Por qué no ha logrado Rusia sus objetivos en Ucrania

No es sorprendente que se haya escrito tanto sobre la ilegalidad e ilegitimidad de los objetivos bélicos de Rusia en Ucrania. Después de todo, tratar de anexionarse partes de Ucrania o derrocar a su gobierno legítimo son violaciones flagrantes del Derecho internacional. Sin embargo, se ha escrito menos sobre por qué Rusia ha fracasado tan estrepitosamente en alcanzar sus principales objetivos políticos -y no solo militares- en Ucrania desde la revolución acaecida en el país en 2014.



Por qué no ha logrado Rusia sus objetivos en Ucrania



Sin Permiso

No es sorprendente que se haya escrito tanto sobre la ilegalidad e ilegitimidad de los objetivos bélicos de Rusia en Ucrania. Después de todo, tratar de anexionarse partes de Ucrania o derrocar a su gobierno legítimo son violaciones flagrantes del Derecho internacional. Sin embargo, se ha escrito menos sobre por qué Rusia ha fracasado tan estrepitosamente en alcanzar sus principales objetivos políticos -y no solo militares- en Ucrania desde la revolución acaecida en el país en 2014.

Una razón clave es que el gobierno ruso persiguió dos objetivos mutuamente contradictorios en Ucrania. Por un lado, Moscú buscaba mantener la influencia sobre Ucrania en su conjunto. Por otro, buscaba la “devolución” a Rusia de territorios que considera históricamente rusos.

Esa contradicción se ha resuelto. A partir de ahora, el objetivo de Rusia es el territorio del sur y del este. En cuanto al resto de Ucrania, Rusia seguirá intentando evitar que se incorpore formalmente a la OTAN, pero las élites rusas con las que he hablado aceptan ahora -como presumiblemente acepta el propio Putin- que será enemigo de Rusia y aliado de facto de Occidente en un futuro inmediato.

Los orígenes de esta política dual se remontan a un famoso ensayo de 1990 de Alexander Solzhenitsin -cuyos escritos se dice que han tenido una influencia considerable en Vladimir Putin- titulado “Reconstruir Rusia“. Con el evidente derrumbe de la Unión Soviética, Solzhenitsin escribió que las repúblicas del Báltico, el Cáucaso y Asia Central (menos Kazajistán, con su enorme minoría rusa) debían simplemente marcharse, ya que tenían culturas diferentes y nunca habían formado parte de Rusia propiamente dicha.

Esperaba que Ucrania y Bielorrusia, como pueblos eslavos orientales estrechamente vinculados a Rusia, permanecieran en alguna forma de unión, y calificó su separación de “cruel partición”.

Sin embargo, según Solzhenitsin, si la mayoría de los ucranianos deseaba realmente separarse de Rusia, debería permitírseles hacerlo, pero sin “las partes que no formaban parte de la antigua Ucrania… Novorossia (”Nueva Rusia”), Crimea, el Donbás y las zonas que van prácticamente hasta el mar Caspio”. A estas zonas, escribió, se les debería permitir la “autodeterminación”, dando a entender que se “reincorporarían” a Rusia.

Como es habitual en este tipo de reclamaciones en la historia moderna, la reivindicación rusa de estos territorios se basa en una mezcla contradictoria de argumentos históricos, etnolingüísticos y cuasi jurídicos, a los que se añade la democracia cuando resulta útil. El caso básico es que, hasta finales del siglo XVIII, estos territorios eran estepas vacías, despobladas por las incursiones de los tártaros de Crimea al sur.

Fueron conquistados por el ejército imperial ruso, y luego colonizados por diferentes colonos entre los que predominaban los ucranianos étnicos, pero que también incluían a muchos rusos, alemanes y emigrantes serbios, búlgaros y griegos del imperio otomano. Antes de la conquista rusa no existía ninguna ciudad en esta región, y aquellas de reciente fundación recibieron nuevos nombres, en su mayoría los de los zares rusos. La actual Dnipro era Yekaterinoslav; la actual Kropnitski era Yelisavetgrad, antes de convertirse en Kirovgrad bajo el dominio soviético. Mikolayiv era Nikolayev, en honor al zar Nikolai I. Donetsk, curiosamente, se llamó Yuzovka en honor a un galés, John Hughes, que fue el primero en explotar las minas de carbón de la región.

Debido en parte al asentamiento originalmente mixto, y en parte a la migración industrial de los siglos XIX y XX, esta zona ha sido mayoritariamente rusófona y, hasta la revolución ucraniana de 2014, votó sistemáticamente a partidos que favorecían las buenas relaciones con Rusia. En esta región se encuentran ocho de las diez mayores ciudades de Ucrania y toda la costa ucraniana del Mar Negro. Su pérdida dejaría a Ucrania como un estado en ruinas.

Según antiguos funcionarios rusos con los que he hablado, al Kremlin le pilló por sorpresa por el derrocamiento del presidente Yanukóvich en febrero de 2014, y por ello se apresuró a organizar una respuesta. No había ningún plan militar para una invasión de Ucrania, aunque, en ese momento, la extrema debilidad del ejército ucraniano y la falta de un gobierno ucraniano significaran que podría haberse llevado a cabo con una escasa resistencia inicial.

Parece que el Kremlin había esperado una contrarrevolución generalizada y espontánea en las zonas de habla rusa (un precedente de la ilusión de que estas poblaciones acogerían la invasión de este año). Pero esto sólo ocurrió de forma limitada en el Donbás; e incluso allí, sólo pudo mantenerse con el apoyo semiclandestino de las tropas rusas.

Moscú apoyó a los rebeldes del Donbás, pero también firmó el acuerdo Minsk II de 2015 por el que el Donbás se reincorporaría a Ucrania con garantías de plena autonomía dentro de ese país. El objetivo de Moscú era que la región actuara entonces como fuerza para defender los intereses del Estado ruso y la posición de la minoría rusa dentro de Ucrania. Al reconocer esto, el gobierno ucraniano, pese a haber firmado el acuerdo de Minsk, se negó a modificar la Constitución para garantizar la autonomía de la región. Rusia, por su parte, no tomó ninguna medida para desarmar a los rebeldes.

Al mismo tiempo que buscaba influir en el conjunto de Ucrania, Moscú también se anexionó Crimea, que había formado parte de la República Soviética Rusa hasta que se transfirió a Ucrania por decreto soviético en 1954. Esta anexión contradecía de plano el objetivo de mantener la influencia rusa en el conjunto de Ucrania, que dependía de mantener dentro de Ucrania al mayor número posible de rusos.

La anexión de Crimea, y el actual conflicto en el Donbás, ayudaron a las autoridades de Kiev a movilizar el nacionalismo ucraniano contra Rusia. Se rompieron los lazos económicos con Rusia; con ayuda de Occidente, se mejoró enormemente el equipamiento, la formación y la moral del ejército ucraniano, y se introdujeron una serie de leyes que restringían enormemente el papel de la lengua rusa en la educación, la cultura y la vida pública.

En el verano de 2021, el Kremlin temía que Ucrania se alejara irremediablemente de Rusia. La estrategia de Putin como respuesta la anunciaba su ensayo de julio de 2021, “Sobre la unidad histórica de los pueblos ucraniano y ruso”, en el que defendía la unidad histórica de los dos pueblos, denunciaba tanto el nacionalismo ucraniano como a los  comunistas rusos por haber creado una república soviética ucraniana separada, y escribía que la verdadera soberanía de Ucrania sólo es posible en asociación con Rusia”. Sin embargo, también planteaba reivindicaciones territoriales, citando a su antiguo jefe, el alcalde de San Petersburgo Anatoli Sobchak:

“[L]as repúblicas que fueron fundadoras de la Unión, tras denunciar el Tratado de la Unión de 1922, deben volver a las fronteras que tenían antes de ingresar en la Unión Soviética. Todas las demás adquisiciones territoriales están sujetas a discusión, a negociaciones, dado que se ha revocado el terreno”.

Putin habría sido más honesto si hubiera añadido “discusión, negociaciones… y guerra”. 

Este plan de invasión estaba plagado de la misma contradicción visible desde 2014 y visible asimismo en el ensayo de Putin. Rusia desplegó menos de 200.000 soldados, demasiado pocos en cualquier caso para invadir un país del tamaño de Ucrania. Y lo que es más importante, en pos de sus dos objetivos políticos contradictorios, los militares rusos dividieron sus fuerzas a partes iguales entre las destinadas a capturar Kiev y las destinadas a ocupar territorio en el este y el sur. Los primeros pretendían subyugar o sustituir al gobierno ucraniano y convertir toda Ucrania en un estado cliente ruso; los segundos, apoderarse de la mayor cantidad posible de territorio de habla rusa en el este y el sur. 

Y en gran medida como resultado de la búsqueda de ambos objetivos simultáneamente y de dividir sus fuerzas de esta manera, el gobierno ruso fracasó completamente en su primer objetivo, y en gran medida en el segundo. El 29 de marzo, el gobierno ruso anunció que retiraba sus fuerzas de los alrededores de Kiev; y, en lugar de una marcha triunfal por el este de Ucrania y la costa del Mar Negro, el ejército ruso se ha visto reducido a una guerra de desgaste para capturar pequeñas ciudades en el Donbás.

Además, este fracaso inicial socavó fatalmente los objetivos políticos de la guerra. La capacidad de Rusia para atraer a la población del este y el sur de Ucrania dependía fundamentalmente de una victoria rápida e indolora. En lugar de ello, Rusia sólo ha podido capturar ciudades de la región reduciéndolas a escombros a lo largo de meses de lucha, y la invasión ha sido amargamente denunciada por la mayoría de los funcionarios electos locales.

No obstante, Rusia parece ahora decidida a incorporar a Rusia la mayor parte posible de este territorio. Se celebrarán referendos amañados, pero el supuesto básico parece ser que la población se establecerá tranquilamente bajo el dominio de Moscú, lo que puede resultar tan ilusorio como el análisis de la opinión ucraniana realizado por el Kremlin antes de la invasión.

El nombramiento del ex primer ministro Sergei Kiriyenko como gobernador de facto de los territorios conquistados por Putin es un indicio de los planes rusos. Kiriyenko fue anteriormente jefe de estrategia política interna de Putin.

No cabe duda de que el gobierno ruso sigue queriendo apoderarse de todas las zonas de Ucrania, principalmente de habla rusa, incluida toda la costa ucraniana. Sin embargo, dadas las pérdidas que ha sufrido el ejército ruso y la lentitud de sus avances, esta perspectiva parece cada vez menos probable en términos militares. Por lo tanto, es posible que si Moscú consigue conquistar toda la provincia de Donetsk (igual que acaba de conquistar toda Luhansk), se detenga y ofrezca un alto el fuego, pero en el que las limitadas zonas conquistadas por Rusia sigan en manos rusas. Este resultado supondría un duro golpe para Ucrania, pero también un mal golpe para Rusia, dado que el Kremlin esperaba conquistar mucho más. 

periodista y analista británico de asuntos internacionales, es profesor visitante del King´s College, de Londres, miembro del Quincy Institute for Responsible Statecraft y autor de “Ukraine and Russia: A Fraternal Rivalry”. Formado en la Universidad de Cambridge, en los años 80 cubrió para el diario londinense Financial Times la actualidad de Afganistán y Pakistán, y para The Times los sucesos de Rumanía y Checoslovaquia en 1989, además de informar sobre la guerra en Chechenia entre 1994 y 1996. Trabajó también para el International Institute of Strategic Studies y la BBC.

Fuente:

Responsible Statecraft, 12 de julio de 2022

Traducción: Lucas Antón