La cloaca máxima de la política peruana
Un año ha sido más que suficiente para comprobar que el izquierdismo de Pedro Castillo, el candidato del pueblo, era puro espejismo y el cargo de presidente de la república le iba como camisa de 11 varas.
La parábola política de este maestro rural catapultado a la presidencia, hecho inédito en la historia peruana, ha sido breve y borrascosa –se la puede considerar cerca de su fin–, aunque haya encendido en sus inicios la ilusión de una nueva “primavera latinoamericana”, esperanza ahora transmigrada a la Colombia de Gustavo Petro.
El lanzamiento –y éxito fulmíneo– de Castillo se debe a Vladimir Cerrón, dos veces gobernador regional de Junín y presidente-dueño del partido Perú Libre. Este médico cirujano cincuentón, entrado en política en 2005 afiliándose al Partido Nacionalista Peruano fundado en 2003 por Ollanta Humala, ha sido a su vez fundador de varios partidos: el Frente Patriota Peruano (2006), el Movimiento Político Regional Perú Libre (2008), el partido Perú Libertario (2012) y finalmente Perú Libre (2016), declarándolo marxista-leninista. Fue electo dos veces gobernador de la provincia de Junín –en 2010 y 2018–, pero su segundo mandato ha sido suspendido después de un año a causa de una condena por corrupción.
Cerrón se declara desde entonces víctima de persecución política y logra que se le reduzca la pena de cuatro años y ocho meses de prisión efectiva a tres años y nueve meses de prisión suspendida, lo que le permite actuar pero no presentarse a las elecciones presidenciales de 2021 a la cabeza de su partido.
Que el marxismo de Vladimir Cerrón sea más el de Groucho que el de Karl lo demuestra el más reciente oportunismo de aliarse con Keiko Fujimori para prohibir la educación sexual en las escuelas. (Y para ser precisos, también el “izquierdoso” presidente Castillo es contrario al aborto, la eutanasia, los matrimonios homosexuales, la educación sexual, etcétera.)
Regresemos a Vladimir Cerrón frente a las elecciones de 2021. Él sabe que cualquier bípedo que se oponga a Keiko Fujimori frente al electorado tiene todas las de ganar. (Lo demuestra el caso de Pedro Pablo Kuczynski, quien ganó la presidencia en 2016 y cuya única dote era la de ser primo hermano de Jean-Luc Godard.)
Es entonces que Cerrón escoge su naipe ganador: el maestro que lideró una lucha nacional tres años antes, perteneciente al tercio andino del país, ex rondero comunitario, supuestamente izquierdoso.
El plan se realiza tan exitosamente que Cerrón, además de conquistar la presidencia con Castillo, acaba por obtener el mayor partido del Congreso: 37 diputados de 130, 13 más de los fujimoristas de Fuerza Popular. Cerca de la mitad son realmente “suyos”, los otros son miembros del magisterio fieles a Castillo. La ruptura entre los dos es inmediata.
Cuando a Cerrón le recuerdan que el presidente es Castillo, contesta que es su partido el que ha ganado las elecciones. Hay aquí un intermedio de algunos meses en que Keiko, dolida por la nueva derrota, logra que se postergue la investidura de Castillo con mil denuncias de fraude completamente falsas.
Desde entonces ha pasado mucha agua bajo los puentes, casi toda sucia. Lo que se ha manifestado en este año de “novedad histórica” es todo menos que nuevo. De los tres poderes, el Legislativo, con su racismo y clasismo extremos, ha llegado a una aceptación de un dígito y ha sido definido “el peor del mundo” –en la agencia de opinión Alai-Amlatina– con abundantes pruebas. Parece haberse dado como principal objetivo, desde el inicio, el de derrocar al maestro rural, incompatible con la hegemonía, los privilegios y hasta la imagen de su clase.
Desde la investidura de Castillo, no han parado de cocinar iniciativas legislativas para quitarle el poder y transferirlo –como manda la Constitución– a algún miembro del Congreso, pero hasta ahora no han logrado bastantes votos (deben ser 87 de 130).
Como ejemplo de los proyectos de ley recién pasados, destaca por su perversidad la sustracción del referendo, expresión de la voluntad popular, de las manos del pueblo. En adelante, tendrá que ser el Congreso el que autorice un referendo. Un sinsentido total y feo golpe a la democracia.
No ha sido fácil para Castillo, en este año, hacer frente a la constante ofensiva del Congreso, ni a los chantajes de Cerrón, quien ha sido definido “el gobierno sombra” por la oposición y de quien depende la permanencia de Castillo en el poder. Además últimamente, a las iniciativas de los fiscales que le han abierto seis investigaciones para comprobar casos de corrupción. Muchos de estos presuntos actos se basan en los testimonios de los llamados “colaboradores eficaces”, una figura copiada de la legislación antiterrorista italiana de los años 70 que acaba por dejar un amplio espacio al falso testimonio acusatorio en vista de obtener beneficios. En suma, en este contexto es extremadamente difícil saber lo que es cierto y lo que es fabricado.
Prescindiendo de las acusaciones que se le mueven –en el caso, coimas de pequeña entidad–, Castillo se ha demostrado hasta ahora incompetente, nepotista, errático –más de 50 ministros han rotado en sus gabinetes–, conservador en educación y, sobre todo, muy poco izquierdoso. El juicio más lapidario y acompasado sobre el neopresidente lo ha dado Avelino Guillén, el impecable fiscal que hizo condenar el dictador Fujimori y participó en el gobierno de Castillo como ministro del Interior por tres meses, antes de dimitirse: “Pedro Castillo se llena mucho la boca con el pueblo, pero no hace nada para él”.
Por Gianni Proiettis, periodista italiano