La mayor carga que pesa hoy sobre el socialismo se llama Rusia

“La libertad solo para los partidarios del gobierno, solo para los miembros de un partido -por muy numerosos que sean- no es ninguna libertad. La libertad es siempre la libertad de los disidentes. No por un fanatismo hacia la “justicia”, sino porque todo lo que es vigorizante, saludable y purificador de la libertad política pende de esta esencia y pierde su efectividad cuando la “libertad” se convierte en un privilegio.”
-Rosa Luxemburgo sobre la revolución rusa-



“La mayor carga que pesa hoy sobre el socialismo se llama Rusia…”

Jörn Schütrumpf

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08/08/2022


Jörn Schütrumpf es un historiador, escritor y editor alemán. Ha sido el editor de la prestigiosa editorial alemana Karl Dietz durante más de una década. En la Fundación Rosa Luxemburg ha sido el responsable del Centro de Investigación sobre la obra de Rosa Luxemburg. Autor de diversos libros sobre Rosa Luxemburg, la revolución alemana, la revolución rusa, autor de biografías como la de la escritora y pensadora Johanna Berta Julie von Westphalen, más conocida como Jenny Marx, la del revolucionario polaco-alemán Leo Jogiches, de la revolucionaria italiana de origen ucraniano Angelica Balabanoff, además de compilador y editor de los escritos y correspondencia del dirigente marxista revolucionario alemán Paul Levi, editados bajo el título “Sin una gota de sangre lacaya” en la editorial Karl Dietz.

A principios de 2022 apareció su último libro con un título que, de entrada, llama la atención: “Paul Levi- Rosa Luxemburg: La revolución rusa. Nueva edición de unos escritos muy citados, pero poco leídos”. Como es sabido, Paul Levi fue el primer editor del escrito de Rosa Luxemburg sobre la revolución rusa, aparecido en 1922. Los escritos de Levi que aparecen en el libro, además del texto original de Rosa sobre la revolución rusa y una introducción de Levi al mismo, así como los fragmentos del prefacio que reproducimos, muestran el alejamiento de Levi de los bolcheviques en la misma línea que ya muestra Rosa en su escrito y que hubieran seguido ella y Karl Liebneckt de continuar con vida - como asegura Arthur Rosenberg -, criticando por un lado las concesiones al campesinado y el abandono de la lucha de clases dentro del estado socialista, la deriva antidemocrática de los bolcheviques y culminando en la advertencia del peligro que suponía la pérdida de la idea del socialismo para el movimiento socialista occidental y la clase obrera, debido a la degeneración posterior del estado soviético. Sin Permiso ofrece en exclusiva la traducción por primera vez al castellano del prefacio del autor.[1] SP

 

“Rusia ha - quoad comunismo - colapsado”

(Levi 1922a) [2]

 

La frase más citada de Rosa Luxemburg dice: “La libertad es siempre la libertad de los que piensan diferente”. Procede de su texto “Sobre la revolución rusa”, publicado por primera vez por Paul Levi en 1922.[3] El pasaje completo dice:

“La libertad solo para los partidarios del gobierno, solo para los miembros de un partido -por muy numerosos que sean- no es ninguna libertad. La libertad es siempre la libertad de los disidentes. No por un fanatismo hacia la “justicia”, sino porque todo lo que es vigorizante, saludable y purificador de la libertad política pende de esta esencia y pierde su efectividad cuando la “libertad” se convierte en un privilegio.” (Luxemburg 1974 [19181]: 359)[4]

Esta frase no solo es la más conocida de Rosa Luxemburg, sino también la más incomprendida. Y eso no se dirige en absoluto, ni siquiera principalmente, a los “profesionales de la mala interpretación” como Heinrich August Winkler. Winkler es uno de los que parecen estar convencidos de que el texto de Rosa Luxemburg puede ser “interpretado” sin problema hoy en día, porque -y probablemente en esto tiene razón- este texto no solo no se analiza, sino que ni siquiera se lee. Esto anima a Winkler, acerca de la libertad de los que difieren en la forma de pensar, para difundir: “… y estas palabras sobre la libertad de los disidentes se refieren al pluralismo socialista, a la diversidad de opiniones en el campo revolucionario. No significa libertad para los opositores a la revolución […]” (Winkler 2011)

Incluso Christina Morina, que, por la razón que sea, se la tilda de vez en cuando como experta en marxismo, afirmaba en 2019 con toda seriedad que la máxima de Rosa Luxemburg sobre la “libertad de los disidentes” se limita a un “pluralismo socialista en el marco de una dictadura del proletariado […]” (Morina 2019).

De todas formas, detenerse en estos expertos solo distrae de lo esencial. Resulta más grave aún que el texto de Rosa Luxemburg que se presenta aquí junto con otros textos de Paul Levi, en gran parte olvidados, suele quedarse por regla general en una “mera discusión” sin incluir los puntos de vista revolucionarios fundamentales de Rosa Luxemburg, que precisamente no se encuentran en este texto.

En concreto, son:

En primer lugar, tres días después de la masacre del Palacio de Invierno de Petersburgo (9 o 22 de enero de 1905, según el calendario), Rosa Luxemburg había hecho un esbozo en el periódico “Neue Zeit” de las fuerzas motrices y los límites de la revolución que acababa de estallar:

“Rusia entra en la escena mundial revolucionaria como el país políticamente más atrasado; desde el punto de vista del desarrollo de la clase burguesa, no se puede comparar con la Alemania anterior a marzo. (l) Solo por esta razón, en contra de toda la opinión general, la actual revolución rusa tiene el carácter de clase proletario más pronunciado de todas las revoluciones anteriores. Es cierto que los objetivos inmediatos de la actual sublevación en Rusia no van más allá de una constitución democrático-burguesa del estado, y el resultado final de la crisis, que puede durar y muy probablemente durará años, no será posiblemente más que una miserable constitución [de una monarquía] constitucional con una rápida alternancia de flujos y reflujos.[5] Y, sin embargo, la revolución, condenada históricamente al parto de estos engendros burgueses (Wechselbalgs), es una revolución tan puramente proletaria como cualquier otra antes” (Luxemburg 1974 [1905]: 479)

Una expresión similar de Rosa Luxemburg como: “El resultado final […] no será posiblemente otra cosa que una miserable constitución [de una monarquía] constitucional”, no se encuentra redactada por segunda vez en sus escritos en alemán -ni siquiera en sus escritos sobre la segunda revolución rusa de 1917/18 o sobre la continuación de la revolución rusa de 1905/6 en los años 1917/18.[6] Y esto, aunque nada fundamental había cambiado -a pesar de la guerra mundial- en los doce años entre 1905 y 1917 con respecto a las fuerzas motrices y los límites de una revolución en Rusia. En sus escritos de 1917/18, Rosa Luxemburg se limitó a señalar una inminente derrota de la revolución rusa en caso de que no se produjera una revolución internacional:

“La dictadura del proletariado está condenada a una derrota aturdidora en Rusia – en caso que una revolución proletaria internacional no le proporcione un respaldo a tiempo - frente a la cual la suerte de la Comuna de París pudo haber sido un juego de niños.” (Luxemburg 1974 [1917e]: 279)

En segundo lugar: a partir de 1906, sin embargo, se expresó en sus artículos escritos en polaco totalmente en el espíritu de su afirmación de enero de 1905, en los que había intentado sacar conclusiones para Rusia de la revolución que acababa de ser aplastada.[7] En 1908 escribió: 

“En el zarismo, el objetivo […] debe ser la conquista de la influencia efectiva sobre las condiciones, la conquista del poder de facto del proletariado en la sociedad mediante la fuerza de la presión. […] El proletariado en lucha no debe, naturalmente, hacerse ilusiones sobre la duración de su poder en la sociedad. Tras el fin de la presente revolución, tras la vuelta de la sociedad a las condiciones “normales”, el dominio de la burguesía, tanto en la fábrica como en el Estado, dejará de lado con toda seguridad y eliminará, en una primera fase, gran parte de lo conseguido en la actual lucha revolucionaria. Tanto más importante es que el proletariado abra las más robustas brechas en las circunstancias actuales, que revolucione las condiciones dentro de la fábrica y en la sociedad en la medida de lo posible. Cuanto más pueda la socialdemocracia impulsar la ola revolucionaria hacia la dictadura política del proletariado, menos podrá la burguesía hacer retroceder lo conseguido inmediatamente después de la revolución. Porque con este esfuerzo del proletariado por la consecución militante de su voluntad […] la masa obrera alcanzará de la manera más corta posible la conciencia y la madurez de clase, es decir, el beneficio más precioso y más consistente de la revolución que da garantía para los avances posteriores del socialismo en tiempos pacíficos.” (2014 [1906b]: 208)

En tercer lugar, para Rosa Luxemburg, una revolución que había logrado imponerse de manera radical en un solo país era inconcebible sin un termidor, es decir, sin un revés que devolviera la revolución a lo que era realizable en ese momento y asegurara los resultados viables. Con lo cual, Rosa Luxemburg asumía que el termidor priva de poder a la guardia revolucionaria, pero también prepara un terreno más favorable para las siguientes luchas. En el caso de Rusia: para la obtención de derechos políticos como la libertad de expresión, la libertad de prensa, la libertad de reunión, la libertad de organización, etc., asegurados por “una miserable constitución [de una monarquía] constitucional”.

En cuarto lugar, mientras que Marx trabajó con la imagen de las revoluciones como locomotoras de la historia (cf. Marx 1960 [1850]: 85) para dejar clara la función de las revoluciones de lograr avances hacia un nuevo capítulo de la historia en situaciones sociales estancadas, Rosa Luxemburg utilizó la locomotora para describir la primera fase de una revolución, como símbolo de la oscilación máxima del péndulo hacia la izquierda:

“El ‘equilibrio perfecto’ no puede mantenerse en ninguna revolución; su ley natural exige una decisión rápida: o la locomotora es propulsada a todo vapor hacia el ascenso histórico hasta llegar al punto extremo, o retrocede por su propia gravedad a la depresión inicial y arrastra al abismo irremediablemente a quienes quisieron detenerla a mitad de camino con sus débiles fuerzas. Esto explica el hecho de que en toda revolución solo es capaz de conquistar la dirección y el poder aquel partido que tiene el valor de lanzar la consigna para impulsar el avance y de extraer de ella todas las consecuencias.” (Luxemburg 1974 [1918l]: 340)[8]

 En quinto lugar, aunque Rosa Luxemburg no utilizó la imagen del péndulo, es claramente reconocible en la descripción del retroceso hecha por Friedrich Engels y que ella hizo suya sin ninguna distancia aparente:

“Todas las revoluciones hasta ahora han supuesto el desplazamiento del dominio de una clase determinada por otra. Pero todas las clases dominantes hasta ahora han sido solo pequeñas minorías en relación con la masa dominada del pueblo. Una minoría dominante fue derrocada así, otra minoría tomó el timón del estado en su lugar y remodeló las instituciones del estado según sus intereses. En todos los casos fue el grupo minoritario el que fue capaz y llamado a gobernar por el estado de desarrollo económico, y fue precisamente por esta razón, y solo por esta razón, que la mayoría dominada participó o en el levantamiento a favor de este último, o bien lo permitió tranquilamente. Pero si prescindimos del contenido concreto de cada revolución, la forma común de todas ellas es que eran revoluciones minoritarias. Incluso cuando la mayoría participaba, lo hacía -consciente o no- solo al servicio de una minoría; o incluso por la actitud pasiva sin resistencia de la mayoría, esta minoría recibía la apariencia de ser la representante de todo el pueblo.

Por regla general, tras el primer gran éxito, la minoría victoriosa se escindía; una mitad se encontraba satisfecha con lo conseguido, la otra quería ir más allá, planteaba nuevas exigencias que redundaban, al menos en parte, en el interés real o aparente de la gran masa del pueblo. Estas demandas más radicales también se llevaban a cabo en casos individuales; pero a menudo solo por el momento, pues el partido más moderado volvía a imponerse; lo que se había ganado por última vez se perdía de nuevo en su totalidad o en parte; los derrotados entonces gritaban por sentirse traicionados o culpaban de la derrota al azar. Sin embargo, en la realidad, las cosas solían ser así: Los logros de la primera victoria solo eran asegurados por la segunda victoria del partido más radical; una vez alcanzada ésta -y con ello lo que era necesario momentáneamente- los radicales y sus éxitos desaparecían de nuevo de la escena”. (Engels 1963 [1895]: 513s.)

Sexto: Rosa Luxemburg predijo la imagen de un retroceso, aplicada a las condiciones rusas:

“Pero preocuparse ahora de que la revolución actual conserve su carácter propiamente “burgués” es una tarea totalmente superflua para el proletariado.

El carácter burgués se expresa porque el proletariado no logrará mantenerse en el poder, porque tarde o temprano será nuevamente aplastado por la acción contrarrevolucionaria, por la burguesía, los terratenientes, la pequeña burguesía y grandes sectores del campesinado.” (Luxemburg 2014 [1908]: 264, énfasis en el original)

Esta concepción de Engels y Rosa Luxemburg de la revolución -hasta donde alcanza una visión de conjunto- nunca ha sido tomada en cuenta hasta hoy, y menos aún examinada en su contenido; en todo caso, no se puede hablar de una interpretación del texto sin más. Rosa Luxemburg dio por supuesta esta concepción de la revolución en su fragmento sobre la revolución rusa sin dar a entender que el fragmento no puede comprenderse en absoluto sin la concepción de Engels y Luxemburg de la revolución, y que cualquier interpretación va casi inevitablemente en la dirección equivocada.

Esto se explica en cierta medida por el hecho de que el texto no estaba terminado, pero también por las y los destinatarios a los que Rosa Luxemburg quería dirigirse con este texto: las y los trabajadores alemanes. No quería escribir un compendio sobre teoría revolucionaria, sino que, con su elogio de los bolcheviques, perseguía la intención de superar la “inercia fatal de las […] masas” (Luxemburg 1974 [1918l]: 335). Sin embargo, por otro lado quiso, junto con el grupo Espartaco, distanciarse de Lenin y de los bolcheviques en aquellos puntos que consideraba perjudiciales para el socialismo: la forma en que los bolcheviques habían reaccionado a la revolución agraria que había estallado; en la cuestión del “derecho de las naciones a la autodeterminación”, que Rosa Luxemburg rechazaba; y -por último pero no menos importante- del nihilismo de los bolcheviques frente a la democracia [Nota de la R.: es especialmente oportuno releer al respecto uno de los últimos artículos de Antoni Domènech sobre Rosa Luxemburgo y su tratamiento de estos puntos:  https://www.sinpermiso.info/textos/el-experimento-bolchevique-la-democracia-y-los-criticos-marxistas-de-su-tiempo-0].

Al mismo tiempo, Rosa Luxemburg rindió un detallado homenaje a los bolcheviques, por el hecho que estos, en la primera fase de la revolución, habían entendido cómo alentar a las masas oprimidas, explotadas y degradadas a actuar de forma independiente, anclando así la revolución profundamente en la sociedad.

En otras observaciones de 1917/18, Rosa Luxemburg también se abstuvo de abordar cómo resultaría un termidor si la revolución rusa no adquiría el carácter de una revolución que servía de inicio para un levantamiento internacional.[9] Hay que señalar que era absolutamente imposible que Rosa Luxemburg dijera a los militantes que, después de haber conseguido lo que era posible en un momento determinado -el fin de la guerra mundial y la revolución agraria-, el acorde final de la revolución sacaría sus tonos de la caída de estos luchadores, de su exilio o, en el peor de los casos, -como en la revolución francesa de 1794 - de su muerte.

Las diferencias con los bolcheviques no habían surgido solo después de su toma del poder en octubre de 1917, sino que existían desde la aparición de los bolcheviques en los tiempos de la socialdemocracia rusa en 1903. Leo Jogiches, Rosa Luxemburg, Julian Marchlewski y Adolf Warski ya habían fundado su partido polaco en 1893, diez años antes. Rosa Luxemburg concebía la hegemonía, incluida la hegemonía en una revolución, como una hegemonía intelectual, ganada con discursos, panfletos y periódicos. Para ella, asegurar tal hegemonía con la organización conducía casi inevitablemente a una tutela de las masas por parte de un aparato de partido a la manera del SPD o a una organización de élite separada de las masas a la manera de los bolcheviques. Aquí Rosa Luxemburg estaba totalmente con Marx, quien en el siglo XIX había pensado en las autoorganizaciones reales de la Revolución francesa de 1789 y siguientes. Hasta hoy, la línea Marx-Luxemburg se opone a la línea Blanqui-Lenin.[10] Mientras que Lenin intentó combinar ambas líneas, al menos en teoría -pero en la práctica siguió siendo blanquista-, Rosa Luxemburgo nunca abandonó su desconfianza crítica hacia Blanqui en la cuestión de la organización. Al final, Lenin redujo la relación de los intelectuales con la clase en la organización (que rápidamente actuó por su cuenta con el resultado ya conocido), mientras que Rosa Luxemburg confiaba en que la clase se organizara en el movimiento (que, sin embargo, solo se organizaba hasta cierto punto y a menudo no lo hacía):

La actividad socialdemócrata “surge históricamente de la lucha de clases elemental. Se mueve en la contradicción dialéctica por la que aquí el ejército proletario solo se recluta en la propia lucha y solo en la lucha tiene claras las tareas de la misma. La organización, la resolución y la lucha no son aquí momentos separados, mecánica e incluso temporalmente, como en un movimiento blanquista, sino que son solo aspectos diferentes de un mismo proceso.” (1972 [1904]: 428).

Al final, tanto Vladimir Ilich Lenin como Rosa Luxemburg fracasaron.

Nunca se tiene en cuenta el hecho de que en este texto Rosa Luxemburg, además, tuvo unos miramientos a los que habría renunciado después del fin de la revolución, al igual que lo había hecho después del fin de la primera revolución rusa de 1905/6.  En su mayor parte la crítica se limita a los bolcheviques. No es raro que en lugar de debatir las concepciones de Rosa Luxemburg, se juzguen sus posiciones.[11]

En su texto sobre la revolución rusa, Rosa Luxemburg -en lugar de discutir el caso de lo que sucedería si la revolución rusa permanecía aislada- acusó al proletariado de Occidente, concretamente de Alemania, de una probada inactividad, y subrayó

“los vínculos económicos mundiales del capitalismo […] que hacen de todos los países modernos un organismo conectado. La revolución rusa -fruto del desarrollo internacional y de la cuestión agraria- es imposible de resolver dentro de los límites de la sociedad burguesa. […]

No es la inmadurez de Rusia, sino la inmadurez del proletariado alemán para el cumplimiento de las tareas históricas lo que ha demostrado el curso de la guerra y la revolución rusa, y señalar esto con toda claridad es la primera tarea de una reflexión crítica de la revolución rusa. El destino de la revolución rusa dependía completamente de los [acontecimientos] internacionales. El hecho de que los bolcheviques situaran su política enteramente en la revolución mundial del proletariado es precisamente el testimonio más brillante de su perspicacia política y de su fidelidad fundamental, del genio audaz de su política.” (1974 [1918l]: 333s).[12]

Sin embargo, Rosa Luxemburg afirmó claramente al final de su texto que la revolución en Rusia fracasaría como revolución hacia el socialismo:

“En Rusia solo se podía plantear el problema. No podía resolverse. Solo puede resolverse a nivel internacional…” (Ibid.: 365)[13]

Cuando Paul Levi publicó este texto en enero de 1922,[14] los bolcheviques habían “ganado” la revolución: permitiendo de nuevo el modo de producción capitalista con la “Nueva Política Económica”, cesando la lucha entre clases que perseguían intereses opuestos y, con ello, entregando la lucha de clases a las otras clases para llevar a cabo el Termidor, poniéndose en el mismo lugar como sucesores de aquellos termidorianos, preparados sobre todo en el exilio.

El “Termidor de la revolución rusa, [en] marzo de 1921, […] no se diferencia de otros Termidores ni por su contenido ni por sus efectos, solo por su forma. Fue un Termidor “seco”. Se desarrolló tranquila y pacíficamente en el seno y la organización de los bolcheviques. No sin mostrar inmediatamente, por supuesto, su cabeza de Gorgona a la clase obrera: en Kronstadt. Pero los efectos fueron los mismos que los de su hermano mayor. Los radicales y sus éxitos desaparecieron de la escena”.[15] El mes de marzo de 1921 golpeó dos veces a la clase obrera rusa. Entregó la propia clase a los campesinos y, como consecuencia, a los chantajistas, a los especuladores y, tras ellos, a los grandes capitalistas y, al mismo tiempo, los privó de sus dirigentes, convirtiendo a los jacobinos de ayer en los termidorianos de hoy.” (Levi 2020 [1922d: 1255s.) [16]

Este dominio de Termidor fue posible gracias al “partido de nuevo tipo”, es decir, al desapego de la guardia revolucionaria de su base social:

“La vanguardia del proletariado, que ha creado el sistema soviético y carga con él, puede vivir y existir y puede seguir llevando el sistema soviético hasta que las grandes masas hagan uso de la “oportunidad” que se les ofrece, hayan “aprendido por experiencia” a ver en ellos “a sus dirigentes más fiables” […] Como una madre fiel, la vanguardia en el sistema soviético ha arreglado una camisa, espera -con paciencia o impaciencia- hasta que el niño pueda ponerse la camisa. Mientras no sea así, la madre sigue siendo la madre y la camisa sigue siendo la camisa, la vanguardia sigue siendo la vanguardia y el sistema soviético sigue siendo el sistema soviético”. (Levi 2020 [1922f]: 1020)[17]

El resultado fue un alto grado de falta de voluntad para ejercer la democracia:

“Una mirada a Europa enseña […] lo poco que necesita una democracia para neutralizar la dictadura de una clase. Lo que es posible para la burguesía en Europa - en la dictadura mantener la democracia - debe ser teóricamente posible también en un país donde el proletariado tiene el poder, y precisamente en este país, porque aquí los números no están en contra sino a favor del sistema dominante. Es una democracia con la mayoría, no contra la mayoría. Sin embargo, en la práctica -y la práctica pronto se convirtió en doctrina- los bolcheviques siempre han tomado la dictadura y la supresión de la democracia por idénticas y nunca han mostrado ningún impulso democrático. Esto era tolerable en un momento en que las amplias masas de Rusia luchaban contra el enemigo común, el feudalismo. Sin embargo, desde el momento en que se superó el feudalismo, las diferentes clases -obreros y campesinos- hasta entonces unidas pero realmente con intereses diferentes, tuvieron que encontrar algún tipo de relación en la que, con los correspondientes intereses de cada una, intercambiaran sus diferentes concepciones políticas. Encontrar, por así decirlo, una forma de comunicación política, pero al mismo tiempo también una compensación. Que la “democracia” es un magnífico instrumento para ello, precisamente en la etapa en la que las diferencias apenas empiezan a surgir, lo puede enseñar de nuevo la historia de Europa. Pero como los bolcheviques se mantuvieron rígidos en su rechazo a cualquier forma democrática, el Comité Central del Partido Comunista Ruso se convirtió en el órgano mediador de lo que una clase tenía que decir a la otra. Los campesinos expresaron sus anhelos en forma de revueltas y reducción de la producción (vuelta a la economía doméstica). Los trabajadores expresaron los suyos en forma de revueltas y huelgas. Sin embargo, el Comité Central, que disponía de todos los medios para contrarrestar en algo tales razones de peso, tuvo que responder con la violencia: el terror estaba ahí. Este, al mismo tiempo, se había convertido en un componente funcional de la dictadura; porque la dictadura que no conoce la democracia como medio, solo puede conocer el terror.” ( 2016 [1927b]: 1106; énfasis del ed.) [18]

Levi y Lenin libraban desde el verano de 1920 una batalla encubierta sobre la transformación por parte de los bolcheviques de la Internacional Comunista, fundada en 1919, de ser una organización de iguales a ser un partido internacional ruso con la finalidad, por lo tanto, de guiar el carácter de dicha Internacional. (Cf. Vallin 2019; Hedeler/Schütrumpf 2020: 7-39) Levi ya había perdido ante la Internacional Comunista en el centro de Alemania [19] antes del putsch de marzo. Sin embargo, a pesar de todas las disputas y ofensas, trató a Lenin con profundo respeto, también y especialmente después de su muerte. En su obituario escribió: 

“Pero también aquí las dudas que en un futuro podrán ser resueltas nos parece ver como retroceden ante lo que es indudable. Y es que, aunque muchas cosas pudieran haber sido poco marxistas, poco socialistas, equivocadas e incluso más que equivocadas, aunque no fueran socialismo cien veces, su obra ha sido, sin embargo, el “glorioso indicio de una nueva sociedad”. Y podemos haber cruzado los filos con él, podemos haber reconocido la decadencia de la obra, advertido de ella y haberla criticado, pero nos parece que no tiene ningún sentido negar que es por los hechos y no por sus errores, y menos aún por sus seguidores, por lo que el hombre está, después de todo, “consagrado en el gran corazón de la clase obrera”. (2016 [1924a]: 315) [20]

Sin embargo, Levi tenía claro que Lenin no había dirigido una revolución obrera:

“Las buenas convicciones, por sí solas, no hacen buena literatura. Esta literatura “revolucionaria” rusa se ve perjudicada inicialmente por Lenin. Lenin era todo menos un investigador genial. Si lo que la genialidad, en un sentido especial de la palabra -una concepción organizativa visionaria y una fuerza de voluntad que trascendía lo intelectual-, era inherente a él, se encontraba en un terreno diferente al del investigador. Fue, en un grado inusual, el estímulo del campesino ruso; de ahí su poder visionario para escuchar siempre lo que se agitaba en los estratos más bajos. Su sensibilidad por las masas rayaba la profecía; incluso en el exilio esta conexión permaneció con él […]. Su producción literaria se adaptó a ello. Hablaba y escribía con los torpes argumentos asequibles al sencillo cerebro campesino; hablaba y escribía completamente sin premisas, como si estuviera dirigido a ganarse a los analfabetos. Esto hacía que su discurso y sus escritos fueran inofensivos, casi aburridos; solo en contadas ocasiones el fuego interior lo elevaba más allá de estos. Sus alumnos no tienen ni el fuego ni la tremenda voluntad de todo lo que había detrás con Lenin; solo ha quedado el aburrimiento.” ( 2016 [1927e]: 1150s.)

En julio de 1924, unos meses después de la muerte de Lenin, la Internacional Comunista celebró su V Congreso. Una ocasión para que Levi subrayara el contraste entre el fallecido y sus sucesores:

“También se permitía pensar en Moscú, pero solo en la medida en que no se superara el nivel cognitivo de Zinoviev. Todo aquel que se sentó y habló en el Kremlin tuvo que decirse que, como consecuencia de la santidad del bautismo comunista, sus palabras tenían que estar de acuerdo, si no con los hechos, al menos con la letra del último artículo de Zinoviev. […]

El Congreso comenzó con un desfile de todos los delegados frente al mausoleo donde descansa Lenin. […] El principio que ayudó a Lenin para la victoria fue el dogmatismo del antidogmatismo. En su cabeza se reflejaba la totalidad del ser; no era un monje en una celda, sino un hombre vivo que veía la complejidad de las cosas, pero no se arredraba ante ellas, sino que trataba de dominarlas dentro del marco de la ley de la posibilidad. Fue un gran revolucionario. […] Pero, ¿cuál era el propósito de la procesión ante la tumba de Lenin? Era para intimidar a los vivos. Se debía recorrer caminando el sepulcro para después encender incienso para los epígonos. El sepulcro debía enseñar “disciplina en sí”. Los epígonos se creen los herederos en espíritu. Pero quien les lea, quien les escuche, podría quejarse de blasfemia; porque semejante baile de las banalidades más triviales, semejante atrincheramiento ante los hechos, semejante  autocomplacencia desmedida, semejante estupidez de principios proclamada con entusiasmo, hubiera sido algo imposible con Lenin.” (2016 [1924c]: 566)[21]

Sobre el gobierno en Rusia tras la muerte de Lenin, Levi estaba al corriente:

“Allí donde los asuntos no querían avanzar, llegaban los decretos desde arriba. De los comisarios del pueblo, que cambiaban según la última actualización del momento en que se encontraran las teorías, surgió el OrdreContreordre y  Désordre. Y, para ayudar al Ordre y Contreordre y poner remedio al Désordre, vino el sistema de vigilancia. Nada nos parece más característico que aquella escena descrita por el citado Rabinovich: En una reunión secreta del Consejo Económico del Pueblo, en la que se discutían cuestiones de movilización, aparecieron dos jóvenes comunistas desconocidos. Fueron expulsados de la sala. A partir de ahí, comenzó la desgracia: quién sabe quién envió a esos dos. Se trataba de aquellas eminencias grises enviadas desde Moscú: Al mismo Moscú, a las provincias, que holgazanean en el extranjero en todo partido comunista; eminencias grises movidas por hilos secretos que incluso a menudo ni en el Kremlin terminan en un mismo lugar, que ejercen su poder en informes secretos, en vigilias, husmeando, que producen un ambiente de incertidumbre, de mentiras, de calumnias que hace que un hombre recto prefiera morir a vivir en esa atmósfera. Este fantasma del funcionariado, parecido a las langostas tras devorar orugas, destruyó lo que le quedaba al burocratismo. El espíritu, sin embargo, es el espíritu de una dictadura insustancial, el gobierno de una camarilla que hace tiempo que se ha desprendido de todas las masas y anida tras las almenas del amurallado Kremlin, desde donde se extiende y golpea todo lo vivo. Eso es lo específicamente ruso. Incluso en los tiempos de Lenin, cuando se cometían errores en el trabajo de desarrollo y reconstrucción, la autocrítica era el remedio: Nadie reprendía los errores del partido con más energía que él. Atrás quedaron aquellos días”. (2016 [1928d]: 1221s.)

Sin embargo, Levi evitó todo aquello que pudiera ser utilizado para difuminar las posiciones entre él y Lenin:

“Hay una contradicción absoluta entre la interpretación de Lenin y Rosa Luxemburg sobre la naturaleza de un partido proletario y el curso de la revolución. Nosotros lo hemos llamado antes siempre la oposición entre una concepción mecánica y una orgánica. Aquella, la concepción de Lenin, veía en el partido un círculo absolutamente homogéneo, en las ideas, en la voluntad, en las perspectivas, que podía “dirigir”, forzosamente en número pequeño, grandes masas en el momento oportuno gracias a su unidad. No decimos que esta concepción sea absolutamente errónea; quizás no haya nada totalmente erróneo en la historia. Solo decimos que esta concepción surgió y estuvo ligada a las condiciones particulares de Rusia antes de la revolución: Absolutismo, feudalismo, ilegalidad de todo movimiento obrero. Ciertamente, también existe en los países occidentales una opresión del proletariado por parte de la burguesía. Pero la burguesía, a diferencia del feudalismo, ejerce su dominio no en las formas del absolutismo sino en las formas de la “democracia”, es decir, en las formas que dan a las amplias masas de trabajadores la posibilidad de la actividad política y que permiten a los socialistas reunir amplias masas de trabajadores en esta lucha política. Estas fueron las condiciones en las que vivió y trabajó Rosa Luxemburg; en ellas el partido proletario adquirió un rostro diferente. Ya no era un club de personas absolutamente homogéneas, completadas, preparadas consigo mismas y con el mundo, sino que el partido era la expresión de la voluntad de millones de proletarios, que estaban tal y sencillamente como la historia los había formado: con las características de una larga opresión, débiles de voluntad, con ideas a menudo poco claras, con ilusiones. Un socialista no es aquel que no ve estas debilidades: Socialista es aquel que ve a través de estas debilidades las tareas históricas del proletariado y muestra a las masas los caminos para resolver estas tareas: la aglutinación como clase en lucha contra los opresores.” (2016 [1924b]: 412)

Sin sorprenderse especialmente, pero a menudo con una leve melancolía y a veces con rabia, Levi siguió la decadencia de la revolución rusa, que pronto se convirtió en degeneración hasta que Stalin, para Levi un “bufón”,[22] recogió la fruta podrida. Mientras que a Levi tan solo le daba asco Grigori Zinoviev, asco que sentía a más tardar desde su vergonzosa aparición en el congreso del USPD de Halle en octubre de 1920, seguía manteniendo -a pesar de todas las distancias- apego por León Trotsky, incluso publicó su libro sobre la Revolución de Octubre con E. Laub (cf. Trotsky 1925),[23] pero tampoco le hizo ninguna concesión:

“Quizá los cañones de Kronstadt en marzo de 1921 ya tronaban en la misma lengua que ahora habla Stalin y, después de todo, el profesor de idiomas había sido Trotsky”. (Levi 1969/2016 [1927a]: 1060)[24]

En el décimo aniversario de la toma del poder por los bolcheviques, Levi escribió:

“El actual gobierno de Rusia y el sector del partido con el que se identifica, vencerán sobre la oposición con el mismo derecho con el que la gente de termidor triunfó sobre los jacobinos: Stalin tiene detrás de él no solo el aparato del partido, el número más elevado, sino detrás de él tiene los intereses de clase y la viva voluntad de cien millones de campesinos. ¿Y Trotsky? ¿Qué tiene detrás? Hasta donde uno puede hacerse una idea de las cosas a partir de noticias poco fiables: Los viejos bolcheviques, el núcleo del viejo partido, el grupo conspirador de antaño, y tal vez algunos miles, quizá unas decenas de miles, o incluso cien mil trabajadores. Desde luego, no la clase obrera de Rusia. Esta se encuentra confusa, descompuesta en grupos y grupitos, en parte mercenarios del estado; otros, desorientados; otros, derechistas sutiles, debatidores de tesis: Todo menos lo que es una clase obrera unida y tan fuerte como para resistir, aunque sea por poco tiempo, la poderosa corriente contrarrevolucionaria del campesinado.” (1969/2016 [1927d]: 1118)

Dos meses después, Trotsky y sus camaradas fueron desterrados:

“En realidad, sin embargo, no se puede pasar por alto que todo lo que está ocurriendo aquí se está convirtiendo en un ridículo verdaderamente indignante de todo el movimiento obrero ante la burguesía. En la medida en que el movimiento ruso en sus inicios había sido parte del movimiento obrero mundial, y en la medida en que ganaba influencia sobre los trabajadores del mundo, su destino se convertía en propiedad común. Y ahora se supone que esto es el resultado de tanto esfuerzo y trabajo, de tanto sufrimiento y privación, de tantas batallas y victorias, de tantos estudios y noches sin dormir, se supone que esto es el resultado de un movimiento que quería transformar y liberar al mundo, que después de diez años de gobierno, el movimiento “proletario” se encuentra exactamente en el punto de no tener ni una pizca de juicio, ni más ni menos como el gobierno zarista, que tampoco conocía mayor astucia que el transporte a Siberia, salvo que el zar hacía transportar a sus enemigos a Siberia y estos a su propia carne y a su propia sangre, a sus propios camaradas.” (1969/2016 [1928a]: 1157)[25]

Los bolcheviques no solo desacreditaron la idea del socialismo con su bancarrota política, sino –visto a la larga, todavía más- con su ruina moral. Que la observación de Levi: “No es el socialismo ni el proletariado lo que ha hecho bancarrota en Rusia: la bancarrota ha creado una escuela en Rusia” (ibíd.), no era más que un silbido en el bosque -que no ahuyenta la amenaza pero que infunde ánimo-, probablemente lo sabía; revelaba toda su impotencia. Nada despojó tanto a la idea socialista de su atractivo como el dominio de los bolcheviques tras la supresión del levantamiento de Kronstadt:

“Si es cierto el contenido de la acusación ahora publicada, entonces en Rusia toda una serie de ingenieros, técnicos, funcionarios, suministradores han recibido donaciones que en el lenguaje común se llaman sobornos. […] Y es que realmente eso no es nada nuevo: en Berlín se lleva diciendo desde hace años, no en secreto, sino en público, que no se pueden hacer negocios con “los rusos” sin sobornos; de hecho, ya se mencionan ciertas escalas en las que se distribuyen los sobornos, progresivamente hacia arriba. […]

Lo irritante no es que el capitalismo haya intentado corromper a los suministradores e ingenieros rusos, sino que el Estado ruso ha sucumbido a la corrupción hasta tal punto que los múltiples intentos de erradicarla nunca han conducido a una mejora, sino siempre a un empeoramiento del sufrimiento. Para nosotros los socialistas esto es precisamente lo decisivo. Si los socialistas no tuviéramos nada mejor que advertir de lo que hay ahora en Rusia: ¿quién podría entonces hablar con honestidad a las masas trabajadoras?, ¿quién podría aconsejar recorrer el camino del Gólgota de la revolución para encontrar al final no una resurrección sino un pantano de corrupción?” (2016 [1928b]: 1203s.)

Cuanto mayor era el desastre del socialismo en la Unión Soviética, más se refugiaba Levi en invocaciones impotentes: distanciándose de la política de los bolcheviques quería salvar la idea del socialismo para Europa Occidental:

“Que esta caricatura de comunismo que ahora domina en Rusia no es nada mejor, es doloroso, pero no menos necesario es mostrarlo. Cuanto más se aparte el socialismo de ella, más fuerza moral ganará para trabajar allí donde el bolchevismo ha fracasado: contraponer a lo malo algo mejor.” (Ibid: 1204)

En cambio, al analizar los procesos en la Unión Soviética, Levi mantuvo una visión sobria. Incluso el gran terror en el seno de los bolcheviques que se produjo a partir de 1936, en un tiempo en el que Levi llevaba mucho tiempo enterrado, lo había temido ya en 1927:

“A través de las filas incluso de aquellos que llevaron a cabo la obra de 1917 y cuyos hechos, por lo tanto, están escritos en los libros de historia, la grieta sigue su curso, y los que se sentaron juntos ayer pronto estarán separados unos de otros por los muros del calabozo y tal vez por más, tal vez separados por ese espacio silencioso más allá del cual nadie ha regresado a las regiones terrenales desde los tiempos de Orfeo.” (1969/2016 [1927c]: 1109)[26]

A partir de 1918, los bolcheviques eliminaron toda la oposición, todos los demás partidos, incluidos y especialmente los de izquierda, y persiguieron y expulsaron cuando no asesinaron a sus miembros y partidarios. Por supuesto, esto no cambiaba nada de las contradicciones de la sociedad, de las que las diversas oposiciones no eran más que un reflejo, solo que ahora tenían que ser borradas dentro del partido con el resultado previsible: la criminalización de cualquier oposición dentro del partido. Los bolcheviques solo pudieron “superar” este estado de cosas cuando, con el gran terror, quitaron el carácter político a su partido e hicieron de la política el privilegio de una pequeña camarilla:

“Solo tenían una obligación, y creemos que ese es el punto en el que nos divorciamos de los bolcheviques: Allí donde la dura necesidad histórica les obligó a las tareas cotidianas que no tenían nada en común con el socialismo, debían haber franqueado el camino a las opiniones y a la crítica que situaban la venidera misión del socialismo por encima de las tareas cotidianas. Los bolcheviques lo rechazaron con obstinación; por así decirlo, querían que todos comieran de sus manos, tal como sucedía. Aquella naturaleza que distinguía a los bolcheviques antes de la guerra y en la que se distinguían organizativamente de todos los demás, ya no encontró lugar en Rusia. Pero no es que haya desaparecido. Más bien, era como si revoloteara como una pobre alma, buscando un cuerpo en el que pudiera recuperar la vida. Y cada año encontraba una “oposición” temporal en la que volvía a cobrar vida… por poco tiempo. La “Oposición Obrera” de 1921, la Oposición Sindical de 1923, la Oposición Trotskista de 1924, la Oposición de Zinoviev de 1925: todas ellas han jugado siempre con las viejas ideas de la ideología bolchevique prerrevolucionaria, la preocupación por las tareas venideras, por el socialismo, frente a las tareas del momento, en absoluto socialistas. […]

Y este es quizás el punto en el que se puede hablar de verdadera culpa. Las tendencias capitalistas en Rusia sacan su fuerza de Europa Occidental. ¿Y los socialistas? Aquí se toma la revancha el hecho de que los bolcheviques se hayan desprendido mucho del sector realmente revolucionario y socialista de la clase obrera de Europa Occidental y hayan creado en Europa Occidental nada más que una guardia de eunucos complacientes capaces de todo menos de ningún “resultado”. Seguimos opinando hoy que el movimiento obrero internacional ha recibido grandes cosas de Rusia y del ejemplo ruso. Creemos que ahora habría llegado el momento en que podría devolver parte de lo que ha recibido asumiendo esa actividad de construcción crítica, de defensa de los objetivos socialistas para el futuro, que actualmente, quizás por impotencia, no pueden ser realizados en Rusia. El capitalismo ruso emergente cuenta con el apoyo de Europa y Estados Unidos. La Rusia socialista en lucha no ha entendido cómo crearse fuerzas de reserva en Europa. Tal vez Zinoviev lo haya comprendido ahora, cuando lea los últimos números de “Rote Fähne”, (II) y cuando lea lo que hacen y harán de él los que ayer se postraban ante su persona. ¡Pobre Zinoviev! ( 2016 [1926a]: 858).[27]

Sin embargo, el principal problema para Levi no era Rusia, sino el proletariado de Occidente, que corría el riesgo de perder la idea del socialismo como consecuencia de los acontecimientos en Rusia:

“Solo entonces, cuando nos esforcemos por reconocer si hay aberraciones en Rusia, cuáles son y dónde están las fuentes de los errores, podremos mostrar a las masas que por supuesto la vía del socialismo es el camino que conduce a su liberación. Esperamos que de este modo consigamos y ganemos para el socialismo a miles que de otro modo se perderían. La crítica que se ejerce hoy a Rusia es un bálsamo para el movimiento proletario.[28]

“La revolución rusa seguía siendo el precioso tesoro para todos los trabajadores porque reconocían en ella - aun viendo los errores- la representación más clara, más decisiva, más inequívoca del ser proletario y del futuro proletario: La revolución rusa no podría desempeñar este papel suyo si este sentimiento se perdiera entre los trabajadores.

Los bolcheviques habían tenido algo grande en sus manos: El mayor fondo moral que la clase obrera haya reunido jamás. Nadie que haya vivido los años 1918, 1919, 1920 lo negará. Ya hemos lamentado en otros contextos la cantidad de este fondo que se sacrificó inútilmente y que nunca se recuperó. Si este fondo se perdiera por completo, puede que haya gente que se lo tome a la ligera. Creemos que el pueblo trabajador de todo el mundo se vería empobrecido espiritualmente por ello y sería necesario un trabajo de quizás décadas para reconstruir lo que había en 1918.” (2020 [1922f]: 1040; énfasis en el original).[29]

Que esto no se haya conseguido en las décadas transcurridas desde que se escribió este texto no necesita explicación. Todavía tiene validez la observación de Levi:

“La mayor carga que soporta el socialismo hoy en día se llama Rusia…”.

Berlín, 7 de noviembre de 2021

Notas:



[1] La cita que da título a este texto corresponde a Levi 2020 [1922b] 126; en este volumen p. 129. Todas las obras de Paul Levi citadas en este volumen se reeditan en: Levi, Paul: Sin una gota de sangre lacaya. Escritos, Discursos, Correspondencia, 7 Volúmenes, editado por Jörn Schütrumpf, Berlín 2016ff.

[2] quoad = como

[3] Rosa Luxemburg aún no había dado título a su texto. Paul Levi lo publicó en 1922 con el título “La revolución rusa. Una apreciación crítica. De la herencia de Rosa Luxemburg. Edición e introducción de Paul Levi” (Luxemburg 1922b). En las Obras Completas de Rosa Luxemburg (GW), el texto lleva el título algo más modesto de “Sobre la revolución rusa” (1974 [1918l]: 332-365).

[4] En este volumen p. 67s.

[5] Esto se refiere a la constitución de una monarquía constitucional según el modelo inglés; una república rusa era impensable en 1905 incluso para una republicana como Rosa Luxemburg. (Las veces que aparece “[de una monarquía]” son del traductor).

[6] Cf. Rosa Luxemburg: La revolución en Rusia (1974 [1917a]: 242-245); Problemas rusos (1974 [1917b]: 255-257); El viejo topo (Der alte Maulwurf) (1974 [1917c]: 258-264); Dos mensajes de Pascua (1974 [1917d]: 265-269); Cuestiones candentes de estos tiempos (1974 [1917e]: 275-290); Responsabilidad histórica (1974 [1918b]: 374-379), Hacia la catástrofe (1974 [1918c]: 380-384). La tragedia rusa (1974 [1918d]: 385-392) - todos los textos también en Laschitza 1990: 33-109; además: No según el esquema F (1918e), sin firma. Sin indicación del nombre del autor - posiblemente desconocido para los editores - (fue el último número de “Spartacus” organizado por Leo Jogiches, detenido en la Pascua de 1918 y asesinado en la prisión de Berlín-Moabit el 10 de marzo de 1919) reeditado en: Spartakusbriefe (reimpresión), editado por el Partido Comunista de Alemania (Spartakusbund) (1920 [1918f]: 153-156); también en: Spartakusbriefe, editado por el Instituto de Marxismo-Leninismo del Comité Central del Partido Socialista Unificado de Alemania (1958 [1918g]: 414-417). (Los editores falsificaron allí la última frase del texto: De poner “¿Cómo juzgará la historia a la clase obrera rusa?” a “¿Cómo juzgará la historia a la clase obrera alemana?” Todavía no se ha aclarado si los editores conocían la autoría). Publicado por primera vez con el nombre de Rosa Luxemburg (2018 [1918h]) en Levi: Sin una gota de sangre lacaya, vol. 1/1 pp. 445-449.

[7] Rosa Luxemburg, basándose en la experiencia de la Revolución Rusa, veía sobre todo la huelga política de masas para Alemania como algo relevante; véase esto. (1972 [1906a]): 91-170.

[8] En este volumen p.49.

[9] Véanse todos los textos en Luxemburg 1974 [19181] 366-536.

[10] Louis-Auguste Blanqui (1805-1881), revolucionario francés, abogó por una organización secreta revolucionaria para tomar el poder e introducir el socialismo “desde arriba”. Blanqui desempeñó un papel destacado en la Comuna de París de 1871.

[11] Una de las pocas excepciones: Brie 2011; lo último en: Brie/Schütrumpf 2021.

[12] En este volumen p. 42.

[13] En este volumen p. 74.

[14] Levi había puesto a disposición previamente el manuscrito para una preimpresión en el diario del USPD, Freiheit (cf. Levi 2020 [1921b]: 1076); cf. o.A. 1921a, 1921b. En su revista Die Aktion, Franz Pfemfert había publicado también Die russische Revolution (Luxemburg 1922a: pp. 58-79) de Rosa Luxemburg, haciendo referencia a la autorización de Rosa Luxemburg para publicar sus textos; cf. Baer 1922. Durante la “prisión preventiva” de Rosa Luxemburg entre julio de 1916 y noviembre de 1918, Pfemfert había sido el único que se atrevió a publicar un texto de Rosa Luxemburg, al menos bajo sus iniciales - y por lo tanto reconocible para todos los “conocedores”- en un periódico censurado por el estado. Levi escribió a la editorial donde había publicado “La revolución rusa”: “Me niego a tomar medidas contra Pfemfert”. (Levi 2020 [1922b]: 1170)

[15] Engels 1963 [1895]: 514.

[16] En este volumen D.142.

[17] En este volumen p.92s.

[18] En este volumen p.176s.

[19] Cf. Bowitzky et al. 2020 [1921]: 1479-1506.

[20] Sozialistische Politik und Wirtschaft: escritos de Levi a partir de 1923

[21] En este volumen pp.153-155.

[22] “Pero no hay nada peor cuando en un estado, aquel a quien corresponde la autoridad legítima, no hace uso de ella. Si la autoridad reside en la calle, un bufón puede recogerla; el ejemplo de Stalin advierte e instruye”. (Levi 2016 [1928c]: 1219).

[23] En este volumen pp.156-165.

[24] En este volumen p.173.

[25] En este volumen p.193.

[26] En este volumen p.180.

[27] En este volumen p.167s.

[28] En este volumen p.80.

[29] En este volumen p.111s.

 

Notas del traductor:

(l) Vormärzlichen Deutschland, “la Alemania de ‘antes de marzo’”, es decir, el período que precedió a la revolución alemana de 1848 e iniciado, según algunos historiadores, en el Congreso de Viena de 1815. La revolución alemana de 1848 también es conocida como la “revolución de marzo”.

(II) Rote Fähne, Bandera Roja, el diario del Kommunistiche Partei Deutschlands (Partido Comunista de Alemania).

 

historiador del movimiento obrero alemán, ha sido el editor de la prestigiosa editorial alemana Karl Dietz durante más de una décadas, en la actualidad director de investigación de la vida y obra de Rosa Luxemburg en la fundación alemana que lleva su nombre. Su libro Rosa Luxemburg: Der Preis der Freiheit [Rosa Luxemburg o el precio de la libertad] apareció en alemán en 2006 y en versión inglesa en 2008.



Fuente:

https://www.vsa-verlag.de/uploads/media/www.vsa-verlag.de-Luxemburg-Levi-Russische-Revolution.pdf