México: Tepoztlán, del desastre a la rebelión

La gentrificación y la urbanización salvaje son la expresión visible de la destrucción de la propiedad social de la tierra, la descampesinización y el colonialismo interno. Con el fin de apropiarse de los bienes comunes, grandes empresarios y políticos buscan convertir, de facto, la propiedad comunal y ejidal en propiedad privada. Ante el desastre, fieles a su tradición zapatista, los barrios y pueblos de Tepoztlán comienzan a rebelarse. Las asambleas barriales devinieron en núcleos de resistencia. El 18 de agosto surgió la Asamblea Comunitaria de Tepoztlán que, como primer ejercicio de gobierno desde el pueblo, desconoció a las autoridades de bienes comunales y, por ende, suspendió la venta de tierras.



 
Tepoztlán, del desastre a la rebelión
 
Magdiel Sánchez Quiroz
La Jornada

Las bellezas naturales que hacen de Tepoztlán uno de los principales destinos turísticos del país existen porque, desde tiempos inmemoriales, han sido custodiadas por sus habitantes. Una profunda tradición zapatista que, en los últimos 50 años, se ha expresado en múltiples rebeliones para contener el despojo. Alzamientos populares organizados desde asambleas comunitarias impidieron la construcción de un tren escénico, un teleférico y un club de golf.

Sin embargo, no se logró frenar la última arremetida. La ampliación de la autopista La Pera-Cuautla se impuso a pesar de una digna resistencia de más de 10 años. La termoeléctrica de Huexca es la mayor insignia de ese megaproyecto de activación económica a través de la industrialización y urbanización forzadas. La industrialización no ha llegado, pero sí el crecimiento urbano. El detrimento de la vida rural que tuvo Tepoztlán a partir de que se convirtió en un escaparate turístico llamado Pueblo Mágico se precipitó con las dos migraciones derivadas del sismo de 2017 y la pandemia por covid-19. La población aumentó en 50 por ciento, aproximadamente. El deterioro devino en un desastre socioambiental.

En Tepoztlán está en curso un proceso de gentrificación, es decir, la conversión de la vida de pueblo en una escenografía de folklore turístico para gente rica, tiendas “ gourmet”, hoteles de gran lujo, residencias de millonarios que expulsan a los pobladores originarios hacia la periferia, atentando contra la vida comunitaria, la cultura y aumentando los precios de todos los bienes y servicios. También ocurre un proceso de urbanización salvaje: el concreto se expande sobre los cerros. Crecen proyectos inmobiliarios en áreas naturales protegidas. A la sobrexplotación del agua se le añade el incremento de contaminación del subsuelo por lixiviación de agua de fosas sanitarias y vertimiento de desechos en el río. La generación de basura no encuentra confinamiento adecuado. El tránsito vehicular se hace insoportable. El robo a casa habitación, de autos y los secuestros exprés son el pan de cada día. Se especula que los bandidos de pueblo operan ahora subordinados a los grandes cárteles de la economía criminal. A todo lo anterior hay que sumar los incendios de bosques durante los últimos años y la deforestación del corredor Ajusco-Chichinautzin por la tala clandestina.

La gentrificación y la urbanización salvaje son la expresión visible de la destrucción de la propiedad social de la tierra, la descampesinización y el colonialismo interno. Con el fin de apropiarse de los bienes comunes que el pueblo ha impedido sean mercancías, grandes empresarios y políticos buscan convertir, de facto, la propiedad comunal y ejidal en propiedad privada, Para lograrlo, operan destruyendo los tejidos comunitarios. Esparcen la sumisión y el conformismo. Dividen a la población para que una minoría se encargue de darle un rostro de pueblo al saqueo. Así, en los años más recientes, un grupo de comuneros de manera ilegal, pero con el cobijo de las autoridades agrarias, funciona como agencia de bienes raíces, vendiendo tierras y montes al mejor postor.

El Estado mexicano, a través de los diversos entes que le dan forma, son los principales responsables de la dramática situación que se vive en Tepoztlán. Usan las leyes y sus vacíos a favor de los grandes negocios. Cuando no cometen delitos de omisión, ejercen el poder de manera abusiva, fieles a una visión en que la economía y el progreso son ineluctables, aunque traigan algunos males menores.

Ante el desastre, fieles a su tradición zapatista, los barrios y pueblos de Tepoztlán comienzan a rebelarse. En días recientes, las asambleas barriales, originalmente convocadas para enfrentar la delincuencia, devinieron en núcleos de resistencia. La destrucción de la cañada de San Jerónimo, un espacio único que abastece de agua al valle de Tepoztlán y es un nicho de biodiversidad, precipitó todo. El 18 de agosto surgió la Asamblea Comunitaria de Tepoztlán que, como primer ejercicio de gobierno desde el pueblo, desconoció a las autoridades de bienes comunales y, por ende, suspendió la venta de tierras.

Una nueva lucha comienza mirando al pasado. Observa en su historia un camino lleno de obstáculos, pero también reconoce que será necesario, junto con la defensa de la propiedad social de la tierra, gestar un gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. La lucha victoriosa contra el club de golf así lo demostró. Que la tierra, montes y aguas sean del pueblo es el mayor legado de la revolución zapatista. Hoy corresponde a la comunidad recuperar lo que le pertenece a las generaciones por venir.