Chile: El momento crucial

La revuelta que cerró la década fue la única manera. “No es la forma” es precisamente decir que era la única forma. No había otra. Por eso el pueblo pasó a ser extraterrestre. Un alien extravagante y acechante, que reía al mismo tiempo que asechaba en los malls, en los cafés, en las cajas de los supermercados. Figuras imposibles de ser interpretadas por quienes sólo saben administrar. Vienen los poderosos a decir “marxismo” donde ninguna doctrina se ha hecho presente. A gritar “anarquistas” donde no cabían los individuos. Era el pueblo como flujo y fuerza. Intensidad de la historia.



Chile: El momento crucial

Mauricio Amar
 

Vivimos un momento crucial de nuestra historia. 49 años han pasado desde que la democracia fue bombardeada por la violencia militar. 42 desde que el neoliberalismo fue instaurado constitucionalmente y 32 desde que el mismo modelo que tuvo en Chile su lugar de experimentación, fuese transformado en el único horizonte de vida, independientemente del signo político de quien gobernare.  A partir de los noventas las voces críticas seguían floreciendo, pero cada vez más convertidas en una fuerza débil, capaz de construir discursos filosóficos y políticos, pero refractarias frente a cualquier idea de programa. El nuevo siglo se construyó sobre la amenaza del terrorismo y la imposición de aparatos de seguridad. Todo enemigo político fue reducido bien a la categoría de emprendedor pobre, bien a la de terrorista. Dicotomía difícil. Adaptarse o morir. Morir de forma impune, como un ser que, en la máquina antropológica ha caído en la zona de despersonalización. Llegaron las revueltas de los años diez. El mundo árabe, España, Chile. Los estudiantes en la calle desbordando con el disenso una política amarrada a la constitución del ochenta. No fue suficiente para crear transformaciones políticas, pero como diría Furio Jesi, las revueltas no anuncian el mañana, sino el pasado mañana. Se les reprimió, como siempre. Se les traicionó, como siempre. Ahora ya no quedaban vías, formas de transmitir el mensaje. Se había bailado Thriller frente a la Moneda, pero los que gobernaban no se miraban al espejo sus rostros de zombies. 

La revuelta que cerró la década fue la única manera. “No es la forma” es precisamente decir que era la única forma. No había otra. Por eso el pueblo pasó a ser extraterrestre. Un alien extravagante y acechante, que reía al mismo tiempo que asechaba en los malls, en los cafés, en las cajas de los supermercados. Figuras imposibles de ser interpretadas por quienes sólo saben administrar. Vienen los poderosos a decir “marxismo” donde ninguna doctrina se ha hecho presente. A gritar “anarquistas” donde no cabían los individuos. Era el pueblo como flujo y fuerza. Intensidad de la historia. Pliegue y abertura de la trama, escena en la que toda soberanía es revelada como un vacío. Así quedó, de hecho, el monumento al general Baquedano. Como un pedestal en el que el poder es tan central como insignificante. Eso develó la revuelta pero, incluso más allá de ella, la profunda querella del pueblo es la que muestra el centro a ocupar.

Hoy esa querella ha adquirido otra forma. Es institucional. Llegó por un acuerdo entre los que habían mantenido el status quo más allá de la vergüenza. Se lo quisieron apropiar, pero el pueblo sabía que este proceso que se iniciaba le pertenecía. Había sido la calle ocupada, la pared grafiteada 1312-ACAB, el negro matapacos y los lasers que bloqueaban la vista de quienes querían cegar al pueblo con balas en los ojos. La historia era del pueblo y se sabía. Las encuestas, que dejaron el pudor en 1988, comienzan a hablar de triunfo de quienes rechazan la transformación. El pueblo ríe. Porque ya la trampa es sólo una imagen espectacular, un holograma de pretendida autoridad, que se sostiene flotando en los sueños ensombrecidos de los viejos y decadentes “nombres de calles”. La risa del pueblo no es burlona, o no solamente. Es risa alegre, de sólo saber que todo esto les incomoda, y si les incomoda es porque aquí se acaba un momento, un espacio-tiempo desbordado por la entropía que siempre portó en su interior y que ahora se muestra imparable.

Lo que aquí nace no es el sueño de nadie. Es el viaje mismo que simplemente asumimos como responsabilidad, porque está en nuestras manos hacer un mundo. Crear con la imaginación no un destino, sino la alegría de ser-juntos. La felicidad de vivir con dignidad, esa que hoy vuelve y se anuncia como costumbre. No salvaremos al planeta, obviamente. Tampoco terminaremos con el capitalismo. No aboliremos todas las injusticias. Pero imaginaremos el presente como un pasado mañana, como una abertura en la que se avizora la posibilidad que siempre hemos sido. Esa posibilidad, oculta miserablemente por la máquina de los poderosos y sus patéticas historias de próceres, esa posibilidad, digo, que aprueba ser-con la naturaleza -con los animales, -con sus niñes.