En Movimiento
Raúl Zibechi
Por un nuevo imaginario rebelde
Desinformémonos
Durante dos siglos, desde la revolución francesa, el imaginario colectivo sobre el cambio social giró en torno a la entrada de varones blancos armados en los centros del poder estatal. La toma de la Bastilla y el asalto al Palacio de Invierno por contingentes en armas, se convirtieron en el sentido común y en emblema de la revolución posible y deseable.
En todos los procesos revolucionarios, incluyendo los del Sur del planeta, la imagen del ingreso de las tropas en los centros de poder modeló la imaginación de quienes luchamos por otro mundo. A tal punto, que revolución se convirtió en sinónimo de la toma del poder, con fechas muy precisas como el 14 de julio en Francia y el 7de noviembre en Rusia.
Este imaginario incluye lugares y fechas, pero también hombres en armas que hicieron posible el asalto al poder. De modo que revolución y guerra se fueron convirtiendo en sinónimos. Nunca fue posible concebir revoluciones, o sea cambios completos del orden existente, el paso de un sistema a otro, sin que mediara la acción armada de ejércitos populares, de milicias armadas o guerrillas.
Este sentido común se extendió en el tiempo hasta las guerras centroamericanas, en particular las de Guatemala y El Salvador. Aún sabiendo los fracasos de las revoluciones anteriores, que derivaron rápidamente en regímenes autoritarios, insistimos en seguir en el mismo camino a pesar del dolor y la muerte, a pesar de que las fuerzas del cambio terminaron por parecerse demasiados a las fuerzas del sistema.
La toma del poder fue considerada como la “lucha final”, como reza uno de los párrafos de la Internacional, que entonamos con fervor y puño en alto. La imagen era la de una larga travesía, plagada de dolores y sufrimientos, para llegar al lugar deseado, algo así como el socialismo o un mundo sin tantas opresiones y sin explotadores.
Esta concepción de la revolución comenzó a modificarse con el alzamiento zapatista del 1 de enero de 1994. Los cambios en el imaginario fueron llegando de forma paulatina, a medida que fuimos conociendo sus propuestas: conformación de un ejército rebelde dirigido por las comunidades organizadas en torno al Comité Clandestino Revolucionario Indígena, rechazo a la toma del poder estatal como objetivo central de la lucha, construcción de mundos nuevos en los espacios recuperados, la centralidad de las autonomías de abajo y apuesta la sociedad civil.
Más adelante vimos nacer los municipios autónomos, las juntas de buen gobierno y lo caracoles, que se fueron expandiendo hasta totalizar más de 40 centros de resistencia zapatistas. El papel de las mujeres fue, desde el comienzo, mucho más relevante de lo que había sido en procesos revolucionarios anteriores.
La formación del Congreso Nacional Indígena, primero, y más recientemente del Concejo Indígena de Gobierno, mostraron una apuesta a expandir el proceso de organización de abajo todo México.
Sin embargo, las propuestas más recientes como la candidatura de Marichuy a la presidencia y la decisión de asumir la “resistencia civil pacífica”, revelan nuevos horizontes que en mi opinión no han sido asumidos en toda su dimensión por quienes apoyamos al zapatismo y somos incluso adherentes de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona.
Estando estos días en Chiapas, habiendo dialogado con miembros de la Junta de Buen Gobierno “Nuevo Amanecer en Resistencia y Rebeldía por la Vida y la Humanidad”, en el Caracol 10, con la comunidad Nuevo San Gregorio y diversos colectivos de San Cristóbal de las Casas, me fue posible comprender algo más sobre el camino que han tomado los zapatistas, en particular la lucha pacífica por un mundo nuevo.
Resistir y construir sin responder pacíficamente a las numerosas y graves provocaciones, a menudo muy violentas, de grupos armados al servicio del gobierno y el capitalismo, es una decisión que debemos valorar en toda su grandeza política y ética.
En pocas palabras: el EZLN y las bases de apoyo no quieren responder con guerra a la guerra, porque conocen de cerca las experiencias centroamericanas y su deriva última, consistente en rendirse e integrarse al sistema por la vía electoral. El costo de esas guerras lo han pagado los pueblos originarios y campesinos. Las llamadas vanguardias se han reposicionado siempre en nuevos espacios para seguir su lucha por llegar al poder estatal.
Seguir adelante con la resistencia pacífica y seguir construyendo lo nuevo, como hacen las cuatro familias de Nuevo San Gregorio, requiere una entereza espiritual y ética que debería admirarnos. Por lo menos, a mi me conmueve. No es lo mismo luchar cuando somos miles ocupando las grandes alamedas, que cuando somos un puñado rodeados de enemigos armados dispuestos a desplazarnos o matarnos.
Seguir apegadas a los acuerdos como hacen las bases de apoyo zapatistas, seguir siendo lo que son sin ceder a la tentación de la violencia, es mucho más difícil de lo que podemos imaginar. Por eso creo que debemos tomarnos muy en serio la resistencia de las bases de apoyo, aprender de su terca voluntad y solidarizarnos con ellas.