NICARAGUA, NICARAGÜITA
Siento rabia, dolor, impotencia. Veo las imágenes de Managua, las hordas policiales, destruyendo los templos, las imágenes, persiguiendo a las monjas, a los curas, a los obispos, encerrándolos en sus templos. No se trata de los templos o las religiones. Siento que se destruye mi camino.
Hace algún tiempo escribí una novela, El enigma, en que trataba de arreglar cuentas con los ídolos derribados. Me preguntaba, ¿cómo era posible que los héroes, nuestros héroes de los 70 se hayan convertido en los sátrapas del nuevo milenio? En particular, sentía la traición de la nueva dinastía Somoza-Ortega en Nicaragua. Tal vez no alcancé a ver que era una derrota trágica para nosotros, para mí, para mi generación que creímos en el cambio, en la revolución. Ellos siguen en sus tronos, cada vez más aferrados al poder. Y aquí estamos nosotros, estoy yo, tratando de que no me arrebaten mis últimas fuerzas y fe en la liberación, tratando de decirme todavía hay una salida. Pero me muevo en círculo, por todos lados choco contra muros insalvables.
Y reflexiono, qué pensarán mis compañeros de lucha, a todos los que les hablé, les convencí, a todos aquellos con los que compartimos la esperanza de la liberación. Pienso en los que se fueron, en los que entregaron su vida por el camino.
Veo la risa triunfal de los poderosos, de los que siempre nos dijeron que no teníamos razón, que el capitalismo es invencible, que la pobreza y el dolor son eternos, que no hay alternativas.
Y me duele todavía más saber que todavía habrá algunos creyentes que sigan defendiendo a los Ortega, a los asesinos, a los que vuelven a hundir en su tumba a Sandino y su gente. Todavía harán cálculos, no sé con qué argumentos, en nombre de no hacer el juego al enemigo, al imperio. Pero si el principal enemigo es el destructor de la fe.
Este grito de rabia, no quiero que se quede en la impotencia. Al menos podemos empezar por la indignación. Ver que el fracaso de este lado de la dominación no da la razón al otro lado de la moneda. Que hoy más que nunca es necesario persistir en la búsqueda de un camino autónomo, desde abajo y desde afuera. Que las semillas del nuevo mundo están allí, en la solidaridad, en las alegrías compartidas. Todavía me digo, hay esperanza; y regreso la mirada hacia abajo, al Ukupacha, a nuestros ancestros. Y nuevamente veo a Augusto César Sandino, a Carlos Alberto Fonseca, a Ernesto Cardenal, señalándonos el camino.