La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo todo

El arraigo de los feminismos, la reinvención comunitaria a la que dan lugar, la imaginación geográfica que alimentan son parte de una cartografía que está en plena expansión.



Introducción.
La potencia feminista.
O el deseo de cambiarlo todo

Verónica Gago

Este libro es a la vez programático y un artificio de com-
posición. Se divide en ocho capítulos por la simple arbi-
trariedad de tomar en serio el número con el que organi-
zamos los puntos del documento colectivo para el Primer
Paro Internacional de Mujeres del 8 de marzo de 2017.
Sin embargo, como sucede a veces mágicamente (o por
la eternidad de los astros o por el destino de las estrellas), el
número encajó. Y coincide con una serie de problemas que
conforman la trama de este texto; cada capítulo tiene un
título-problema y, al mismo tiempo, se puede decir que las
cuestiones se repiten, reaparecen, vuelven e insisten, sal-
tando de un capítulo a otro. A pesar de nominarlos como
problemas diferentes, hay algo del método de tratarlos que
los entrelaza. Se puede decir que son siempre las mismas
cuestiones las que se ponen en juego pero bajo un tono, un
modo de luz y una velocidad que las hace diferir.
El título trasluce ese movimiento. La potencia feminista
se refiere, sin dudas, a una teoría alternativa del poder.
Potencia feminista significa reivindicar la indetermina-
ción de lo que se puede, de lo que podemos. Es decir, que
no sabemos lo que podemos hasta que experimentamos
el desplazamiento de los límites que nos hicieron creer y
obedecer. No se trata de una teoría ingenua del poder. Es
entender la potencia como despliegue de un contrapoder
(incluso de un doble-poder). Y, finalmente, la afirmación


de un poder de otro tipo: invención común contra la ex-
propiación, disfrute colectivo contra la privatización y am-
pliación de lo que deseamos como posible aquí y ahora.
Lo que intento es un pensar situado en una secuencia
de luchas, de fiestas callejeras, de tembladerales experien-
ciales y de resonancias del grito #NiUnaMenos. Este mé-
todo de trabajo y escritura tiene una premisa: que el deseo
tiene un potencial cognitivo. Cuando decimos #NosMue-
veElDeseo entiendo que ese movimiento es intelecto colec-
tivo y expresión multitudinaria de una investigación en
marcha, con sus momentos de agitación y de repliegue,
con sus ritmos e intensidades variables.
La potencia, como la noción misma que va de Spinoza
a Marx y más allá, nunca es ni existe desapegada de su lu-
gar de arraigo, del cuerpo que la contiene. Por eso poten-
cia feminista es potencia del cuerpo como cuerpo siempre
individual y colectivo y en variación: es decir, singulariza-
do. Pero además, la potencia feminista expande el cuerpo
gracias a los modos en que es reinventado por las luchas
de mujeres, por las luchas feministas y por las luchas de
las disidencias sexuales que una y otra vez actualizan esa
noción de potencia, reescribiendo a Spinoza y a Marx.
No existe la potencia en abstracto (no es lo potencial
en términos aristotélicos). La potencia feminista es capa-
cidad deseante. Esto implica que el deseo no es lo con-
trario de lo posible, sino la fuerza que empuja lo que es
percibido colectivamente y en cada cuerpo como posible.
Por eso, el título de este libro quiere ser un manifiesto de
esa potencia indeterminada, que se expresa como deseo
de cambiarlo todo.
Este texto se escribió al calor de los acontecimientos
que dieron al movimiento feminista en los últimos años
un protagonismo de nuevo tipo. Y desde una posición
particular: desde dentro de la dinámica organizativa.
Es un registro en vivo de las discusiones compartidas
mientras hacíamos las tareas de preparar las huelgas, de
marchar, de debatir en asamblea, de tener decenas de re-
uniones y cientos de conversaciones, de coordinar e inter-
cambiar con compañeras de otros lugares del mundo. Es

un registro de un proceso político que sigue abierto. Mi
escritura está situada ahí. Y lo hace en la clave de una in-
vestigación militante.
Por supuesto que lo que aquí escribo se anuda con
intercambios y preocupaciones políticas y teóricas en las
que vengo trabajando hace mucho tiempo en una red muy
amplia de amistades, complicidades y también querellas
y polémicas. Por eso, situarse es también componerse con
una máquina de conversaciones entre compañeras, histo-
rias y textos de muchas partes y de muchas épocas. Como
toda escritura, en ella actúa y se escucha una polifonía y
se traman líneas de fuerza.
Quiero remarcar algunas cuestiones de método sobre
el pensar situado.
Un pensar situado es inevitablemente un pensar feminis-
ta. Porque si algo nos ha enseñado la historia de las rebeldías,
de sus conquistas y fracasos, es que la potencia del pensa-
miento siempre tiene cuerpo. Y que ese cuerpo ensambla ex-
periencias, expectativas, recursos, trayectorias y memorias.
Un pensar situado es inevitablemente parcial. Parcial
no significa una pequeña parte, un fragmento o una asti-
lla. Pero sí es un retazo en un arte de bricolaje, un montaje
específico. Como tal funciona como un punto de entrada,
una perspectiva, que singulariza una experiencia.
Un pensar situado es un proceso. En este caso, al calor
del proceso político de la huelga feminista de estos años
que ha inaugurado un paisaje capaz de sostener nuevos
territorios existenciales.
Un pensar situado es inevitablemente un pensar interna-
cionalista. Cada situación es una imagen del mundo, una
totalidad abierta a la empiria infinita del detalle y al sabor
del concepto. Desde ahí se trama un transnacionalismo que
es práctica cartográfica y que construye resonancia mun-
dial desde el Sur. Tiene su fuerza de arraigo en América
Latina, en capas múltiples de insurgencias y rebeliones. Y
alimenta un pensar situado que desafía las escalas, alcances
e invenciones de un movimiento que no deja de ampliarse
sin perder su fuerza de estar emplazado y de tener la exi-
gencia de ser concreto.


Escribo desde Argentina, donde el movimiento mismo
tiene singularidades importantes. La que propongo como
una de las hipótesis sustanciales de este libro es que aquí
el movimiento feminista se destaca por conjugar masivi-
dad y radicalidad.
Esto no es un espontaneísmo. Se ha tejido y trabajado
de modo paciente, enhebrando acontecimientos callejeros
enormes y trabajos cotidianos también enormes. Tiene his-
torias y genealogías que no se ajustan al calendario reciente
de movilizaciones porque son las que subterráneamente
han hecho posible esta apertura del tiempo, aquí y ahora.
Sin embargo, la huelga feminista será el catalizador
desde el cual voy a leer este proceso que es a la vez po-
lítico, subjetivo, económico, cultural, artístico, libidinal y
epistémico. Por proceso no me refiero a una neutralidad
descriptiva que «fundamente» la huelga, sino a la huelga
misma como un proceso de invención, rupturas y, al mis-
mo tiempo, de acumulación de fuerzas.
En este sentido, propongo la huelga como lente, como
punto de vista específico, para contornear algunas de las
problemáticas actuales del movimiento feminista. Como
desarrollo en el primer capítulo, tomo como inspiración la
idea de Rosa Luxemburgo de que cada huelga contiene su
propio pensamiento político y que tenemos la tarea his-
tórica de pensar la huelga que hemos protagonizado. En
este sentido, la huelga feminista internacional funciona
como un umbral, una «experiencia», algo que se atraviesa
y a partir de lo cual no se puede continuar teniendo la
misma relación con las cosas y l*s otr*s.1 Muchas fuimos
transformadas en y por este proceso.
Usaré la huelga como lente en un doble sentido:
1) En un sentido analítico: lo que la huelga nos permite
ver, detectar y poner de relieve en términos de cómo
se produce un régimen de invisibilidad específico sobre
nuestras formas de trabajo y de producir valor en terri-
torios diversos. Explicaré por qué es con la huelga que
1 La autora usa * como marca de género no binaria. [N. de E.]

construimos una diagnosis sobre la precariedad desde
el punto de vista de nuestras estrategias para resistir y
politizar la tristeza y el sufrimiento. Y por qué ese diag-
nóstico hoy es antifascista y antineoliberal.
2) En un sentido práctico: cómo la huelga nos permite de-
safiar y cruzar los límites de lo que somos, lo que hace-
mos y lo que deseamos y cómo se vuelve un plano que
construye un momento histórico de desplazamiento
respecto a la posición de víctimas y excluidas. En esta
clave, la práctica de la huelga es la redefinición de una
poderosa forma de lucha en un momento histórico nue-
vo. Contra el estrecho modelo de los sujetos de la huel-
ga —masculinos, blancos, asalariados, sindicalizados—
hemos expandido su capacidad política, sus lenguajes y
sus geografías. Surge así una pregunta que la rehace por
completo: ¿qué tipo de cuerpos, territorios y conflictos
caben en la huelga cuando ésta se hace feminista? ¿A
qué tipo de generalidad se compromete?
Muchas preguntas se desprenden de aquí, se disparan
como líneas diversas. ¿Puede la huelga feminista redefinir
la noción misma de clase desde movimientos y luchas que
no usan ese vocabulario a la hora de hacer política? Refor-
mular la noción de clase desde la cuestión de la subalter-
nidad, la colonialidad y la diferencia, como lo han hecho
importantes teorizaciones y luchas desde diversas geo-
grafías del Sur del mundo implica también sacar cuentas,
una vez más, con una larga historia marxista que deposita
en la homogeneidad la característica central de la clase,
dando por sentado que la «unidad» es un resultado objeti-
vo del desarrollo del capitalismo. Pero también con tradi-
ciones que confían delegar la «unidad» en el acatamiento
de jerarquías. Los feminismos, a través del paro, desafían
las fronteras de lo que se define como trabajo y, por lo
tanto, como clase trabajadora, reabriéndola a nuevas ex-
periencias y evidenciando su sentido históricamente ex-
cluyente. Pero también permite pensar qué hay más allá
del «patriarcado del salario» y su regla heteronormativa.
Y aún más: amplía las experiencias feministas a espacios,
generaciones y cuerpos que no se reconocían allí.


Esto nos lleva incluso más lejos: ¿qué léxicos políticos
nutren las dinámicas de resistencia a la dominación y ex-
plotación contemporáneas capaces de ir más allá de los
formatos y mediaciones patriarcales existentes? El paro
como proceso ondulante, de largo aliento, dibuja un mapa
de conflictos que diluyen la rígida frontera entre vida y
trabajo, cuerpo y territorio, ley y violencia. La huelga, de
este modo, más que una fecha deviene una herramienta
práctica de investigación política y un proceso capaz de
construir transversalidad entre cuerpos, conflictos y territo-
rios radicalmente diferentes.
En el capítulo dos analizo el diagnóstico de las vio-
lencias cuando se las intersecta, se las conecta y se las re-
laciona con las necesidades actuales de acumulación del
capital. De este modo, intento describir la manera en que
se ha sacado la cuestión de la violencia del «cerco» de la
violencia doméstica y de los modos de domesticarla a tra-
vés de respuestas puntuales que intentan las institucio-
nes, las ONGs o los modos de gestión filantrópicos y pa-
ternalistas. Así, el método que nos han querido impugnar,
el de «mezclarlo todo», es el que logra trazar la relación
entre violencia sexual y violencia financiera, entre violen-
cia laboral y violencia racista, entre violencia policial y
violencia obstétrica, etc. Y, sobre todo, es este diagnóstico
articulado sobre las violencias el que produce un despla-
zamiento estratégico: salirnos de la figura de víctima, de
duelo permanente, que la contabilización necropolítica de
los femicidios intenta imponer.
Siguiendo esta línea, en el capítulo tres me dedico a
reflexionar sobre la noción de cuerpo-territorio que com-
pañeras de Centroamérica han lanzado para nombrar las
luchas antiextractivistas desde las resistencias de muje-
res indígenas, negras y afrodescendientes y de distintos
colectivos feministas. La arrastro para pensar también el
desborde de la lucha por la legalización del aborto en Ar-
gentina y sus repercusiones globales a través de la marea
verde, pero también para entender lo que pusieron en
debate las exhijas de genocidas con su desafiliación y las
hijas y sobrinas de militantes políticas que retoman la fi-
liación en clave de rebeldía.


En un salto, en el capítulo cuatro se va hacia la genealo-
gía piquetera: ¿qué inventaron aquellas experiencias que
sacaron las ollas a la calle, que llevaron las tareas de la re-
producción fuera de las paredes del hogar en plena crisis
de 2001? Desde allí se esbozan apuntes para una crítica de
la economía política desde el feminismo para discutir un
punto que me parece clave: la afinidad histórica entre eco-
nomías populares y economía feminista y su mutua afec-
tación a partir de la huelga. Rediscutir aspectos de la teo-
ría del valor desde la economía feminista es fundamental
y tiene que ver con la definición misma que el movimiento
se ha ido construyendo como anticapitalista, antipatriar-
cal y anticolonial. Y, aún más, permite conectar la crítica
al extractivismo que se practica en nuestra región contra
los recursos comunes con una crítica al extractivismo fi-
nanciero que se expande como endeudamiento popular.
El capítulo cinco se detiene en la cocina del paro: en las
asambleas como espacios donde la heterogeneidad políti-
ca elabora sus diferencias, donde la escucha genera proxi-
midad, donde el ritmo del pensamiento pone también
un ritmo a la respiración y a los gestos del estar juntas.
También se ensaya la pregunta por la pedagogía popular
feminista que logran ciertas situaciones asamblearias.
El capítulo seis despliega la tesis de #LaInternacional-
Feminista: ¿qué tipo de transnacionalismo desde abajo
está construyendo el movimiento? ¿Cuáles son los terri-
torios multilingües, migrantes, en movimiento, que ha-
cen que el internacionalismo se teja como fuerza concreta
desde cada lucha? El arraigo de los feminismos, la rein-
vención comunitaria a la que dan lugar, la imaginación
geográfica que alimentan son parte de una cartografía que
está en plena expansión.
Sin embargo, a esta fuerza específica responde la con-
traofensiva neofascista que caracteriza la alianza entre
neoliberalismo y conservadurismo más reciente, también
la cruzada eclesial contra la llamada «ideología de géne-
ro». Pero además la cruzada moral y económica que em-
pobrece masivamente propone que el antineoliberalismo
consiste en volver a la familia como encierro, al trabajo
con patrón y a la maternidad obligatoria

Cada uno de estos capítulos tiene, a su vez, un excursus:
una suerte de excursión más teórica sobre algunos deba-
tes, ideas o polémicas que se relacionan de algún modo
con el problema en cuestión, que pueden también leer-
se como textos sueltos. Finalmente, el capítulo ocho son
ocho tesis. A modo de repaso, de síntesis, de manifiesto
condensado.
Hay muchos tiempos de escritura en este libro, pero
el ritmo que lo ha empujado es ese un poco frenético y
un poco invencible que se abre cuando se desea de modo
colectivo cambiarlo todo.

El libro completo de 275 pág en pdf:

https://traficantes.net/sites/default/files/pdfs/TDS_map55_La%20potencia%20feminista_web.pdf