Contexto pandémico y nuevas tecnologías en la construcción social de la nueva realidad cotidiana

Es imprescindible impulsar un nuevo Pacto Ecosocial: que sea más inclusivo y justo, que ponga en el centro de la agenda política el cuidado de la vida y la vida de cuidados y considerar seriamente los límites de los recursos naturales. Por ello, debemos orientarnos hacia el decrecimiento ecosocial. Porque tal y como plantean, entre otros investigadores, Kallis, Paulson, D´Alisa y Demaria (2022), la senda del crecimiento continuo es insostenible, beneficia solo a unos pocos y representa un gran sacrificio social y medioambiental al resto.



Parto de la hipótesis de que el contexto pandémico, con las medidas de obligado cumplimiento de la distancia interpersonal y las restricciones a la movilidad, ha posibilitado la expansión exponencial de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en tiempo récord, en todos los ámbitos sociales y personales, públicos y privados, al sustituirse gran parte de las relaciones presenciales por las online, modificando la forma de relacionarnos, nuestros hábitos, costumbres y valores más arraigados, para implantar y desarrollar un inédito y profundo cambio social, que estamos vivenciando en tiempo real: se está consolidando y legitimando la cuarta revolución tecnológica (4.0).

Pero, ¿qué es específicamente lo que la actual crisis sanitaria por la covid-19 ha aportado a este proceso que no estuviera anteriormente? ¿Qué ha cambiado, por qué y hacia dónde caminamos a nivel social? Responder a estas preguntas es el objetivo principal de esta investigación. Porque si bien las nuevas TIC están presentes en nuestras vidas desde hace tiempo, los cambios tecnológicos, por sí mismos, no implican cambio social. Expondré un diagnóstico, algunas paradojas y unas conclusiones, que incorporan propuestas de intervención, entre las que destaco que urge realizar una revisión crítica de cómo estamos produciendo este cambio social (y la transición digital), cuyo resultado dependerá de cómo aprovechemos las oportunidades y resolvamos las amenazas. En todo caso, será necesario un nuevo contrato social para neutralizar sus consecuencias más perversas.

Realizo este análisis desde el marco teórico de la sociología del conocimiento, atravesada por la perspectiva de la producción de los saberes situados (Haraway, 1991) que cuestiona las premisas modernistas de objetividad, neutralidad y universalidad, dado que lo que definimos como realidad y conocimiento se construye –en cierto modo– y el cómo y desde qué lugar se realiza tiene consecuencias prácticas en la vida cotidiana de las personas.

Para finalizar, señalo algunas limitaciones de este texto, dado que estoy analizando un proceso de cambio social total que aún está en proceso de consolidarse y legitimarse, con lo cual el pronóstico será, necesariamente, provisional. Por otro lado, mi intención es aportar una visión panorámica y para ello relaciono múltiples aspectos que interaccionan dialécticamente configurando el actual estado social, por lo que dificulta que se pueda profundizar en ellos en un artículo; pero abre nuevas vías para seguir en esta senda de investigación, alumbrando cuestiones que, generalmente, las teorías al uso no analizan o lo hacen de forma parcelada, dejando múltiples cuestiones en la sombra.

Revolución tecnológica, marco institucional, costumbres y valores

Si bien todas las sociedades para su desarrollo social y de producción, desde tiempos remotos, utilizan tecnología, fuentes de energía, información y conocimiento, no por ello producen revoluciones tecnológicas. Solo se producen si, además, estas sociedades disponen, anteriormente, de un marco institucional y unas normas que fomenten nuevos deseos, hábitos, metas y valores: que tenga la capacidad de modificar las mentalidades y disolver las costumbres tradicionales (Castells, 1996; Mumford, 1992). Lo cual, a su vez, posibilita nuevos cambios estructurales (interacción dialéctica entre los niveles micro y macro sociales), permitiendo la regularidad de las nuevas pautas que deben regir el comportamiento general de la población y así poder ejercer el control social. Estas son las condiciones imprescindibles para penetrar y modificar todos los ámbitos de la existencia (sociales, económicos, políticos, etc.) y producir, consolidar y legitimar el cambio social total. Condiciones que se cumplieron en las tres revoluciones tecnológicas anteriores a la actual pandemia, como expongo a continuación.

La Primera Revolución Industrial (tecnología 1.0), que dio lugar a La Gran Transformación (Polanyi, 2003), fue el resultado de disponer de la máquina de vapor de Watt y del acero; pero ante todo de una nueva visión del mundo que propició la Ilustración, marco en el cual los postulados de libertad, igualdad y fraternidad fueron la base de la Revolución francesa de 1789, de carácter antiabsolutista, que daría paso al Estado liberal. Esta situación permitió abolir las costumbres propias del Antiguo Régimen, instaurar el sistema capitalista y una nueva sociedad, la de mercado, trabajo o industrial (Prieto, 2000), cuyo modo de producción se basaba en fabricar bienes para la propia producción (Alonso y Conde, 1994). Se estructuró en clases sociales, separó lo público de lo privado y sentó las bases de la ciencia moderna con sus premisas de objetividad, neutralidad y universalidad.

A finales del siglo XIX, el ideario socialista, comunista y/o anarquista que recogió el movimiento obrero (cuestión social por excelencia) impulsó en el centro de la economía-mundo las bases de un incipiente Estado de bienestar y la sociedad salarial, con los primeros derechos sociales vinculados al empleo (Prieto, 2000; Torralbo, 2014).

Este proceso continuó desarrollándose tras la Primera Guerra Mundial, cuando el sistema de acumulación capitalista no pudo seguir expandiéndose a través del imperialismo y, dado que se disponía de capitales, electricidad y petróleo, se produjeron mercancías de bienes duraderos para el consumo nacional de la clase trabajadora. Para que este modo de producción impregnara todas las áreas de la vida cotidiana y disolviera los hábitos tradicionales se impuso “la norma de consumo de masas” a través de la publicidad y el marketing (Alonso y Conde, 1994). Se implantó la organización científica del trabajo, el taylorismo/fordismo y líneas de crédito. Configurándose la sociedad de consumo de masas y la segunda revolución tecnológica (2.0).

Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, se desarrolló el Estado de bienestar al instaurarse el keynesianismo y el fordismo, que proporcionó gran prosperidad económica y una estabilidad social sin precedentes durante tres décadas que, sin embargo, contrastaba con las luchas anticoloniales en otras partes del mundo. Pero con la crisis del petróleo de 1973 y su proceso inflacionista, se produce la crítica neoliberal al Estado de bienestar y se vuelve a remercantilizar, recortar el gasto social y enfatizar los parabienes de todo lo privado, fomentando el individualismo y la meritocracia en los ámbitos sociales, económicos, laborales, etc. (Alonso y Conde, 1994; Castells, 1996).

A finales del siglo XX, tras el derrumbe de la URSS, surge la tercera revolución tecnológica (3.0) al constituirse la sociedad informacional, con la creación y popularización de los ordenadores e internet, que dio lugar a Silicon Valley. El modo de producción para generar conocimiento fue la tecnología de la información aplicada sobre sí misma, y, para que reorientara el comportamiento social, los deseos y hábitos, se introdujo en los hogares un nuevo sentido de la modernización, utilizando para ello a Wall Street y Hollywood (Cancela y Jiménez, 2020). De este modo se transformaron las mentalidades en un contexto histórico donde se enarboló el fin de la historia (Fukuyama, 1992) y el pensamiento único, por el avance del neoliberalismo en un sistema mundo cada vez más globalizado. Schiller en 1999 define a esta etapa de “capitalismo digital” (Segovia y Almirón, 2008).

Más recientemente en el año 2008, en el marco de la crisis económica y financiera de dimensión global, surgió la “economía de plataforma”, resultado del excedente de capital líquido tras el derrumbe de la burbuja de las puntocoms (Srnicek, 2018) en un contexto de alto nivel de desempleo (el 13,8% en el año 2008 y del 26% en el 2012 –EPA 4º T–) que facilitó a la patronal imponer sus condiciones en el ámbito laboral y económico. Las plataformas digitales son mayoritariamente propiedad de empresas multinacionales (Glovo, Deliveroo, Uber, Cabify, Amazon, etc.), las cuales proliferaron rápidamente acaparando actividades del sector servicios, resignificándolo y sustituyendo parte del comercio tradicional (Fernández-Trujillo, 2020; Srnicek, 2018). Para ello utilizan nuevos dispositivos tecnológicos programados con inteligencia artificial y algoritmos que controlan y monitorizan todos los aspectos del proceso de trabajo y a sus trabajadores (falsos autónomos). Estas empresas son muy cuestionadas, sobre todo por la utilización y mercantilización de los ingentes datos que generan, fuente principal de sus beneficios (Castillo, 2021; Fernández-Trujillo, 2020; Fundación Foessa, 2022).

Esta nueva estrategia de acumulación capitalista ha debilitado las organizaciones laborales y vende como libertad, innovación y modernización lo que es una reedición modernizada del taylorismo, pero sin ninguna de sus ventajas. Zuboff (2013) denominó a esta forma de funcionamiento de “capitalismo de vigilancia” y Srnicek (2018) de “capitalismo de plataformas”.

La cuarta revolución tecnológica y el contexto pandémico

Como hemos visto, con anterioridad a la crisis sanitaria, con la emergencia de las plataformas digitales, se habían producido importantes cambios tecnológicos; pero este hecho no fue suficiente para configurar el cambio social global, porque aún no estaban disponibles los marcos institucionales y normativos capaces de modificar la mentalidad del conjunto social. Lo cual solo ha sido posible tras declararse la pandemia por Sars CoV-2 (marzo de 2020) y decretarse las medidas de obligado cumplimiento: distanciamiento social y restricciones a la movilidad. De esta forma, el contexto pandémico ha construido el dispositivo imprescindible para transformar los hábitos, costumbres y valores más arraigados. Ello, a su vez, ha impulsado la expansión exponencial de las nuevas tecnologías de la información y comunicación (robótica, aplicación de la inteligencia artificial y sus algoritmos, desarrollo del 5G) en todos los ámbitos y espacios: sociales y personales, privados y públicos (administración, justicia, trabajo, sanidad, educación, cultura, ocio, artes, en el sector servicios) bajo el relato de la necesidad de controlar la expansión de la sobrevenida crisis sanitaria y seguir comunicándonos, aunque fuera de forma online. De este modo, se han ido sustituyendo las relaciones presenciales por las virtuales, forzándonos a readaptar a toda velocidad la forma de relacionarnos, incluso íntimamente, y se ha implantado un nuevo estilo de vida, de deseos, metas y valores (Torralbo, 2021).

El contexto pandémico ha impulsado un inédito y profundo cambio social, un gran salto cualitativo (y cuantitativo)

Por lo tanto, las medidas que en principio eran temporales y transitorias vinieron para quedarse y a medida que se ha ido prolongando la pandemia, los nuevos hábitos se han ido incorporando hasta formar parte de nuestra cotidianeidad, en un proceso paralelo al ritmo que las empresas privadas crean, implantan y expanden sus diversas plataformas digitales (durante el año 2020 se multiplicaron por diez respecto a 2019). Convirtiéndose toda la sociedad en un lugar de experimentación, cuyo laboratorio lo componemos el conjunto poblacional, ubicados en nuestro entorno natural. Esta nueva situación está permitiendo registrar, recopilar, almacenar –cuando no mercantilizar– y analizar las respuestas de la mayoría social. Porque con la implantación de las TIC, que nos han obligado a utilizar, todos nuestros movimientos dejan una huella electrónica, datos al desarrollarse gran parte de las relaciones, transacciones y gestiones de forma telemática (Torralbo, 2021).

De esta forma, el contexto pandémico ha impulsado un inédito y profundo cambio social, un gran salto cualitativo (y cuantitativo) respecto de la situación previa: se está consolidando y legitimando la cuarta revolución tecnológica (4.0), de forma silenciosa (paradójicamente) y sin resistencia social.

Una inacción que puede explicarse por la interacción de varios factores: por el estado de shock en el que nos ha situado la crisis sanitaria; el trauma social que ha conllevado las medidas adoptadas, como si hubiéramos atravesado una guerra que, a su vez, ha provocado una profunda herida social, fundamentalmente de carácter intergeneracional, al haber tenido que abandonar a nuestros seres queridos dependientes, y por el discurso positivista del alcance que tendrá el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, que el Estado español remitió a la Unión Europea para obtener los 140.000 millones de los Fondos Next Generation. Un plan que pudiera entenderse como una forma de reforzar el poder de los Estados frente a la crisis, un guiño keynesiano, dado el volumen de deuda emitida, pero que, desde mi punto de vista, atiende a la lógica neoliberal, por el modo en que deben realizarse las profundas transformaciones de la estructura social, económica, tecnológica, energética, etc. Entre los objetivos planteados destaca la transición digital y ecológica, creándose la gran expectativa de que nos traerá innovación, modernización, progreso, recuperación económica, equidad e igualdad. En consonancia con el relato que están transmitiendo las élites económicas y políticas, nacionales e internacionales, para legitimar las transformaciones que ellos mismos están impulsando. Todas estas cuestiones están dificultando la toma de consciencia de lo que está sucediendo y, por lo tanto, de la acción social.

Diagnóstico, pronóstico y paradojas

El diagnóstico es que estamos construyendo, socialmente, una nueva realidad de la vida cotidiana (Torralbo, 2021). Se está produciendo un proceso de digitalización de la cotidianeidad (Lasen, 2018) de toda la sociedad, porque el contexto pandémico ha creado una estructura de oportunidad que se está aprovechando para imponer reestructuraciones que obedecen a estrategias capitalistas en esta etapa.

De hecho, el gobierno central, basándose en la nueva relación público-privado, plasmada entre otros documentos en el “Plan España Puede” (para obtener los fondos europeos), está aplicando la inteligencia artificial y algoritmos en todos los ámbitos del sector público: en la atención a la ciudadanía y en la toma de decisiones políticas, incluso en materia social (por ejemplo, en el Ingreso Mínimo Vital), considerando que este sistema es más eficaz y eficiente, reduce el gasto público y ofrece resultados objetivos y neutrales, bajo el argumento de que las máquinas carecen de intereses e ideologías (Cancela y Jiménez, 2020; Castillo, 2021; Mumford, 1992).

Sin embargo, esta creencia se basa en una falacia fruto de un proceso de alineación –hemos olvidado que son una construcción humana–, de reificación –las vemos como ajenas a nosotros– y de fetichismo –les otorgamos poderes de los cuales carecen–. Porque en el proceso de diseño y programación de la tecnología intervienen las personas y está demostrado que, tal y como se está realizando, reproduce el statu quo e incluso profundiza la brecha de exclusión y de desigualdad social (más allá de la brecha digital que ha configurado a los nuevos analfabetos) en base al género, clase social, etnia, generación, territorio, etc. A la vez que este nuevo sistema de dominación social queda invisibilizado (Cancela y Jiménez, 2020; Castillo, 2021), dificultando detectarlo y, por ello, desactivarlo.

Mi pronóstico (provisional) es que el proceso descrito va a seguir avanzando hasta ser hegemónico porque, como plantea Srnicek (2018), la economía digital se considera la ideal y en base a ello se la está legitimando. Con más razón en el momento actual, por todo lo expuesto. Por ello, lo más probable es que la transición digital y ecológica refuerce el sistema capitalista y el neoliberalismo si:

  • Se producen bienes de producción y consumo digital (smartphone, móviles y ordenadores, etc.) y energéticos (vehículos eléctricos, productos de aislamientos de edificios y hogares, etc.) sin avanzar hacia condiciones de producción y relaciones laborales y de consumo más humanizadas.
  • La economía verde y digital fueran solo nuevos nichos de crecimiento para la expansión de las empresas privadas, como está sucediendo progresivamente con otros ámbitos claves: la educación y la salud, incluida la mental, etc.
  • Las plataformas digitales continúan implantándose, de forma acrítica, absorbiendo todo el sector público, sustituyendo las relaciones y la prestación de servicios presenciales por las virtuales: una forma de privatización encubierta, al entregarse todo el proceso de digitalización a las grandes empresas privadas, nacionales e internacionales, al carecer España (y Europa) de soberanía digital –en un contexto de gran competencia mundial para la obtención y control de estos recursos– y haber privatizado, previamente, sus recursos estratégicos (telecomunicaciones y energía). Creándose una situación de gran dependencia y vulnerabilidad respecto del ámbito privado, con trascendentes consecuencias políticas (Cancela y Jiménez, 2020).

Por otro lado, se están produciendo algunas paradojas de las que generalmente no somos conscientes:

Hay contradicciones para llevar a cabo la transición digital y la ecología porque la primera impacta en la segunda 

  • Cada vez que utilizamos las plataformas digitales, incluso para protestar, estamos reforzando el poder de estas empresas privadas y facilitando que se recorte en personal para la atención presencial, se realicen despidos, los ERE, se cierren establecimientos y sucursales: sustituyendo capital humano por robótica e inteligencia artificial, que reduce costes; generando ingentes datos para mercantilizarlos; se configuren nuevos espacios virtuales para la producción, consumo y relaciones sociales; se avance en los procesos de privatización y control social; se potencie el individualismo, el aislamiento y la competitividad en detrimento de lo colectivo, solidaridad y cooperación. ¡El sueño neoliberal!

Un circuito de difícil salida, porque estamos siendo obligados a relacionarnos a través de este sistema, que nos lo presentan como el mayor grado de soberanía del consumidor/usuario. Un ejemplo de ello es cómo los diversos dispositivos móviles se han convertido en un apéndice, en una prolongación de nuestro cuerpo, al ser imprescindibles para realizar cualquier trámite, y a través de sus aplicaciones transmitimos información de todo tipo, convirtiéndonos en la fuente de la minería de datos que utilizan y mercantilizan sus propietarios (las plataformas).

  • Hay contradicciones para llevar a cabo la transición digital y la ecológica porque la primera impacta en la segunda al necesitar extraer masivamente minerales que redundan en contaminar el medio ambiente, generar grandes desechos y ahondar en la división internacional del trabajo, entre occidente y los países del sur, donde están ubicados los yacimientos de litio, cobalto, coltán y otros minerales esenciales, de los que dependemos para desarrollar la tecnología digital y las baterías de los vehículos eléctricos. Por otro lado, la economía de plataformas deja una mayor huella ecológica que el comercio tradicional, sobre todo por los servicios de reparto a domicilio y el comercio online.

Para concluir    

  • Estamos ante una sociedad transformada y transformadora, debido a que el contexto pandémico ha creado las condiciones adecuadas para disponer de un marco institucional y normativo capaz de modificar las mentalidades, costumbres y valores. Condición imprescindible para impulsar nuevos deseos, hábitos y valores, imponiendo al conjunto social el modo de producción de la economía digital, de plataformas, de modo que el comportamiento social pueda ser regular, previsible y controlable. En este sentido, conlleva una disrupción respecto a la situación previa a la pandemia, al generar un nuevo estilo de vida, producción, consumo y de consumidores; pero, a la vez, hay continuidades, porque esta reestructuración, este cambio social global, responde a intereses estratégicos del sistema capitalista. Por lo tanto, las diversas revoluciones tecnológicas no han ocurrido ni se han difundido por casualidad, sino que son la forma de asegurar el proceso de acumulación del beneficio capitalista en cada etapa de su desarrollo histórico (Cancela y Jiménez, 2020; Castells, 1996; Mumford, 1992).
  • La tecnología por sí misma no determina los procesos sociales, ni la sociedad a la tecnología, dado que ambas son el resultado de dinámicas muy complejas donde hay múltiples variables que interaccionan dialécticamente. Por ello, no hay determinismo tecnológico, si bien los Estados pueden, o no, fomentar los cambios y revoluciones tecnológicas (Castells, 1996; Mumford, 1992).
  • La transición digital tiene grandes ventajas para comunicarnos en tiempo real en un mundo interdependiente y globalizado; pero es imprescindible realizar una revisión crítica de cómo se está realizando y programando la inteligencia artificial y sus algoritmos, porque la tecnología no es un factor más de producción dado que transforma las relaciones de poder. Por ello, es imprescindible introducir las ciencias sociales en la ingeniería, para que esta esté al servicio de las necesidades humanas y no al revés, así como primar lo público frente a lo privado y la atención presencial respecto de la virtual. Como plantean Cancela y Jiménez (2020), los gobiernos deben despertar del sueño tecnológico.
  • Es necesario que el gobierno (y la Unión Europea) recupere el control de los recursos estratégicos (telecomunicaciones y energía) y, tal y como plantean algunos investigadores (Srnicek, 2018), construir plataformas públicas para no depender de las empresas privadas y proteger el acceso a los datos de la ciudadanía, porque se está debilitando la soberanía de los Estados y, sobre todo, la democracia.
  • En el proceso de construcción del conocimiento intervienen variables sociológicas: las relaciones de poder e ideologías. Por ello, el saber debe ser usado para evidenciarlas. Por el mismo motivo hay que reabrir el debate epistemológico y metodológico sobre el proceso de construcción de la definición de realidad, verdad, conocimiento. Porque los postulados modernistas de objetividad, neutralidad y universalidad vuelven al primer plano como forma de invisibilizar el actual sistema de dominación social.
  • Durante esta larga pandemia, y a pesar del escudo social que el gobierno central puso en marcha desde su inicio, así como el presupuesto social para el año 2022, múltiples investigaciones subrayan que la brecha de desigualdad ha crecido en España. El informe de la Fundación Foessa (2022) señala que desde 2018 la exclusión social ha aumentado en 2,5 millones de personas y 11 millones están afectadas, de entre ellas 6 millones de forma severa. A la vez, la riqueza se está concentrando y los datos macroeconómicos han mejorado en el año 2021, creciendo el PIB al 4,5%. Lo cual demuestra que es compatible el aumento simultáneo del crecimiento, de la desigualdad y de la exclusión social, dado que los indicadores que miden el crecimiento están basados en las lógicas del mercado, excluyendo todo lo demás.
  • Es imprescindible impulsar un nuevo Pacto Ecosocial: que sea más inclusivo y justo, que ponga en el centro de la agenda política el cuidado de la vida y la vida de cuidados y considerar seriamente los límites de los recursos naturales. Por ello, debemos orientarnos hacia el decrecimiento ecosocial. Porque tal y como plantean, entre otros investigadores, Kallis, Paulson, D´Alisa y Demaria (2022), la senda del crecimiento continuo es insostenible, beneficia solo a unos pocos y representa un gran sacrificio social y medioambiental al resto. Asimismo, podemos afirmar que la solución a los problemas del cambio climático y la desigualdad no vendrá de la mano de la tecnología (solucionismo tecnológico) porque esta más bien refuerza las posiciones de poder preexistentes, tal y como demuestra la historia social. De cualquier modo, es urgente poder ofrecer un horizonte esperanzador al conjunto de la población, especialmente a los más vulnerables para prevenir la desafección política, la anomia social o que caminemos hacia una sociedad distópica. Porque nuestro sistema democrático, social y de derecho está en riesgo, al aumentar el apoyo a discursos totalitarios de gurús que ofrecen recetas simplistas a problemas complejos (Torralbo, 2021) en un contexto social de gran incertidumbre e impotencia, por las consecuencias sociales y económicas tras dos años de pandemia y la guerra en Ucrania.
  • Necesitamos más investigación empírica con metodología cualitativa para conocer cómo se está subjetivando lo social y objetivando la subjetividad. De esta forma saber dónde, cómo y cuándo intervenir para minimizar las consecuencias más perversas del actual cambio social, cuyo resultado dependerá de cómo aprovechemos las oportunidades y resolvamos las amenazas.

Carmen Torralbo Novella es socióloga, investigadora independiente y activista social

♦El presente artículo recoge y desarrolla el contenido de la comunicación que expuse en el XIV Congreso Español de Sociología, celebrado en Murcia entre los días 30 de junio y 2 de julio de 2022.

Referencias 

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