La guerra de Céline
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Comunizar
La figura del autor de Viaje al fin de la noche, novela admirada por Trotski, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir que la tenían como libro de cabecera, siempre ha levantado ampollas. Ya en su tiempo sus manejos con los nazis, que le obligaron a fugarse a Dinamarca para librarse de la justicia, su periodo de prisión por colaborar con los okupantes, y sus panfletos antisemitas (Bagatelles pour une massacre, L´école des cadavres y Les beaux draps, en los que se leían perlas tan finas como «¡todos sucios chorrones!, ¡judíos! ¡Todos fracasados!, ¡chupones!», palabras reafirmadas en una carta a un amigo: «acabo de publicar un libro abominablemente antisemita, soy el enemigo número 1 de los judíos»; que le hacía terciar a Maurice Blanchot: «que Céline haya sido un escritor entregado al delirio no me lo convierte en antipático, pero ese delirio se expresó en el antisemitismo; todo antisemitismo es finalmente un delirio, y el antisemitismo, todo lo delirante que sea, es la falta capital») le valieron el desprecio y el descrédito de muchos de sus conciudadanos, manchas que le siguieron tras su muerte en 1961, hasta el punto de que cada vez que se ha producido algún aniversario se ha encendido la polémica: por un lado, quienes alaban las dotes y carácter innovador del escritor, que ha pesado en al panorama literario de su siglo, dejando huella en escritores posteriores; por otro, quienes, lisa y llanamente le califican de nazi (véase la obra Céline. La race, le Juif de Annock Duraffour y Pierre-André Taguieff, editado por Fayard, o El arte de Céline y su tiempo de Michel Bounan, editado por Pepitas de calabaza) y de ahí le niegan un lugar en el altar de las letras y en cualquier otro; tan taxativo rechazo es lo que de Pirineos arriba se conoce como jeter le bébé avec l´eau du bain. J.M G. Le Clézio, más templado, afirmaba que «No se puede dejar de leer a Céline. Un día u otro se hace, es así, porque está ahí, y no se le puede ignorar. La literatura francesa contemporánea pasa por él, como pasa por Rimbaud, por Kafka o por Joyce. Céline pertenece a esta cultura continuamente naciente que es en cierto sentido el sueño del pensamiento moderno». El eterno problema de que existen serias dificultades en separar, si es que se puede, al autor y su obra, la cuestión es peliaguda y colea con respecto a no pocos escritores, músicos, filósofos, etcétera, como Martín Heidegger, Ernst Jünger, Jon Mirande, Ezra Pound, Pierre Drieu La Rochelle, Camilo José Cela o, más de actualidad, el actual premio Nobel el peruano-hispano Mario Vargas Llosa, por lo hablar del carnet del partido nacionalsocialista de los directores de orquesta Herbert von Karajan, Otto Furtwängler. o Karl Karl Böhm… ¡y no sigo! En fin, Céline un inmenso escritor, un asqueroso antisemita.
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Hace un año, el crítico de teatro Jean- Pierre Thibaudat daba a conocer en un blog, sorprendiendo a propios y a extraños, que se le habían entregado, lo había hecho la familia del resistente Yvon Morandat, algunos textos manuscritos de Louis-Ferdinand Céline…«el milagroso depositario», recuperaba así unos escritos que el escritor había abandonado en su huida a Dinamarca, en su apartamento parisino en 1944. Pues bien, este pasado mayo, a mediados, se publicaba con el nombre de «Guerre» el libro firmado por Céline y publicado , por Gallimard (19€), acompañado de otra edición de lujo, en tela (160€), en las Éditions des Saints Pères /Gallimard, con reproducciones facsímiles, ilustraciones, etcétera, Esta última edición era numerada y solamente editaron mil ejemplares. El lanzamiento, para más ruido, ha sido acompañado de una exposición organizada por la editorial Gallimard, en sus propios locales, con manuscritos, fotos, documentos del escritor: Céline et les manuscrits rétrouvés. El editor anuncia que la primera edición consta de 80.000 ejemplares. Nadie puede discutir que el montaje editorial ha sido puesto en pie al milímetro.
La guerra está en sus último coletazos y Céline con su mujer Lucette y con su gato Bébert huyen a Alemania, en su apartamento, rue Girardon, dejan una serie de manuscritos (los cuantificadores señalan la cifra de 6000 hojas), entre los cuales se haya el que ahora ha sido publicado en el que la intensidad toma la página, el dolor y el agotamiento también hasta el punto de que el narrador no tiene ni la fuerza necesaria para levantar la mano contra sí mismo, por usar la expresión de Jean Améry. Estamos otra vez con Ferdinand Bardamu, en este texto que fue escrito, según parece, dos años después del Viaje al fin de la noche, y estamos otra vez, marca de la casa, en unas páginas en las que el argot florece con fuerza a la par que los términos, digamos que, subidos de tono; la escritura se mueve en la misma onda, o al menos apunta a, que sus dos primeras obras: el Viaje (1932) y Muerte a crédito (1936), sin olvidar otra de las que tienen claros tintes autobiográficos, De un castillo a otro (1957), en la que se queja de su condición de médico y perseguido junto a los colaboracionistas del gobierno de Vichy, y del mal trato que recibía por parte de distintos editores que beneficiaban a los intelectuales de la época: Tartre (Jean-Paul Sartre), Larengon (Louis Aragon), o también André Malraux o Paul Morand… lejos de las alucinaciones de un Guignols Band (1944), por no hablar de su Rigodon (1969).
En la obra ahora presentada, el tiempo es obviamente el de la Gran Guerra y el escenario es Flandres y desde el inicio se constata de que Céline/Bardamu no habla de oídas sino que habla de lo que ha conocido y sufrido en primera persona. Vemos al brigada Ferdinand que ha sido gravemente herido en el campo de batalla, y que vuelve a recobrar la conciencia en espera de ser trasladado a Londres, tras haber sido encontrado por un oficial inglés; le duele el brazo, allá tumbado junto al cuerpo yacente de otros soldados, caminando malamente y bebiendo su propia sangre; ha de tenerse en cuenta que Destouches, léase Céline, fue herido en el brazo y se le concedió la cruz de guerra y alguna condecoración más por su arrojo; si Antonin Artaud hablaba del cuerpo sin órganos, aquí al herido parecen sobrarle órganos pues sentía «dividido en partes todo el cuerpo». El barroquismo expresionista ya irrumpe con fuerza, acompañando al pavor que le produce la guerra…al recuerdo, por asociación vienen a la mente las páginas iniciales del Viaje, cuando desde la mesa de una cafetería el protagonista ve desfilara a unos jóvenes que iban a la guerra como quien va a una fiesta, fiesta de la muerte y las trincheras que luego se alargaría, en contra de lo que se esperaba, convirtiéndose en carnicería. El tono es cercano al propio del Viaje hasta el punto de que lo que se lee bien podría haber cabido en aquel libro, si bien el campo de batalla, con el barro, la constante lluvia, los cadáveres, cuerpos mutilados, sangre que empapa los miembros desgajados, caballos destripados,… ¡el horror de la guerra!
ceden el paso al escenario de un hospital, el de Peurdu-sur-la-Lys, en que los heridos se amontonan, no perdiendo no obstante su vena de seres deseantes; junto a los muertos, un médico que apunta a mentecato, una enfermera ninfómana, Espinasse que muestra cercanía con el herido, ofreciendo servicios más allá de su oficio de sanar, y algún turbio chulo-marido, también herido Bébert -como el gato del escritor-, conocido como Cascade, o Angèle, mujer del anterior ejerciendo la prostitución en las calles parisinas, campan por las páginas; el herido Ferdinand, no sólo el brazo sino que también la oreja ha sido afectada, no deja títere con cabeza en esta fauna que le rodea; el escritor da rienda suelta a sus valoraciones machistas, misóginas, falócratas (asoma el dilema clásico del bobarysmo, ¿es él o son sus personajes los aquejados de dichas tendencias?). En tal lugar la nebulosa que convierte los bordes entre el sueño y la realidad en borrosos, la escritura alucinada que refleja la confusión de razones reinante en la mente del convaleciente hace masa y la espontaneidad del verbo se desliza por pagos inesperados, en lo que no faltan las humedades del sexo disparado, en consonancia con la prosa imaginativa y disparada de Céline que da muestra de su capacidad inventiva, que rebasa las fronteras de lo normal para acercarse a lo patológico en su expresión delirante. Traducido por una prosa que salta entre la muerte y la vida, con la intención de salvar la segunda y dar paso al negro sobre blanco. Céline se apoya en sus experiencias vividas, mas elevándolas a la enésima potencia en lo que hace a la grandiosidad que tiñe de un humor entre cínico y corrosivo, sin evitar las andanadas hacia sus progenitores («nunca he visto u oído algo tal repugnante que mi padre y mi madre»), que yendo a visitarle le provocan una profunda nausea al opinar sobre la heroicidad y sobre lo muchos que han hecho para que él salga adelante en la vida [por cierto, curioso resulta en este orden de cosas la elección del nombre literario, Céline, recurriendo al nombre de su abuela, saltándose el de sus progenitores], ni hacia todo cristo, sin evitar a un ensotanado que con tal de que confesases se quedaba contento . Esto último no quita para que junto al desprecio manifiesto hacia la guerra y quienes las organizan, disparando contra la oficialidad y los dardos arrojados contra la estulticia no sé si decir galopante, o endémica del los seres humanos (todos son unos cons) se den momentos de ternura hacia ellos en un vaivén desigual, valoraciones que el protagonista se aplica a sí mismo.
El carácter solitario del escritor, y sus notorias tendencias misantrópicas, se han dejado ver en sus obras anteriores, ya nombradas, y aquí cobran también carta de naturaleza en lo que hace a detectar la estupidez de los humanos, recurriendo a un lenguaje propio que al paso del tiempo marcó un definido estilo propio, con frases encabalgadas, que por momentos chocan y se interrumpen entre ellas como si luchasen por tomar la narración en primer lugar en detrimento de las otras. Y el ruido de fondo, tanto externo como interno, que acompaña a toda confrontación bélica, como banda sonora del horror y de la conmoción que ella supone en los combatientes y los olores a putrefacción, a vómitos, a orina y excrementos; sensaciones que, por supuesto, afectan también a las víctimas alejadas del frente. Sea dicho de paso, que a él, a Céline todo aquello le provocó un profundo trauma y unas cefaleas que no le abandonaron de por vida, he atrapado la guerra en mi cabeza escribe, está encerrada en mi cabeza, se lee al inicio del libro, y sigue «he elaborado bella literatura de pequeños trozos de horror arrancados al ruido que no cesará jamás»… no está de más indicar que al final del volumen hay un necesario Léxico de la lengua popular, argótica, médica y militar, que sirve de ayuda para aclarar las particularidades del lenguaje del escritor.
El éxito de ventas ha sido enorme ocupando los primeros puestos de los libros más vendidos, no quedando a la zaga los generalizados elogios de los críticos que parecen haber entrado en una encendida competición por ver quién suelta la alabanza más grande hasta llegar a considerarla como la novela del año, reclamando para ella El Goncourt 2022, y cierto es que vemos al escritor en su salsa, con unas descripciones que parecen irrumpir en tanteos apresurados por lograr el punto de lo que se pretende mostrar, con el añadido que todo da por pensar que el escritor no tenía intención de que tales páginas viesen la luz y que manchaba las páginas a modo de entrenamiento. No creo exagerar si digo, por otra parte, que las páginas celinianas pueden incluirse, salvando el estilo, las derivas alucinadas, y el tono cercano a la oralidad popular, entre aquellas, de entre los combatientes, que han denunciado con fuerza los males de la guerra como las de Henri Barbusse, E. Glaesser, Erich Maria Remarque, o Roland Dorgelés.
Eso sí, desde luego, no es lectura apropiada para las bellas almas, ya que la indiferencia no es lo propio leyendo a Céline y sus perlas acerca de la vida, la muerte, los humanos…y se anuncia la publicación de más inéditos en otoño del año que viene (Londres y La volonté du roi Krogon, historia incluida ya en su Muerte a crédito). Hace tiempo que murió el perro, la rabia continúa, reflejando el pulso de una época y ofreciendo su voz a los sin voz del momento, la carne de cañón lanzada al campo de batalla por los fabricantes de cañones.
Unas notas finales
Hablaba el otro refiriéndose a los humanos, como extraños seres capaces de lo mejor y de lo peor; si esto es cierto qué decir de Céline, quien aquí se presenta como un anti-belicista de tomo y lomo que no ahorra etiquetas despectivas hacia los militares de alta graduación (así cuando ve entrar en la sala del hospital a un militar con galones se dice: «me digo, he ahí el enemigo, el verdadero de verdad»), quien apenas dos años después escribiría unos panfletos antijudíos, que coincidían con el ascenso brutal del poder del nacionalsocialismo y su política racial desatada hasta la fabricación de cadáveres que dijese Hannah Arendt. Cierto es que un cosa es una cosa y la otra, otra, y que es el problema que surge leyendo a un autor con lo que sabemos que hizo después, dicho lo cual con respecto a la temporalidad, ello no quita, sino que precisamente hubiese obligado, a que la novela, reconstruida, debería haber ido precedida de unas notas críticas y ubicadoras del escritor y sus derivas. Tales notas no han cobrado presencia, y, desde luego, el prefacio de François Gibault deja mucho que desear y deja ver una clara operación de embellecimiento del autor, no lo digo por la falta de referencias a lo que luego vino, a lo que luego escribió el autor, sino por la visión que da de la segunda guerra mundial, como «Alemania y Francia, esas dos naciones cristianas, no han esperado ni veinte años para lanzarse una vez más la una contra la otra» (el subrayado es mío), visión que pone a la par a agresor y a los agredidos, sin la presencia de los nazis ni del gobierno de Vichy, de la Resistencia qué decir, lo que coincide, por otra parte, con la visión sobre al asunto que mantenía Céline que venía a señalar las huellas del enfrentamiento, como si dependiesen de una ley histórica inapelable, que hundía sus raíces en el siglo IX de la era común: en palabras de Hannah Arendt: «la tesis de Louis.Ferdinand Céline era simple, ingeniosa, y contenía lo que hacía falta en lo referente a la imaginación ideológica para completar el antisemitismo más racionalista de los franceses. Según Céline, los judíos habían impedido la unidad política de Europa, provocado todas las guerras europeas desde 843 y tramado la ruina de Francia y Alemania suscitando la hostilidad mutua». No hubiera estado de más, como digo, que se destacasen, o al menos se mencionasen, algunos aspectos chirriantes y condenables, ya en el tiempo en que escribía el autor, que no hace falta usar una lupa muy graduada para observar: la visión digamos elitista del escritor que se posicionaba con claridad frente a los más débiles: así como queda dicho, el trato dispensado a las mujeres, tratadas como absolutas barraganas y masturbadoras, para satisfacción de los deseos masculinos, incluidos los del protagonista y los del escritor, tanto monta, al igual que la manera de señalar, con el recurso a adjetivos despectivos del argot, muestra descarada del racismo colonialista, a los combatientes norteafricanos, que al contrario que a los demás personajes no se les da nombre (bicot, arabe, sidi… expresiones que en léxico final se dan por buenas sin mostrar objeción alguna), y a los extranjeros en general… Aquí queda presentado Céline como digo, como una víctima de la guerra, «impregnado de la idea de “nunca más eso”», en palabras de François Gibault, impresión que sí que se puede extraer de la lectura, mas siempre que se completase con el señalamiento de los deslices antes nombrados, que podían ser el preámbulo de sus teorías xenófobas, anti-judías que casaron como un guante con la raza de los señores, vestidos de color pardo. Así pues, el silencio o los desvíos que toma Gibault, lo mismo que seguir manteniendo la versión de los manuscritos robados que una y otra vez sacaba a relucir el propio escritor cuando en verdad lo que sucedió es que los abandonó al salir por patas, parecen responder a una clara operación de desempañar la figura del autor de Guerre. No siendo lo que señalo una cuestión de orden menor, ya que la lectura de la novela puede caer en manos de jóvenes lectores, ha de tenerse en cuenta que Viaje al fin de la noche suele estar entre las lecturas recomendadas en el bac, que hace que no estaría de más que fuesen puestos en situación acerca de la guerra de la que se habla y de la siguiente, amén de otras cuestiones contextualizadoras. Ah, eso sí, y el anarquista de derechas, que es como gusta definirse el autor del prefacio, del responsable del hallazgo, Jean-Pierre Thibauldat, no dice ni pío… la elegancia por lo visto no es el fuerte de este señor.
Iñaki Urdanibia