Félix Guattari, el último detective

El último detective, Félix Guattari, fue un lector arbitrario y un escritor astuto. Supo priorizar las prácticas, las conexiones y los desvíos. La pragmática a la estructura, los procesos a los mapas. Siguió las líneas de funcionamiento, se metió en sus trampas y llenó de aceite su mameluco; insistió en ellas hasta verlas operar por fuera de la ley. Siguió su curso hasta más allá de los esquemas analíticos, teóricos y políticos, abriendo un campo de indagación inédito, cuya verdad última solo puede darse como producción de modo de vida.



El último detective (en este lío)

Diego Sztulwark

Lobo Suelto

 

Félix Guattari fue el último detective de nuestro tiempo. 

Como sucede muchas veces en el género policial, el investigador y las pistas que persigue nos hablan de un crimen que no puede ser resuelto en el campo de la ley. 

Es en los márgenes del estado –allí donde aún abundan pensamientos laterales y lenguajes alternativos– donde yacen los recursos útiles para descifrar el misterio que el sistema encubre. 

Una de las frases más efectivas de ese gran relato periodístico de Rodolfo Walsh que es ¿Quién mató a Rosendo? dice: “No creo en la justicia”.

La fórmula no propone tanto una declaración de principios como una posición metodológica fundamental: se investiga ahí donde la creencia –en la ley, en la sociedad– ya no funciona. Allí donde la verdad requiere adoptar una posición nueva, de ruptura con la complicidad con las relaciones sociales de propiedad. 

¿En qué sentido Guattari, el analista, filósofo, militante y escritor francés podría ser considerado por nosotros como el “último investigador”? 

Precisamente, último en la medida en que lleva el crimen al campo mismo de la subjetividad. Su gesto es de revocación: traspasa cada uno de los tabiques que prohíben trazar líneas vivas entre individuos y grupos, entre subjetividad y objetividad. 

Tal y como escribió en su extraordinaria colaboración con Gilles Deleuze, pero también en su obra solitaria, el crimen ha sido perpetrado en el campo mismo del deseo. Y eso tiene importantes consecuencias. El deseo ha perdido para siempre su inocencia. Ya no podrá ser evocado en su espontaneidad como fuerza emancipativa. El descubrimiento del campo del deseo es tanto el de la revolución como el del fascismo, y el del fascismo de mercado. El deseo colocado de otro modo es tensión de fuerzas, campo polarizado (paranoico/esquizo), cuarto oscuro en que se traman servidumbres, tanto como rincón íntimo en que se preparan desvíos inesperados. 

El deseo es tanto psiquis como la economía, pero psiquis y economía en tanto que funcionamientos conectados. El taller de un mecánico, antes que gabinete psicoanalista o econométrico. 

El último detective, Félix Guattari, fue un lector arbitrario y un escritor astuto. Supo priorizar las prácticas, las conexiones y los desvíos. La pragmática a la estructura, los procesos a los mapas. Siguió las líneas de funcionamiento, se metió en sus trampas y llenó de aceite su mameluco; insistió en ellas hasta verlas operar por fuera de la ley. Siguió su curso hasta más allá de los esquemas analíticos, teóricos y políticos, abriendo un campo de indagación inédito, cuya verdad última solo puede darse como producción de modo de vida.

Por introducir la sospecha en el campo de las redes mediáticas y comunicacionales, Guattari no puede ya envejecer. En él pensaremos cada vez que los estereotipos amenacen nuestras singularidades. Y esas amenazas no censan de crecer.

Fuente: Suplemento Cultura del diario Perfil (18-09-2022)