskeynesianos en crítica al “keynesianismo bastardo”. Por ejemplo, y refiriéndose a los gobiernos latinoamericanos que aplicaron un populismo “keynesiano”, Bresser Pereira y Dall’Aqua dicen: “Este populismo económico comúnmente ha sido legitimado por un cierto tipo de ‘keynesianismo’ que da énfasis exclusivo a la demanda efectiva, revirtiendo la ley de Say y recomienda el uso indiscriminado de política fiscal y déficit fiscal como medios de estabilización cíclica. El ejemplo extremo de este enfoque es el intento de legitimar aumentos salariales como una forma de promover el consumo y sostener la demanda agregada” (véase aquí; también para otras referencias y críticas de poskeynesianos al keynesianismo bastardo populista).
La tesis “son todos candidatos del FMI”
La crisis económica se agrava por la crisis política, expresada en el choque entre Cristina Kirchner, la Cámpora y el Instituto Patria, con Alberto Fernández y sectores del peronismo que pueden serle afines. El conflicto se expresó recientemente en la negativa de los K a votar el acuerdo con el FMI; en las críticas de Cristina Kirchner al ahora exministro Guzmán; y en las diferencias acerca de cuánto y cómo subir las tarifas de electricidad y gas, entre otros hechos.
Sin embargo, muchos sectores de izquierda dicen que estamos ante una puesta en escena, y que kirchneristas, peronistas, radicales, macristas, liberales, son pro FMI por igual. Hemos criticado este enfoque a propósito de la última campaña electoral (“todos son candidatos del FMI”, rezaba la propaganda del FIT-U). Señalamos entonces que para los capitalistas –y “los mercados”- no daba lo mismo que subiera Macri o Cristina Kirchner:
“El problema de fondo: no solo es simplista [la idea de “todos son candidatos del FMI], sino también equivocada… La realidad es que las fuerzas burguesas, o pequeño burguesas, expresan intereses distintos, y tienen orientaciones distintas. No se pueden pasar por alto estas diferencias. Por supuesto, es lógico y necesario explicar que la crisis y el endeudamiento del Estado argentino estrechan al máximo los márgenes para aplicar políticas económicas “nacionales y populares”. Por algo Alberto Fernández dice que si gobierna va a renegociar con el Fondo, mientras el antiimperialista Pino Solanas mira para otro lado. Pero no por eso podemos concluir en que Pino es un candidato del FMI. A su vez, y por otra parte, la izquierda no debería apoyar a un Pino Solanas (o a Patria Grande, o a La Cámpora, etcétera) frente a un Macri o una Carrió, con el argumento de que Pino (o Patria Grande) no es el candidato del FMI” (aquí).
Por supuesto, afirmar que no son iguales no es sinónimo de sostener que uno u otro es más progresivo para la clase obrera. El kirchnerismo (en cualquiera de sus variantes) no es progresivo con respecto al albertismo, el radicalismo o el macrismo.
Se puede advertir incluso en que no tiene alternativa de fondo frente a la actual crisis. Decir, por ejemplo, que la corrida cambiaria se para con la policía, y que la inflación se frena con controles de precios, como dicen dirigentes K, equivale a confesar que no se tienen alternativas reales. ¿O es que pueden mostrar algún ejemplo histórico en que esas políticas hayan dado resultado?
En otra escala, el desastre venezolano también evidencia la falta de perspectivas del populismo estatista (capitalismo de Estado burocrático). Esas políticas llevan a situaciones sin salida progresista -los ajustes sobre salarios y condiciones de vida de las masas se imponen de hecho-y siembran la desmoralización en las masas trabajadoras. Y más específicamente, la creencia de que problemas sociales, como la inflación o la corrida cambiaria, se solucionan con policías y burocracia, es propia de burócratas, y de muy limitados horizontes mentales. Aunque se trate de orientaciones y programas distintos de los defendidos por los “candidatos del FMI”.
Dejamos apuntado que la crisis política afecta a la “estructura social de acumulación”, entendida esta como el conjunto orgánico de los distintos aspectos sociales, económicos y políticos que configuran el ámbito donde se desarrolla la acumulación capitalista (esta definición la tomo de Cristian Caracoche, Duhaldismo, kirchnerismo y macrismo, 2020, Buenos Aires, Imago Mundi; sobre estructura social de acumulación, aquí).
Un ataque a la clase obrera, necesidad de una respuesta de clase
Los episodios de alta inflación y recesión en Argentina han dado lugar, históricamente, a fuertes bajas de salarios y empeoramiento de las condiciones laborales y de vida. En esas coyunturas los empresarios buscan, con la anuencia o colaboración de los gobiernos de turno, que los salarios no suban en la misma proporción en que lo hacen los precios y el tipo de cambio. Por eso, cuando los asalariados responden a la inflación y depreciación de la moneda con luchas y recuperan terreno perdido en el reparto del ingreso, los capitalistas responden con nuevas subas de precios, que llevan a nuevas devaluaciones. En esos casos, la agudización de la espiral inflacionaria refleja la exacerbación del conflicto de clases. Lo cual muestra las limitaciones de las respuestas puramente gremiales frente a un ataque del capital de conjunto.
Por eso, ese conflicto ya no es meramente económico, sino político.
De manera que una respuesta de clase al capital debería articularse en una política de los trabajadores independiente de la burguesía. Pero para esto es necesario romper con el colaboracionismo de clase, propio del keynesianismo nacional populista.