En dos compases para el abismo = Em dois compassos para o abismo
Negros bosques, rústicos pastos,
¡Perecéis! ¡Felicitaciones, porque ya sois Roma!
Ovidio
Considerando las circunstancias extremas que explotan por los cuatro costados del Brasil profundo y real, un Brasil de gente que frecuenta poco los medios de comunicación y los debates políticos, a no ser como números de pobreza, de desempleo, de muertes, de violencias. Dadas, en fin, las causas miserables tangenciadas por esas estadísticas sin alma, nos pareció bueno pensar en lo que de hecho parece incidir sobre las elecciones que enfrentamos en Brasil. Pensar, por ejemplo, que estamos frente a una guerra de tendencias domésticas, políticamente supletivas, más o menos duras, de sustentación de otra guerra, internacional, más imperativa y monopólica, en vías de recolonizar nuestro país para servir a lo más avanzado y destructivo en términos de patrón tecnológico: la 4ª revolución industrial, también llamada “industria 4.0”.
Sobre ese asunto, recordamos que, en 2010, auge del “progresismo brasileño”, el Estado creó un Grupo de Trabajo Interministerial sobre Minerales Estratégicos, articulado con el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MCTI) y el Ministerio de Minas y Energía (MME). Lejos del campo de visión de los movimientos sociales institucionalizados, ocultado o ignorado por los grandes vehículos de comunicación, el citado Grupo de Trabajo se presentaba entonces con el objetivo de investigar e impulsar acciones que permitan, hasta 2030, el desarrollo en Brasil de las cadenas productivas ligadas a la grande minería, con énfasis en las llamadas tierras raras.
Puede parecer contradictorio, pero el documento intitulado “Uso y aplicaciones de Tierras Raras en Brasil: 2012-2030”, producido en la transición del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva para el gobierno de Dilma Rousseff, guarda severas semejanzas con el documento “Proyecto de Nación: el Brasil en 2035”, producido por el Instituto Sagres y por el Instituto General Villas Boas, uno de los articuladores de la victoria y de la presencia del alto escalón de las Fuerzas Armadas en el gobierno de Jair Messias Bolsonaro.
No es necesario, e inclusive resulta redundante, afirmar que la minería, en especial la de gran escala, deja rastros de destrucción definitiva en la naturaleza orgánica (biodiversidad) y en la naturaleza inorgánica (humana). No es por acaso que la imagen de una mina abierta de modo legal o ilegal se parece a un cancro que se disemina, contamina y liquida todo alrededor.
Pero, si en tiempos de progresismos, el Estado y toda su base de sustentación no hesitaron en planear, implementar y articular actividades económicas doblemente degradantes y subalternas a las cadenas productivas globales, parece pertinente preguntar: gobierne quien gobierne el Leviatán, ¿qué se anuncia a las clases trabajadoras del país, cuando las mismas bases materiales, internas y externas, que un día propiciaron los años de oro del neodesarrollismo coquetearon con la extrema derecha que no parece dispuesta a recular? ¿Existirá alguna diferencia de tipo ideológico entre destrucción ambiental y social de derecha y de izquierda? O ¿existe diferencia sustantiva entre las tragedias de los años progresistas y aquellas que nos exigirán las cadenas de acumulación capitalistas que alimentan la sofisticada producción de circuitos integrados (chips)? En otras palabras, ¿Cuál es la diferencia efectiva entre las devastaciones de Mariana (2015)[1] y Brumadinho (2019)[2] en el estado de Minas Gerais, de Barcarena (2018)[3], en el estado de Pará, provocadas por la minería legal, y la devastación de las Tierras Indígenas Yanomami[4], en el estado de Roraima, provocada por la minería ilegal, durante el gobierno de Bolsonaro? Sobre eso, entendemos que sólo las víctimas, siempre que no hayan sido silenciadas por muerte o cooptación, podrán ofrecer respuestas. Mientras tanto, es seguro que por atrás de esas tragedias hay una línea común de explotación legal e ilegal de nuestro territorio, y que alimenta campañas políticas aparentemente distintas, pero que no nace ni muere en ellas.
I.
Desde la independencia de Brasil hasta hace poco tiempo, el deseo de “superar el atraso” fue el mantra común repetido hasta el cansancio por liberales y parte importante de la izquierda brasileña. La afinidad desarrollista fue tan grande que ambos lados, antes delimitados en sus convicciones y expectativas históricas, se tornaron cada vez más iguales en la decadencia. Pero, si existe un patrimonio incurable en nuestra historia es el hecho de ser un país de extracción colonial, de capitalismo estructuralmente dependiente y periférico. ¿Qué significa esto? Que, a pesar de todo, jamás fuimos atrasados y que no nos corresponde decidir sobre el papel que desempeñamos en el circuito más amplio de la acumulación de riquezas.
Habitamos un territorio de expoliación permanente, cuya burguesía residente siempre fue servil y asociada al gran capital, hoy predominantemente transnacionalizado, de modo que resulta casi imposible percibir diferencias entre sus intereses y los intereses del capital global, si es que de hecho existen. Lo que no sólo hace persistir, sino que acelera el hecho preponderante de que aquí se continúa produciendo bienes primarios -o commodities, como define el imperativo sistema financiero-, con base en tecnologías avanzadas, uso contumaz de veneno y transgénicos, fuego y desmonte.
En las décadas recientes, en Brasil domina la monocultura industrializada por los agronegocios; el extractivismo de mercado es practicado por la minería en gran escala de componentes esenciales, por ejemplo, para el complejo industrial militar, como el hierro; o para la innovadora industria 40, como el oro y el litio; o para la producción de fertilizantes, como el potasio. Y la construcción de toda una infraestructura necesaria a tales actividades, como carreteras, ferrocarriles, hidrovías, hidroeléctricas, transposición de ríos, cuya omnipotencia transforma irresponsablemente la geografía física, social y cultural del país. Ese es el patrón de desarrollo asociado que se practica hace décadas en todo Brasil, en una lógica de catástrofes y destrucción veloz de los 6 biomas presentes en su territorio, de los seres humanos y no humanos que allí residen.
Brasil es un país gigantesco, que amplió y amplía sus fronteras de explotación, siempre con mucha opulencia y violencia. En este país se practica, desde siempre y sin pudor, el exterminio de los pueblos originarios. No se respetan las propias leyes y proliferan racismos y el estiércol de las desigualdades sociales abismales es celosamente cebado por los poderosos. Brasil es un repositorio de las contradicciones más agudas del capital global en expansión, razón por la cual la economía brasileña es crónicamente inestable y la política es autocrática, militarizada y fascistizada.
Brasil es atropellado con frecuencia por salidas autoritarias en que sucesivos gobiernos, en caliente y en frío, controlan los pasos y desmovilizan cualquier organización de masas, de las mayores a las menores, de las más radicalizadas a las más tibias. Nuestros breves tiempos democráticos más recientes fueron pródigos en políticas inclusivas, sobre todo las de consumo, sin descuidar el aparato represivo, fortalecido por la Minustah[5], por la defensa del país en los grandes eventos (PAN, Copa, Olimpíadas) y por el afán de ocupar un asiento en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas. Los tiempos actuales -herederos ideológicos de la dictadura de 1964-, aumentan el apego a la militarización inclusive de las costumbres civiles, apuntando para un recrudecimiento de la condición asociada para afuera y brutal para adentro. Este es el legado de Brasil, una nación quimérica, una ficción nacionalista creada a comienzos del siglo XIX para servir a la acumulación del capital global. Esa es la base de la cual partimos para pensar que, en este exacto momento, el mundo avanza en una guerra imperialista estructural que se reproduce con fuerza inédita en el interior de este país, cuyas riquezas son valiosas y disputadísimas entre las grandes corporaciones de las metrópolis, sean esas corporaciones privadas o estatales.
II.
En medio de esta nueva ofensiva del imperialismo neoliberal en Brasil, estamos a dos pasos de una decisión electoral para la presidencia y las gobernaciones. Estas elecciones están polarizadas en un plan político ideológico que opera con instrumentos de ayer. Democracia o fascismo, paz o guerra, disensión o conciliación, desarrollo destructivo o sustentable, capital financiero o industria, pasado o presente. Pero ¿quién tendrá la incumbencia de conducir aun más a fondo el mundo-infierno? Ciertamente aquel que, en este momento, esté más habilitado para operar en el interior de un neoliberalismo aplastador y sin límites que avanzará y destruirá con aun más voluptuosidad lo más esencial de la vida en el planeta. En el centro de ese vórtice está la Amazonia, una de las últimas fronteras para ser desangrada en América Latina, la niña de los ojos del capital en la actualidad[6].
A esta altura, la sensatez recomendaría aguardar el resultado de las elecciones para comentarlo. Pero entendemos que, más que su conclusión, la dura verdad que decide el pleito está más allá del parlamento y ella ya viene realizándose como fundamento sistémico hace ya algunas décadas, independientemente del gobierno que haya presidido o presida su desarrollo. Es claro, que el resultado electoral tiene importancia fenoménica para mapear el movimiento y las tendencias del capital en términos regionales y federativos del país.
En los últimos años, y contrariamente al tono bipolar de la campaña electoral, uno de los candidatos mostró que la democracia se acomoda bien con el totalitarismo, recordando que el fascismo asciende por el voto popular. Habilitó al país para una pax global que se traduce cada vez más en el fomento a la guerra, militar y miliciana, que apareja el Estado y la sociedad civil contra el enemigo interno. Dividió la nación en muchos fragmentos que se odian a muerte sin saber exactamente por qué. Mostró con qué facilidad se puede pisotear la constitución y las estrellas del legalismo; abrió las puertas del subterráneo, dio brillo y condecoró los crímenes, les dio funcionalidad efectiva en los grandes negocios y autorizó un nuevo tipo de concertación por arriba entre lo ilegal y lo legal. Practicó genocidio sin ser genocida. Gobernó para ricos y sedujo parte no despreciable de las masas sin hacer concesiones populistas, con excepción del final de la campaña. Pregonó el odio a las mujeres, a los indígenas, a los negros, a los pobres, es homofóbico, bromista a propósito de la tragedia humana y agente de una devastación voraz, sustentablemente destructiva y tan necesaria a lo que el centro espera de nosotros. Si vence, Bolsonaro, con seguridad, será aun más Bolsonaro.
El otro candidato, que gobernó durante dos mandatos y es mentor de otros dos -el último de los cuales impedido-[7], tiene en las manos un pasado más favorable, tanto en el plano mundial como nacional. Pero ese pasado, beneficiario de flujos financieros internacionales que tanto contribuyeron con el neoliberalismo social periférico, integró, capacitó y domesticó a las masas para el consumo y el emprendedorismo, “empoderadas” por derechos identitarios sin base social, sin condición de clase y sin los derechos laborales que le son retirados paulatinamente desde el gobierno de Fernando Henrique Cardoso.
Bien, ese pasado fue barrido del mapa por los vientos de la crisis que estremeció el centro en 2008. Todo eso explotó durante las jornadas de 2013, momento en que millones de brasileñas y brasileños salieron a las calles para protestar contra una carestía hasta entonces no revelada, en una de las mayores manifestaciones populares ya vistas en el país. Después de eso, el golpe de 2016, aplicado por las mismas fuerzas oscurantistas de la pequeña política que sustentó las alianzas tan necesarias al Partido de los Trabajadores para mantenerse en el Planalto. La innominable Operación Lava Jato[8] y su fantoche Sérgio Moro acabaron por alimentar aun más la inestabilidad instaurada en el país. En 2022, la escena es bastante distinta y el maestro de la conciliación precisará rehacerse de modo profundamente contrario a lo que fue alguna vez, si tiene la intención real de conducir al país en un mundo ingobernable. Si vence, Lula, seguramente jamás será el mismo.
Estas elecciones exponen, más que cualquiera de las anteriores, la derrota de las izquierdas parlamentarias. Es el fin de línea para ellas, pues, cualquiera que sea el resultado, el proceso de reproducción social global del sistema hizo polvo lo que había de izquierda en la disputa, si es que había. Mostró definitivamente que el papel de izquierda moral, tanto como el de la derecha, de la extrema derecha, de conservadores, es el de pavimentar el camino que nos llevará aun más profundamente al abismo.
¿Lamentar el cierre de las puertas atascadas hace mucho tiempo, rumbo a más de lo mismo, o desafío a abrir nuevas puertas y de construir otra historia sin los escombros de una forma societaria que hace más de 500 años nos mostró para qué vino? Esa es la questión!
[1] Después de romperse una represa de detritos de la minería en Mariana, murieron 19 personas y la región se cubrió de lodo tóxico, con consecuencias más allá del municipio, ya que los detritos contaminaron todo el caudal del río Doce. (Nota de la traductora -N.T.)
[2] Después de romperse una represa de detritos de la minería en Brumadinho, murieron 270 personas y el municipio se cubrió de lodo tóxico, que contaminó también el río Paraopebas. (N.T.)
[3] La represa de detritos de la industria de aluminio en Barcarena transbordó por lo menos 24 veces. El municipio es conocido como la “Chernobyl” brasileña. (N.T.)
[4] La extracción ilegal de oro en la Tierra Indígena yanomami aumentó 46% en 2021. Con consecuencias de alta contaminación de los ríos y violencia contra la población. (N.T.)
[5] Mission des Nations Unies pour la Stabilisation en Haïti, o Misión de las Naciones Unidas para la Paz en Haiti, de 2004 a 2017, cuyo comando quedó a cargo de las fuerzas armadas brasileñas. (N.T.)
[6] Ver: PINASSI, Maria Orlanda, y GUASTALLA, Isabella Di. La soledad indígena en el mundo-infierno de la Amazonia. Disponible en: https://contrahegemoniaweb.com.ar/2022/10/14/la-soledad-indigena-en-el-mundo-infierno-de-la-amazonia-a-solidao-indigena-no-mundo-inferno-da-amazonia/
seguidos del Partido de los Trabajadores: los dos primeros, de Luis Inácio Lula da Silva, y los dos últimos, de Dilma Rousseff. O último mandato de fue interrumpido por un golpe parlamentario. (N.T.)
[8] Operación judicial que impidió a Luiz Inácio Lula da Silva participar de la contienda electoral de 2018. (N.T.)
Traducción para el castellano de Silvia Beatriz Adoue
Em dois compassos para o abismo
Negras florestas, rústicos pastios,
Pereceis! Parabéns, pois já sois Roma!
Ovídio
Dadas as circunstâncias extremas que explodem pelos quatro cantos do Brasil profundo e real, um Brasil de gente que pouco frequenta as mídias e os debates políticos a não ser como números de pobreza, desemprego, de mortes, de violências. Dadas, enfim, as causas miseráveis contornadas por essas estatísticas sem alma, achamos por bem pensar no que de fato parece incidir sobre as eleições que enfrentamos. Pensar, por exemplo, que estamos diante de uma guerra de tendências domésticas, politicamente supletivas, mais ou menos duras de sustentação de uma outra guerra, internacional, mais imperativa e monopólica em vias de recolonizar o Brasil para servir ao que há de mais avançado e destrutivo em termos de padrão tecnológico: a 4º Revolução Industrial, também chamada de Indústria 4.0.
Sobre essa questão, lembramos que, em 2010, auge do “progressismo brasileiro”, o Estado criou um Grupo de Trabalho Interministerial sobre Minerais Estratégicos, articulado com o Ministério da Ciência, Tecnologia e Inovação (MCTI) e o Ministério das Minas e Energia (MME). Longe das vistas dos movimentos sociais institucionalizados, ocultado ou ignorado pelos grandes veículos de comunicação, o citado Grupo de Trabalho se apresentava então com o objetivo de pesquisar e impulsionar ações que permitam, até 2030, o desenvolvimento no Brasil das cadeias produtivas ligadas à grande mineração, com destaque para as chamadas terras raras.
Pode parecer contraditório, mas o documento intitulado “Uso e aplicações de Terras Raras no Brasil: 2012-2030”, produzido na transição do Governo Lula para o Governo Dilma, guarda severas semelhanças com o documento “Projeto de Nação: o Brasil em 2035”, produzido pelo Instituto Sagres e pelo Instituto General Villas Bôas, um dos articuladores da vitória e da presença do Alto Escalão das Forças Armadas no Governo Bolsonaro.
É desnecessário, e até mesmo redundante, afirmar que a mineração, em especial a de grande escala, deixa rastros de destruição definitiva na natureza orgânica (biodiversidade) e na natureza inorgânica (humana). Não por acaso, a imagem de uma mina aberta de modo legal ou ilegal se assemelha a um cancro que se espalha, contamina e liquida tudo ao redor.
Mas, se em tempos de progressismos, o Estado e toda sua base de sustentação não hesitaram em planejar, implementar e articular atividades econômicas duplamente degradantes e subalternas às cadeias produtivas globais, parece pertinente perguntar: Governe quem governe o Leviatã, qual prelúdio se anuncia às classes trabalhadoras do país, quando as mesmas bases materiais internas e externas, que um dia permitiram os anos de ouro do neodesenvolvimentismo, flertaram com a extrema-direita que não parece disposta a recuar? Será que existe alguma diferença de tipo ideológico entre destruição ambiental e social de esquerda e de direita¿ Ou ainda, existe diferença substantiva entre as tragédias dos anos progressistas e aquelas que nos exigirão as cadeias de acumulação capitalistas que alimentam a sofisticada produção de circuitos integrados (chips)? Em outras palavras, qual a diferença efetiva entre as devastações de Mariana (2015) e Brumadinho (2019) em Minas Gerais, de Barcarena (2018), no Pará, provocadas pela mineração legal durante o Governo Dilma e a devastação das Terras Indígenas yanomami, em Roraima, provocada pelo garimpo ilegal, durante o Governo Bolsonaro? A esse respeito, entendemos que somente as vítimas, quando não forem silenciadas por morte ou cooptação, poderão oferecer respostas. Por enquanto, é certo dizer que por trás das tragédias há uma linha comum de exploração legal e ilegal do nosso território, linha essa que embala campanhas políticas aparentemente distintas, mas que não nasce e tampouco se encerra nelas.
I.
Desde a Independência até bem recentemente, o desejo de “superar o atraso” foi mantra comum repetido à exaustão por liberais e parte substantiva da esquerda brasileira. A afinidade desenvolvimentista foi tão grande que ambos os lados, outrora delimitados em suas convicções e expectativas históricas, ficaram cada vez mais iguais na decadência. Mas, se existe um patrimônio incurável na nossa história é o fato de sermos um país de extração colonial, de capitalismo estruturalmente dependente e periférico. E o que isso significa¿ Que apesar dos pesares, jamais fomos atrasados e que não nos compete decidir sobre o papel que desempenhamos no circuito mais amplo da acumulação de riquezas.
Habitamos um território de espoliação permanente, cuja burguesia residente sempre foi servil e associada ao grande capital, hoje predominantemente transnacionalizado, de modo que fica quase impossível perceber diferenças entre os seus interesses e os interesses do capital global, se é que de fato existem. Isso não só não muda como acelera o fator preponderante de que aqui se continua a produzir bem primários – ou commodities, como define o imperativo sistema financeiro -, com base em tecnologias avançadas, uso contumaz de veneno e transgenia, fogo e correntões.
No Brasil mais recente, domina a monocultura industrializada pelos agronegócios; o extrativismo de mercado é praticado pela mineração em larga escala de componentes essenciais, por exemplo, ao complexo industrial militar, como o ferro, à inovadora indústria 4.0, como ouro e lítio, à produção de fertilizantes, como o potássio; e a construção de toda uma infraestrutura necessária a tais atividades como rodovias, ferrovias, hidrovias, hidrelétricas, transposição de rios, cuja onipotência transforma irresponsavelmente a geografia física, social e cultural do país. Esse é o padrão de desenvolvimento associado que se pratica há décadas em todo o Brasil numa lógica de catástrofes e destruição veloz de todos os 6 biomas de nosso território, dos seres humanos e não humanos que aí radicam.
Vivemos num país gigantesco que ampliou e amplia suas fronteiras de exploração sempre com muita opulência e violência; nesse país se pratica, desde sempre e sem pudor, o extermínio dos povos originários; por aqui se descumpre corriqueiramente as leis, proliferam racismos e o esterco das desigualdades sociais abissais é zelosamente cevado pelos poderosos. Somos o repositório das contradições mais agudas do capital global em expansão, razão pela qual a economia brasileira é cronicamente instável e a política autocrática, militarizada e fascistizada.
Com frequência somos atropelados por saídas autoritárias em que sucessivos governos, à quente e à frio, controlam os passos e desmobilizam qualquer organização de massas, das maiores às menores, das mais agudas às mais mornas. Nossos breves tempos democráticos mais recentes foram pródigos em políticas inclusivas, sobretudo as de consumo, sem descuidar do aparato repressivo, fortalecido pela Minustah, pela defesa do país nos grandes eventos (PAN, Copa, Olimpíadas) e pelo afã de ocupar assento no Conselho de Segurança da ONU. Os tempos atuais – herdeiros ideológicos da ditadura de 1964 -, acirram o apego à militarização inclusive dos costumes paisanos, apontando para um recrudescimento da condição associada para fora e brutal para dentro. Eis o legado do Brasil, uma nação quimérica, uma ficção nacionalista criada no início dos XIX para servir à acumulação do capital global. Essa é a base da qual partimos para pensar que, neste exato momento, o mundo avança numa guerra imperialista estrutural que se reproduz com força inédita no interior deste país, cujas riquezas são valiosas e disputadíssimas por grandes corporações das metrópoles, sejam elas privadas ou estatais.
II.
Em meio a essa nova ofensiva do imperialismo neoliberal sobre o Brasil, estamos a dois passos de uma decisão eleitoral majoritária, polarizada num plano político-ideológico que opera com instrumentos de ontem. Democracia ou fascismo, paz ou guerra, dissensão ou conciliação, desenvolvimento destrutivo ou sustentável, capital financeiro ou indústria, passado ou presente. Mas, a quem caberá a incumbência de nos conduzir ainda mais fundo no mundo-inferno¿ Certamente àquele que, neste momento, estiver mais habilitado a operar no interior de um neoliberalismo arrochado e tresloucado que avançará e destruirá com ainda mais volúpia tudo o que há de mais essencial à vida no planeta. No centro desse vórtice está a Amazônia, uma das últimas fronteiras a ser sangrada na América Latina, menina dos olhos do capital na atualidade.[1]
Nessa medida, o bom senso recomendaria o resultado das eleições para comentá-lo. Mas, entendemos que, mais do que sua conclusão, a dura verdade que decide o pleito está no além do parlamento e ela já vem se realizando como fundamento sistêmico há algumas décadas, independente do governo que ora presida ou tenha presidido seu andamento. Nem por isso, se pode negligenciá-lo pela importância fenomênica que possui no sentido de mapear o movimento e as tendências do capital em termos regionais e federativos do país.
Nestes últimos anos, e contrariamente ao tom bipolar da campanha eleitoral, um dos contendores mostrou que democracia se ajeita bem com totalitarismo lembrando que o fascismo ascende sim pelo voto popular. Habilitou o país a uma pax global que se traduz cada vez mais no fomento à guerra, militar e miliciana, que aparelha o estado e a sociedade civil contra o inimigo interno. Dividiu a nação em muitos fragmentos que se odeiam de morte sem saber exatamente porque. Mostrou como é fácil pisar na constituição e nas estrelas do legalismo; abriu as portas do subterrâneo, deu verniz e condecoração aos crimes, deu-lhes funcionalidade efetiva nos grandes negócios e autorizou um novo tipo de concertação pelo alto entre o ilegal e o legal. Praticou genocídio sem ser genocida. Governou para ricos e seduziu parte não desprezível das massas sem concessões populistas. Exceção foi feita na reta final da campanha. Pregou ódio às mulheres, aos indígenas, aos negros, aos pobres, é homofóbico, piadista da tragédia humana e agente de uma devastação voraz, sustentavelmente destrutiva e tão necessária ao que o centro espera de nós. Se vencer, Bolsonaro certamente será ainda mais Bolsonaro.
O outro pleiteante, governante em dois mandatos e mentor de outros dois – o último dos quais impedido -, tem nas mãos um passado mais favorável tanto no plano mundial como nacional. Mas, esse passado beneficiário de fluxos financeiros internacionais que tanto contribuíram com o neoliberalismo social-periférico, integrou, capacitou e domesticou as massas para o consumo e o empreendedorismo, “empoderadas” por direitos identitários sem base social, sem condição de classe e sem os direitos trabalhistas lhe são tirados paulatinamente desde FHC.
Bem, esse passado foi varrido do mapa pelos ventos da crise que abalou o centro em 2008. Tudo isso explode no Brasil durante as jornadas de 2013, momento em que milhões de brasileiras e brasileiros saíram às ruas para protestar contra uma carestia até então não revelada, numa das maiores manifestações populares já vistas no país. Na sequência, o golpe de 2016, aplicado pelas mesmas forças obscurantistas da pequena política que sustentou as alianças tão necessárias ao Partido dos Trabalhadores para se manter no Planalto. A inominável Operação Lava Jato e seu fantoche Sérgio Moro acabaram por fomentar ainda mais a instabilidade instaurada no país. Em 2022, a cena é muito outra e o mestre da conciliação precisará recriar-se de modo profundamente reverso ao que foi um dia se tiver a intenção real de conduzir o país em um mundo ingovernável. Se vencer, Lula certamente jamais será o mesmo.
Essas eleições expõem, mais do que qualquer outra antes delas, a derrota das esquerdas parlamentares. Fim de linha para elas, pois, qualquer que seja o resultado, o processo de reprodução social global do sistema reduziu a pó o que havia de esquerda na disputa, se é que de fato havia. Mostrou definitivamente que o papel da esquerda moral, tanto quanto o da direita, da extrema-direita, de conservadores, é o de pavimentar o caminho que nos levará ainda mais profundamente para o abismo.
Lamentar o fechamento das portas emperradas há muito tempo rumo ao mais do mesmo ou enfrentar o desafio de abrir novas portas e de construir uma outra história sem os entulhos de uma forma societária que há mais de 500 anos mostrou a que veio¿
MARIA ORLANDA PINASSI E GISELE SINFRONI
[1] Pinassi e Guastalla, A solidão indígena no mundo-inferno da Amazônia em Margem Esquerda nº 39, 2º semestre de 2022 (p. 82 a 95)